ALCA II

Sábado, 15 de junio de 2013Por Alfredo Zaiat
La Declaración de Lima se presentó en abril de 2011, luego se firmó El Acuerdo Marco de Antofagasta, en junio de 2012, para irrumpir con fuerza la Alianza del Pacífico con la Cumbre de Cali del 23 de mayo pasado en el tablero regional. La integran Colombia, Chile, Perú y México. En ese último encuentro de los presidentes de esos países fueron aceptados en calidad de observadores Ecuador, El Salvador, Francia, Honduras, Paraguay, Portugal y República Dominicana, que se unieron a España, Nueva Zelanda, Guatemala, Australia, Japón, Uruguay y Canadá, que ya lo eran. Costa Rica solicitó ser incorporado como miembro pleno. En la Declaración de Cali definieron la desgravación total de aranceles para el 90 por ciento del universo de bienes comercializados entre sus economías, y para el 10 por ciento restante se proponen alcanzar arancel cero en los próximos siete años. Ya han eliminado requisitos de visado para los ciudadanos de cada uno de los países miembro y proclamaron la aspiración de avanzar rápidamente hacia la creación de un mercado común. Un aspecto no menor es que los cuatro integrantes de la Alianza del Pacífico han suscripto en forma bilateral un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Mientras Brasil no asume con convicción un liderazgo positivo en la región y las instituciones de integración latinoamericana (Unasur, Mercosur, Alba, Celac) exhiben una inédita armonía política con escasos avances en materia económica y financiera en un contexto internacional complicado, emerge de la mano de Estados Unidos el proyecto ALCA II.
En noviembre de 2005, en la Cumbre de Mar del Plata, América latina, liderada por Lula, Chávez y Kirchner, clausuraron el proyecto de liberalización comercial ALCA impulsado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Transcurrieron siete años desde entonces, y la potencia mundial volvió a posar su mirada en Latinoamérica, motivada por la creciente presencia en la región de la potencia emergente, China. El segundo período del gobierno de Barack Obama comenzó con una agenda más activa vinculada con su área de influencia más cercana.
En Alianza del Pacífico: ¿El nuevo club neoliberal?, publicado en la red alainet, José Fortique explica que algunos especialistas en el tema geopolítico señalan que la nueva estrategia de los Estados Unidos con los Tratados de Libre Comercio es contener a China, que ha mostrado su fuerza con una diplomacia activa a nivel global. “La creciente inversión china en América latina en sectores mineros y energéticos se ha diversificado a la infraestructura”, indica, agregando que con abundancia financiera ha permitido a algunos países escapar del Fondo Monetario Internacional. Fortique plantea que el objetivo de la Alianza del Pacífico es el regreso “al proceso de reestructuración neoliberal de los ’70 a los ’90, como alternativa al proteccionista modelo de industrialización por sustitución de importaciones”.
En términos geopolíticos y económicos, el proyecto de construir otro canal de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico en Nicaragua por parte de empresas chinas invirtiendo 40 mil millones de dólares a cambio de administrar la concesión por 50 años prorrogable por otro período similar, expone en toda la dimensión la disputa que se desarrolla en un territorio considerado de exclusiva influencia estadounidense. La relevancia del futuro Canal de Nicaragua queda en evidencia recordando el espacio clave en varios aspectos que tuvo el Canal de Panamá para Estados Unidos.
La Alianza del Pacífico marca el regreso con fuerza de la idea de la apertura pasiva al comercio mundial, reservando para América latina el papel de proveedora de recursos naturales, materias primas agropecuarias y alimentos. Con amplio apoyo de corrientes conservadoras y de grandes medios de comunicación, tiene asegurada su publicidad como la estrategia para alcanzar la bonanza en los países de la región. Colombia, Perú, Chile y México son economías exportadoras de petróleo o minerales, promotores del libre comercio y de políticas económicas ortodoxas. Economías de rápido crecimiento abrazando la globalización sin avances sustanciales en materia social ni en mejoras en la distribución del ingreso. El Producto Bruto Interno conjunto suma unos dos billones de dólares, 35 por ciento del total de América latina, un poco por debajo del contabilizado por Brasil, la potencia regional.
En la partida que disputan Estados Unidos y China en América latina, con la Alianza del Pacífico como un peón más de ese tablero, el comportamiento de Brasil es vital en la definición del rumbo de la integración latinoamericana. El permanente bombardeo al Mercosur es una señal de alerta, facilitado por un par de años de crecimiento muy bajo de Brasil y Argentina que provoca complicaciones al proyecto de integración. El establishment y la intelectualidad tecnocrática brasileña proponen desestimar las situaciones relativas de los socios del bloque porque sostienen que de ese modo Brasil está perdiendo relevancia política y económica en el continente, sugiriendo entonces un acercamiento a Estados Unidos. En ese fuego cruzado, Brasil necesita reafirmar su liderazgo regional para poder ser reconocido como tal en el escenario mundial de multipolaridad que tiene al grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) como protagonista. Para ello, transitar un camino parecido al de la Alianza del Pacífico lo desplazaría a ser un actor subordinado de la política comercial y exterior de Estados Unidos, mientras que mantener su actual estrategia pone en tensión las estructuras de integración regional. En estos años, Brasil está imitando el comportamiento de Alemania con el resto de los países europeos: busca preservar e incluso aumentar el superávit comercial con sus socios y dilata el despliegue de los proyectos de construir una estructura financiera regional.
En El Cisma del Pacífico, publicado en la red sinpermiso.info, el profesor de política económica en la Universidad Federal de Río de Janeiro José Luis Fiori explica que históricamente el proyecto de integración regional “nunca fue una política de Estado, yendo y viniendo a través del tiempo como si fuese una utopía ‘estacional’ que se fortalece o debilita dependiendo de las fluctuaciones de la economía mundial y de los cambios de gobierno dentro de la propia América del Sur”. Apunta que durante la primera década del Siglo XXI los nuevos gobiernos del continente, que caracteriza de izquierda, sumados al crecimiento generalizado de la economía mundial –entre 2001 y 2008– reavivaron y fortalecieron el proyecto integracionista, en particular el Mercosur, liderado por Brasil y Argentina. Fiori destaca que después de la crisis de 2008 ese escenario cambió. “América del Sur se recuperó rápidamente, empujada por el crecimiento chino, pero este éxito de corto plazo trajo de vuelta y viene agudizando algunas de las características seculares de la economía sudamericana, que siempre obstaculizaron y dificultaron el proyecto de integración, como el hecho de ser una sumatoria de economías primarioexportadoras paralelas y orientadas por los mercados externos.” América latina, con Brasil ejerciendo un liderazgo ambicioso para la construcción colectiva de la integración, no para fortalecer su carácter de potencia hegemónica regional, enfrenta un reto mayúsculo: desafiar el destino de ser un actor pasivo en la división internacional del trabajo definida por las viejas, actuales y nuevas potencias mundiales, quedando Brasil en la condición de “periferia de lujo”, como describió Fiori, o trabajar en la profundización de la integración productiva industrial y construcción de una arquitectura financiera regional. La primera opción tiene como desenlace el ALCA II.azaiat@pagina12.com.ar
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