«Voy a abrir el programa desde el camarín, después vengo. No hagan quilombo», nos advierte Jorge Lanata. El reloj marca 21.40 y la tribuna de «Periodismo para todos» unas ochenta butacas en el estudio D de Canal 13 está casi repleta. El conductor prende el primer Benson & Hedges de la noche, que saca del bolsillo de su traje de gamuza verde, y desaparece detrás de una puerta blanca.
En el piso suena INXS. Algunas de las personas del público matan el tiempo observando el televisor sobre sus cabezas, un 29 pulgadas de los viejos que muestra al humorista y conductor José María Listorti en el cierre de «Cantando por un sueño», que en su décima gala araña el millón de espectadores.
«Ahora ponemos música y levantamos un poco», promete Lucas, el coordinador de la tribuna. Acto seguido le ordena a un grupo de la tercera fila que se mueva un poco más allá, es decir, la punta izquierda de la tribuna, donde nace un espejo que viejo truco televisivo aumenta la sensación de profundidad. Cualquier pedido de disculpas por esta incomodidad es devuelto con una mirada cómplice.
Finalmente llega la música prometida. A volumen considerable, navega entre las décadas del ochenta y el noventa: Nirvana, el britpop de Blur, algo de Madonna. El clima se interrumpe porque el productor empieza a probar diferentes cortinas para abrir el programa. Finalmente, elige una melodía apagada, grave.
Dos franjas etarias sobresalen entre el público. Los «grandes» tienen entre 40 y 55 años, chaleco encima de la camisa celeste. Ineludible afinidad con los rostros de la protesta cacerolera. Entre el resto de la concurrencia encontramos a quienes podrían ser sus hijos, un público sub-23 que sin dudas existe, e insiste, más allá del discurso (antojadizo) que dice que la gran mayoría de los jóvenes son kirchneristas. Una de las chicas tendrá unos dieciocho abriles habla por celular y cuenta que hoy está sentada «más o menos por donde estuve la última vez». A simple vista, todas se alisaron el pelo, están maquilladas, ostentan ropa colorida y usan plataformas altas. Vinieron con amigas al programa. La escena, alegre, distendida, se parece bastante a ese ritual adolescente al que remiten ciertas publicidades de bebidas.
Más atrás, dos hombres que pasan la treintena hablan mal de Mauricio Macri. El primero cuenta que se cruzó al jefe de Gobierno en la calle y alcanzó a increparlo por el sistema de transportes. «¡Hiciste una bicisenda en Juncal!», dice que le reprochó. Su interlocutor prefiere apuntar los dardos al sindicalismo. «Conocí a un tipo que decía ser uno de los secretarios de la CGT, tenía una casa en el country donde vive mi papá. Un día vinieron a verlo. Esperaba un Fiat 600, pero todos venían en Audi», ilustra, antes de coronar su comentario con una sentencia: «Ese tipo tiene cara de tránsfuga, te das cuenta por el tamaño de la papada». Música para la tribuna de un programa que analiza a la clase política en clave de prontuario.
Entra al estudio Martín Bilyk, el imitador de Aníbal Fernández, disfrazado de boxeador. Tiene falsos auspicios de CN23 y Tiempo Argentino, la llamada «prensa oficialista». El público lo recibe con aplausos, pero Bilyk todavía no está metido en el personaje: ensaya junto a dos productores cómo entrar al ring de fantasía que prepararon para su sketch. Mientras tanto, otros empleados del canal acercan una gigantografía de Macri al estudio. Tal vez aparezca un informe contra el jefe del PRO. Pero no, sólo está ahí de punching-ball del senador del Frente para la Victoria.
Los críticos de Lanata yerran el tiro cuando buscan deslegitimar a su público por cómo se viste. Lejos de ser motivo de culpa, los patrones de consumo de este ABC1 multigeneracional son un lugar de resistencia, una oposición simbólica a las políticas económicas encaradas por el kirchnerismo. ¿Cómo decodificar la presencia de esos sweaters Tommy Hilfiger sin tener en cuenta que también están ahí para decir «tomá, esquivamos las trabas de Moreno»?
La imagen del exdirector de Crítica en su camarín se proyecta sobre el fondo del estudio vacío. Antes de salir al aire, este hombre de 52 años y barba canosa se limita a mirar fijo a la cámara, como quien desafía a un contrincante. Lo que en realidad espera, durante eternos diez minutos televisivos, es que Listorti cierre su concurso musical. Se sienta. Enciende el segundo Benson. Finalmente, la indicación en off. Diez segundos. Cinco, cuatro, tres, dos. Aire.
«Éste es mi camarín. Es un quilombo, estuvieron tratando de ordenarlo», fantasea. Su decisión de no abrir desde el estudio es una ruptura estilística. «Quería decirte algo muy importante», revela a sus televidentes. La idea de tutearlos así en un momento de supuesta solemnidad no hace más que dejar en evidencia lo artificial del recurso. «Quería hablarte del 7D».
El 7D es el 7 de diciembre, fecha en la que -según la Corte Suprema- finaliza la medida cautelar que el Grupo Clarín presentó para quedar exceptuada de la acción de la Ley de Medios Audiovisuales, norma que el propio Lanata había apoyado en 2009 desde su programa en Canal 26. El monólogo sigue y la tribuna escucha atenta comparaciones con las políticas encaradas por la Venezuela de Hugo Chávez.
A la vuelta del corte aparecen los primeros «fuck you». A esta altura son conocidos. Se trata de una sucesión de fotografías en las que distintas personas muestran el dedo mayor, acaso la contracara de los saludos y los dedos en V que practican los seguidores de «6,7,8». Hay algo lúdico en estas imágenes, sobre todo en los «fuck you». ¿Están dirigidos a Cristina? Sea como fuere, queda claro que la versión 2012 de este insulto no presenta la bronca moderna del «que se vayan todos». Es, antes que nada, una especie de saludo que se sirve con una canción de Lily Allen. Irónico, posmoderno. Cínico, tal vez.
La parte «fuerte» del programa, que periodistas y amigos se encargan de vender a lo largo de la semana, son los informes. Una de esas notas incluye partes de una entrevista al intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez. El programa acusa al jefe comunal de habilitar un emprendimiento privado sobre un predio que funcionó como centro clandestino de detención. Años atrás, en un famoso monólogo, el exdirector de Página/12 se había declarado «harto» de que el Gobierno hablara tanto de la última dictadura («algo que pasó hace treinta y cuatro años»).
Durante la pausa, el conductor recibe un llamado. Habla sentado en su escritorio, a media luz. Prende otro cigarrillo. Se saca los anteojos, lo maquillan, toma nota de algo que le cuentan. A la vuelta del corte anuncia, satisfecho, que Díaz Pérez está «desesperado» escribiendo tuits en su cuenta para desmentir el informe de hace un momento. La periodista que hizo la nota intenta aclarar cómo se procesó esa información. «Otra cosa que me parece importante, en pos de la edición…», comienza a decir. «No tenemos nada, no tenemos nada. Tenemos que cerrar», la interrumpe Lanata. La cronista sale de plano y las cámaras vuelven al conductor estrella, quien consigue treinta segundos para vender el show del próximo domingo, en el que estará «de compras con Cristina por la Quinta Avenida». Suena la canción de la película «Slumdog millionaire». Es el final.
Minutos antes, tras un chiste sobre la estética de sus cronistas, Lanata le había preguntando a la periodista en torno burlón. «¿Vos pensabas que eras periodista política?». «Periodista, quizás», respondió ella, con una sonrisa tímida. Lanata negó con la cabeza. «No, no. Estás en televisión».
En el piso suena INXS. Algunas de las personas del público matan el tiempo observando el televisor sobre sus cabezas, un 29 pulgadas de los viejos que muestra al humorista y conductor José María Listorti en el cierre de «Cantando por un sueño», que en su décima gala araña el millón de espectadores.
«Ahora ponemos música y levantamos un poco», promete Lucas, el coordinador de la tribuna. Acto seguido le ordena a un grupo de la tercera fila que se mueva un poco más allá, es decir, la punta izquierda de la tribuna, donde nace un espejo que viejo truco televisivo aumenta la sensación de profundidad. Cualquier pedido de disculpas por esta incomodidad es devuelto con una mirada cómplice.
Finalmente llega la música prometida. A volumen considerable, navega entre las décadas del ochenta y el noventa: Nirvana, el britpop de Blur, algo de Madonna. El clima se interrumpe porque el productor empieza a probar diferentes cortinas para abrir el programa. Finalmente, elige una melodía apagada, grave.
Dos franjas etarias sobresalen entre el público. Los «grandes» tienen entre 40 y 55 años, chaleco encima de la camisa celeste. Ineludible afinidad con los rostros de la protesta cacerolera. Entre el resto de la concurrencia encontramos a quienes podrían ser sus hijos, un público sub-23 que sin dudas existe, e insiste, más allá del discurso (antojadizo) que dice que la gran mayoría de los jóvenes son kirchneristas. Una de las chicas tendrá unos dieciocho abriles habla por celular y cuenta que hoy está sentada «más o menos por donde estuve la última vez». A simple vista, todas se alisaron el pelo, están maquilladas, ostentan ropa colorida y usan plataformas altas. Vinieron con amigas al programa. La escena, alegre, distendida, se parece bastante a ese ritual adolescente al que remiten ciertas publicidades de bebidas.
Más atrás, dos hombres que pasan la treintena hablan mal de Mauricio Macri. El primero cuenta que se cruzó al jefe de Gobierno en la calle y alcanzó a increparlo por el sistema de transportes. «¡Hiciste una bicisenda en Juncal!», dice que le reprochó. Su interlocutor prefiere apuntar los dardos al sindicalismo. «Conocí a un tipo que decía ser uno de los secretarios de la CGT, tenía una casa en el country donde vive mi papá. Un día vinieron a verlo. Esperaba un Fiat 600, pero todos venían en Audi», ilustra, antes de coronar su comentario con una sentencia: «Ese tipo tiene cara de tránsfuga, te das cuenta por el tamaño de la papada». Música para la tribuna de un programa que analiza a la clase política en clave de prontuario.
Entra al estudio Martín Bilyk, el imitador de Aníbal Fernández, disfrazado de boxeador. Tiene falsos auspicios de CN23 y Tiempo Argentino, la llamada «prensa oficialista». El público lo recibe con aplausos, pero Bilyk todavía no está metido en el personaje: ensaya junto a dos productores cómo entrar al ring de fantasía que prepararon para su sketch. Mientras tanto, otros empleados del canal acercan una gigantografía de Macri al estudio. Tal vez aparezca un informe contra el jefe del PRO. Pero no, sólo está ahí de punching-ball del senador del Frente para la Victoria.
Los críticos de Lanata yerran el tiro cuando buscan deslegitimar a su público por cómo se viste. Lejos de ser motivo de culpa, los patrones de consumo de este ABC1 multigeneracional son un lugar de resistencia, una oposición simbólica a las políticas económicas encaradas por el kirchnerismo. ¿Cómo decodificar la presencia de esos sweaters Tommy Hilfiger sin tener en cuenta que también están ahí para decir «tomá, esquivamos las trabas de Moreno»?
La imagen del exdirector de Crítica en su camarín se proyecta sobre el fondo del estudio vacío. Antes de salir al aire, este hombre de 52 años y barba canosa se limita a mirar fijo a la cámara, como quien desafía a un contrincante. Lo que en realidad espera, durante eternos diez minutos televisivos, es que Listorti cierre su concurso musical. Se sienta. Enciende el segundo Benson. Finalmente, la indicación en off. Diez segundos. Cinco, cuatro, tres, dos. Aire.
«Éste es mi camarín. Es un quilombo, estuvieron tratando de ordenarlo», fantasea. Su decisión de no abrir desde el estudio es una ruptura estilística. «Quería decirte algo muy importante», revela a sus televidentes. La idea de tutearlos así en un momento de supuesta solemnidad no hace más que dejar en evidencia lo artificial del recurso. «Quería hablarte del 7D».
El 7D es el 7 de diciembre, fecha en la que -según la Corte Suprema- finaliza la medida cautelar que el Grupo Clarín presentó para quedar exceptuada de la acción de la Ley de Medios Audiovisuales, norma que el propio Lanata había apoyado en 2009 desde su programa en Canal 26. El monólogo sigue y la tribuna escucha atenta comparaciones con las políticas encaradas por la Venezuela de Hugo Chávez.
A la vuelta del corte aparecen los primeros «fuck you». A esta altura son conocidos. Se trata de una sucesión de fotografías en las que distintas personas muestran el dedo mayor, acaso la contracara de los saludos y los dedos en V que practican los seguidores de «6,7,8». Hay algo lúdico en estas imágenes, sobre todo en los «fuck you». ¿Están dirigidos a Cristina? Sea como fuere, queda claro que la versión 2012 de este insulto no presenta la bronca moderna del «que se vayan todos». Es, antes que nada, una especie de saludo que se sirve con una canción de Lily Allen. Irónico, posmoderno. Cínico, tal vez.
La parte «fuerte» del programa, que periodistas y amigos se encargan de vender a lo largo de la semana, son los informes. Una de esas notas incluye partes de una entrevista al intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez. El programa acusa al jefe comunal de habilitar un emprendimiento privado sobre un predio que funcionó como centro clandestino de detención. Años atrás, en un famoso monólogo, el exdirector de Página/12 se había declarado «harto» de que el Gobierno hablara tanto de la última dictadura («algo que pasó hace treinta y cuatro años»).
Durante la pausa, el conductor recibe un llamado. Habla sentado en su escritorio, a media luz. Prende otro cigarrillo. Se saca los anteojos, lo maquillan, toma nota de algo que le cuentan. A la vuelta del corte anuncia, satisfecho, que Díaz Pérez está «desesperado» escribiendo tuits en su cuenta para desmentir el informe de hace un momento. La periodista que hizo la nota intenta aclarar cómo se procesó esa información. «Otra cosa que me parece importante, en pos de la edición…», comienza a decir. «No tenemos nada, no tenemos nada. Tenemos que cerrar», la interrumpe Lanata. La cronista sale de plano y las cámaras vuelven al conductor estrella, quien consigue treinta segundos para vender el show del próximo domingo, en el que estará «de compras con Cristina por la Quinta Avenida». Suena la canción de la película «Slumdog millionaire». Es el final.
Minutos antes, tras un chiste sobre la estética de sus cronistas, Lanata le había preguntando a la periodista en torno burlón. «¿Vos pensabas que eras periodista política?». «Periodista, quizás», respondió ella, con una sonrisa tímida. Lanata negó con la cabeza. «No, no. Estás en televisión».