Rodríguez Larreta no tiene ganas de debatir con Lousteau ni piensa que es su deber. Repite todo el día: “Visitamos los barrios, tocamos timbres, estuvimos con los vecinos; construimos tal cosa (va cifra) y tal otra (va cifra); la gente sabe y nos conoce”. Igualito a Scioli. Con esta soporífera retórica no se sostiene un debate.
Durante esta semana, en importantes medios opositores, algunos comentarios evocaron la tesis de que toda coyuntura política se define por un solo conflicto principal, cuya ley es preciso obedecer dirigiéndose inexorablemente hacia un polo o hacia el otro del enfrentamiento. Nadie citó al maoísmo, que sostuvo la misma teoría. Pero, de algún modo, después de que Lousteau recibiera los resultados con la vibrante consigna “Hoy los porteños decidieron que va a haber ballottage”, se insinuó la extravagancia de que estaba obligado a ofertar su retiro de la segunda vuelta como sacrificio en los altares del PRO.
Rodríguez Larreta reaccionó a lo Scioli: con esa soporífera retórica no se sostiene un debate
Se le pide a Lousteau que “cuide” a Macri. Lo que fue posible en Santa Fe, es decir que la UCR respetara el acuerdo con los socialistas y enfrentaran juntos a Del Sel, candidato del PRO, no vale para la ciudad de Buenos Aires porque, estratégicamente, hay que darle a Macri más tiempo (dos semanas) para su campaña nacional.
La insólita proposición parte de la idea de que los que no somos oficialistas estamos en el penoso o alegre deber de aceptar a Macri como posible presidente y hacer todo para que tal eventualidad se convierta en realidad. Y ahora a Macri se le agrega Rodríguez Larreta, a quien deberían votar los que no quieren ver a Scioli presidente. Gente de buenos modales, como Alfonso Prat-Gay, hizo pública una carta (que parece escrita por su propio enemigo), donde comunica: “Decidí no competir porque no quería terminar como terminó Lousteau”. ¿Ah sí? ¿Tan fácil le habría resultado?
Los ciudadanos que no querrían a Macri como presidente, de todos modos están obligados a aceptar esa candidatura y la de Rodríguez Larreta si son verdaderos antikirchneristas. Caso contrario cometen el error de “ser funcionales” al kirchnerismo. Atrapados sin salida en la cárcel donde deben inmolar todas sus ideas.
Después de que Cristina, en sus ratos de ocio, se imaginara discípula de Ernesto Laclau (a su vez seguidor semiológico-lacaniano de Carl Schmitt), ahora los más decididos antikirchneristas siguen a Mao y su teoría de la contradicción principal. O, como un personaje de Molière, hablan en prosa sin saberlo. Pero Lousteau no quiso recitar esa prosa.
Se le dijo a Lousteau que desaprovechaba la oportunidad de fortalecer a Macri (es decir que no reconocía que la contradicción principal era el enfrentamiento por la presidencia entre Macri y Scioli y no la poco importante ciudad de Buenos Aires). Muchos radicales melancólicos opinaron así. Salvó el honor Ricardo Alfonsín, que apoyó la decisión de seguir en la segunda vuelta; y Ernesto Sanz, porque necesita víveres y pertrechos para su carrera en las PASO nacionales, de donde calcula salir con algunos votos que le permitan consolidarse en la UCR, un partido que él mismo contribuyó a desguazar.
Lousteau acertó al no permitir que lo aplastaran las presiones. Aprovechó la oportunidad para seguir exponiendo su alternativa para la ciudad e instalarse como figura del distrito. Acató un calendario electoral porteño definido por Macri, que quiso llegar fortalecido a la carrera presidencial con una victoria contundente en Buenos Aires y, por eso, lo que más le convenía era desdoblar las elecciones. En eso acertó, porque el PRO perdió en Santa Fe, no ganó ninguna plaza importante como principal fuerza y la Ciudad de Buenos Aires tiene valor de arrastre.
Lousteau no pensó que debía tirarse al mar y ahogarse para que el triunfo de Macri brillara sin necesidad de segunda vuelta. Con esa decisión corre un riesgo porque en el ballottage su derrota podría ser por muchos puntos. Pero siguió las leyes del juego: el partido tiene dos tiempos y un político sabe que para ganar algo también hay que arriesgar.
La opinión antikirchnerista es tan extrema como falta de refinamiento: sostiene el principio elemental de que cualquier cosa que no se haga directamente en contra es a favor del “enemigo principal”. Twitter florece en estos juicios sumarios donde todo lo que no es antikirchnerismo furioso es cripto-kirchnerismo (incluso cripto-kirchnerismo a sueldo). Y también se divulgan datos que no favorecen al candidato de ECO: ahora se avisa a los votantes que detrás de Lousteau están Coti Nosiglia (un nombre maldito para la opinión pública que aspira a la transparencia) y Chrystian Colombo (jefe de Gabinete de De la Rúa hasta su caída). O sea que se lo vincula con personajes dudosos como el truchimán del radicalismo y con los peores recuerdos de 2001.
La opinión anti K es extrema y sin refinamiento. Lo que no se haga en contra es a favor del “enemigo”
Pero, finalmente, el ballottage también tiene otro sentido: se vota no sólo para ganar. En libertad, también se vota para dar una opinión sobre los candidatos, aunque pierdan.
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Jorge Fontevecchia no hace su habitual contratapa por encontrarse de viaje.
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Durante esta semana, en importantes medios opositores, algunos comentarios evocaron la tesis de que toda coyuntura política se define por un solo conflicto principal, cuya ley es preciso obedecer dirigiéndose inexorablemente hacia un polo o hacia el otro del enfrentamiento. Nadie citó al maoísmo, que sostuvo la misma teoría. Pero, de algún modo, después de que Lousteau recibiera los resultados con la vibrante consigna “Hoy los porteños decidieron que va a haber ballottage”, se insinuó la extravagancia de que estaba obligado a ofertar su retiro de la segunda vuelta como sacrificio en los altares del PRO.
Rodríguez Larreta reaccionó a lo Scioli: con esa soporífera retórica no se sostiene un debate
Se le pide a Lousteau que “cuide” a Macri. Lo que fue posible en Santa Fe, es decir que la UCR respetara el acuerdo con los socialistas y enfrentaran juntos a Del Sel, candidato del PRO, no vale para la ciudad de Buenos Aires porque, estratégicamente, hay que darle a Macri más tiempo (dos semanas) para su campaña nacional.
La insólita proposición parte de la idea de que los que no somos oficialistas estamos en el penoso o alegre deber de aceptar a Macri como posible presidente y hacer todo para que tal eventualidad se convierta en realidad. Y ahora a Macri se le agrega Rodríguez Larreta, a quien deberían votar los que no quieren ver a Scioli presidente. Gente de buenos modales, como Alfonso Prat-Gay, hizo pública una carta (que parece escrita por su propio enemigo), donde comunica: “Decidí no competir porque no quería terminar como terminó Lousteau”. ¿Ah sí? ¿Tan fácil le habría resultado?
Los ciudadanos que no querrían a Macri como presidente, de todos modos están obligados a aceptar esa candidatura y la de Rodríguez Larreta si son verdaderos antikirchneristas. Caso contrario cometen el error de “ser funcionales” al kirchnerismo. Atrapados sin salida en la cárcel donde deben inmolar todas sus ideas.
Después de que Cristina, en sus ratos de ocio, se imaginara discípula de Ernesto Laclau (a su vez seguidor semiológico-lacaniano de Carl Schmitt), ahora los más decididos antikirchneristas siguen a Mao y su teoría de la contradicción principal. O, como un personaje de Molière, hablan en prosa sin saberlo. Pero Lousteau no quiso recitar esa prosa.
Se le dijo a Lousteau que desaprovechaba la oportunidad de fortalecer a Macri (es decir que no reconocía que la contradicción principal era el enfrentamiento por la presidencia entre Macri y Scioli y no la poco importante ciudad de Buenos Aires). Muchos radicales melancólicos opinaron así. Salvó el honor Ricardo Alfonsín, que apoyó la decisión de seguir en la segunda vuelta; y Ernesto Sanz, porque necesita víveres y pertrechos para su carrera en las PASO nacionales, de donde calcula salir con algunos votos que le permitan consolidarse en la UCR, un partido que él mismo contribuyó a desguazar.
Lousteau acertó al no permitir que lo aplastaran las presiones. Aprovechó la oportunidad para seguir exponiendo su alternativa para la ciudad e instalarse como figura del distrito. Acató un calendario electoral porteño definido por Macri, que quiso llegar fortalecido a la carrera presidencial con una victoria contundente en Buenos Aires y, por eso, lo que más le convenía era desdoblar las elecciones. En eso acertó, porque el PRO perdió en Santa Fe, no ganó ninguna plaza importante como principal fuerza y la Ciudad de Buenos Aires tiene valor de arrastre.
Lousteau no pensó que debía tirarse al mar y ahogarse para que el triunfo de Macri brillara sin necesidad de segunda vuelta. Con esa decisión corre un riesgo porque en el ballottage su derrota podría ser por muchos puntos. Pero siguió las leyes del juego: el partido tiene dos tiempos y un político sabe que para ganar algo también hay que arriesgar.
La opinión antikirchnerista es tan extrema como falta de refinamiento: sostiene el principio elemental de que cualquier cosa que no se haga directamente en contra es a favor del “enemigo principal”. Twitter florece en estos juicios sumarios donde todo lo que no es antikirchnerismo furioso es cripto-kirchnerismo (incluso cripto-kirchnerismo a sueldo). Y también se divulgan datos que no favorecen al candidato de ECO: ahora se avisa a los votantes que detrás de Lousteau están Coti Nosiglia (un nombre maldito para la opinión pública que aspira a la transparencia) y Chrystian Colombo (jefe de Gabinete de De la Rúa hasta su caída). O sea que se lo vincula con personajes dudosos como el truchimán del radicalismo y con los peores recuerdos de 2001.
La opinión anti K es extrema y sin refinamiento. Lo que no se haga en contra es a favor del “enemigo”
Pero, finalmente, el ballottage también tiene otro sentido: se vota no sólo para ganar. En libertad, también se vota para dar una opinión sobre los candidatos, aunque pierdan.
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Jorge Fontevecchia no hace su habitual contratapa por encontrarse de viaje.
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