«Lo que se pierde no se recupera», es la consigna de los militantes que enfrentan a los mineros. Foto: LA NACION / Fernando Font
ANDALGALA.- Resulta difícil de creer que todo haya empezado allí. En medio del monte y bajo la sombra de un algarrobo retorcido, un rancho descascarado de adobe y chapas reúne a los asambleístas que desafiaron al multimillonario proyecto minero de Agua Rica, que tres compañías de Suiza y Canadá quieren instalar a 17 kilómetros de Andalgalá. Es la sombra de El Algarrobo, la organización vecinal ambientalista que despertó la furia en el oeste catamarqueño.
«Hoy nos tocó ser guardianes de la vida; mañana les tocará a otros», dice Griselda Igne, la asambleísta a la que todos identifican como «la madre de la protesta» pero nadie conoce por su verdadero nombre. Es, a secas, «Chela», una robusta morena de 52 años, 7 hijos y 11 nietos que anda descalza por la tierra hirviente de la siesta catamarqueña. La que sabe qué come -y qué no- cada asambleísta; la que cocina panes para vender y vivir; la que preparó pollos y empanadas cuando faltó plata para construir la radio de El Algarrobo.
«Soy compañera, cuido, vigilo; me tocó el rol de madre», reconoce Chela, con algo de pudor, que se convierte en firmeza cuando habla de la minera La Alumbrera, de la gobernadora kirchnerista, Lucía Corpacci, y de la Presidenta. «Más allá de que nos digan ambientalistas, sólo estamos defendiendo el agua. Porque lo que se pierde no se recupera», dice.
El martes, cuando la ciudad recordó el segundo aniversario de la violenta represión policial que sufrieron los ambientalistas, Chela fue elegida para hablar. Fue su primer discurso. Dijo que le daba «vergüenza» su gobernadora. «La puso Cristina por ser mujer, para que el pueblo no se la lleve puesta. Es un títere», sostiene, para apuntar a la Presidenta: «Cuando dijo que hay pueblos sacrificables, me cayó la ficha: éramos nosotros».
Detrás de Chela, bajo la sombra del algarrobo, asambleístas de Andalgalá reciben a ambientalistas del resto del país. Debaten durante horas. Con el fin del bloqueo prominero, se suman dirigentes de otras provincias. Van a presentar una carta a las universidades nacionales para que sigan rechazando los fondos que les ofrece La Alumbrera. Y crean una multisectorial nacional para enfrentar la megaminería a cielo abierto. «Esto recién empieza», dice Chela.
Detrás del rancho desvencijado, una flamante habitación pintada con colores chillones alberga a la radio de El Algarrobo. Empezó hace un año, con una antena montada sobre una caña tacuara. Ahora transmite por Internet. No por elección, sino porque «su voz» no goza de la protección de la ley de medios kirchnerista: su señal fue intervenida anónimamente y no se puede escuchar. Fue el único medio que cubrió la represión policial en Belén, hace una semana. Después empezaron las interferencias.
Los asambleístas comenzaron a juntarse bajo el algarrobo porque era la única sombra en el camino de Chaquiago-Potrero, en las afueras de Andalgalá. Por allí pasaban los camiones con insumos para Agua Rica, el yacimiento que explora la multinacional La Alumbrera, que hoy explota la mina Bajo La Alumbrera, que dejará de funcionar en cuatro años. Los ambientalistas quieren frenar Agua Rica, que encontró otros caminos para llegar al yacimiento.
«Por este mismo camino antes sacábamos ciruelas, membrillos, uvas, tomates. Acá venía gente para curarse por el clima que teníamos. Hoy se van con alergias, con cáncer», dice Chela. «Es tanta la impotencia, tanta la mafia de políticos y empresarios. A veces dejé de creer en Dios», dice, con algo de culpa, un gestó típico de una sociedad ultrarreligiosa como la de Andalgalá. Pero también obstinada, como Chela: «Seguiremos de pie; de rodillas, jamás»..
ANDALGALA.- Resulta difícil de creer que todo haya empezado allí. En medio del monte y bajo la sombra de un algarrobo retorcido, un rancho descascarado de adobe y chapas reúne a los asambleístas que desafiaron al multimillonario proyecto minero de Agua Rica, que tres compañías de Suiza y Canadá quieren instalar a 17 kilómetros de Andalgalá. Es la sombra de El Algarrobo, la organización vecinal ambientalista que despertó la furia en el oeste catamarqueño.
«Hoy nos tocó ser guardianes de la vida; mañana les tocará a otros», dice Griselda Igne, la asambleísta a la que todos identifican como «la madre de la protesta» pero nadie conoce por su verdadero nombre. Es, a secas, «Chela», una robusta morena de 52 años, 7 hijos y 11 nietos que anda descalza por la tierra hirviente de la siesta catamarqueña. La que sabe qué come -y qué no- cada asambleísta; la que cocina panes para vender y vivir; la que preparó pollos y empanadas cuando faltó plata para construir la radio de El Algarrobo.
«Soy compañera, cuido, vigilo; me tocó el rol de madre», reconoce Chela, con algo de pudor, que se convierte en firmeza cuando habla de la minera La Alumbrera, de la gobernadora kirchnerista, Lucía Corpacci, y de la Presidenta. «Más allá de que nos digan ambientalistas, sólo estamos defendiendo el agua. Porque lo que se pierde no se recupera», dice.
El martes, cuando la ciudad recordó el segundo aniversario de la violenta represión policial que sufrieron los ambientalistas, Chela fue elegida para hablar. Fue su primer discurso. Dijo que le daba «vergüenza» su gobernadora. «La puso Cristina por ser mujer, para que el pueblo no se la lleve puesta. Es un títere», sostiene, para apuntar a la Presidenta: «Cuando dijo que hay pueblos sacrificables, me cayó la ficha: éramos nosotros».
Detrás de Chela, bajo la sombra del algarrobo, asambleístas de Andalgalá reciben a ambientalistas del resto del país. Debaten durante horas. Con el fin del bloqueo prominero, se suman dirigentes de otras provincias. Van a presentar una carta a las universidades nacionales para que sigan rechazando los fondos que les ofrece La Alumbrera. Y crean una multisectorial nacional para enfrentar la megaminería a cielo abierto. «Esto recién empieza», dice Chela.
Detrás del rancho desvencijado, una flamante habitación pintada con colores chillones alberga a la radio de El Algarrobo. Empezó hace un año, con una antena montada sobre una caña tacuara. Ahora transmite por Internet. No por elección, sino porque «su voz» no goza de la protección de la ley de medios kirchnerista: su señal fue intervenida anónimamente y no se puede escuchar. Fue el único medio que cubrió la represión policial en Belén, hace una semana. Después empezaron las interferencias.
Los asambleístas comenzaron a juntarse bajo el algarrobo porque era la única sombra en el camino de Chaquiago-Potrero, en las afueras de Andalgalá. Por allí pasaban los camiones con insumos para Agua Rica, el yacimiento que explora la multinacional La Alumbrera, que hoy explota la mina Bajo La Alumbrera, que dejará de funcionar en cuatro años. Los ambientalistas quieren frenar Agua Rica, que encontró otros caminos para llegar al yacimiento.
«Por este mismo camino antes sacábamos ciruelas, membrillos, uvas, tomates. Acá venía gente para curarse por el clima que teníamos. Hoy se van con alergias, con cáncer», dice Chela. «Es tanta la impotencia, tanta la mafia de políticos y empresarios. A veces dejé de creer en Dios», dice, con algo de culpa, un gestó típico de una sociedad ultrarreligiosa como la de Andalgalá. Pero también obstinada, como Chela: «Seguiremos de pie; de rodillas, jamás»..