Cómo fue que Cristina logró juntar tanta gente en su contra el jueves?
En las últimas semanas se vio a su gobierno esmerándose en echar leña al fuego, con la grosera manipulación partidista de la ayuda a los inundados, con su indiferencia ante las denuncias de corrupción, y con un trámite exprés impuesto a la reforma de la Justicia, que sólo interrumpió para que el CELS aportara su legitimador granito de arena.
¿Fue adrede o no pudo con su genio?
Influye en su ánimo una experiencia que cree haber incorporado sobre cómo lidiar con circunstanciales críticas de la opinión. Que estima efímeras, y por tanto soportables mientras se pueda blindar el poder institucional, para neutralizar su influencia en él. Agustín Rossi lo explicó con todas las letras: dado que la gente los votó, los kirchneristas asumen estar autorizados a hacer lo que quieran hasta que se vuelva a votar, y mientras tanto ignorar cualquier crítica, que puede tacharse de particular y “no representativa”.
Toda una síntesis de cómo usar instrumentos de la democracia para pervertirla.
Pesa también el principio rector del método k, la polarización.
Mientras se esté en control del Estado, el método indica que siempre conviene extremar los conflictos, porque se abroquela a la tropa, y se abre un abismo entre ella y el campo enemigo.
Así entiende que funcionó su estrategia durante la larga crisis disparada por el conflicto con el campo: negándose a reconocer errores y a negociar con los adversarios, y aislando de su influencia a los legisladores oficialistas, con proyectos que dividieran a esa opinión crítica y debilitaran su capacidad de incidir en el sistema institucional, se disipó el rol de la oposición.
Es lo que en su momento el Gobierno más valoró de la ley de medios, y parece querer repetir ese éxito con la reforma judicial.
Aunque a la postre tampoco pueda aplicarla, estará satisfecho si logra polarizar, politizar y embarrar lo suficiente los poderes que no se le sometan.
Sucede sin embargo que la sociedad también ha ido aprendiendo a lidiar con esos dispositivos.
Y en el éxito del 18A no sólo hubo reacción a lo que el Gobierno hace, sino maduración de una agenda propia, cada vez más alejada de la oficial.
Que explica no sólo el crecimiento cuantitativo de las protestas sino también el cualitativo, su mayor confianza y capacidad articulatoria.
En esta agenda decantan vínculos de sentido que todavía el 13S y el 8N estaban faltando, y hoy, mirando para atrás, lo que más sorprende es que hayan tardado tanto en emerger: por ejemplo, el que vincula la corrupción con los déficits de infraestructura y servicios públicos, la inflación con la falta de perspectivas económicas, o la inseguridad con el abuso de poder y la impunidad. Frente a un oficialismo que lo más que puede articular es la manipulación del temor, con el argumento de que “es mejor quedarse con Cristina y conservar lo que tenemos”, la opinión crítica tiende a confirmar su diagnóstico (“tenemos un mal gobierno”) y se pregunta si será posible uno mejor.
Impedido ya de descalificar las protestas como golpistas y derechistas, el kirchnerismo insistirá en la tesis de su inutilidad. El problema es que así no se atiende al fondo de la cuestión: que la gente empieza a cansarse de pensar sólo en Cristina.
En las últimas semanas se vio a su gobierno esmerándose en echar leña al fuego, con la grosera manipulación partidista de la ayuda a los inundados, con su indiferencia ante las denuncias de corrupción, y con un trámite exprés impuesto a la reforma de la Justicia, que sólo interrumpió para que el CELS aportara su legitimador granito de arena.
¿Fue adrede o no pudo con su genio?
Influye en su ánimo una experiencia que cree haber incorporado sobre cómo lidiar con circunstanciales críticas de la opinión. Que estima efímeras, y por tanto soportables mientras se pueda blindar el poder institucional, para neutralizar su influencia en él. Agustín Rossi lo explicó con todas las letras: dado que la gente los votó, los kirchneristas asumen estar autorizados a hacer lo que quieran hasta que se vuelva a votar, y mientras tanto ignorar cualquier crítica, que puede tacharse de particular y “no representativa”.
Toda una síntesis de cómo usar instrumentos de la democracia para pervertirla.
Pesa también el principio rector del método k, la polarización.
Mientras se esté en control del Estado, el método indica que siempre conviene extremar los conflictos, porque se abroquela a la tropa, y se abre un abismo entre ella y el campo enemigo.
Así entiende que funcionó su estrategia durante la larga crisis disparada por el conflicto con el campo: negándose a reconocer errores y a negociar con los adversarios, y aislando de su influencia a los legisladores oficialistas, con proyectos que dividieran a esa opinión crítica y debilitaran su capacidad de incidir en el sistema institucional, se disipó el rol de la oposición.
Es lo que en su momento el Gobierno más valoró de la ley de medios, y parece querer repetir ese éxito con la reforma judicial.
Aunque a la postre tampoco pueda aplicarla, estará satisfecho si logra polarizar, politizar y embarrar lo suficiente los poderes que no se le sometan.
Sucede sin embargo que la sociedad también ha ido aprendiendo a lidiar con esos dispositivos.
Y en el éxito del 18A no sólo hubo reacción a lo que el Gobierno hace, sino maduración de una agenda propia, cada vez más alejada de la oficial.
Que explica no sólo el crecimiento cuantitativo de las protestas sino también el cualitativo, su mayor confianza y capacidad articulatoria.
En esta agenda decantan vínculos de sentido que todavía el 13S y el 8N estaban faltando, y hoy, mirando para atrás, lo que más sorprende es que hayan tardado tanto en emerger: por ejemplo, el que vincula la corrupción con los déficits de infraestructura y servicios públicos, la inflación con la falta de perspectivas económicas, o la inseguridad con el abuso de poder y la impunidad. Frente a un oficialismo que lo más que puede articular es la manipulación del temor, con el argumento de que “es mejor quedarse con Cristina y conservar lo que tenemos”, la opinión crítica tiende a confirmar su diagnóstico (“tenemos un mal gobierno”) y se pregunta si será posible uno mejor.
Impedido ya de descalificar las protestas como golpistas y derechistas, el kirchnerismo insistirá en la tesis de su inutilidad. El problema es que así no se atiende al fondo de la cuestión: que la gente empieza a cansarse de pensar sólo en Cristina.
Parafraseando- mal, es cierto- a R Darío se podría llamar a esta nota «los motivos del nabo». Un tipo al que el polo conservador quiere convertir en un politólogo de fuste, que percibe la realidad siempre en orsai.No vale refutar punto por punto porque es estéril discutir con estos amanuenses del poder que obran de muy mala fe.Me detengo en un punto en el que todos ellos insisten: el gobierno ganó las elecciones y cree que puede hacer lo que quiere.
¿Como es Marquitos?. Sería bueno que recordaras alguna gestión en la que el partido mayoritario haya gobernado segúnm el programa y el estilo de la oposición (que es la minoría). Pareciera para este gran politólogo que los votos de esa minoría valen más, aunque sean menos y que hay que atenerse a sus objetivos.Claro, ya lo dijo un maestro de los amanuenses, el dr. Natalio Botana: el populismo genera «mayorías sin consenso». O sea, las mayorías populares no tienen legitimidad a no ser que pidan permiso a las minorías.
¿Qué debería hacerse, entonces?. Bueno, entregar las reservas a la «gente» para que puede guardar dólares (y quedarnos sin ellas), endeudar al estado otra vez, eliminar las retenciones al agro, bajar los impuestos y el gasto público, dejar sin trabajo a una vasta porción de empleados públicos, congelar las jubilaciones,terminarla con eso de promover la actividad científica, bajar el consumo y el empleo, volver al seno del FMI. Y por supuesto, reestablecer las leyes de punto final y obediencia debida.Esto es lo que quieren los que acusan de autoritario al kirchnerismo.Es todo un programa.Como se ejecutó y nos llevó al 2001 se cuidan de hacerlo muy explícito y mienten, distorsionan, atacan con malas artes
me resilta ridiculo el argumento de que porque gano las eleciones hace lo que quiere.¿no resulta logico que ponga en practica su proyecto?¿o se lo acusa de extralimitacion porque se apunta a que haga lo que los manifestantes opositores piensan y quieren?