Fabiana Segovia empuja la puerta de las oficinas de radio Continental. Atraviesa la alfombra de la entrada con el logo del español Grupo Prisa y saluda al encargado del edificio mientras intenta hacer equilibrio con la pila de papeles y carpetas que carga en los brazos. Sube al ascensor y marca el tercer piso.
Faltan veinticinco minutos para las nueve de la mañana.
Doblando a la derecha, casi al fondo, está el estudio principal de la radio, lugar en el que transcurre el último tramo del programa de Magdalena Ruiz Guiñazú. Unos metros antes, en un cuarto minúsculo de paredes blancas, encontramos a Víctor Hugo Morales. Sentado con los pies apoyados en la pared, zapatos de gamuza con más de un hervor, el uruguayo apenas se mueve de su lugar para recibir la treintena de hojas impresas, con anotaciones en lapicera azul, que le entrega Segovia. En quince minutos arranca el programa y aún falta afinar el contenido.
Su tarea de «gatekeeper» es rápida, eficaz. El conductor nacido en Cardona desecha bloques, noticias y numerosos avisos parroquiales a un promedio de dos segundos por página. Por lo pronto, este hombre de camisa verde a cuadros sabe que deberá hablar del contrapunto verbal entre Cristina Fernández y el FMI, y que en algún momento conversará con el diputado kirchnerista Roberto Feletti. También piensa arrancar el programa hablando de las protestas en España contra el plan de ajuste, aunque aclara a sus colaboradores que las críticas no irán únicamente a Mariano Rajoy, sino también al exmandatario del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero. «El ‘que se vayan todos’ también alude a estos pelotudos que se traicionaron», les comenta.
En el medio, despotrica con una gran editorial que, según calcula, le escamotea la cantidad de ejemplares vendidos de uno de sus libros. El sello le dice que vendió tres mil ejemplares. «¡Tres mil ejemplares! ¿Los habré dedicado a todos? Un día los voy a denunciar», promete. Acto seguido, les encarga a los productores unos audios sobre las supuestas amenazas del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Pide buscar la grabación que salió en «6,7,8» para compararla con la de Todo Noticias, uno de la decena de canales de TV del Grupo Clarín. La reunión final de producción duró menos de diez minutos y terminó justo a tiempo. Tira su vaso de café a la basura. Es hora de entrar al estudio.
A esta altura del partido, no hay «pase» radial que valga. A ochenta centímetros de Víctor Hugo, Magdalena recoge su abrigo y sus cosas. Se va. No se saludan. La imagen de la salida de la conductora y su equipo es la de una banda de rock que alquila un estudio por hora y al terminar su turno junta los instrumentos antes de cruzarse, de mala gana, con el próximo grupo.
Los conductores no se dirigen la palabra desde aquella entrevista conjunta al excandidato presidencial Ricardo Alfonsín. Las diferencias entre ambos llegaron a un punto de no retorno cuando la exintegrante de la Conadep lo increpó al aire. «¿Cómo se llama tu programa en Canal 9?», le espetó aquel jueves de octubre, intentando trazar un paralelismo entre el título «Bajada de línea» y la existencia de órdenes oficiales. El uruguayo, enojado, contraatacó apelando al fondo de la calma oriental. «Magda». Así la nombraba en pleno intercambio para guardar las formas ante una audiencia que pegaba la oreja al parlante ante ese choque de planetas. El cruce fue tan feroz que Alfonsín, el supuesto protagonista del reportaje, terminó como actor de reparto.
Nada de eso sucede esta mañana. El nuevo programa comienza a las 9 en punto, hablando de la situación en España. Víctor Hugo despliega su primer editorial en torno a los partidos de derecha, a los que acusa de no blanquear sus programas económicos. Su discurso tiene un tono amable, pero crítico. Como un ejemplo lúdico de su argumento, pone al aire un spot de campaña del Partido Popular español y otro que le gusta particularmente de Henrique Capriles, en el que el venezolano anuncia que su plataforma es parte del «autobús del progreso».
Satisfecho con el efecto producido, el conductor pide, fuera de micrófono, que lo pasen de nuevo. Hernán Abella, el operador desde la «pecera», así llamada por el vidrio rectangular que separa los controles del estudio, repite el audio. «¡Este es el autobús del progreso!», grita Capriles, fuera de sí. Víctor Hugo se ríe, los ojos se le hacen chiquitos. Está contento.
Entra el llamado de Feletti y el conductor le pregunta por las restricciones a la compra de dólares; luego lee un comunicado de Hebe de Bonafini en el que la titular de Madres acusa a José Manuel de la Sota de «miserable»; más tarde, pasa el audio de Moreno y ensaya una defensa del funcionario. La primera voz opositora, la diputada del FAP Victoria Donda, sale a las 10.17. Van 77 minutos de programa.
En el corte, una publicidad llama la atención dentro y fuera de la isla: un aviso, nuevo, del Gobierno de la provincia de Córdoba. Quien habla es De la Sota. El contraste con el comunicado de Hebe es inmediato. «La radio manda un aviso sobre estos tipos y nosotros justo nos metemos con esto», se lamenta Víctor Hugo, entre risas.
Del otro lado de la pecera, Segovia sonríe. Había empezado a trabajar a su lado en «Por deporte», un programa radial donde aparecían representantes de disciplinas poco difundidas en el país, como esquí o atletismo, y hace cinco años, cuando el relator ocupó la media mañana en Continental, decidió acompañarlo una vez más.
Al principio, cuando la programación de Continental cobró la forma actual, la relación de Víctor Hugo con el resto de las figuras era buena. Sin embargo, los roces no tardaron en aparecer. Tres años atrás, con Fernando Bravo se retiraron el saludo luego de que en «La mañana» pasaron un audio en el que el corredor Marcos Di Palma se despachaba contra la posición dominante de la productora Carburando, en parte propiedad de Clarín. «La pelea con Bravo también fue parte de su milonga con los monopolios», recuerda su productora. Por la tarde, el conductor de San Pedro entrevistó a un directivo de Carburando con agrios comentarios sobre la entrevista de la mañana a Di Palma. Fin de la relación.
El enfrentamiento con Clarín trasciende la guerra abierta que el grupo mantiene, desde 2008, con el Gobierno nacional. Ya es un asunto personal. Y aunque hoy el conductor aparezca estrechamente consustanciado con determinadas políticas kirchneristas, sus batallas personales exceden la posición favorable o contraria al Gobierno. Eso explica por qué le dedica, por ejemplo, varios minutos al conflicto que los canillitas mantienen con las grandes revistas, o por qué, antes de despedirse, les pide a sus oyentes que lean las notas de su página web personal, a la que llama «nuestra trinchera».
Su salida del estudio se produce a toda velocidad: tiene un compromiso en el teatro Gran Rex. Segovia le recuerda que es a cuatro cuadras, que le conviene ir caminando. El relator desobedece y a la salida para un taxi sobre Rivadavia. El chofer no le da importancia al hecho de estar llevando a un ícono de la radio argentina.
«Hoy no hubo casi críticas al Gobierno admite Víctor Hugo mientras el taxi dobla por Carlos Pellegrini. Pero alternamos. El otro día conté cinco o seis cosas con las que discrepo, y están expresadas con el tono habitual». ¿Cómo se siente frente a tanta exposición? «Tiene cosas maravillosas y otras un poco más tensas. Siempre aparece alguien que me dice alguna cosa (agresión), pero los comprendo por lo que le han hecho los medios tradicionales», explica. (Segovia contará que al principio sufría mucho. «Le molestaba que le dijeran ‘uruguayo vendido’. Se hacía problema por cada comentario. Ahora está más acostumbrado»).
Hay quienes sostienen que este escenario de fuerte polarización vuelve difícil el ejercicio del periodismo. Víctor Hugo no coincide. «Creo que es maravilloso lo que ha ocurrido, aunque algunos dejamos jirones en el camino. Hasta hace tres años y medio hacíamos periodismo como si estuviésemos en una cosa light. De pronto, cada palabra, cada idea, pasó a tener otro peso. Es cierto, estamos muy expuestos al abrir el micrófono y he tenido casos memorables de metidas de pata. Pero creo que es más lindo ahora que cada uno va mostrando de qué lado del mundo quiere estar».
Faltan veinticinco minutos para las nueve de la mañana.
Doblando a la derecha, casi al fondo, está el estudio principal de la radio, lugar en el que transcurre el último tramo del programa de Magdalena Ruiz Guiñazú. Unos metros antes, en un cuarto minúsculo de paredes blancas, encontramos a Víctor Hugo Morales. Sentado con los pies apoyados en la pared, zapatos de gamuza con más de un hervor, el uruguayo apenas se mueve de su lugar para recibir la treintena de hojas impresas, con anotaciones en lapicera azul, que le entrega Segovia. En quince minutos arranca el programa y aún falta afinar el contenido.
Su tarea de «gatekeeper» es rápida, eficaz. El conductor nacido en Cardona desecha bloques, noticias y numerosos avisos parroquiales a un promedio de dos segundos por página. Por lo pronto, este hombre de camisa verde a cuadros sabe que deberá hablar del contrapunto verbal entre Cristina Fernández y el FMI, y que en algún momento conversará con el diputado kirchnerista Roberto Feletti. También piensa arrancar el programa hablando de las protestas en España contra el plan de ajuste, aunque aclara a sus colaboradores que las críticas no irán únicamente a Mariano Rajoy, sino también al exmandatario del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero. «El ‘que se vayan todos’ también alude a estos pelotudos que se traicionaron», les comenta.
En el medio, despotrica con una gran editorial que, según calcula, le escamotea la cantidad de ejemplares vendidos de uno de sus libros. El sello le dice que vendió tres mil ejemplares. «¡Tres mil ejemplares! ¿Los habré dedicado a todos? Un día los voy a denunciar», promete. Acto seguido, les encarga a los productores unos audios sobre las supuestas amenazas del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Pide buscar la grabación que salió en «6,7,8» para compararla con la de Todo Noticias, uno de la decena de canales de TV del Grupo Clarín. La reunión final de producción duró menos de diez minutos y terminó justo a tiempo. Tira su vaso de café a la basura. Es hora de entrar al estudio.
A esta altura del partido, no hay «pase» radial que valga. A ochenta centímetros de Víctor Hugo, Magdalena recoge su abrigo y sus cosas. Se va. No se saludan. La imagen de la salida de la conductora y su equipo es la de una banda de rock que alquila un estudio por hora y al terminar su turno junta los instrumentos antes de cruzarse, de mala gana, con el próximo grupo.
Los conductores no se dirigen la palabra desde aquella entrevista conjunta al excandidato presidencial Ricardo Alfonsín. Las diferencias entre ambos llegaron a un punto de no retorno cuando la exintegrante de la Conadep lo increpó al aire. «¿Cómo se llama tu programa en Canal 9?», le espetó aquel jueves de octubre, intentando trazar un paralelismo entre el título «Bajada de línea» y la existencia de órdenes oficiales. El uruguayo, enojado, contraatacó apelando al fondo de la calma oriental. «Magda». Así la nombraba en pleno intercambio para guardar las formas ante una audiencia que pegaba la oreja al parlante ante ese choque de planetas. El cruce fue tan feroz que Alfonsín, el supuesto protagonista del reportaje, terminó como actor de reparto.
Nada de eso sucede esta mañana. El nuevo programa comienza a las 9 en punto, hablando de la situación en España. Víctor Hugo despliega su primer editorial en torno a los partidos de derecha, a los que acusa de no blanquear sus programas económicos. Su discurso tiene un tono amable, pero crítico. Como un ejemplo lúdico de su argumento, pone al aire un spot de campaña del Partido Popular español y otro que le gusta particularmente de Henrique Capriles, en el que el venezolano anuncia que su plataforma es parte del «autobús del progreso».
Satisfecho con el efecto producido, el conductor pide, fuera de micrófono, que lo pasen de nuevo. Hernán Abella, el operador desde la «pecera», así llamada por el vidrio rectangular que separa los controles del estudio, repite el audio. «¡Este es el autobús del progreso!», grita Capriles, fuera de sí. Víctor Hugo se ríe, los ojos se le hacen chiquitos. Está contento.
Entra el llamado de Feletti y el conductor le pregunta por las restricciones a la compra de dólares; luego lee un comunicado de Hebe de Bonafini en el que la titular de Madres acusa a José Manuel de la Sota de «miserable»; más tarde, pasa el audio de Moreno y ensaya una defensa del funcionario. La primera voz opositora, la diputada del FAP Victoria Donda, sale a las 10.17. Van 77 minutos de programa.
En el corte, una publicidad llama la atención dentro y fuera de la isla: un aviso, nuevo, del Gobierno de la provincia de Córdoba. Quien habla es De la Sota. El contraste con el comunicado de Hebe es inmediato. «La radio manda un aviso sobre estos tipos y nosotros justo nos metemos con esto», se lamenta Víctor Hugo, entre risas.
Del otro lado de la pecera, Segovia sonríe. Había empezado a trabajar a su lado en «Por deporte», un programa radial donde aparecían representantes de disciplinas poco difundidas en el país, como esquí o atletismo, y hace cinco años, cuando el relator ocupó la media mañana en Continental, decidió acompañarlo una vez más.
Al principio, cuando la programación de Continental cobró la forma actual, la relación de Víctor Hugo con el resto de las figuras era buena. Sin embargo, los roces no tardaron en aparecer. Tres años atrás, con Fernando Bravo se retiraron el saludo luego de que en «La mañana» pasaron un audio en el que el corredor Marcos Di Palma se despachaba contra la posición dominante de la productora Carburando, en parte propiedad de Clarín. «La pelea con Bravo también fue parte de su milonga con los monopolios», recuerda su productora. Por la tarde, el conductor de San Pedro entrevistó a un directivo de Carburando con agrios comentarios sobre la entrevista de la mañana a Di Palma. Fin de la relación.
El enfrentamiento con Clarín trasciende la guerra abierta que el grupo mantiene, desde 2008, con el Gobierno nacional. Ya es un asunto personal. Y aunque hoy el conductor aparezca estrechamente consustanciado con determinadas políticas kirchneristas, sus batallas personales exceden la posición favorable o contraria al Gobierno. Eso explica por qué le dedica, por ejemplo, varios minutos al conflicto que los canillitas mantienen con las grandes revistas, o por qué, antes de despedirse, les pide a sus oyentes que lean las notas de su página web personal, a la que llama «nuestra trinchera».
Su salida del estudio se produce a toda velocidad: tiene un compromiso en el teatro Gran Rex. Segovia le recuerda que es a cuatro cuadras, que le conviene ir caminando. El relator desobedece y a la salida para un taxi sobre Rivadavia. El chofer no le da importancia al hecho de estar llevando a un ícono de la radio argentina.
«Hoy no hubo casi críticas al Gobierno admite Víctor Hugo mientras el taxi dobla por Carlos Pellegrini. Pero alternamos. El otro día conté cinco o seis cosas con las que discrepo, y están expresadas con el tono habitual». ¿Cómo se siente frente a tanta exposición? «Tiene cosas maravillosas y otras un poco más tensas. Siempre aparece alguien que me dice alguna cosa (agresión), pero los comprendo por lo que le han hecho los medios tradicionales», explica. (Segovia contará que al principio sufría mucho. «Le molestaba que le dijeran ‘uruguayo vendido’. Se hacía problema por cada comentario. Ahora está más acostumbrado»).
Hay quienes sostienen que este escenario de fuerte polarización vuelve difícil el ejercicio del periodismo. Víctor Hugo no coincide. «Creo que es maravilloso lo que ha ocurrido, aunque algunos dejamos jirones en el camino. Hasta hace tres años y medio hacíamos periodismo como si estuviésemos en una cosa light. De pronto, cada palabra, cada idea, pasó a tener otro peso. Es cierto, estamos muy expuestos al abrir el micrófono y he tenido casos memorables de metidas de pata. Pero creo que es más lindo ahora que cada uno va mostrando de qué lado del mundo quiere estar».