La imagen puede verse en internet. El 15 de enero de 2013, Charlie Hebdo hizo tapa con una caricatura de François Hollande, presidente de Francia, de cuerpo entero, con la bragueta abierta y el miembro que asoma, todavía chorreando una gotita. La ocasión de esa tapa fue el affaire sentimental entre Hollande y la actriz Julie Gayet, que provocó la ruptura de su matrimonio con la periodista Valérie Trierweiler. En internet también se debatió si Charlie Hebdo había ido demasiado lejos. Era obvio que la revista no inventó el affaire ni las visitas nocturnas de Hollande a la casa de Gayet, casi sin custodia.
El debate fue interesante. La revista siguió en su línea, la del humorismo más ácido y desprejuiciado. En pocos días, los comentarios sobre esa tapa fueron desplazados por los que suscitaron otras. Lo más fuerte en esa caricatura de Hollande es, desde mi punto de vista, no su cara de adolescente envejecido a quien se sorprendió en un mal paso, sino que el fondo del dibujo fuera la bandera francesa. Ese es el estilo de Charlie Hebdo: les gusta a sus miles de seguidores y levanta polvareda entre quienes piensan que el humor debe autoimponerse límites (no participo de este segundo grupo). La misión de la prensa es educar al soberano pero como resultado de su propia existencia, no impartiendo lecciones de lo que debe decirse o callarse en cada momento. Por supuesto: Hollande no abrió la boca.
Por casa. En abril de 2008, Sábat publicó en Clarín una caricatura de la Presidenta con la boca cruzada por dos tiras. De sobrepique, Cristina Kirchner calificó el dibujo como “mensaje cuasi mafioso”. Fue en un discurso pronunciado en Plaza de Mayo: Cristina, rodeada de los atributos míticos del poder político argentino, muy suelta de cuerpo y muy enojada, le decía a un dibujante viejo y célebre que se comportaba casi como un criminal.
La acusación tenía el supuesto de que Magnetto llamaba a Sábat y le daba el tema de sus dibujos. Si Magnetto hiciera esto, no tendría tiempo de acrecentar la fenomenal máquina de poder que es el diario Clarín. O sea que la Presidenta, enojada, ni siquiera se mostró capaz de imaginar cómo funciona un diario y cuál es la relación de un capitalista poderosísimo como Magnetto con la redacción del medio que maldice el kirchnerismo. Así como nadie llegó un buen día a Charlie Hebdo y dijo: “Vamos a provocar el desprestigio de Hollande”, nadie le pasa a Sábat un borrador de sus dibujos. Un diario puede manipular cronistas, pero no la primera línea, de prestigio internacional, de sus colaboradores.
Como si su talento y su renombre no pudieran protegerlo de estos ataques, cuando dos años después Sábat dibujó a la Presidenta con un ojo en compota, el kirchnerismo volvió a enojarse. Algún intelectual recurrió a la acusación de que el mensaje no era en este caso mafioso sino de violencia de género (pocas veces leí una estupidez tan políticamente correcta). Y otro conocido escritor enunció por radio: “Todos sabemos cómo piensa Sábat. Pero que no lo dibuje”.
Como corresponde, la Argentina condenó los asesinatos de los humoristas y periodistas de Charlie Hebdo. Pero quisiera hacer un ejercicio de imaginación: ¿qué pasaría si, incurriendo en un registro tan privado como el de la caricatura del miembro viril de Hollande, algún diario nacional publicara dibujos de la Presidenta rodeada del equipo que la maquilla y la peina cada vez que aparece en público, acá y en el exterior? ¿Qué pasaría si, el día que dejó esperando a Michelle Bachelet una hora, el dibujo humorístico hubiera representado a la Presidenta mientras le ajustaban una extensión de pelo? ¿Cuál sería la condena de quien la hubiera dibujado mientras se resbalaba sobre un “líquido deslizante” porque estaba ensayando el nuevo pasito del verano para mostrárnoslo en una de sus presentaciones en las terrazas de la Casa de Gobierno? A esta altura, creo que la obsecuencia de la guardia de honor presidencial no aceptaría ni las caricaturas de Landrú. Y les parecerían extremistas los dibujos humorísticos de fin del siglo XIX. Ni que mencionar los insultos que intercambiaban los políticos de la organización nacional.
Aceptar el todo. La libertad de prensa no admite el fraccionamiento por geografía ni por régimen político, ni por religiones o ideologías de ninguna índole. No es un bien fraccionable. Pueden gustarnos o no los resultados que produce, pero se la acepta como un todo. Cuanto más sabemos, mejor leemos. No es desde el poder que pueden darse debates sobre sus límites. Tampoco la libertad de prensa se beneficia con las presiones capitalistas.
Es bueno que se ponga en claro cuáles son los intereses que mueven a los medios y los que entran en conflicto (no olvidar a Cabezas, asesinato que bien puede llamarse capitalista-mafioso).
Los asesinos de Charlie Hebdo no consideran la libertad de prensa de este modo y, cortando camino, condenan a muerte.
El debate fue interesante. La revista siguió en su línea, la del humorismo más ácido y desprejuiciado. En pocos días, los comentarios sobre esa tapa fueron desplazados por los que suscitaron otras. Lo más fuerte en esa caricatura de Hollande es, desde mi punto de vista, no su cara de adolescente envejecido a quien se sorprendió en un mal paso, sino que el fondo del dibujo fuera la bandera francesa. Ese es el estilo de Charlie Hebdo: les gusta a sus miles de seguidores y levanta polvareda entre quienes piensan que el humor debe autoimponerse límites (no participo de este segundo grupo). La misión de la prensa es educar al soberano pero como resultado de su propia existencia, no impartiendo lecciones de lo que debe decirse o callarse en cada momento. Por supuesto: Hollande no abrió la boca.
Por casa. En abril de 2008, Sábat publicó en Clarín una caricatura de la Presidenta con la boca cruzada por dos tiras. De sobrepique, Cristina Kirchner calificó el dibujo como “mensaje cuasi mafioso”. Fue en un discurso pronunciado en Plaza de Mayo: Cristina, rodeada de los atributos míticos del poder político argentino, muy suelta de cuerpo y muy enojada, le decía a un dibujante viejo y célebre que se comportaba casi como un criminal.
La acusación tenía el supuesto de que Magnetto llamaba a Sábat y le daba el tema de sus dibujos. Si Magnetto hiciera esto, no tendría tiempo de acrecentar la fenomenal máquina de poder que es el diario Clarín. O sea que la Presidenta, enojada, ni siquiera se mostró capaz de imaginar cómo funciona un diario y cuál es la relación de un capitalista poderosísimo como Magnetto con la redacción del medio que maldice el kirchnerismo. Así como nadie llegó un buen día a Charlie Hebdo y dijo: “Vamos a provocar el desprestigio de Hollande”, nadie le pasa a Sábat un borrador de sus dibujos. Un diario puede manipular cronistas, pero no la primera línea, de prestigio internacional, de sus colaboradores.
Como si su talento y su renombre no pudieran protegerlo de estos ataques, cuando dos años después Sábat dibujó a la Presidenta con un ojo en compota, el kirchnerismo volvió a enojarse. Algún intelectual recurrió a la acusación de que el mensaje no era en este caso mafioso sino de violencia de género (pocas veces leí una estupidez tan políticamente correcta). Y otro conocido escritor enunció por radio: “Todos sabemos cómo piensa Sábat. Pero que no lo dibuje”.
Como corresponde, la Argentina condenó los asesinatos de los humoristas y periodistas de Charlie Hebdo. Pero quisiera hacer un ejercicio de imaginación: ¿qué pasaría si, incurriendo en un registro tan privado como el de la caricatura del miembro viril de Hollande, algún diario nacional publicara dibujos de la Presidenta rodeada del equipo que la maquilla y la peina cada vez que aparece en público, acá y en el exterior? ¿Qué pasaría si, el día que dejó esperando a Michelle Bachelet una hora, el dibujo humorístico hubiera representado a la Presidenta mientras le ajustaban una extensión de pelo? ¿Cuál sería la condena de quien la hubiera dibujado mientras se resbalaba sobre un “líquido deslizante” porque estaba ensayando el nuevo pasito del verano para mostrárnoslo en una de sus presentaciones en las terrazas de la Casa de Gobierno? A esta altura, creo que la obsecuencia de la guardia de honor presidencial no aceptaría ni las caricaturas de Landrú. Y les parecerían extremistas los dibujos humorísticos de fin del siglo XIX. Ni que mencionar los insultos que intercambiaban los políticos de la organización nacional.
Aceptar el todo. La libertad de prensa no admite el fraccionamiento por geografía ni por régimen político, ni por religiones o ideologías de ninguna índole. No es un bien fraccionable. Pueden gustarnos o no los resultados que produce, pero se la acepta como un todo. Cuanto más sabemos, mejor leemos. No es desde el poder que pueden darse debates sobre sus límites. Tampoco la libertad de prensa se beneficia con las presiones capitalistas.
Es bueno que se ponga en claro cuáles son los intereses que mueven a los medios y los que entran en conflicto (no olvidar a Cabezas, asesinato que bien puede llamarse capitalista-mafioso).
Los asesinos de Charlie Hebdo no consideran la libertad de prensa de este modo y, cortando camino, condenan a muerte.
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