Relató José Cafaso refiriéndose al 23 de mayo de 1974 en Bahía Blanca “[…] estábamos con Jauretche en la Facultad cuando unos muchachos montoneros pidieron entrevistarse con él. En principio, no los quiso recibir pero, luego, se produjo la conversación. Jauretche fumaba una barbaridad, un cigarrillo tras otro, sin cesar. Y eso le provocaba tremendos ahogos. Estaba totalmente agotado y tenía dificultad para hablar, por la tos. Un muchacho de la juventud peronista le expuso, entonces, la concepción de ellos acerca de la lucha. Jauretche le refutó y en determinado momento le dijo: ‘Ustedes caminan muy ligero y en política no es conveniente caminar ligero, precisamente, cuando son muchas las paredes que hay que derrumbar. Yo tengo los años del siglo y todavía estoy predicando, con fe en lo que va a venir, aunque no sé si lo veré’.
Prácticamente la última foto a Jauretche que acompañaba a la entrevista del 18 de mayo de 1974 de la revista Latinoamericana.
“Esa noche, Arturo estaba profundamente triste, de una tristeza íntima, no confesada. Se notaba en su mirada. Miraba lejos, en profundidad. Tenía conciencia que estaba asistiendo al final de algo, al aniquilamiento de una esperanza”.
“Al mediodía siguiente, almorzamos con varios amigos y se generalizó la conversación acerca de la situación política. Las críticas a la orientación que Perón estaba dando al proceso se tornaban cada vez más acres y entonces, Jauretche se puso muy mal, se acaloró, se enojó. Más allá de los defectos y falencias del proceso, él lo defendió ardorosamente”, quizás, nuevamente como en los 50, porque temía que su crítica, aun cuando se efectuara desde una perspectiva superadora, fuera aprovechada en esos momentos difíciles por sectores reaccionarios. “Alguien le preguntó entonces si acaso no íbamos en camino a una nueva derrota. Rechazó terminantemente esa posibilidad, con énfasis, como si obstinadamente quisiera cerrar los ojos a una realidad que lo hería, que lo lastimaba y quisiera continuar aferrándose a una esperanza que se marchitaba día a día”.
A la tarde del 24 de mayo, Arturo y Clarita suben al avión hacia Buenos Aires. Con las sombras del anochecer están en su departamento. Jauretche sale a comprar unas frutas y regresa. Está cansado y nervioso. Lleva consigo la carga de varios meses de expectativa política, de tristezas profundas e indignaciones reprimidas. Cenan frugalmente y al rato se acuestan…
Está aclarando el nuevo día cuando Arturo se despierta apresado por una intensa fatiga. Una tremenda opresión en la cabeza y un jadeo cada vez más acentuado lo acometen. No desea alarmar a Clarita y se levanta en busca de un remedio. Pero a los pocos pasos, se le corta la respiración, y los objetos del departamento giran en derredor suyo. Quiere llamar a su compañera pero el grito se le ahoga en la garganta. Todo se oscurece, su pesado cuerpo cae junto a la ventana, traspasando el vidrio con una de sus manos. Clarita se despierta ante el ruido y corre a su lado. Pero Arturo Jauretche acaba de morir. Está clareando el 25 de Mayo, el día de la Patria.
Luego, en su departamento de la calle Esmeralda y a la mañana siguiente, en la Recoleta, son numerosas las manifestaciones de pesar de tantos compañeros y amigos. El gobierno nacional adopta un insólito silencio, pero desde diversos sectores del movimiento llega el reconocimiento merecido. Están los ministros Llambí, Benítez y Taiana y figuras radicalizadas (Puiggrós, Righi) que se hacen presentes. Legisladores provinciales y nacionales promueven homenajes, mientras “la tendencia” da un comunicado conjunto de JP, JUP, UES, Agrupación Evita, JTP y otros. Sostienen: “Desde la etapa yrigoyenista y desde FORJA, Jauretche marcó una clara actitud popular y nacional que tuvo su mejor expresión al pasar a formar parte del Movimiento Peronista desde sus comienzos. Por ello, lo reivindicamos y queremos rendirle un homenaje con el reconocimiento que merece un viejo compañero de la misma causa: la de la lucha por llevar adelante la consigna de nuestra inmortal Evita: Con sangre o sin sangre, la raza de los oligarcas y explotadores del pueblo desaparecerá en este siglo”.
Prácticamente la última foto a Jauretche que acompañaba a la entrevista del 18 de mayo de 1974 de la revista Latinoamericana.
“Esa noche, Arturo estaba profundamente triste, de una tristeza íntima, no confesada. Se notaba en su mirada. Miraba lejos, en profundidad. Tenía conciencia que estaba asistiendo al final de algo, al aniquilamiento de una esperanza”.
“Al mediodía siguiente, almorzamos con varios amigos y se generalizó la conversación acerca de la situación política. Las críticas a la orientación que Perón estaba dando al proceso se tornaban cada vez más acres y entonces, Jauretche se puso muy mal, se acaloró, se enojó. Más allá de los defectos y falencias del proceso, él lo defendió ardorosamente”, quizás, nuevamente como en los 50, porque temía que su crítica, aun cuando se efectuara desde una perspectiva superadora, fuera aprovechada en esos momentos difíciles por sectores reaccionarios. “Alguien le preguntó entonces si acaso no íbamos en camino a una nueva derrota. Rechazó terminantemente esa posibilidad, con énfasis, como si obstinadamente quisiera cerrar los ojos a una realidad que lo hería, que lo lastimaba y quisiera continuar aferrándose a una esperanza que se marchitaba día a día”.
A la tarde del 24 de mayo, Arturo y Clarita suben al avión hacia Buenos Aires. Con las sombras del anochecer están en su departamento. Jauretche sale a comprar unas frutas y regresa. Está cansado y nervioso. Lleva consigo la carga de varios meses de expectativa política, de tristezas profundas e indignaciones reprimidas. Cenan frugalmente y al rato se acuestan…
Está aclarando el nuevo día cuando Arturo se despierta apresado por una intensa fatiga. Una tremenda opresión en la cabeza y un jadeo cada vez más acentuado lo acometen. No desea alarmar a Clarita y se levanta en busca de un remedio. Pero a los pocos pasos, se le corta la respiración, y los objetos del departamento giran en derredor suyo. Quiere llamar a su compañera pero el grito se le ahoga en la garganta. Todo se oscurece, su pesado cuerpo cae junto a la ventana, traspasando el vidrio con una de sus manos. Clarita se despierta ante el ruido y corre a su lado. Pero Arturo Jauretche acaba de morir. Está clareando el 25 de Mayo, el día de la Patria.
Luego, en su departamento de la calle Esmeralda y a la mañana siguiente, en la Recoleta, son numerosas las manifestaciones de pesar de tantos compañeros y amigos. El gobierno nacional adopta un insólito silencio, pero desde diversos sectores del movimiento llega el reconocimiento merecido. Están los ministros Llambí, Benítez y Taiana y figuras radicalizadas (Puiggrós, Righi) que se hacen presentes. Legisladores provinciales y nacionales promueven homenajes, mientras “la tendencia” da un comunicado conjunto de JP, JUP, UES, Agrupación Evita, JTP y otros. Sostienen: “Desde la etapa yrigoyenista y desde FORJA, Jauretche marcó una clara actitud popular y nacional que tuvo su mejor expresión al pasar a formar parte del Movimiento Peronista desde sus comienzos. Por ello, lo reivindicamos y queremos rendirle un homenaje con el reconocimiento que merece un viejo compañero de la misma causa: la de la lucha por llevar adelante la consigna de nuestra inmortal Evita: Con sangre o sin sangre, la raza de los oligarcas y explotadores del pueblo desaparecerá en este siglo”.