Mauricio Macri viene diciendo, desde hace mucho tiempo, que el cristinismo gobernante quiere sacarle la poca autonomía financiera que le queda. ¿Por qué lo haría? ¿Para qué? Una interpretación posible indicaría que a ningún gobierno le agrada la posibilidad de un relevo. Y Macri expresa una de las pocas alternativas de sucesión en el poder que tiene el kirchnerismo. Ya sea porque decidió no competir en las últimas elecciones presidenciales (no formó parte, por lo tanto, del fracaso colectivo de los opositores) o porque fue el dirigente más claro en la crítica a la expropiación de YPF, lo cierto es que el jefe porteño sobrevivió a la casi unánime marea de cristinismo de los últimos meses.
Sin embargo, al oficialismo lo preocupan esas cosas, pero también otras más significativas. No hay encuestas que no consignen que las tres figuras políticas más populares del país son la Presidenta, Daniel Scioli y Macri.
Las presencias de Macri y de Scioli en ese podio podrían estar marcando una incipiente inclinación de la sociedad hacia otros parámetros ideológicos, distintos de los que pregona el kirchnerismo desde hace nueve años. Scioli y Macri tienen una misma formación inicial en el mundo de las empresas y sus ideas cabalgan a la derecha de las ideas predominantes en el poder. Los dos, además, le huyen al teatro del conflicto, que es el escenario donde mejor se mueve el kirchnerismo.
Halagos
Macri podría sentirse halagado, en tal caso, con la feroz crítica que le propina el gobierno federal. No hay mejor campaña para un opositor que la que le hace el Gobierno cuando lo enfrenta. La sociedad opositora toma nota entonces de quién es el mejor enemigo del poder que gobierna. Hace pocos días, Ricardo Alfonsín hizo una pública y conmovedora confesión: «Ya quisiera yo que el gobierno nacional me criticara como lo critica a Macri», dijo, en una aceptación implícita de su impotencia. No obstante, la fuerte declaración de Macri de ayer no se refería a declaraciones políticas o electorales, sino a la administración concreta de los asuntos del Estado. Es ahí, precisamente, donde las cosas cambian de color.
El futuro de Macri, cualquiera que sea, estará siempre ligado a su gestión como jefe del gobierno porteño. El gobierno de la Capital tiene un presupuesto, en cifras redondas, de unos 30.000 millones de pesos, pero sólo puede disponer del 10 por ciento de ese monto para inversiones y obras. El resto es usado en gastos corrientes de la administración. Cristina Kirchner fue y vino con los subsidios de los servicios públicos (sobre todo para el consumo de gas y electricidad), pero mantuvo inalterable la primera decisión que tomó: sacarle esos subsidios al gobierno de la ciudad. Macri se encontró de pronto con un gasto adicional de 300 millones de pesos.
La Capital, que recibe sólo el 1,4 por ciento de los fondos federales que se coparticipan con las provincias, no tiene una situación muy distinta del resto de las provincias.
Es, a pesar de todo, uno de los pocos distritos que tienen un margen propio de financiación. Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba están mucho peor que la Capital. El gobierno nacional más unitario financieramente de la historia les está negando a algunas provincias, como Córdoba, hasta el pago de acuerdos firmados ante la Corte Suprema de Justicia.
Con todo, el resto de las provincias recibe recursos por otras vías, como las obras públicas. En contraste, el kirchnerismo no ha hecho ninguna obra pública en la Capital en los nueve años de gloria y poder. No es sólo Macri el que puede sentirse ofendido, sino también Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y el resto de los porteños. La única obra pública que comenzó el gobierno nacional es la del subte que une Plaza de Mayo con Retiro, pero los trabajos se han dispuesto de manera tan lenta que parecen hechos para colmar la paciencia de los porteños.
Quizá todo eso sea consecuencia de que el kirchnerismo ha considerado siempre a la Capital un bastión inalcanzable para su proyecto político. No se equivoca: una encuesta en manos del macrismo indica que, luego de la expropiación de YPF, Macri creció en la Capital en la consideración social, mientras que los números de la Presidenta bajaron. Al revés, Cristina Kirchner aumentó su popularidad en el cordón bonaerense que rodea la Capital. Es probable, por lo tanto, que la Presidenta haya frenado su caída de los últimos meses en las encuestas nacionales o que haya crecido un poco en tales mediciones.
El traspaso de los subterráneos y de los colectivos a la Capital podrían erosionar aún más los recursos de la Capital. Si esos servicios terminaran en poder de Macri, éste deberá disponer de unos 2000 millones de pesos más por año, salvo que se decida a despojarlos totalmente de subsidios.
El propio Scioli, que bascula entre jugar al fútbol con Macri y obedecer a su presidenta, ya notificó al jefe porteño de que no se procesará más en la provincia la basura que produce la Capital. Esa es una iniciativa de Cristina Kirchner para obligar a Macri a hacer importantes inversiones durante varios años. «Me quiere de rodillas», suele decir el líder capitalino.
La seguridad
La propia seguridad en la Capital, que está en condiciones cada vez peores, es un conflicto del que la Presidenta se quiere apartar. Apartó a la Policía Federal de grandes zonas de la Capital. El delito, creciente y violento, provocó ya el primer cacerolazo contra el gobierno del segundo mandato de Cristina en la noche del lunes. El Ministerio de Seguridad de la Nación es un organismo parcelado entre dos líderes, la ministra Nilda Garré y su viceministro, Sergio Berni. Sea como sea, ninguno de los dos ha hecho nada para establecer con el gobierno de la Capital una política común contra el crimen.
A pesar de tantas competencias y desafíos, Cristina Kirchner es una política ingrata: Macri la trató bien en los últimos tiempos, espoleado más que nada por el olfato de las encuestas, y hasta firmó un acta de traspaso de los subterráneos, aunque luego se arrepintió. Ahora acusó a la Presidenta de querer «fundir la Capital», pero lo hizo cuando las encuestas lo notificaron de una novedad. Una parte de la sociedad está buscando claramente un líder que asuma la refutación histórica del kirchnerismo..
Sin embargo, al oficialismo lo preocupan esas cosas, pero también otras más significativas. No hay encuestas que no consignen que las tres figuras políticas más populares del país son la Presidenta, Daniel Scioli y Macri.
Las presencias de Macri y de Scioli en ese podio podrían estar marcando una incipiente inclinación de la sociedad hacia otros parámetros ideológicos, distintos de los que pregona el kirchnerismo desde hace nueve años. Scioli y Macri tienen una misma formación inicial en el mundo de las empresas y sus ideas cabalgan a la derecha de las ideas predominantes en el poder. Los dos, además, le huyen al teatro del conflicto, que es el escenario donde mejor se mueve el kirchnerismo.
Halagos
Macri podría sentirse halagado, en tal caso, con la feroz crítica que le propina el gobierno federal. No hay mejor campaña para un opositor que la que le hace el Gobierno cuando lo enfrenta. La sociedad opositora toma nota entonces de quién es el mejor enemigo del poder que gobierna. Hace pocos días, Ricardo Alfonsín hizo una pública y conmovedora confesión: «Ya quisiera yo que el gobierno nacional me criticara como lo critica a Macri», dijo, en una aceptación implícita de su impotencia. No obstante, la fuerte declaración de Macri de ayer no se refería a declaraciones políticas o electorales, sino a la administración concreta de los asuntos del Estado. Es ahí, precisamente, donde las cosas cambian de color.
El futuro de Macri, cualquiera que sea, estará siempre ligado a su gestión como jefe del gobierno porteño. El gobierno de la Capital tiene un presupuesto, en cifras redondas, de unos 30.000 millones de pesos, pero sólo puede disponer del 10 por ciento de ese monto para inversiones y obras. El resto es usado en gastos corrientes de la administración. Cristina Kirchner fue y vino con los subsidios de los servicios públicos (sobre todo para el consumo de gas y electricidad), pero mantuvo inalterable la primera decisión que tomó: sacarle esos subsidios al gobierno de la ciudad. Macri se encontró de pronto con un gasto adicional de 300 millones de pesos.
La Capital, que recibe sólo el 1,4 por ciento de los fondos federales que se coparticipan con las provincias, no tiene una situación muy distinta del resto de las provincias.
Es, a pesar de todo, uno de los pocos distritos que tienen un margen propio de financiación. Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba están mucho peor que la Capital. El gobierno nacional más unitario financieramente de la historia les está negando a algunas provincias, como Córdoba, hasta el pago de acuerdos firmados ante la Corte Suprema de Justicia.
Con todo, el resto de las provincias recibe recursos por otras vías, como las obras públicas. En contraste, el kirchnerismo no ha hecho ninguna obra pública en la Capital en los nueve años de gloria y poder. No es sólo Macri el que puede sentirse ofendido, sino también Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y el resto de los porteños. La única obra pública que comenzó el gobierno nacional es la del subte que une Plaza de Mayo con Retiro, pero los trabajos se han dispuesto de manera tan lenta que parecen hechos para colmar la paciencia de los porteños.
Quizá todo eso sea consecuencia de que el kirchnerismo ha considerado siempre a la Capital un bastión inalcanzable para su proyecto político. No se equivoca: una encuesta en manos del macrismo indica que, luego de la expropiación de YPF, Macri creció en la Capital en la consideración social, mientras que los números de la Presidenta bajaron. Al revés, Cristina Kirchner aumentó su popularidad en el cordón bonaerense que rodea la Capital. Es probable, por lo tanto, que la Presidenta haya frenado su caída de los últimos meses en las encuestas nacionales o que haya crecido un poco en tales mediciones.
El traspaso de los subterráneos y de los colectivos a la Capital podrían erosionar aún más los recursos de la Capital. Si esos servicios terminaran en poder de Macri, éste deberá disponer de unos 2000 millones de pesos más por año, salvo que se decida a despojarlos totalmente de subsidios.
El propio Scioli, que bascula entre jugar al fútbol con Macri y obedecer a su presidenta, ya notificó al jefe porteño de que no se procesará más en la provincia la basura que produce la Capital. Esa es una iniciativa de Cristina Kirchner para obligar a Macri a hacer importantes inversiones durante varios años. «Me quiere de rodillas», suele decir el líder capitalino.
La seguridad
La propia seguridad en la Capital, que está en condiciones cada vez peores, es un conflicto del que la Presidenta se quiere apartar. Apartó a la Policía Federal de grandes zonas de la Capital. El delito, creciente y violento, provocó ya el primer cacerolazo contra el gobierno del segundo mandato de Cristina en la noche del lunes. El Ministerio de Seguridad de la Nación es un organismo parcelado entre dos líderes, la ministra Nilda Garré y su viceministro, Sergio Berni. Sea como sea, ninguno de los dos ha hecho nada para establecer con el gobierno de la Capital una política común contra el crimen.
A pesar de tantas competencias y desafíos, Cristina Kirchner es una política ingrata: Macri la trató bien en los últimos tiempos, espoleado más que nada por el olfato de las encuestas, y hasta firmó un acta de traspaso de los subterráneos, aunque luego se arrepintió. Ahora acusó a la Presidenta de querer «fundir la Capital», pero lo hizo cuando las encuestas lo notificaron de una novedad. Una parte de la sociedad está buscando claramente un líder que asuma la refutación histórica del kirchnerismo..
Lo más gracioso de todos estos análisis es que estos tipos de verdad creen que Cristina cree que Macri puede llegar a ser una amenaza. Sinceramente están convencidos de que Cristina piensa en Macri en sentido de neutralizarlo. Me llama la atención, poderosamente.
Hmmm… creo que es una mezcla de expresión de deseos, tirar verde pá’ recojer maduro, y una incomprensión de que la política ha cambiado en el País, y que no es sólo la voluntad y apoyo de los grandes medios lo que determina a los Presidentes.