Todo empezó con una ovación. Ocurrió esta semana en un auditorio repleto de intelectuales progresistas que han votado a Cristina Kirchner. Pero que se mantienen a prudente distancia de los dogmas oficiales y de la obediencia; también de las toscas mentiras del relato. Esos intelectuales son remisos a exponerse: el Gobierno castiga a los kirchneristas críticos. Recojo sus impresiones sin violar el anonimato, y no sin advertir que ni siquiera constituyen una corriente de pensamiento homogéneo. Son, por ahora, sólo un síntoma. La evidencia de que asoma una sensación de desencanto en esa vereda.
El hecho es que uno de esos intelectuales, un académico de prestigio internacional que pasó por la función pública, tomó la palabra para presentar un libro y explicó de paso por qué el Gobierno ha perdido una oportunidad histórica. Cuando terminó, lo aplaudieron a rabiar. Luego, entre el público, había alivio: «Por fin alguien lo dice con todas las letras».
Los razonamientos de esta comunidad están hoy tan alejados de la centroderecha como del cristinismo, y quizás es precisamente por eso mismo que resultan muy interesantes: porque cambian el paradigma de discusión. Y además, la «pérdida de la oportunidad histórica» se opone al credo neocamporista según el cual vivimos «un momento fundacional». Si uno pudiera construir un monólogo armado con la opinión de estos objetores, y haciendo la salvedad de que no se trata de un discurso absolutamente uniforme, la cosa sonaría más o menos así: «Miremos cómo eran las 200 empresas de mayor facturación durante los años 90: el 40% de ellas eran extranjeras. En la etapa kirchnerista, ese porcentaje subió al 60%. El 70% de las compañías multinacionales manejan hoy el 50% de las exportaciones. Una de las primeras medidas dictadas por Martínez de Hoz durante la dictadura fue sepultar una legislación progresista de Perón e instalar un mecanismo jurídico según el cual se pone en pie de igualdad a capitales nacionales y extranjeros. Para dar un solo ejemplo: ambos tienen el mismo acceso al crédito. Los de afuera les llevan muchas más ventajas a los de adentro, y la principal es que ante un conflicto con el Estado pueden apelar al Ciadi, un tribunal internacional, algo que los argentinos tienen vedado. Esto último fue una creación libre del menemismo, que profundizó así la idea de Martínez de Hoz. La pregunta es por qué los gobiernos progres de Néstor y Cristina no abortaron esa disposición y continuaron adelante con la misma política. Los ultrakirchneristas y los neoliberales comparten la opinión de que anular la medida de Martínez de Hoz implicaría alejar a inversores. Pero eso no es cierto, puesto que ni Brasil ni Gran Bretaña ni la India tienen esa restricción y son pujantes».
Para los monologuistas, esto explica por qué no ha cambiado la matriz productiva en la Argentina, a pesar de la retórica y de las orquestas que cantan canciones patrias en el Parlamento. «El kirchnerismo pudo haber modificado esa matriz -se lamentan-. Pero al principio no lo hizo porque decía estar apagando el incendio de la herencia recibida. Disfrutó del viento de cola durante años, cuando convenía ir a fondo, y tampoco lo hizo. Y ahora no quiere hacerlo porque la crisis internacional arrecia. La verdad es que para cambiar el perfil productivo hace falta un país serio y previsible, y no un populismo a la bartola, con gran nivel de improvisación y con una economía de la arbitrariedad. Se puede cambiar si uno está dispuesto a generar certidumbre. Si se traza un plan de reforma con objetivos de desarrollo y se termina con mamarrachos indefendibles como el Indec. Si uno abandona la idea populista de que solo vale el presente y la próxima elección».
Es curioso lo que estos intelectuales piensan acerca de la corrupción, temática relativizada por el kirchnerismo. «La corrupción afecta a la economía -sostienen-. Estudios internacionales demuestran que un 60% la protagonizan los empresarios y un 8% los funcionarios públicos. Pero la primera no sería posible si el Estado no se los permitiera, y la segunda sería imposible si las empresas no sobornaran. En un país donde se naturaliza la corrupción, los cambios de reglas, la incertidumbre y hasta el desconcierto, el capitalista externo es casi empujado a la rapiña. No somos frondicistas, pero durante el breve lapso del desarrollismo los capitalistas venían no para comprar y explotar lo existente, sino para traer nuevas compañías y abrir sectores. Eso no ocurre ahora. Pero ojo, tampoco somos catastrofistas: intuimos que pronto el Gobierno manoteará las mineras para hacer caja, sostener el consumo y llegar bien posicionado a los comicios de 2013. Se puede seguir ganando elecciones, pero el problema es más profundo. No falta tanto para que se cumplan los diez años del modelo. Esa efeméride los encontrará mostrando todo lo que se mejoró. Que fue mucho. La pobreza, por ejemplo, se redujo un 25%. Y no es poca cosa. El asunto es que no puede verse todo desde la perspectiva de 2001. Ya ha pasado una década. Tenemos que ver las cosas que no se hicieron, las que se ejecutaron mal y las que lamentablemente ya no pueden ser reparadas. Si no hacemos eso, estamos falsificando el análisis de la política.»
Todo empezó con una ovación. Y terminó con una sonrisa amarga..
El hecho es que uno de esos intelectuales, un académico de prestigio internacional que pasó por la función pública, tomó la palabra para presentar un libro y explicó de paso por qué el Gobierno ha perdido una oportunidad histórica. Cuando terminó, lo aplaudieron a rabiar. Luego, entre el público, había alivio: «Por fin alguien lo dice con todas las letras».
Los razonamientos de esta comunidad están hoy tan alejados de la centroderecha como del cristinismo, y quizás es precisamente por eso mismo que resultan muy interesantes: porque cambian el paradigma de discusión. Y además, la «pérdida de la oportunidad histórica» se opone al credo neocamporista según el cual vivimos «un momento fundacional». Si uno pudiera construir un monólogo armado con la opinión de estos objetores, y haciendo la salvedad de que no se trata de un discurso absolutamente uniforme, la cosa sonaría más o menos así: «Miremos cómo eran las 200 empresas de mayor facturación durante los años 90: el 40% de ellas eran extranjeras. En la etapa kirchnerista, ese porcentaje subió al 60%. El 70% de las compañías multinacionales manejan hoy el 50% de las exportaciones. Una de las primeras medidas dictadas por Martínez de Hoz durante la dictadura fue sepultar una legislación progresista de Perón e instalar un mecanismo jurídico según el cual se pone en pie de igualdad a capitales nacionales y extranjeros. Para dar un solo ejemplo: ambos tienen el mismo acceso al crédito. Los de afuera les llevan muchas más ventajas a los de adentro, y la principal es que ante un conflicto con el Estado pueden apelar al Ciadi, un tribunal internacional, algo que los argentinos tienen vedado. Esto último fue una creación libre del menemismo, que profundizó así la idea de Martínez de Hoz. La pregunta es por qué los gobiernos progres de Néstor y Cristina no abortaron esa disposición y continuaron adelante con la misma política. Los ultrakirchneristas y los neoliberales comparten la opinión de que anular la medida de Martínez de Hoz implicaría alejar a inversores. Pero eso no es cierto, puesto que ni Brasil ni Gran Bretaña ni la India tienen esa restricción y son pujantes».
Para los monologuistas, esto explica por qué no ha cambiado la matriz productiva en la Argentina, a pesar de la retórica y de las orquestas que cantan canciones patrias en el Parlamento. «El kirchnerismo pudo haber modificado esa matriz -se lamentan-. Pero al principio no lo hizo porque decía estar apagando el incendio de la herencia recibida. Disfrutó del viento de cola durante años, cuando convenía ir a fondo, y tampoco lo hizo. Y ahora no quiere hacerlo porque la crisis internacional arrecia. La verdad es que para cambiar el perfil productivo hace falta un país serio y previsible, y no un populismo a la bartola, con gran nivel de improvisación y con una economía de la arbitrariedad. Se puede cambiar si uno está dispuesto a generar certidumbre. Si se traza un plan de reforma con objetivos de desarrollo y se termina con mamarrachos indefendibles como el Indec. Si uno abandona la idea populista de que solo vale el presente y la próxima elección».
Es curioso lo que estos intelectuales piensan acerca de la corrupción, temática relativizada por el kirchnerismo. «La corrupción afecta a la economía -sostienen-. Estudios internacionales demuestran que un 60% la protagonizan los empresarios y un 8% los funcionarios públicos. Pero la primera no sería posible si el Estado no se los permitiera, y la segunda sería imposible si las empresas no sobornaran. En un país donde se naturaliza la corrupción, los cambios de reglas, la incertidumbre y hasta el desconcierto, el capitalista externo es casi empujado a la rapiña. No somos frondicistas, pero durante el breve lapso del desarrollismo los capitalistas venían no para comprar y explotar lo existente, sino para traer nuevas compañías y abrir sectores. Eso no ocurre ahora. Pero ojo, tampoco somos catastrofistas: intuimos que pronto el Gobierno manoteará las mineras para hacer caja, sostener el consumo y llegar bien posicionado a los comicios de 2013. Se puede seguir ganando elecciones, pero el problema es más profundo. No falta tanto para que se cumplan los diez años del modelo. Esa efeméride los encontrará mostrando todo lo que se mejoró. Que fue mucho. La pobreza, por ejemplo, se redujo un 25%. Y no es poca cosa. El asunto es que no puede verse todo desde la perspectiva de 2001. Ya ha pasado una década. Tenemos que ver las cosas que no se hicieron, las que se ejecutaron mal y las que lamentablemente ya no pueden ser reparadas. Si no hacemos eso, estamos falsificando el análisis de la política.»
Todo empezó con una ovación. Y terminó con una sonrisa amarga..
Es genial Fernández Díaz. No puedo dejar de leerlo, se supera cada día.
Asistió a una reunión de gente ‘kirchnerista y de izquierda’ ¡que habla IGUAL que él mismo, los columnistas de La Nación y Clarín, Alberto Fernández, etc.!
No puedo resistir a la tentación de copiar lo que dije en otro post:
[Textual]
«En realidad JFD tiene una cuota de astucia.
No por nada ‘La Nación’ lo pone en el cargo en que lo pone. (Entre otras cosas, porque en la sección cultural no podés poner a un, digamos, Abel Posse. Tiene que haber un ‘barniz’ de centroizquierda, algo vagamente socialdemócrata como mínimo).
Él no aparece como un ‘hombre La Nación’ clásico.
Su actitud es: ‘yo fui nac & pop, yo fui de izquierda, así que a mí no me la cuentan, yo me las sé todas. Y desde adentro’.
Por eso, su antikirchnerismo tiene algunos ángulos diferentes. Por ejemplo, tratar de demostrar que el kirchnerismo ‘no es de izquierda’, o ‘no es verdaderamente peronista’. Muy vivo. ‘Nice try’, dirían los yanquis.
Es un caso parecido al de Beatriz Sarlo. Hacen como que ‘comprenden’ más el fenómeno, pero llegan a conclusiones estrictamente funcionales al proyecto de ‘La Nación’: que esto es espantoso y hay que voltearlo.»