De tanto en tanto, cuando se siente agobiado, a Mauricio Macri lo arrebata el deseo de estar solo, completamente solo. Le gustaría, por ejemplo, ir a comer afuera sin que lo reconozcan y pasar unas horas sin hablar con nadie, como hizo un mediodía en una gira por Tokio, incluso burlando a sus custodios. Pero durante aquel viaje de 2017 corrían -mirado desde la cruda realidad actual- buenos tiempos. La crisis se ha agigantado. Por tercer mes consecutivo cayó en julio la actividad industrial al 5,7% con respecto al mismo mes del año pasado, el dólar baja apenas de los 40 pesos, se profundiza la recesión, la inflación podría llegar este año al 40% y hasta los macristas más fanáticos reconocen ahora que lo peor de la crisis no solo no pasó sino que está por venir. La Argentina parece cada vez más lejos del país normal que prometió Cambiemos.