Los países de América latina parecían, hasta no hace mucho, estar sumidos políticamente en una suerte de maldición compartida. La derivada de la tendencia generalizada a aferrarse al poder de sus líderes políticos, con el propósito de perdurar, como si fueran iluminados e irreemplazables . Ésta ha venido siendo la característica particular de los políticos populistas, a los que el pronunciado aumento de los precios de las materias primas benefició sin mérito propio alguno.
Las reelecciones de quienes estaban en el poder fueron una constante, perversamente apoyadas por el masivo e inédito uso de los dineros públicos. Si para ello había que modificar las constituciones, ello se hacía. Así, los límites a la permanencia en el poder cayeron uno tras otro en diversos lugares, como si pudiera preservarse la democracia sin dar oportunidad a la alternancia.
El viento regional, sin embargo, parece estar cambiando saludablemente y en las últimas elecciones de nuestra región se han visto interesantes triunfos de la oposición. Esto acaba de ocurrir en Panamá y en Costa Rica, así como en El Salvador.
Asimismo, en tres de las cuatro elecciones presidenciales que tendrán lugar este año, lo que parecía ser una serie de triunfos de los oficialismos se ha transformado en un signo de interrogación, con resultados que, según las encuestas, pueden abrir la puerta a los recambios políticos. Éste es el caso de Colombia, donde las últimas encuestas sugieren la posibilidad de un hasta no hace mucho imposible triunfo del uribismo en las elecciones del próximo domingo. También en Brasil, donde nada está aún definitivamente asegurado para Dilma Rousseff, cuyas posibilidades podrían debilitarse aún más en función de lo que suceda en torno al próximo campeonato mundial de fútbol. Y en Uruguay, donde las encuestas sugieren que la mayoría de las intenciones de voto ya no apuntan al Frente Amplio, razón por la cual la candidatura de Tabaré Vázquez no es una certeza, como hasta no hace mucho se suponía.
Este cambio de tendencia en la política regional luce positivo porque quizás aumente la intensidad de los debates políticos y la calidad de las propuestas que se discutan. También porque la posibilidad de la alternancia se ha puesto nuevamente de pie.
Lo cierto es que, con excepción de Bolivia, los gobiernos populistas ya no reciben un porcentaje de aprobación que parecía insólitamente alto. Hoy, ellos no logran un apoyo promedio del 50% de quienes contestan a las encuestas de opinión con las que los analistas procuran escudriñar el futuro cercano.
Otro fenómeno que impactó en el saludable fenómeno que describimos es la caída de los precios de las materias primas de exportación y la marcada desaceleración de la demanda china, que han interrumpido la disponibilidad de esa suerte de «maná» del que gozaban los gobiernos de la región hasta no hace mucho, aprovechado por algunos y desperdiciado irresponsablemente por otros.
Los líderes que buscan perpetuarse en el poder se creen las loas que escuchan, olvidando que, lejos de ser espontáneas, han sido provocadas por ellos mismos, con el abuso de la posibilidad de usar fondos públicos para autoensalzarse. Y son entonces víctimas de sus propias exageraciones y mentiras, cuando de manejar las cifras que miden los resultados de su gestión se trata.
Todo esto parece sugerir la posibilidad de un cambio positivo de dirección para la política regional, que ha sido provocado esencialmente por los fracasos del populismo que ha infectado a distintos rincones de América latina. Si con el proceso que hemos descripto se fortalecen las posibilidades de una efectiva alternancia política, la democracia volverá a ser fuerte en nuestra región, donde la demagogia se instaló reemplazándola por demasiado tiempo.
Las reelecciones de quienes estaban en el poder fueron una constante, perversamente apoyadas por el masivo e inédito uso de los dineros públicos. Si para ello había que modificar las constituciones, ello se hacía. Así, los límites a la permanencia en el poder cayeron uno tras otro en diversos lugares, como si pudiera preservarse la democracia sin dar oportunidad a la alternancia.
El viento regional, sin embargo, parece estar cambiando saludablemente y en las últimas elecciones de nuestra región se han visto interesantes triunfos de la oposición. Esto acaba de ocurrir en Panamá y en Costa Rica, así como en El Salvador.
Asimismo, en tres de las cuatro elecciones presidenciales que tendrán lugar este año, lo que parecía ser una serie de triunfos de los oficialismos se ha transformado en un signo de interrogación, con resultados que, según las encuestas, pueden abrir la puerta a los recambios políticos. Éste es el caso de Colombia, donde las últimas encuestas sugieren la posibilidad de un hasta no hace mucho imposible triunfo del uribismo en las elecciones del próximo domingo. También en Brasil, donde nada está aún definitivamente asegurado para Dilma Rousseff, cuyas posibilidades podrían debilitarse aún más en función de lo que suceda en torno al próximo campeonato mundial de fútbol. Y en Uruguay, donde las encuestas sugieren que la mayoría de las intenciones de voto ya no apuntan al Frente Amplio, razón por la cual la candidatura de Tabaré Vázquez no es una certeza, como hasta no hace mucho se suponía.
Este cambio de tendencia en la política regional luce positivo porque quizás aumente la intensidad de los debates políticos y la calidad de las propuestas que se discutan. También porque la posibilidad de la alternancia se ha puesto nuevamente de pie.
Lo cierto es que, con excepción de Bolivia, los gobiernos populistas ya no reciben un porcentaje de aprobación que parecía insólitamente alto. Hoy, ellos no logran un apoyo promedio del 50% de quienes contestan a las encuestas de opinión con las que los analistas procuran escudriñar el futuro cercano.
Otro fenómeno que impactó en el saludable fenómeno que describimos es la caída de los precios de las materias primas de exportación y la marcada desaceleración de la demanda china, que han interrumpido la disponibilidad de esa suerte de «maná» del que gozaban los gobiernos de la región hasta no hace mucho, aprovechado por algunos y desperdiciado irresponsablemente por otros.
Los líderes que buscan perpetuarse en el poder se creen las loas que escuchan, olvidando que, lejos de ser espontáneas, han sido provocadas por ellos mismos, con el abuso de la posibilidad de usar fondos públicos para autoensalzarse. Y son entonces víctimas de sus propias exageraciones y mentiras, cuando de manejar las cifras que miden los resultados de su gestión se trata.
Todo esto parece sugerir la posibilidad de un cambio positivo de dirección para la política regional, que ha sido provocado esencialmente por los fracasos del populismo que ha infectado a distintos rincones de América latina. Si con el proceso que hemos descripto se fortalecen las posibilidades de una efectiva alternancia política, la democracia volverá a ser fuerte en nuestra región, donde la demagogia se instaló reemplazándola por demasiado tiempo.
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