10/11/12
En las modernas democracias presidenciales, los presidentes deben desempeñar dos papeles al mismo tiempo inexcusables e incompatibles.
Por un lado, se deben a la coalición de fuerzas y electorados que los han votado, precisan responder a esta parcialidad dando curso a unos objetivos más o menos difusos de cambio que se supone no son compartidos por la oposición y por quienes no los han votado. Pero, por otro lado, los presidentes deben simbolizar y aun expresar la totalidad de la comunidad política, deben ser “presidentes de todos”, “gobernar para todos”, resumir en su figura la pluralidad política y social y hacer gala del pluralismo político necesario. En un equilibrio inestable, los presidentes deben atender el dilema de encarnar los dos papeles. Pero nuestra presidente ha pretendido resolver el dilema en lugar de convivir con él.
Así, es un ejemplo de manual de un ejercicio altanero que ignora, descalifica, ningunea, excluye, deslegitimiza, a vastísimos sectores ciudadanos . Es hasta la propia legitimidad para existir en tanto sujetos políticos que les es negada por el gobierno. Al desentenderse del papel de expresión de toda la comunidad política, Cristina Kirchner ha llevado al extremo el desequilibrio entre ambos papeles. Esto es percibido por esos sectores, que han encontrado así un fuerte estímulo adicional para su descontento.
Sienten que en el “modelo” no tienen cabida. “54% + 46% = Argentina”, expresaba una pancarta.
Así, el 8N fue la combinación de dos tendencias: esta tesitura presidencial y la activación de un sector de la ciudadanía ya de por sí propenso a la protesta y a la movilización, al que no le faltan motivos.
Pero ¿cuáles son esos motivos? Concisamente, el 8N procura erigir límites al poder: a un poder desbocado y arbitrario que se muestra hasta ahora indetenible en todos los campos , la justicia, la corrupción, la re-re, la política de medios, la política fiscal y la inflación, los números del Indec, etc. Se trata de una demanda eminentemente liberal tanto como republicana . Demanda nunca tan necesaria como hoy en la Argentina democrática.
Pero si quienes protestaron quisieran imaginar el proyecto de una Argentina próspera, republicana, integrada, entonces los temas de la justicia social deberían formar parte de su agenda , sencillamente porque allí también hay motivos -terribles- para protestar por los sectores sociales excluídos y por sus derechos, y porque ellos y sus derechos también forman parte de la Nación.
Estos motivos de protesta estuvieron ausentes el 8N ; el desafío es grande: se trata de apuntalar los puentes entre grupos sociales y culturas políticas diferentes y darle curso a las demandas en diversas síntesis de la Nación en la competencia democrática. Es verdad que esto solo puede hacerlo la política pero el sujeto político de la protesta ya forma parte de la política.
En las modernas democracias presidenciales, los presidentes deben desempeñar dos papeles al mismo tiempo inexcusables e incompatibles.
Por un lado, se deben a la coalición de fuerzas y electorados que los han votado, precisan responder a esta parcialidad dando curso a unos objetivos más o menos difusos de cambio que se supone no son compartidos por la oposición y por quienes no los han votado. Pero, por otro lado, los presidentes deben simbolizar y aun expresar la totalidad de la comunidad política, deben ser “presidentes de todos”, “gobernar para todos”, resumir en su figura la pluralidad política y social y hacer gala del pluralismo político necesario. En un equilibrio inestable, los presidentes deben atender el dilema de encarnar los dos papeles. Pero nuestra presidente ha pretendido resolver el dilema en lugar de convivir con él.
Así, es un ejemplo de manual de un ejercicio altanero que ignora, descalifica, ningunea, excluye, deslegitimiza, a vastísimos sectores ciudadanos . Es hasta la propia legitimidad para existir en tanto sujetos políticos que les es negada por el gobierno. Al desentenderse del papel de expresión de toda la comunidad política, Cristina Kirchner ha llevado al extremo el desequilibrio entre ambos papeles. Esto es percibido por esos sectores, que han encontrado así un fuerte estímulo adicional para su descontento.
Sienten que en el “modelo” no tienen cabida. “54% + 46% = Argentina”, expresaba una pancarta.
Así, el 8N fue la combinación de dos tendencias: esta tesitura presidencial y la activación de un sector de la ciudadanía ya de por sí propenso a la protesta y a la movilización, al que no le faltan motivos.
Pero ¿cuáles son esos motivos? Concisamente, el 8N procura erigir límites al poder: a un poder desbocado y arbitrario que se muestra hasta ahora indetenible en todos los campos , la justicia, la corrupción, la re-re, la política de medios, la política fiscal y la inflación, los números del Indec, etc. Se trata de una demanda eminentemente liberal tanto como republicana . Demanda nunca tan necesaria como hoy en la Argentina democrática.
Pero si quienes protestaron quisieran imaginar el proyecto de una Argentina próspera, republicana, integrada, entonces los temas de la justicia social deberían formar parte de su agenda , sencillamente porque allí también hay motivos -terribles- para protestar por los sectores sociales excluídos y por sus derechos, y porque ellos y sus derechos también forman parte de la Nación.
Estos motivos de protesta estuvieron ausentes el 8N ; el desafío es grande: se trata de apuntalar los puentes entre grupos sociales y culturas políticas diferentes y darle curso a las demandas en diversas síntesis de la Nación en la competencia democrática. Es verdad que esto solo puede hacerlo la política pero el sujeto político de la protesta ya forma parte de la política.