A medida que la campaña electoral entra en la fase decisiva, empiezan a configurarse algunos escenarios, considerados más posibles, y a desvanecerse otros, que en su momento tuvieron relevancia y ahora la pierden. Entre los escenarios probables se destaca, primero, la polarización del voto entre dos fuerzas, FPV y Pro; en segundo lugar, se afirma la idea de que Cristina Kirchner optará por una conducta racional, auspiciando las PASO del oficialismo y guardando ecuanimidad; como consecuencia de esto crece, en tercer lugar, la impresión de que finalmente Daniel Scioli será el candidato del Gobierno, con la anuencia de la Presidenta. Estas decisiones, se observa, redundarían en un fortalecimiento de las chances del peronismo kirchnerista y descartarían la hipótesis, nunca verificada, de que Cristina prefiere la derrota para conservar un rol destacado en la oposición.
A estas nuevas condiciones, deberá agregárseles un dato cada vez más evidente que preocupa, si no desespera, a los sectores políticos y económicos enfrentados con el kirchnerismo: de acuerdo con la información disponible, el FPV podría ganar en la primera vuelta electoral. La presunción se desprende de la intención de voto en las PASO que relevan los sondeos. Según éstos, la suma de los candidatos oficialistas se acerca al 40%, con una ventaja de alrededor de 10 puntos respecto del segundo competidor. Como se sabe, la Constitución establece que la primera vuelta la ganará el que obtenga el 45% de los votos, o bien, el 40% con una diferencia de 10% sobre el segundo. Ante semejante posibilidad, se explica la incipiente, y para algunos sorpresiva, confluencia del kirchnerismo y el peronismo en torno a Scioli, el candidato más sólido del oficialismo.
La conjunción de peronismo y kirchnerismo muestra el reflejo clásico del partido dominante ante la eventualidad de permanecer o perder el poder. El peronismo, como lo han señalado muchos intérpretes, ya no es un movimiento unificado tras un proyecto, sino una suerte de archipiélago con muchos territorios atravesados por múltiples intereses y determinaciones. Esta complejidad, arroja, periódicamente, fracturas importantes -como la que significa hoy Massa-, cuya suerte depende de la solidez del gobierno peronista de turno que le toque desafiar. Néstor Kirchner pudo con un débil Duhalde; Massa parece que no podrá con una Cristina más popular de lo que muchos supusieron. En cualquier caso, el peronismo vuelve a mostrar que es el fenómeno central de la política argentina y actúa en consecuencia. Un hecho social consolidado, según la terminología sociológica clásica.
¿Significa esto que la carrera presidencial está resuelta? La respuesta es no, si se consideran otros argumentos. En primer lugar, tendría que verificarse lo que se estima probable pero aún no ocurrió: que la Presidenta actúe racionalmente en favor de sus candidatos, permitiendo que compitan sin menospreciarlos. Todos ellos, empezando por Scioli, tienen vigencia porque el votante oficialista supone que representan a Cristina y viven en armonía con ella. Bastaría con que la Presidenta le bajara el pulgar a alguno para arrojarlo a la irrelevancia. Equivaldría a una expulsión traumática con efecto autodestructivo. En segundo lugar, debe considerarse que el resultado de los sondeos es indicativo, pero aún prematuro e impreciso. Si la oposición consiguiera pasar a la segunda vuelta, sus chances se incrementarían porque la sociedad está dividida en mitades. Así ocurrió en Brasil, donde si bien ganó el oficialismo, pudo haber triunfado la oposición, dada la estrecha diferencia que finalmente los separó.
Más allá de esto, acaso la probabilidad de un triunfo del peronismo, si cumple el requisito de la racionalidad, esté dada por el balance que el votante medio realice en el momento de decidir sus preferencias. No debe olvidarse que más de la mitad de la población quiere cambios menores o localizados, no sustanciales. Sabiéndolo, el Gobierno lanzará un claro mensaje al elector: le dirá que piense en lo que consiguió estos años (salario, empleo, consumo, protección social) y considere que la oposición podría arrebatárselo. Se presentará como posibilitador y garante del bienestar popular, atribuyéndole al candidato opositor la intención de cancelar los beneficios. La caracterización política de los competidores facilitará esta estrategia. Macri, que representará a la oposición, deberá demostrar que no es de centroderecha para burlar el estigma. Paradójicamente, tendrá que hacerse populista si quiere vencer al populismo.
La probabilidad de un nuevo gobierno peronista se parece a los programas para adultos o a las noticias fuertes: puede herir muchas sensibilidades. Sin embargo, queda por ver qué peronismo es posible, en caso de que logre retener el poder. Tal vez para develarlo, haya que atender más a la forma de enunciar de los candidatos que a los enunciados. Es decir, no tanto al programa como al estilo. Allí se verá que, gane quien gane, no habrá ya lugar para una presidencia agresiva y discrecional. Ése será el principio del fin de ciclo, un horizonte añorado por millones de argentinos, entre los que se cuentan muchos peronistas..
A estas nuevas condiciones, deberá agregárseles un dato cada vez más evidente que preocupa, si no desespera, a los sectores políticos y económicos enfrentados con el kirchnerismo: de acuerdo con la información disponible, el FPV podría ganar en la primera vuelta electoral. La presunción se desprende de la intención de voto en las PASO que relevan los sondeos. Según éstos, la suma de los candidatos oficialistas se acerca al 40%, con una ventaja de alrededor de 10 puntos respecto del segundo competidor. Como se sabe, la Constitución establece que la primera vuelta la ganará el que obtenga el 45% de los votos, o bien, el 40% con una diferencia de 10% sobre el segundo. Ante semejante posibilidad, se explica la incipiente, y para algunos sorpresiva, confluencia del kirchnerismo y el peronismo en torno a Scioli, el candidato más sólido del oficialismo.
La conjunción de peronismo y kirchnerismo muestra el reflejo clásico del partido dominante ante la eventualidad de permanecer o perder el poder. El peronismo, como lo han señalado muchos intérpretes, ya no es un movimiento unificado tras un proyecto, sino una suerte de archipiélago con muchos territorios atravesados por múltiples intereses y determinaciones. Esta complejidad, arroja, periódicamente, fracturas importantes -como la que significa hoy Massa-, cuya suerte depende de la solidez del gobierno peronista de turno que le toque desafiar. Néstor Kirchner pudo con un débil Duhalde; Massa parece que no podrá con una Cristina más popular de lo que muchos supusieron. En cualquier caso, el peronismo vuelve a mostrar que es el fenómeno central de la política argentina y actúa en consecuencia. Un hecho social consolidado, según la terminología sociológica clásica.
¿Significa esto que la carrera presidencial está resuelta? La respuesta es no, si se consideran otros argumentos. En primer lugar, tendría que verificarse lo que se estima probable pero aún no ocurrió: que la Presidenta actúe racionalmente en favor de sus candidatos, permitiendo que compitan sin menospreciarlos. Todos ellos, empezando por Scioli, tienen vigencia porque el votante oficialista supone que representan a Cristina y viven en armonía con ella. Bastaría con que la Presidenta le bajara el pulgar a alguno para arrojarlo a la irrelevancia. Equivaldría a una expulsión traumática con efecto autodestructivo. En segundo lugar, debe considerarse que el resultado de los sondeos es indicativo, pero aún prematuro e impreciso. Si la oposición consiguiera pasar a la segunda vuelta, sus chances se incrementarían porque la sociedad está dividida en mitades. Así ocurrió en Brasil, donde si bien ganó el oficialismo, pudo haber triunfado la oposición, dada la estrecha diferencia que finalmente los separó.
Más allá de esto, acaso la probabilidad de un triunfo del peronismo, si cumple el requisito de la racionalidad, esté dada por el balance que el votante medio realice en el momento de decidir sus preferencias. No debe olvidarse que más de la mitad de la población quiere cambios menores o localizados, no sustanciales. Sabiéndolo, el Gobierno lanzará un claro mensaje al elector: le dirá que piense en lo que consiguió estos años (salario, empleo, consumo, protección social) y considere que la oposición podría arrebatárselo. Se presentará como posibilitador y garante del bienestar popular, atribuyéndole al candidato opositor la intención de cancelar los beneficios. La caracterización política de los competidores facilitará esta estrategia. Macri, que representará a la oposición, deberá demostrar que no es de centroderecha para burlar el estigma. Paradójicamente, tendrá que hacerse populista si quiere vencer al populismo.
La probabilidad de un nuevo gobierno peronista se parece a los programas para adultos o a las noticias fuertes: puede herir muchas sensibilidades. Sin embargo, queda por ver qué peronismo es posible, en caso de que logre retener el poder. Tal vez para develarlo, haya que atender más a la forma de enunciar de los candidatos que a los enunciados. Es decir, no tanto al programa como al estilo. Allí se verá que, gane quien gane, no habrá ya lugar para una presidencia agresiva y discrecional. Ése será el principio del fin de ciclo, un horizonte añorado por millones de argentinos, entre los que se cuentan muchos peronistas..
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