Eduardo Luis Curia Economista
El concepto de estanflación, ante el curso de la economía argentina, despierta atención. Dicho como introducción, se detectan algunos rasgos emparentados, pero, se requieren más elementos para llegar a una conclusión más terminante, en un sentido u otro.
En rigor, pinta bastante fácil imputar estanflación a nuestra economía ante cualquier trance de desaceleración económica. Ello, en tanto arrastramos un fenómeno de persistencia inflacionaria efectiva, a un nivel ponderable. En el que pesa una instancia inercial importante muy ligada a la puja de ingresos. Aquí se trata de un dato duro, al que, incluso, un ciclo bajista de la actividad -pensemos en 2009- sólo ciñe en parte.
Hoy, interactuando, se percibe un proceso de desaceleración económica no trivial, de alcance bastante difundido entre los distintos sectores, con un mayor amortiguamiento de la inversión. Sumando la inflación efectiva, se insinuaría el escenario de estanflación. Sin embargo, como referencias, serían exigibles períodos más extendidos y un nivel comparativo de actividad más especificado. A título de mero ejemplo, recuérdese que Friedman, en su discurso del Nobel, al esbozar la idea de la estanflación (la curva de Phillips de trazo positivo: inflación con desempleo-recesión) suponía, como fondo, un proceso y alguna caracterización del producto potencial (o tasa natural de desempleo).
Como vinimos señalando, en la desaceleración tallan resortes de demanda interna y externa. En lo último, nos son impuestos aspectos atinentes a una economía mundial enrarecida. Sí, en este marco, la política cambiaria destilaría un sesgo procíclico.
En cuanto a la demanda interna, entre los factores, tenemos un fenómeno de desintegración (real) salarial, combinado con nuevos ajustes nominales que vienen demorados. Este dato, justamente, puede trasuntar la progresiva viscosidad que está signando el despliegue de la puja distributiva (se tensiona el doble rol del salario: demanda vs. costo).
Este elemento difícilmente pueda dejar de ser evaluado por parte del sector público no financiero y del Banco Central -asociando la política fiscal y la monetaria adaptativa- en caso de intentar, como lo hemos examinado, una política más anticíclica, buscando empujar la demanda interna.
Por ende, lo analizable es el balance neto de rindes en materia de más actividad y de filtraciones por inflación, imputable al conjunto de inyecciones de demanda interna aplicadas. Atendiendo a la viscosidad antes mencionada, a los interrogantes de la asociación entre las política fiscal y monetaria y a la ruta de visible apreciación cambiaria real en curso, que gravita en la estrechez relativa de dólares operante.
Los controles externos generalizados tienden, en el presente con éxito, a limitar cierta manifestación de esa estrechez, más que a pegar en su núcleo. Paradójicamente, la desaceleración económica, en especial la industrial, aporta a esa limitación. Y, hasta se orilla alguna incongruencia como cuando se dispuso acotar fuertemente el plazo de la liquidación de divisas de exportación.
Todo intento de una activación adicional vía la demanda interna, deberá procesar el estado del sector externo. En una visual más larga, aquélla debería calzar con el repunte de la inversión, variable, hoy, aflojada. También es verdad que hay interesantes anuncios empresarios de inversión, en respuesta, en gran parte, a los reclamos de las autoridades. En rigor, ese dato, y en tanto es clave el ritmo de concreción de lo anunciado, nos reenvía al frente externo y al influjo de las señales que dimanan del mismo en materia del desfallecimiento del tipo de cambio real, de los mercados de cambio paralelos y de los controles (incluido la incidencia de éstos en la oferta).
Opera un alerta: el tema de la estanflación atisba, pero, su caracterización final aun está abierta. Ella depende del curso de múltiples factores, varios citados aquí. Y, sobre todo, del impacto deparado hacia delante en las expectativas de inversión.
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El concepto de estanflación, ante el curso de la economía argentina, despierta atención. Dicho como introducción, se detectan algunos rasgos emparentados, pero, se requieren más elementos para llegar a una conclusión más terminante, en un sentido u otro.
En rigor, pinta bastante fácil imputar estanflación a nuestra economía ante cualquier trance de desaceleración económica. Ello, en tanto arrastramos un fenómeno de persistencia inflacionaria efectiva, a un nivel ponderable. En el que pesa una instancia inercial importante muy ligada a la puja de ingresos. Aquí se trata de un dato duro, al que, incluso, un ciclo bajista de la actividad -pensemos en 2009- sólo ciñe en parte.
Hoy, interactuando, se percibe un proceso de desaceleración económica no trivial, de alcance bastante difundido entre los distintos sectores, con un mayor amortiguamiento de la inversión. Sumando la inflación efectiva, se insinuaría el escenario de estanflación. Sin embargo, como referencias, serían exigibles períodos más extendidos y un nivel comparativo de actividad más especificado. A título de mero ejemplo, recuérdese que Friedman, en su discurso del Nobel, al esbozar la idea de la estanflación (la curva de Phillips de trazo positivo: inflación con desempleo-recesión) suponía, como fondo, un proceso y alguna caracterización del producto potencial (o tasa natural de desempleo).
Como vinimos señalando, en la desaceleración tallan resortes de demanda interna y externa. En lo último, nos son impuestos aspectos atinentes a una economía mundial enrarecida. Sí, en este marco, la política cambiaria destilaría un sesgo procíclico.
En cuanto a la demanda interna, entre los factores, tenemos un fenómeno de desintegración (real) salarial, combinado con nuevos ajustes nominales que vienen demorados. Este dato, justamente, puede trasuntar la progresiva viscosidad que está signando el despliegue de la puja distributiva (se tensiona el doble rol del salario: demanda vs. costo).
Este elemento difícilmente pueda dejar de ser evaluado por parte del sector público no financiero y del Banco Central -asociando la política fiscal y la monetaria adaptativa- en caso de intentar, como lo hemos examinado, una política más anticíclica, buscando empujar la demanda interna.
Por ende, lo analizable es el balance neto de rindes en materia de más actividad y de filtraciones por inflación, imputable al conjunto de inyecciones de demanda interna aplicadas. Atendiendo a la viscosidad antes mencionada, a los interrogantes de la asociación entre las política fiscal y monetaria y a la ruta de visible apreciación cambiaria real en curso, que gravita en la estrechez relativa de dólares operante.
Los controles externos generalizados tienden, en el presente con éxito, a limitar cierta manifestación de esa estrechez, más que a pegar en su núcleo. Paradójicamente, la desaceleración económica, en especial la industrial, aporta a esa limitación. Y, hasta se orilla alguna incongruencia como cuando se dispuso acotar fuertemente el plazo de la liquidación de divisas de exportación.
Todo intento de una activación adicional vía la demanda interna, deberá procesar el estado del sector externo. En una visual más larga, aquélla debería calzar con el repunte de la inversión, variable, hoy, aflojada. También es verdad que hay interesantes anuncios empresarios de inversión, en respuesta, en gran parte, a los reclamos de las autoridades. En rigor, ese dato, y en tanto es clave el ritmo de concreción de lo anunciado, nos reenvía al frente externo y al influjo de las señales que dimanan del mismo en materia del desfallecimiento del tipo de cambio real, de los mercados de cambio paralelos y de los controles (incluido la incidencia de éstos en la oferta).
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