Hay algo que irrita, algo extraño. Macri está incómodo. Su gobierno persigue insoportablemente el presente, pero llegando siempre después del “hoy” a cada necesidad. Macri parece sentir que entre él y la Argentina hay una distancia de incomprensión creciente y entonces, ofuscado, refriega su secuencia irreparablemente contradictoria y recurrente de que se trata del único camino posible y de que su gestión apuesta al diálogo. La primera parte de la frase anula la segunda. Macri se va convirtiendo de a poco en un ser extraño, casi de otro mundo.
Su campaña presidencial, perfecta hasta el hartazgo, lo simuló como de este planeta, pero ya en la vida cotidiana del aquelarre social y del dólar, y fuera del spot o la foto con vecinos, se va convirtiendo cada vez más en un empresario colado en el complejo e histórico universo de la política. El, y los otros, se observan desconfiados.
Su campaña presidencial, perfecta hasta el hartazgo, lo simuló como de este planeta, pero ya en la vida cotidiana del aquelarre social y del dólar, y fuera del spot o la foto con vecinos, se va convirtiendo cada vez más en un empresario colado en el complejo e histórico universo de la política. El, y los otros, se observan desconfiados.