Bachelet encapsulada

ASI COMO están las cosas, la campaña presidencial se encuentra zanjada. Por la cantidad de candidatos, probablemente haya segunda vuelta, Bachelet pase primera y Matthei segunda. No sólo porque la derecha se encuentra en un embrollo, con una candidatura que no cuaja, un presidente con agenda propia -a veces demasiado propia- y unos partidos controlados por directivas oligárquicas, incapaces todos de desplegar un discurso a la altura del momento. Además, porque al frente cuentan con una candidata encapsulada. Ese es el término para calificar el modo en el que se presenta Bachelet.
Luego de un aterrizaje movido, rodeado de expectativas, declaraciones impetuosas de algunos miembros de sus equipos, de ajustes y desajustes entre sus aliados, la candidata tocó suelo de tal suerte que todo se tranquilizó.
Tras el triunfo en las primarias, el tono a veces estridente de Bachelet dio paso a una suave impostación de la voz, a un orden de los cuadros, al silencio de los excesivamente entusiastas, a una moderación general del tono y a una cuidadosa puesta en escena que no deja ver nada más que un maternal sentido común.
Todo eso está bien. Revela inteligencia en la presentación y un agregado de disciplina y liderazgo colectivo que la derecha no puede sino envidiar.
Bachelet se ha vuelto inatacable.
Sin embargo, además ocurre, en el caso, que ella ha incorporado dentro de su estrategia la decisión de eludir la discusión. Sólo así se entiende que esquive cada oportunidad de enfrentarse con Matthei. Su rechazo a participar en el debate de la ANP es muestra de ello. Pero también lo es su participación en el extraño entuerto de Anatel, donde las posibilidades de resultar seriamente interpelada son casi nulas.
Esta estrategia no es nueva en Bachelet. Si bien se puede aplaudir la astucia de operar así cuando las encuestas le favorecen, la estrategia es altamente antidemocrática. Porque la democracia no es como el fútbol, donde puede ser hasta meritorio que un equipo haga tiempo o sus jugadores se cuelguen del arco cuando van arriba en el marcador.
En democracia se trata no sólo de resultados, sino de cómo se llega a ellos. La verdad es que en el fútbol también, y por eso se premia la garra y el juego bonito. Pero en la democracia, donde se somete a decisión lo más serio, la pregunta de cómo organizamos nuestra convivencia colectiva, el modo de ganar es más importante todavía.
Porque cabe el riesgo de que la ausencia de discusión llegue a tal punto que el resultado no sea mucho más que el producto de una mezcla de sensaciones agradables (sonrisas, gestos, saludos, voz suave) y poder económico (para la publicidad), es decir, mera manipulación de las masas.
Entonces el espíritu de la democracia, o sea, la pretensión de que las autoridades resulten elegidas a partir de una confrontación clara, de frente y sincera de sus ideas, de una efectiva deliberación pública, así como la apuesta -sin la cual la democracia no se distingue de un plebiscito aclamatorio- de que, allende las sensaciones y la publicidad, el pueblo es capaz de seguir esa confrontación de ideas, razonar y conmoverse por los argumentos esgrimidos en la discusión, resulta traicionado.

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