La desorientación es casi total. A menos de un mes de la primera vuelta, en el mundo económico, entre empresarios, inversores y banqueros, nadie presume saber absolutamente nada sobre el futuro en Argentina. No hay elementos para asegurar en serio quién va a ganar las elecciones. Mucho menos cuáles serán las medidas que se adopten cualquiera fuera el resultado en las urnas, en principio para frenar la fuga de capitales que se va acelerando a medida que el Banco Central se queda sin reservas como en los peores tiempos. La dolarización de carteras y patrimonios, en billetes, bonos, acciones o ladrillos, es inevitable. Y, como todos saben, continuará.
Entre tanto, un triste final estas horas para el modelo productivo de inclusión social con matriz diversificada, con los profesionales del dinero delirando con las operaciones legales del dólar futuro, la lotería que promete ganar 10 veces lo apostado esperando que el dólar oficial valga más que 10,50 dentro de 6 meses. Lo notable y sospechoso es que a todos compran el dólar futuro para llenarse, pero el único que vende es el Banco Central. A pocos meses de terminar el mandato.
La incertidumbre es aún más profunda: tiene que ver con medir hasta dónde llegará a condicionar el futuro la herencia política y económica que deja la era Kirchner en la Argentina, sobre todo la profundización del estatismo y el autoritarismo económico en el segundo mandato de Cristina. Con ingredientes extremos que, tal vez, aún estén por venir hasta el 10 de diciembre por lo pronto. «La Patria está ante todo», advirtió el ministro Axel Kiciloff, al comentar la trepada del dólar blue en medio de la corrida de bonos autogenerada por el Gobierno la semana pasada. Pese a que su mandato como ministro termina en menos de 90 días, se aseguró status legal e inamovible para tres nuevos directores del Banco Central que le responden en nombre de Cristina y el Proyecto. Como cientos de altos funcionarios que hereda el próximo presidente en ministerios y dependencias clave, la Cancillería entre otros.
Los anuncios de los equipos económicos de los candidatos no calmaron demasiado a los mercados y al mundo empresario. Los dólares siguen saliendo y la corrida contra las reservas del Banco Central no frena. Las promesas directas o indirectas de los candidatos de negociar con los holdouts para reabrir el crédito no alcanzan. No está claro cómo se resolverá el desborde del gasto público y el gravísimo déficit fiscal que es la base de la inflación por emisión monetaria sin respaldo. El poder de los gremios y las organizaciones sociales parece inamovible, y los reclamos por aumentos salariales o contra el sinceramiento del dólar, los precios y las tarifas lucen evidentes.
Un escándalo se desató en el equipo de campaña del oficialismo cuando trascendió que se estudiaba eliminar los subsidios a la luz en el Conurbano. Ni Macri ni Massa han dicho una palabra sobre el ajuste fiscal y sus economistas tienen prohibido hablar del tema.
No está claro que el sucesor de Cristina esté en condiciones de administrar un ajuste por las buenas, de modo de evitar, a la larga y no necesariamente en los inmediato, una maxidevaluación con multiplicación de pobreza, como resultó siempre en los últimos 50 años. También Alfonsín, Menem y Duhalde intentaron gradualismo para salir de las crisis que heredaron. Pero en todos los casos, meses más meses menos, la recuperación y los dólares aparecieron después de la devaluación, después del acuerdo con los acreedores y sobre todo, cuando se recompuso el poder político y quedó claro quién gobernaba con capacidad de regenerar confianza. Es cierto que hoy existen mejores condiciones para evitar un estallido económico. Pero los desmanejos monetarios y fiscales en el final del gobierno de Cristina han trepado a niveles tan peligrosos o mayores que los que antecedieron los últimos estallidos en los 80s y los 90s.
En el sciolismo advierten que no cabe esperar volantazos. Todo suave. En el fondo, creen que el modelo, con algunos ajustes, puede seguir sin explotar. La tentación de lograr algo de crédito y seguir tirando con ochentismo económico es alta: un poco de devaluación, algo de tarifazo, un acuerdo de precios y salarios, y mantener el cepo y el estatismo económico lo que haga falta ante la incapacidad de recomponer confianza y clima de negocios. Con la perfecta excusa de que un sinceramiento del precio del dólar golpearía, sin duda, a los más humildes.
Es cierto que el Mundo no ayuda al optimismo en estas semanas Se profundizó la devaluación del real, creció la volatilidad en las bolsas internacionales y se consolidó la caída en los precios de los comodities que se viene observando hace meses con el fantasma de la suba de tasas en EE.UU. Lo seguro es que el próximo Gobierno tendrá en 2016 condiciones externas menos favorables para recuperar dólares. Dependerá de lo que haga y se decida dentro del país. De allí la creciente preocupación entre hombres de negocios. Dificultades externas y un pronóstico local más que reservado.
En lo inmediato el mundo de negocios le sigue otorgando a Daniel Scioli más chances de ganar. Sobre todo por la ventaja de la oposición fragmentada. Las encuestas más serias coinciden en que nada ha cambiado. Cada uno tiene lo mismo que tenía en las PASO: Scioli casi llegando a 40 puntos, Macri en 30 y Massa en 20. Si así fuera, Scioli solo ganaría en primera vuelta si el voto opositor no se concentra en Macri, y se dispersa con la estrella creciente de Sergio Massa.
Por eso en el macrismo temen por el eventual crecimiento de Massa en detrimento de su jefe. Efectivamente si el voto útil contra el Gobierno no se concentra en Cambiemos, podría ocurrir que Scioli gane en primera vuelta con más de 40% de los votos y 10 puntos de diferencia contra el segundo. Desde el massismo lógicamente alientan este escenario: van por el milagro de llegar ellos al ballotage contra Scioli y, si no se diera, suficiente con haberlo dañado al máximo a Macri y esperar. «Sergio es joven. Tiene tiempo», se empieza a escuchar en la militancia del Frente Renovador.
La tensión es creciente. El establishment empresario y de medios de comunicación independiente no termina de creer que Mauricio Macri pueda ganar. Observan que hasta ahora, con los resultados electorales en la mano y las encuestas, no ha logrado plantarse como el líder de toda la oposición para ganar con claridad las elecciones y poder recomponer poder político para enfrentar la herencia que deja Cristina en todos los niveles de la vida nacional. Las principales espadas del macrismo observan con algún grado de resentimiento esta realidad. Apuntan contra el llamado círculo rojo al que acusan de proteger y promover la candidatura de Daniel Scioli. «Lo de Mauricio es muy desigual» se lamentan en su entorno. «Tiene que enfrentar a Cristina, a Francisco, a Cristóbal, a Clarín, a Massa, a los principales periodistas de radio y tv que son todos amigos de Scioli. Todos y juegan para que gane Scioli» se resignan, también ellos, esperando el milagro de las urnas y la renovación.
Entre tanto, un triste final estas horas para el modelo productivo de inclusión social con matriz diversificada, con los profesionales del dinero delirando con las operaciones legales del dólar futuro, la lotería que promete ganar 10 veces lo apostado esperando que el dólar oficial valga más que 10,50 dentro de 6 meses. Lo notable y sospechoso es que a todos compran el dólar futuro para llenarse, pero el único que vende es el Banco Central. A pocos meses de terminar el mandato.
La incertidumbre es aún más profunda: tiene que ver con medir hasta dónde llegará a condicionar el futuro la herencia política y económica que deja la era Kirchner en la Argentina, sobre todo la profundización del estatismo y el autoritarismo económico en el segundo mandato de Cristina. Con ingredientes extremos que, tal vez, aún estén por venir hasta el 10 de diciembre por lo pronto. «La Patria está ante todo», advirtió el ministro Axel Kiciloff, al comentar la trepada del dólar blue en medio de la corrida de bonos autogenerada por el Gobierno la semana pasada. Pese a que su mandato como ministro termina en menos de 90 días, se aseguró status legal e inamovible para tres nuevos directores del Banco Central que le responden en nombre de Cristina y el Proyecto. Como cientos de altos funcionarios que hereda el próximo presidente en ministerios y dependencias clave, la Cancillería entre otros.
Los anuncios de los equipos económicos de los candidatos no calmaron demasiado a los mercados y al mundo empresario. Los dólares siguen saliendo y la corrida contra las reservas del Banco Central no frena. Las promesas directas o indirectas de los candidatos de negociar con los holdouts para reabrir el crédito no alcanzan. No está claro cómo se resolverá el desborde del gasto público y el gravísimo déficit fiscal que es la base de la inflación por emisión monetaria sin respaldo. El poder de los gremios y las organizaciones sociales parece inamovible, y los reclamos por aumentos salariales o contra el sinceramiento del dólar, los precios y las tarifas lucen evidentes.
Un escándalo se desató en el equipo de campaña del oficialismo cuando trascendió que se estudiaba eliminar los subsidios a la luz en el Conurbano. Ni Macri ni Massa han dicho una palabra sobre el ajuste fiscal y sus economistas tienen prohibido hablar del tema.
No está claro que el sucesor de Cristina esté en condiciones de administrar un ajuste por las buenas, de modo de evitar, a la larga y no necesariamente en los inmediato, una maxidevaluación con multiplicación de pobreza, como resultó siempre en los últimos 50 años. También Alfonsín, Menem y Duhalde intentaron gradualismo para salir de las crisis que heredaron. Pero en todos los casos, meses más meses menos, la recuperación y los dólares aparecieron después de la devaluación, después del acuerdo con los acreedores y sobre todo, cuando se recompuso el poder político y quedó claro quién gobernaba con capacidad de regenerar confianza. Es cierto que hoy existen mejores condiciones para evitar un estallido económico. Pero los desmanejos monetarios y fiscales en el final del gobierno de Cristina han trepado a niveles tan peligrosos o mayores que los que antecedieron los últimos estallidos en los 80s y los 90s.
En el sciolismo advierten que no cabe esperar volantazos. Todo suave. En el fondo, creen que el modelo, con algunos ajustes, puede seguir sin explotar. La tentación de lograr algo de crédito y seguir tirando con ochentismo económico es alta: un poco de devaluación, algo de tarifazo, un acuerdo de precios y salarios, y mantener el cepo y el estatismo económico lo que haga falta ante la incapacidad de recomponer confianza y clima de negocios. Con la perfecta excusa de que un sinceramiento del precio del dólar golpearía, sin duda, a los más humildes.
Es cierto que el Mundo no ayuda al optimismo en estas semanas Se profundizó la devaluación del real, creció la volatilidad en las bolsas internacionales y se consolidó la caída en los precios de los comodities que se viene observando hace meses con el fantasma de la suba de tasas en EE.UU. Lo seguro es que el próximo Gobierno tendrá en 2016 condiciones externas menos favorables para recuperar dólares. Dependerá de lo que haga y se decida dentro del país. De allí la creciente preocupación entre hombres de negocios. Dificultades externas y un pronóstico local más que reservado.
En lo inmediato el mundo de negocios le sigue otorgando a Daniel Scioli más chances de ganar. Sobre todo por la ventaja de la oposición fragmentada. Las encuestas más serias coinciden en que nada ha cambiado. Cada uno tiene lo mismo que tenía en las PASO: Scioli casi llegando a 40 puntos, Macri en 30 y Massa en 20. Si así fuera, Scioli solo ganaría en primera vuelta si el voto opositor no se concentra en Macri, y se dispersa con la estrella creciente de Sergio Massa.
Por eso en el macrismo temen por el eventual crecimiento de Massa en detrimento de su jefe. Efectivamente si el voto útil contra el Gobierno no se concentra en Cambiemos, podría ocurrir que Scioli gane en primera vuelta con más de 40% de los votos y 10 puntos de diferencia contra el segundo. Desde el massismo lógicamente alientan este escenario: van por el milagro de llegar ellos al ballotage contra Scioli y, si no se diera, suficiente con haberlo dañado al máximo a Macri y esperar. «Sergio es joven. Tiene tiempo», se empieza a escuchar en la militancia del Frente Renovador.
La tensión es creciente. El establishment empresario y de medios de comunicación independiente no termina de creer que Mauricio Macri pueda ganar. Observan que hasta ahora, con los resultados electorales en la mano y las encuestas, no ha logrado plantarse como el líder de toda la oposición para ganar con claridad las elecciones y poder recomponer poder político para enfrentar la herencia que deja Cristina en todos los niveles de la vida nacional. Las principales espadas del macrismo observan con algún grado de resentimiento esta realidad. Apuntan contra el llamado círculo rojo al que acusan de proteger y promover la candidatura de Daniel Scioli. «Lo de Mauricio es muy desigual» se lamentan en su entorno. «Tiene que enfrentar a Cristina, a Francisco, a Cristóbal, a Clarín, a Massa, a los principales periodistas de radio y tv que son todos amigos de Scioli. Todos y juegan para que gane Scioli» se resignan, también ellos, esperando el milagro de las urnas y la renovación.
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