Distendido, Aníbal Fernández no pierde su locuacidad en la playa. Foto: Hernán Zenteno
VILLA GESELL.- «¿Qué hacen acá, si él no está más en el Gobierno?», grita con voz ronca José María Díaz Bancalari a modo de áspera bienvenida. A pocos metros, en la misma carpa del coqueto balneario Ola-lá que ocupa desde hace años, Aníbal Fernández sonríe satisfecho por la ocurrencia de su viejo amigo y diputado.
Más diplomático, y sin sacar los pies descalzos de la silla de plástico, el flamante senador por Buenos Aires posterga por un rato el truco programado e invita a sumarse a una charla en la que usará su estilo lenguaraz para defender a la Presidenta y tomar partido por Gabriel Mariotto en su pelea con el gobernador Daniel Scioli. «Es un cuadro político. No pueden pretender que diga «amén» a cualquier cosa», dice, en defensa del vicegobernador.
La versión 2012 del polémico jefe de Gabinete, funcionario y vocero todoterreno del kirchnerismo durante ocho años, es la misma de siempre, pero a la vez algo diferente. Luego de casi diez años como ministro de tres gobiernos distintos («nueve años, once meses y ocho días», aclara), Fernández está hoy «tratando de bajarse de la moto» y adaptarse a su nuevo rol, el que, recalca, «asumí por decisión de la Presidenta».
Nada indica que tome al Senado como un retiro con honores de la política. El mismo cuenta, en una mañana calurosa y clara, que llega a su despacho a las seis y media de la mañana, lee los diarios, toma mate y resuelve muchos asuntos antes de que el resto de los senadores siquiera piense en acercarse al Congreso. «No jodo a nadie, tampoco quiero ser un ejemplo. No me sale ser de otra manera», dice, y recomienda el libro El elogio de la culpa , de Marcos Aguinis, «porque la culpa te hace trabajar más e intentar mejorar». El formoseño José Mayans lo hizo reír cuando le dijo, días atrás, que «al senador que madruga, Dios lo mira extrañado», pero él asegura que continuará con su rutina. «¿Cuándo hay sesiones de nuevo?», le pregunta Díaz Bancalari. «Cuando a ustedes los diputados se les ocurra trabajar», le contesta Fernández.
El nuevo rol de senador no será, asegura, el fin de sus maratones mediáticas de defensa del Gobierno. «No voy a dejar de hablar, acostúmbrense», amenaza, con varios dirigentes del moyanismo entre ceja y ceja, luego de que lo acusaran de «chirolita» y «payaso» por relacionar la reciente huelga de trabajadores judiciales con la pelea entre Hugo Moyano y el Gobierno. «¿Cuatro días de paro nacional para pedir cambio de horario? Lo sigo repitiendo: el objetivo [de la medida] fue político», dispara, y asegura que las críticas de Julio Piumato y otros moyanistas «me importan un carajo. Tengo claro que me conduce la Presidenta».
Tras defender la ley antiterrorista, Fernández se mete en la interna entre Scioli y Mariotto. Y sorprende con una defensa del vicegobernador. «No hay pelea, está el gobernador y hay un vice que es un cuadro político. No esperes que el vice diga «amén» a cualquier cosa», desafía. ¿Y los incidentes en la Legislatura bonaerense? «El que mandó a la policía a meterse dentro del edificio, que es como un país soberano, que pague las consecuencias», sostiene otra vez, en dirección al sciolismo.
Un veraneante le pide una foto. Luego interrumpe el celular, y el presidente de Quilmes discute pedidos del técnico Caruso Lombardi para reforzar el equipo. ¿También se ocupa de eso? «!Y claro que me ocupo, si soy el presidente del club! ¿Acaso esta nota la va a escribir otro?», responde con mirada de fuego hacia LA NACION.
Más allá del berrinche, hay espacio para el buen humor. Hasta para defender las millonarias sumas que el Gobierno (por su intermedio) destinó al Futbol para Todos. «Las críticas al fútbol son una pelotudez. La oposición no dijo nada antes del 23 de octubre porque no se puede ir en contra de lo que quiere la gente. Y lo que ellos pretenden que se haga con la guita, salud, educación, etcétera, se está haciendo», se entusiasma.
Al final, vuelve a su cambio de hábito. «Llega un momento en el que te tenés que ir. ¿Qué es eso de quedarte toda la vida en un cargo?», reflexiona. «Y yo me fui con cuatro millones de votos, ¿te parece poco?», vuelve a preguntar. Y aclara que se fue de la Jefatura de Gabinete «sin un solo expediente pendiente».
«Los tiempos cambiaron. Estoy aprendiendo a esperar», dice, antes de insultar en broma a sus compañeros de truco, que empezaron el partido sin él..
VILLA GESELL.- «¿Qué hacen acá, si él no está más en el Gobierno?», grita con voz ronca José María Díaz Bancalari a modo de áspera bienvenida. A pocos metros, en la misma carpa del coqueto balneario Ola-lá que ocupa desde hace años, Aníbal Fernández sonríe satisfecho por la ocurrencia de su viejo amigo y diputado.
Más diplomático, y sin sacar los pies descalzos de la silla de plástico, el flamante senador por Buenos Aires posterga por un rato el truco programado e invita a sumarse a una charla en la que usará su estilo lenguaraz para defender a la Presidenta y tomar partido por Gabriel Mariotto en su pelea con el gobernador Daniel Scioli. «Es un cuadro político. No pueden pretender que diga «amén» a cualquier cosa», dice, en defensa del vicegobernador.
La versión 2012 del polémico jefe de Gabinete, funcionario y vocero todoterreno del kirchnerismo durante ocho años, es la misma de siempre, pero a la vez algo diferente. Luego de casi diez años como ministro de tres gobiernos distintos («nueve años, once meses y ocho días», aclara), Fernández está hoy «tratando de bajarse de la moto» y adaptarse a su nuevo rol, el que, recalca, «asumí por decisión de la Presidenta».
Nada indica que tome al Senado como un retiro con honores de la política. El mismo cuenta, en una mañana calurosa y clara, que llega a su despacho a las seis y media de la mañana, lee los diarios, toma mate y resuelve muchos asuntos antes de que el resto de los senadores siquiera piense en acercarse al Congreso. «No jodo a nadie, tampoco quiero ser un ejemplo. No me sale ser de otra manera», dice, y recomienda el libro El elogio de la culpa , de Marcos Aguinis, «porque la culpa te hace trabajar más e intentar mejorar». El formoseño José Mayans lo hizo reír cuando le dijo, días atrás, que «al senador que madruga, Dios lo mira extrañado», pero él asegura que continuará con su rutina. «¿Cuándo hay sesiones de nuevo?», le pregunta Díaz Bancalari. «Cuando a ustedes los diputados se les ocurra trabajar», le contesta Fernández.
El nuevo rol de senador no será, asegura, el fin de sus maratones mediáticas de defensa del Gobierno. «No voy a dejar de hablar, acostúmbrense», amenaza, con varios dirigentes del moyanismo entre ceja y ceja, luego de que lo acusaran de «chirolita» y «payaso» por relacionar la reciente huelga de trabajadores judiciales con la pelea entre Hugo Moyano y el Gobierno. «¿Cuatro días de paro nacional para pedir cambio de horario? Lo sigo repitiendo: el objetivo [de la medida] fue político», dispara, y asegura que las críticas de Julio Piumato y otros moyanistas «me importan un carajo. Tengo claro que me conduce la Presidenta».
Tras defender la ley antiterrorista, Fernández se mete en la interna entre Scioli y Mariotto. Y sorprende con una defensa del vicegobernador. «No hay pelea, está el gobernador y hay un vice que es un cuadro político. No esperes que el vice diga «amén» a cualquier cosa», desafía. ¿Y los incidentes en la Legislatura bonaerense? «El que mandó a la policía a meterse dentro del edificio, que es como un país soberano, que pague las consecuencias», sostiene otra vez, en dirección al sciolismo.
Un veraneante le pide una foto. Luego interrumpe el celular, y el presidente de Quilmes discute pedidos del técnico Caruso Lombardi para reforzar el equipo. ¿También se ocupa de eso? «!Y claro que me ocupo, si soy el presidente del club! ¿Acaso esta nota la va a escribir otro?», responde con mirada de fuego hacia LA NACION.
Más allá del berrinche, hay espacio para el buen humor. Hasta para defender las millonarias sumas que el Gobierno (por su intermedio) destinó al Futbol para Todos. «Las críticas al fútbol son una pelotudez. La oposición no dijo nada antes del 23 de octubre porque no se puede ir en contra de lo que quiere la gente. Y lo que ellos pretenden que se haga con la guita, salud, educación, etcétera, se está haciendo», se entusiasma.
Al final, vuelve a su cambio de hábito. «Llega un momento en el que te tenés que ir. ¿Qué es eso de quedarte toda la vida en un cargo?», reflexiona. «Y yo me fui con cuatro millones de votos, ¿te parece poco?», vuelve a preguntar. Y aclara que se fue de la Jefatura de Gabinete «sin un solo expediente pendiente».
«Los tiempos cambiaron. Estoy aprendiendo a esperar», dice, antes de insultar en broma a sus compañeros de truco, que empezaron el partido sin él..