Hay sobrados motivos para advertir con preocupación que en el primer bimestre del año la formación de activos externos del sector privado un eufemismo técnico para denominar a la fuga de capitales, fue de u$s 3809 millones. Sumados a los casi 10.000 millones acumulados a lo largo del año pasado, totalizan alrededor del 40% del endeudamiento que en ese mismo período tomó el Estado en mercados internacionales y bajo legislación extranjera. Fueron hasta ahora u$s 35.000 millones de deuda externa adicional que, además de cubrir déficit fiscal, sirvieron para financiar una gigantesca filtración y despilfarro de divisas.
Es notable que semejante proceso de dolarización y fuga suceda en momentos en que no se espera un salto en la cotización. Por el contrario, en el último Relevamiento de Expectativas que realiza el Banco Central los pronósticos sobre el valor del dólar se modificaron a la baja, y se ubican para los próximos seis meses entre $ 15,90 y $ 16,80. Con ese horizonte, aplicando un cálculo financiero elemental se concluye que comprar dólares ahora no es la opción más conveniente. Mucho más redituable resulta el carry trade o bicicleta financiera consistente en aprovechar la tasa de interés en pesos mientras prosiga la calma cambiaria.
Es lo que siguen haciendo los inversores más sofisticados. Quedó bien en evidencia en el informe del Banco Central sobre el mercado de cambios: de los u$s 588 millones de inversiones extranjeras que ingresaron en febrero, más del 80% fueron colocaciones financieras y sólo 98 millones tuvieron fines productivos. La única lluvia de dólares que llegó desde que asumió Mauricio Macri tuvo como destino la timba.
Pero no todos son especuladores avezados. Por memoria histórica y por razones culturales muchos ciudadanos con capacidad de ahorro tienen como alternativa favorita, y generalmente exclusiva, la compra de dólares. Un comportamiento que se potencia cuando hay percepción de que el dólar está barato.
Y no hay ninguna duda de que el dólar está barato. El índice de tipo de cambio real multilateral (Itcrm) que elabora el Banco Central se ubicó esta semana en 84,7, un 15% por debajo del nivel que registró en diciembre de 2015 tras la devaluación que provocó el levantamiento del mal llamado cepo. Más ilustrativo es que el Itcrm actual de 84,7 está más cerca del 74,4 que tuvo ese índice en promedio en los últimos años de gran atraso de la Convertibilidad que de la marca de 114,1 que registró en promedio entre 2008 y 2016.
El Itcrm refleja el precio relativo de los bienes y servicios de la economía en relación a los de los países con los cuáles se comercia. Cuánto más bajo sea, es decir cuánto mayor el atraso cambiario o cuánto más barato el dólar, más cara es la Argentina en términos comparativos. Las quejas de los industriales y el aluvión de argentinos veraneando y haciendo compras en el exterior, son dos claras pruebas.
Un impactante número de 862.000 personas compraron en febrero un total de u$s 2335 millones. Por lo señalado antes, casi la mitad fueron compras de menos de u$s 10.000.
Más allá de cuestiones coyunturales, de si el gobierno y el Banco Central hacen bien o se equivocan avalando el atraso cambiario como ancla inflacionaria y para fines electorales, la cultura dolarizadora va a persistir hasta tanto el tipo de cambio deje de ser una variable volátil y muy incierta. Y eso sólo puede ocurrir si el país resuelve su incapacidad para generar desde su aparato productivo, y no a través del endeudamiento, los dólares que requiere una economía que desarrolle industria y que genere trabajo suficiente y de mayor calificación.
Por más revolución agraria y cosecha récord, el campo y el agronegocio no están en condiciones de abastecer al país con la cantidad de dólares necesarios para cumplir con la condición anterior. Tal vez Vaca Muerta, si alguna vez se hace realidad lo que algunos aseguraron, podría servir de comodín. Pero ese momento no parece cercano.
Y lejos de avanzar hacia una matriz productiva que permita romper la restricción externa, terminar con la dependencia insuficiente del campo, y prescindir del endeudamiento como parche transitorio, la economía caminó en sentido contrario. Lo viene haciendo desde antes de este gobierno y continúa con Macri.
Se podría ir más atrás, pero alcanza con observar los últimos diez años. Según la información del Indec sobre complejos exportadores, la participación conjunta del complejo oleaginoso y cerealero en el total subió del 28,1% en 2006 a 44,6% el año pasado. En ese lapso el complejo petrolero-petroquímico redujo su peso de 18,6 a 4,4%; el siderúrgico de 3,8 a 0,8; y el maderero de 0,7 a 0,2% de las ventas totales. A lo que hay que agregar que si bien el complejo automotriz mantuvo su participación alrededor del 10%, el grado de integración local de lo que exporta es considerablemente inferior ahora que hace diez años.
El gobierno anterior tuvo condiciones externas muy favorables para aprovechar y avanzar en el sentido requerido. Fue un tema muy presente en la teoría de su discurso pero poco en la práctica.
El gobierno actual no goza de un contexto internacional favorable, pero tampoco se muestra interesado en una cuestión tan primordial como revertir la primarización.
Es notable que semejante proceso de dolarización y fuga suceda en momentos en que no se espera un salto en la cotización. Por el contrario, en el último Relevamiento de Expectativas que realiza el Banco Central los pronósticos sobre el valor del dólar se modificaron a la baja, y se ubican para los próximos seis meses entre $ 15,90 y $ 16,80. Con ese horizonte, aplicando un cálculo financiero elemental se concluye que comprar dólares ahora no es la opción más conveniente. Mucho más redituable resulta el carry trade o bicicleta financiera consistente en aprovechar la tasa de interés en pesos mientras prosiga la calma cambiaria.
Es lo que siguen haciendo los inversores más sofisticados. Quedó bien en evidencia en el informe del Banco Central sobre el mercado de cambios: de los u$s 588 millones de inversiones extranjeras que ingresaron en febrero, más del 80% fueron colocaciones financieras y sólo 98 millones tuvieron fines productivos. La única lluvia de dólares que llegó desde que asumió Mauricio Macri tuvo como destino la timba.
Pero no todos son especuladores avezados. Por memoria histórica y por razones culturales muchos ciudadanos con capacidad de ahorro tienen como alternativa favorita, y generalmente exclusiva, la compra de dólares. Un comportamiento que se potencia cuando hay percepción de que el dólar está barato.
Y no hay ninguna duda de que el dólar está barato. El índice de tipo de cambio real multilateral (Itcrm) que elabora el Banco Central se ubicó esta semana en 84,7, un 15% por debajo del nivel que registró en diciembre de 2015 tras la devaluación que provocó el levantamiento del mal llamado cepo. Más ilustrativo es que el Itcrm actual de 84,7 está más cerca del 74,4 que tuvo ese índice en promedio en los últimos años de gran atraso de la Convertibilidad que de la marca de 114,1 que registró en promedio entre 2008 y 2016.
El Itcrm refleja el precio relativo de los bienes y servicios de la economía en relación a los de los países con los cuáles se comercia. Cuánto más bajo sea, es decir cuánto mayor el atraso cambiario o cuánto más barato el dólar, más cara es la Argentina en términos comparativos. Las quejas de los industriales y el aluvión de argentinos veraneando y haciendo compras en el exterior, son dos claras pruebas.
Un impactante número de 862.000 personas compraron en febrero un total de u$s 2335 millones. Por lo señalado antes, casi la mitad fueron compras de menos de u$s 10.000.
Más allá de cuestiones coyunturales, de si el gobierno y el Banco Central hacen bien o se equivocan avalando el atraso cambiario como ancla inflacionaria y para fines electorales, la cultura dolarizadora va a persistir hasta tanto el tipo de cambio deje de ser una variable volátil y muy incierta. Y eso sólo puede ocurrir si el país resuelve su incapacidad para generar desde su aparato productivo, y no a través del endeudamiento, los dólares que requiere una economía que desarrolle industria y que genere trabajo suficiente y de mayor calificación.
Por más revolución agraria y cosecha récord, el campo y el agronegocio no están en condiciones de abastecer al país con la cantidad de dólares necesarios para cumplir con la condición anterior. Tal vez Vaca Muerta, si alguna vez se hace realidad lo que algunos aseguraron, podría servir de comodín. Pero ese momento no parece cercano.
Y lejos de avanzar hacia una matriz productiva que permita romper la restricción externa, terminar con la dependencia insuficiente del campo, y prescindir del endeudamiento como parche transitorio, la economía caminó en sentido contrario. Lo viene haciendo desde antes de este gobierno y continúa con Macri.
Se podría ir más atrás, pero alcanza con observar los últimos diez años. Según la información del Indec sobre complejos exportadores, la participación conjunta del complejo oleaginoso y cerealero en el total subió del 28,1% en 2006 a 44,6% el año pasado. En ese lapso el complejo petrolero-petroquímico redujo su peso de 18,6 a 4,4%; el siderúrgico de 3,8 a 0,8; y el maderero de 0,7 a 0,2% de las ventas totales. A lo que hay que agregar que si bien el complejo automotriz mantuvo su participación alrededor del 10%, el grado de integración local de lo que exporta es considerablemente inferior ahora que hace diez años.
El gobierno anterior tuvo condiciones externas muy favorables para aprovechar y avanzar en el sentido requerido. Fue un tema muy presente en la teoría de su discurso pero poco en la práctica.
El gobierno actual no goza de un contexto internacional favorable, pero tampoco se muestra interesado en una cuestión tan primordial como revertir la primarización.