Es curioso cómo, pese a confrontar hasta en los más mínimos detalles, oficialistas incondicionales y opositores acérrimos están de acuerdo en un punto: después del arrasador triunfo electoral de CFK nada sustantivo cambió en la orientación del gobierno .
Para los primeros, como lo manifiesta Carta Abierta, las recientes decisiones del gobierno confirman el inicio de una nueva etapa de profundización del modelo de inclusión y redistribución . Para los segundos, tales decisiones apuntan a reforzar la extrema centralización del poder en cabeza de la Presidenta y adecuar el control de “la caja” que lo hace posible a las nuevas condiciones internacionales menos favorables.
En un marco de extrema polarización y apasionamiento, ambos bandos pretenden interpretar las medidas a partir de identificar las supuestas “motivaciones” subjetivas de CFK.
En los hechos, apenas buscan confirmar lo que (presuntamente) ya saben .
Guiarse por la pasión y centrarse en las motivaciones de los actores es poco conducente si lo que se pretende es entender el significado y los posibles efectos de una determinada política , en este caso la política económica. Para eso hace falta una mirada desprejuiciada y la cabeza fría.
Desde esa perspectiva, los últimos anuncios económicos del gobierno representan, a mi juicio, un cambio importante respecto al curso previo, y poco interesa si ese cambio fue obra de la necesidad o la virtud .
Es cierto que esas medidas están lejos de conformar una política coherente.
De hecho, aunque confusamente, algunos de los anuncios apuntan en la dirección correcta (contención de las presiones sindicales, moderación salarial, eliminación de los subsidios), pero otros, en cambio, son contraproducentes (represión cambiaria, proteccionismo exacerbado).
No hay dudas, sin embargo, de que evidencian tácitamente el reconocimiento de que la economía precisa corregir los desajustes que vino acumulando en los recientes años de bonanza y que se agudizaron en el último período: deterioro de la posición externa y fiscal, fuga de capitales, pérdida de competitividad cambiaria, consumismo exacerbado y aceleración inflacionaria.
Aceptar esta premisa permite correrse de la confrontación estéril y promover un debate constructivo en torno a la política económica.
Cierta desaceleración del crecimiento y el consumo será inevitable, pero un “aterrizaje suave” de la economía y la protección de los sectores más vulnerables es ciertamente posible, porque los factores necesarios, tanto “subjetivos” como “objetivos” están presentes. Respecto a lo primero, como ya señalé, el radar del gobierno finalmente detectó las amenazas existentes.
En cuanto a lo segundo, el gobierno cuenta con el poder necesario como para pagar los costos políticos de medidas que pueden parecer “impopulares” a corto plazo pero son necesarias, y parece dispuesto a afrontarlo.
Además, el nivel de reservas internacionales permanece holgado y el peso de la deuda pública y privada se mantiene bajo, lo que minimiza las probabilidades de una crisis financiera o cambiaria.
Pero para que el aterrizaje suave se concrete, el timón debe estar en manos capacitadas y sus directivas deben ser aceptadas por el resto de la tripulación. Las turbulencias que enfrentamos no podrán enfrentarse con voluntarismo, prepotencia y medidas inconexas.
Requerirán por el contrario una conducción profesional y cohesionada, una política consistente y certidumbre sobre su continuidad a fin de orientar las expectativas de los actores económicos en consonancia con el objetivo de estabilización.
La prioridad debe ser bajar gradualmente la inflación mediante una combinación de política fiscal que elimine los subsidios regresivos y permita desacelerar el gasto público, una política monetaria menos permisiva que desestimule el gasto de consumo anticipado y la compra preventiva de dólares, y una política de ingresos que coordine a la baja las expectativas de inflación y los reajustes de precios y salarios.
Una estrategia antiinflacionaria creíble es, en efecto, la llave que posibilitará recuperar la competitividad cambiaria y frenar la fuga de capitales.
Como a nuestra sociedad le cuesta mirar más allá de sus narices, la Presidenta precisará, además, explicar claramente de qué modo los eventuales sacrificios presentes permitirán consolidar el crecimiento futuro y deberá procurar algunos acuerdos en el Congreso y con la oposición política, ya que la burocracia sindical y los núcleos empresariales rentistas sin duda intentarán proteger sus intereses particulares a costa del interés general.
Para los primeros, como lo manifiesta Carta Abierta, las recientes decisiones del gobierno confirman el inicio de una nueva etapa de profundización del modelo de inclusión y redistribución . Para los segundos, tales decisiones apuntan a reforzar la extrema centralización del poder en cabeza de la Presidenta y adecuar el control de “la caja” que lo hace posible a las nuevas condiciones internacionales menos favorables.
En un marco de extrema polarización y apasionamiento, ambos bandos pretenden interpretar las medidas a partir de identificar las supuestas “motivaciones” subjetivas de CFK.
En los hechos, apenas buscan confirmar lo que (presuntamente) ya saben .
Guiarse por la pasión y centrarse en las motivaciones de los actores es poco conducente si lo que se pretende es entender el significado y los posibles efectos de una determinada política , en este caso la política económica. Para eso hace falta una mirada desprejuiciada y la cabeza fría.
Desde esa perspectiva, los últimos anuncios económicos del gobierno representan, a mi juicio, un cambio importante respecto al curso previo, y poco interesa si ese cambio fue obra de la necesidad o la virtud .
Es cierto que esas medidas están lejos de conformar una política coherente.
De hecho, aunque confusamente, algunos de los anuncios apuntan en la dirección correcta (contención de las presiones sindicales, moderación salarial, eliminación de los subsidios), pero otros, en cambio, son contraproducentes (represión cambiaria, proteccionismo exacerbado).
No hay dudas, sin embargo, de que evidencian tácitamente el reconocimiento de que la economía precisa corregir los desajustes que vino acumulando en los recientes años de bonanza y que se agudizaron en el último período: deterioro de la posición externa y fiscal, fuga de capitales, pérdida de competitividad cambiaria, consumismo exacerbado y aceleración inflacionaria.
Aceptar esta premisa permite correrse de la confrontación estéril y promover un debate constructivo en torno a la política económica.
Cierta desaceleración del crecimiento y el consumo será inevitable, pero un “aterrizaje suave” de la economía y la protección de los sectores más vulnerables es ciertamente posible, porque los factores necesarios, tanto “subjetivos” como “objetivos” están presentes. Respecto a lo primero, como ya señalé, el radar del gobierno finalmente detectó las amenazas existentes.
En cuanto a lo segundo, el gobierno cuenta con el poder necesario como para pagar los costos políticos de medidas que pueden parecer “impopulares” a corto plazo pero son necesarias, y parece dispuesto a afrontarlo.
Además, el nivel de reservas internacionales permanece holgado y el peso de la deuda pública y privada se mantiene bajo, lo que minimiza las probabilidades de una crisis financiera o cambiaria.
Pero para que el aterrizaje suave se concrete, el timón debe estar en manos capacitadas y sus directivas deben ser aceptadas por el resto de la tripulación. Las turbulencias que enfrentamos no podrán enfrentarse con voluntarismo, prepotencia y medidas inconexas.
Requerirán por el contrario una conducción profesional y cohesionada, una política consistente y certidumbre sobre su continuidad a fin de orientar las expectativas de los actores económicos en consonancia con el objetivo de estabilización.
La prioridad debe ser bajar gradualmente la inflación mediante una combinación de política fiscal que elimine los subsidios regresivos y permita desacelerar el gasto público, una política monetaria menos permisiva que desestimule el gasto de consumo anticipado y la compra preventiva de dólares, y una política de ingresos que coordine a la baja las expectativas de inflación y los reajustes de precios y salarios.
Una estrategia antiinflacionaria creíble es, en efecto, la llave que posibilitará recuperar la competitividad cambiaria y frenar la fuga de capitales.
Como a nuestra sociedad le cuesta mirar más allá de sus narices, la Presidenta precisará, además, explicar claramente de qué modo los eventuales sacrificios presentes permitirán consolidar el crecimiento futuro y deberá procurar algunos acuerdos en el Congreso y con la oposición política, ya que la burocracia sindical y los núcleos empresariales rentistas sin duda intentarán proteger sus intereses particulares a costa del interés general.