El acercamiento de un número creciente de jóvenes al kirchnerismo es un fenómeno que lleva ya unos años, aunque se hizo visible últimamente. Escribí la primera nota sobre el tema en este diario el 27 de septiembre de 2009, para advertir sobre una tendencia que se había ido desarrollando subterráneamente y en la cual, me parecía, el gobierno no había reparado lo suficiente. En la estela del conflicto del campo y la derrota electoral, el kirchnerismo había logrado consolidar una minoría intensa de respaldo, compuesta en buena medida, asombrosamente, por jóvenes. Después vinieron los festejos del Bicentenario, la muerte del ex presidente y la reelección de Cristina Kirchner, que le dieron visibilidad definitiva a todo el asunto.
¿Y qué hizo el kirchnerismo con este fenómeno nuevo? Lo mismo que había hecho tantas veces en el pasado con temas, ideas o proyectos que no formaban parte de su agenda: capturarlo y tratar de aprovecharlo al máximo, poniendo detrás todo el peso del Estado y toda la fuerza de su voluntad. Fue así como cada vez más kirchneristas sub-40 fueron designados o promovidos a puestos estratégicos, y fue así como la Presidenta intervino en la definición de las listas legislativas, ubicando en lugares expectables a un número inédito de jóvenes, y no renunció a ello ni siquiera cuando referentes provinciales de peso, como el pampeano Carlos Verna, amenazaron con un portazo.
Sin caer en los análisis que enfocan el tema desde el simplismo institucional, como si la influencia de una organización pudiera medirse sólo por el peso de las bancas o secretarías que controla (los famosos siete diputados de La Cámpora), creo que vale la pena ensayar una mirada que contemple las diferentes facetas de la idea de generar un recambio generacional promovido desde la cúpula misma del poder, para después considerar sus desafíos y sus límites.
Digamos primero que la apuesta tiene su lógica. Ubicar a jóvenes en lugares de decisión les permitirá foguearse en los rigores del día a día del gobierno para jugar más tarde en ligas mayores. En segundo lugar, y ya desde un punto de vista más electoral, conviene recordar que Cristina Kirchner tiene vedada la reelección y que por lo tanto debe comenzar a pensar en construir un sucesor diferente al que desde el primer día le querrá imponer el peronismo, sea Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey o José Manuel de la Sota. Una juventud consolidada y potente puede jugar un rol importante en la interna del PJ.
Pero también hay riesgos. El primero es inmediato, pero controlable: los posibles errores de jóvenes súbitamente catapultados a lugares institucionalmente muy relevantes y ultraexpuestos públicamente. En efecto, la falta de experiencia política o de gestión puede llevarlos a cometer equivocaciones, que serán explotadas no sólo por las fuerzas opositoras sino, lo que quizá resulte más peligroso, por el peronismo tradicional (los gobernadores como viejos vinagres verdugos de jóvenes desprovistos de peso territorial y atractivo electoral).
Pero me interesa sobre todo señalar un punto más profundo y potencialmente más conflictivo, que podría sintetizarse en una pregunta molesta: ¿qué le aporta la juventud kirchnerista al kirchnerismo? Como escribió Mario Margulis (La juventud es más que una palabra, Editorial Biblos), los jóvenes, por definición, se sienten lejos de la enfermedad y la muerte, lo que los provee de una sensación de invulnerabilidad y, a veces, de inmortalidad, con efectos de temeridad y arrojo que a menudo se reflejan en riesgos gratuitos y conductas autodestructivas (sobredosis, accidentes, excesos). Estamos generalizando, desde luego, pero podríamos formularlo así: aligerados de recuerdos de etapas que no vivieron, los jóvenes actúan despojados de las inseguridades y certezas que no sean las de sus propias vidas, sin esa prudencia adulta que es fruto del recuerdo y la experiencia. Por eso la juventud es esperanza, promesa, potencia y libertad en el sentido de un abanico grande de opciones abierto.
Desde el Mayo del 68 hasta las revueltas árabes, es evidente que los jóvenes son capaces de cambiar un estado de cosas, pero que encuentran más dificultades para convertir todo eso en una construcción de poder. La cuestión es que el kirchnerismo ya tiene el poder. Hasta el momento, los jóvenes cercanos al gobierno han demostrado su capacidad para administrar poder, pero no para producirlo: Cristina Kirchner, por supuesto; pero también Scioli, los intendentes del conurbano, José Luis Gioja y Gildo Insfrán, todos ellos producen poder. ¿Qué pedirles, entonces, a los jóvenes kirchneristas, si el poder ya está?
No se trata, como señaló bien el periodista Martín Rodríguez, de reclamarles que corran por izquierda al gobierno, en buena medida porque el gobierno ya ha dado muestras de su voluntad de impulsar una agenda de políticas transformadoras sin la necesidad de un acicate que lo radicalice. Hacerlo, además, equivaldría a reproducir a destiempo la historia de los 70: pedirles que hagan lo mismo que los Montoneros hicieron con Perón es absurdo, entre otras cosas porque los actos de diseño ultracontrolados y pensados para la transmisión televisiva no admiten a miles de jóvenes discutiendo con el líder, ni al líder echándolos de la Plaza.
Pero tampoco es cuestión de aceptar que el momento histórico cambió y que entonces la juventud kirchnerista debe insertarse mansamente en una maquinaria que ya anda sola. Su potencia militante es bienvenida y quedó demostrada en el acto en el Luna Park. Pero los jóvenes no pueden limitarse a empujar la maquinaria, aunque lo hagan con fuerza, y quizá deban comenzar a pensar en generar chirridos, aunque aún no sepamos cómo. Por eso creo que el riesgo más grande de la juventud kirchnerista no es la disputa con el líder; el riesgo es que su institucionalización comprima la voluntad creativa, la innovación y el ejercicio de la libertad, que son o deberían ser los grandes aportes de los jóvenes al proyecto.
No faltan antecedentes. A comienzos de los 80, la Coordinadora, integrada por una generación brillante de militantes, acompañó a Raúl Alfonsín en sus muy transformadores primeros años en la presidencia; el líder radical los premió designándolos en puestos importantes, ministerios, secretarías, jefaturas de bloque. Con el tiempo se fueron oxidando, enredados en sus mil y una internas, al punto que ninguno de ellos logró superar el liderazgo del ex presidente, que por otra parte siempre se las arregló para situarse a su izquierda. Hace tiempo que dejaron de ser jóvenes y hoy son una colección de canosas promesas incumplidas. En este sentido, el riesgo de los jóvenes kirchneristas no es la expulsión de la Plaza, sino el ensimismamiento institucional, el achatamiento de sus pulsiones transformadoras y el encasillamiento burocrático; en suma, la imposibilidad de trascender al líder. Ninguno de ellos será Mario Firmenich, pero todavía tienen que demostrar que no se convertirán en Leopoldo Moreau o Federico Storani.
Si podrán hacerlo o no dependerá sobre todo de ellos, pero también de Cristina Kirchner y de quien asoma como el posible puente entre unos y otros: el vicepresidente electo Amado Boudou. Sus antecedentes de hombre de la noche, su paso por el CEMA y los modos actuales de su exposición pública (su moto y su guitarra) reenvían un poco a los 90, igual que incursiones televisivas como la de Sábado Bus, un programa tan noventista como Ramón Hernández o las vacaciones en Miami. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que Boudou acompañó de manera decidida las políticas oficiales, defendió incluso aquellas que podrían haberle resultado costosas en términos de imagen, como la disputa con Clarín, y es el autor intelectual de la nacionalización de las AFJP, decisión sobre la que descansa buena parte del esquema económico-social del kirchnerismo. Quizá fue al CEMA, pero lo bocharon y, en todo caso, un hombre siempre tiene derecho a cambiar, a ajustar su trayectoria de acuerdo con el signo de los tiempos, que es eso que siempre supo leer bien el peronismo: es en este sentido que Boudou es un peronista hecho y derecho.
Retomando el hilo del argumento, finalicemos señalando que la juventud kirchnerista tiene la oportunidad de liderar el ingreso al primer plano de la política de la tercera generación de la democracia recuperada, si la primera fue la de Alfonsín, Menem, Duhalde y De la Rúa, y la segunda la de los Kirchner, Macri, Carrió, Scioli. El desafío es administrar con inteligencia y al mismo tiempo con pasión el poder que se les ha concedido, mientras buscan la forma de generarlo y exploran nuevos estilos, ideas y vocabularios. Desprovista del tono sacrificial y las reminiscencias épicas que la teñían hace cuatro décadas, la política está cruzada hoy por la democracia, el pluralismo y el lenguaje de los derechos, que la organiza y regula. Si se escucha bien, es fácil comprobar que los jóvenes kirchneristas hablan esa lengua, porque la aprendieron de chicos y porque no cargan el peso de la experiencia de los 70, que dobla las espaldas de muchos adultos, con sus recuerdos tan legítimos como cualquier recuerdo, pero a veces es la impresión del autor de esta nota, que el lector adivinará treintañero excesivamente presentes.
* Director de Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, www.eldiplo.org
¿Y qué hizo el kirchnerismo con este fenómeno nuevo? Lo mismo que había hecho tantas veces en el pasado con temas, ideas o proyectos que no formaban parte de su agenda: capturarlo y tratar de aprovecharlo al máximo, poniendo detrás todo el peso del Estado y toda la fuerza de su voluntad. Fue así como cada vez más kirchneristas sub-40 fueron designados o promovidos a puestos estratégicos, y fue así como la Presidenta intervino en la definición de las listas legislativas, ubicando en lugares expectables a un número inédito de jóvenes, y no renunció a ello ni siquiera cuando referentes provinciales de peso, como el pampeano Carlos Verna, amenazaron con un portazo.
Sin caer en los análisis que enfocan el tema desde el simplismo institucional, como si la influencia de una organización pudiera medirse sólo por el peso de las bancas o secretarías que controla (los famosos siete diputados de La Cámpora), creo que vale la pena ensayar una mirada que contemple las diferentes facetas de la idea de generar un recambio generacional promovido desde la cúpula misma del poder, para después considerar sus desafíos y sus límites.
Digamos primero que la apuesta tiene su lógica. Ubicar a jóvenes en lugares de decisión les permitirá foguearse en los rigores del día a día del gobierno para jugar más tarde en ligas mayores. En segundo lugar, y ya desde un punto de vista más electoral, conviene recordar que Cristina Kirchner tiene vedada la reelección y que por lo tanto debe comenzar a pensar en construir un sucesor diferente al que desde el primer día le querrá imponer el peronismo, sea Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey o José Manuel de la Sota. Una juventud consolidada y potente puede jugar un rol importante en la interna del PJ.
Pero también hay riesgos. El primero es inmediato, pero controlable: los posibles errores de jóvenes súbitamente catapultados a lugares institucionalmente muy relevantes y ultraexpuestos públicamente. En efecto, la falta de experiencia política o de gestión puede llevarlos a cometer equivocaciones, que serán explotadas no sólo por las fuerzas opositoras sino, lo que quizá resulte más peligroso, por el peronismo tradicional (los gobernadores como viejos vinagres verdugos de jóvenes desprovistos de peso territorial y atractivo electoral).
Pero me interesa sobre todo señalar un punto más profundo y potencialmente más conflictivo, que podría sintetizarse en una pregunta molesta: ¿qué le aporta la juventud kirchnerista al kirchnerismo? Como escribió Mario Margulis (La juventud es más que una palabra, Editorial Biblos), los jóvenes, por definición, se sienten lejos de la enfermedad y la muerte, lo que los provee de una sensación de invulnerabilidad y, a veces, de inmortalidad, con efectos de temeridad y arrojo que a menudo se reflejan en riesgos gratuitos y conductas autodestructivas (sobredosis, accidentes, excesos). Estamos generalizando, desde luego, pero podríamos formularlo así: aligerados de recuerdos de etapas que no vivieron, los jóvenes actúan despojados de las inseguridades y certezas que no sean las de sus propias vidas, sin esa prudencia adulta que es fruto del recuerdo y la experiencia. Por eso la juventud es esperanza, promesa, potencia y libertad en el sentido de un abanico grande de opciones abierto.
Desde el Mayo del 68 hasta las revueltas árabes, es evidente que los jóvenes son capaces de cambiar un estado de cosas, pero que encuentran más dificultades para convertir todo eso en una construcción de poder. La cuestión es que el kirchnerismo ya tiene el poder. Hasta el momento, los jóvenes cercanos al gobierno han demostrado su capacidad para administrar poder, pero no para producirlo: Cristina Kirchner, por supuesto; pero también Scioli, los intendentes del conurbano, José Luis Gioja y Gildo Insfrán, todos ellos producen poder. ¿Qué pedirles, entonces, a los jóvenes kirchneristas, si el poder ya está?
No se trata, como señaló bien el periodista Martín Rodríguez, de reclamarles que corran por izquierda al gobierno, en buena medida porque el gobierno ya ha dado muestras de su voluntad de impulsar una agenda de políticas transformadoras sin la necesidad de un acicate que lo radicalice. Hacerlo, además, equivaldría a reproducir a destiempo la historia de los 70: pedirles que hagan lo mismo que los Montoneros hicieron con Perón es absurdo, entre otras cosas porque los actos de diseño ultracontrolados y pensados para la transmisión televisiva no admiten a miles de jóvenes discutiendo con el líder, ni al líder echándolos de la Plaza.
Pero tampoco es cuestión de aceptar que el momento histórico cambió y que entonces la juventud kirchnerista debe insertarse mansamente en una maquinaria que ya anda sola. Su potencia militante es bienvenida y quedó demostrada en el acto en el Luna Park. Pero los jóvenes no pueden limitarse a empujar la maquinaria, aunque lo hagan con fuerza, y quizá deban comenzar a pensar en generar chirridos, aunque aún no sepamos cómo. Por eso creo que el riesgo más grande de la juventud kirchnerista no es la disputa con el líder; el riesgo es que su institucionalización comprima la voluntad creativa, la innovación y el ejercicio de la libertad, que son o deberían ser los grandes aportes de los jóvenes al proyecto.
No faltan antecedentes. A comienzos de los 80, la Coordinadora, integrada por una generación brillante de militantes, acompañó a Raúl Alfonsín en sus muy transformadores primeros años en la presidencia; el líder radical los premió designándolos en puestos importantes, ministerios, secretarías, jefaturas de bloque. Con el tiempo se fueron oxidando, enredados en sus mil y una internas, al punto que ninguno de ellos logró superar el liderazgo del ex presidente, que por otra parte siempre se las arregló para situarse a su izquierda. Hace tiempo que dejaron de ser jóvenes y hoy son una colección de canosas promesas incumplidas. En este sentido, el riesgo de los jóvenes kirchneristas no es la expulsión de la Plaza, sino el ensimismamiento institucional, el achatamiento de sus pulsiones transformadoras y el encasillamiento burocrático; en suma, la imposibilidad de trascender al líder. Ninguno de ellos será Mario Firmenich, pero todavía tienen que demostrar que no se convertirán en Leopoldo Moreau o Federico Storani.
Si podrán hacerlo o no dependerá sobre todo de ellos, pero también de Cristina Kirchner y de quien asoma como el posible puente entre unos y otros: el vicepresidente electo Amado Boudou. Sus antecedentes de hombre de la noche, su paso por el CEMA y los modos actuales de su exposición pública (su moto y su guitarra) reenvían un poco a los 90, igual que incursiones televisivas como la de Sábado Bus, un programa tan noventista como Ramón Hernández o las vacaciones en Miami. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que Boudou acompañó de manera decidida las políticas oficiales, defendió incluso aquellas que podrían haberle resultado costosas en términos de imagen, como la disputa con Clarín, y es el autor intelectual de la nacionalización de las AFJP, decisión sobre la que descansa buena parte del esquema económico-social del kirchnerismo. Quizá fue al CEMA, pero lo bocharon y, en todo caso, un hombre siempre tiene derecho a cambiar, a ajustar su trayectoria de acuerdo con el signo de los tiempos, que es eso que siempre supo leer bien el peronismo: es en este sentido que Boudou es un peronista hecho y derecho.
Retomando el hilo del argumento, finalicemos señalando que la juventud kirchnerista tiene la oportunidad de liderar el ingreso al primer plano de la política de la tercera generación de la democracia recuperada, si la primera fue la de Alfonsín, Menem, Duhalde y De la Rúa, y la segunda la de los Kirchner, Macri, Carrió, Scioli. El desafío es administrar con inteligencia y al mismo tiempo con pasión el poder que se les ha concedido, mientras buscan la forma de generarlo y exploran nuevos estilos, ideas y vocabularios. Desprovista del tono sacrificial y las reminiscencias épicas que la teñían hace cuatro décadas, la política está cruzada hoy por la democracia, el pluralismo y el lenguaje de los derechos, que la organiza y regula. Si se escucha bien, es fácil comprobar que los jóvenes kirchneristas hablan esa lengua, porque la aprendieron de chicos y porque no cargan el peso de la experiencia de los 70, que dobla las espaldas de muchos adultos, con sus recuerdos tan legítimos como cualquier recuerdo, pero a veces es la impresión del autor de esta nota, que el lector adivinará treintañero excesivamente presentes.
* Director de Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, www.eldiplo.org
creo que lo mejor es lograra un dialogo entre los jovenes y la generacion que recuerda el 70…
buena noticia: volvio natanson.