Bergoglio, en el país de los ciegos

¿Un cristiano demasiado político? ¿Un político demasiado cristiano? Bergoglio está en el cuerpo de un pontífice y tiene la forma de un político argentino. El latiguillo del “papa peronista” nos obliga a indagar en ese estilo que ya lo proyectó como una pieza clave de la Iglesia universal. Y que lo puede convertir en árbitro de la etapa política que se viene en el país.
D esde que Jorge Mario Bergoglio fue nombrado jefe de la Iglesia católica, los 11125 kilómetros que separan a Roma de Buenos Aires se redujeron a una discreta medianera, cruzada por cientos de llamadas telefónicas y vuelos aéreos. Travesías febriles que llevan y traen secretos y mensajes entre la Santa Sede y el equipo de asesores en las sombras que acompaña al primer papa latinoamericano y argentino. A fines de febrero, una de esas sotanas se animó a despedirlo como si fuera para siempre: “andá nomás, que vos acá no volvés más, porque te van a elegir papa”, le dijo un añejo conocedor de las reglas secretas de la Capilla Sixtina, mientras lo abrazaba con cariño. Pero el cardenal primado de la Argentina y arzobispo porteño estaba seguro de que regresaría tres semanas después, como mucho. Todavía no ha vuelto y, con suerte, lo hará en 2016, cuando hayan pasado las elecciones presidenciales que definan la sucesión de Cristina Fernández de Kirchner.
Si al cumplir los 77 sentía que la jubilación estaba a la vuelta de la esquina, ahora que está por llegar a los 78 sus allegados aseguran que está irreconocible, de un humor que antes le sabían escaso, que no para, pero que desconfía hasta de su sombra. Busca por todos los medios que el entorno palaciego que cercó a sus antecesores no lo someta como recién llegado. Tampoco que anticipe su partida. “Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, vanidosos y equivocadamente estimulados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado. (…) Yo no comparto este punto de vista y haré lo que pueda para cambiarlo”, confió Francisco al periodista Eugenio Scalfari, director del diario italiano La Repubblica. Fue en octubre. Habían pasado seis meses desde la puesta en práctica de una gestualidad humilde que sedujo al mundo. En el primer reportaje que concedió a la cadena brasileña O’Globo, dijo que la elección de la pensión vaticana como residencia fue para no gastar dinero en psiquiatras por el padecimiento de la soledad. Prefiere combatirla “en comunidad”, o sacándole chispas al teléfono. Casi siempre marcando 005411.
La envergadura de la crisis que Bergoglio tiene delante quizás le aporte la justa dimensión de su poder. Algo parecido le pasó a uno de sus enemigos íntimos, Néstor Kirchner, en 2003, cuando asumió con el 22 por ciento de los votos. Como una paradoja de la historia, el primer papa argentino procura no caer en las debilidades crepusculares que padeció Juan Domingo Perón a manos de un secretario esotérico como José López Rega, y al mismo tiempo trata de conjurar la fragilidad de origen que afrontó el presidente santacruceño. La misma urgencia por acumular poder real y simbólico lo lleva a aprovechar la desacralización de la figura papal para desacartonar la conducción de la Iglesia y renovar la comunicación eclesiástica, hasta hace un año acosada por la sucesión de escándalos sexuales y financieros. Esos gestos públicos, cotidianos, a veces contundentes, siempre amplificados por los medios, son las piezas de un espejo gigante de colores, un salto moderno en la costosa comunicación del Vaticano, que le permite a Francisco proyectar hacia las entrañas del clero romano una imagen mucho más grande de la que posee. Gran dosis de gestualidad para completar el poder que le falta, y que necesita imperiosamente para conducir los cambios que acordó en marzo, dentro del cónclave, con sus 114 colegas cardenales. Mientras tanto, en la agenda de lunes a lunes, arranca a las siete con una misa diaria en Santa Marta, dos pisos debajo de su dormitorio. Concreta un promedio de siete audiencias por jornada, y lee todos los diarios porteños que puede para seguir la política argentina bien de cerca. “Se está preparando para los próximos seis u ocho años, después verá qué hace, pero así como elogió la renuncia de Ratzinger también podría presentar la propia en algún momento y ver a su sucesor en vida”, arriesga un amigo porteño de Jorge Mario que sigue en detalle sus pasos y se sorprende por el buen humor cotidiano, contagioso, tan cargado de esa adrenalina que provoca el poder.
Entre el 23 y el 28 de julio, Francisco estuvo en Río de Janeiro. Habló en el cierre de las Jornadas Mundiales de la Juventud ante tres millones de peregrinos jóvenes, en la concentración más grande que haya vivido la ciudad carioca para un evento. Allí Bergoglio comenzó a redimensionar la agenda política que mantuvo en Buenos Aires, ahora a nivel global: amplió las críticas al neoliberalismo y la especulación financiera, cuestionó la cultura del dinero, recordó que los niños y los viejos son los dos extremos más vulnerables de las grandes metrópolis del capitalismo contemporáneo, insistió en una Iglesia por y para los pobres, castigó al narcotráfico y corrupción y defendió la atención a los adictos de la pasta base. Pero también hizo diplomacia eclesiástica, y aprovechó sus estrechos vínculos con el arzobispo de Boston y miembro de la orden de los Capuchinos Sean Patrick O´Malley, para enviarle un mensaje a Washington sobre Siria. La ofensiva, discreta, habría comenzado en Río, e incluía una orden al episcopado estadounidense para que abandone su histórico nacionalismo y revierta la brutal crisis de credibilidad que enfrenta por la escandalosa cantidad de casos de abuso de menores que no llegaron a la Justicia, gracias a un millonario acuerdo con 542 “posibles víctimas” de pedofilia. La fumata blanca judicial fue impulsada por el propio O’Malley a costa de dejar en la bancarrota a la diócesis de Boston. Bergoglio siempre valoró a su colega capuchino, pero en Buenos Aires no pudo seguir su ejemplo. Luego de leer todos los cuerpos del expediente judicial por el que fue condenado el cura Julio César Grassi por abuso de menores dentro de la Fundación Felices Los Niños, el entonces arzobispo porteño consideró que “no habían pruebas concluyentes” para condenarlo. Pasaron tres años de esa lectura profunda y Grassi tiene prisión efectiva.
La preocupación de la Santa Sede por un inminente ataque militar de la Casa Blanca a Siria prosiguió con el uso por primera vez en varios años de su aparato diplomático para intentar impedir una guerra. El 1º de septiembre, Francisco aprovechó el rezo del Ángelus para pedirle a la comunidad internacional “hacer todo el esfuerzo posible para promover sin más dilación, iniciativas claras a favor de la paz por el bien de la población de Siria”. Luego armó una reunión con todos los embajadores acreditados ante la Santa Sede, y envió a su secretario para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, con la orden de entregarles un “non paper” que contenía el mismo mensaje que le había hecho llegar a Obama: “Resulta absolutamente prioritario el cese de la violencia, que sigue sembrando muerte y destrucción, y amenaza con extenderse no solo a los demás países de la región, con efectos devastadores, sino también con provocar consecuencias imprevisibles en diversas partes del mundo”. La iniciativa incluyó un multitudinario ayuno global por la paz, un posible llamado al mandatario sirio Bashar al-Assad (desmentido por el vocero Federico Lombardi), y una carta al presidente ruso Vladimir Putin para que incluyera el peligro bélico en la Cumbre del G-20 en San Petersburgo.
En esos mismos meses, el nuevo papa se reunió con casi todos los representantes de Medio Oriente: el israelí Shimon Peres, el libanés Michel Suleiman, el palestino Abu Mazen, y el rey de Jordania Abdullah II bin al-Hussein. La lista incluirá al primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu y al premier ruso Putin. El desembarco diplomático de Bergoglio fue pura ganancia para el Vaticano. La Casa Blanca argumentó otras razones para retroceder sobre sus pasos, pero finalmente Obama frenó el ataque. No será el último encontronazo entre Roma y Washington. En la Casa Rosada esperan que el papa argentino alce la voz contra los fondos buitres que resisten la renegociación de la deuda externa en los tribunales de Nueva York. Una vecina de esa ciudad, nacida en el Bronx, ya se habría hecho eco de la preocupación papal. Sonia Sotomayor es la primera jueza de origen hispano y la tercera mujer que integra la Corte Suprema de los Estados Unidos. Fue propuesta por Obama en mayo de 2009 y juró el 6 de agosto, mientras su madre sostenía una biblia. A los 59 años es la sexta integrante católica dentro de una corte de nueve miembros y fue la única que a principios de octubre se negó a votar una medida a favor de los fondos buitres, dicen que por una gestión directa del influyente cardenal y arzobispo de Nueva York Timothy Dolan, reconocido como uno de los grandes recolectores de votos a favor de Bergoglio en el último cónclave. El máximo tribunal decidió que no tendría en cuenta un pedido de apelación presentado por el gobierno argentino para revertir la decisión del juez Thomas Griesa, que ordenó al país pagar la totalidad de los bonos a los acreedores que no ingresaron en los canjes de 2005 y 2010. Una victoria judicial para esos fondos especulativos es mucho más que un problema de dinero. Para la nueva perspectiva de la Santa Sede se trata de otra muestra del “capitalismo salvaje que ha enseñado la lógica de las ganancias a cualquier costo, y vemos los resultados en la crisis que estamos viviendo”, dijo Bergoglio dos meses después de asumir. Ese predicamento, especulan en Buenos Aires, habría retumbado en los oídos de Sotomayor, por boca directa del autor de la frase, para que evitara un fallo unánime contra la Argentina.
El IOR es la caja de seguridad y administradora de los fondos de la burocracia vaticana, sus dicasterios y nunciaturas, y de las diócesis de los distintos puntos del mundo. Posee 6300 millones de euros en activos de clientes, repartidos en 2.300 millones en depósitos, 3200 en “activos bajo gestión” y otros 800 en custodia. Tiene 114 empleados, 18900 clientes y una ganancia en 2012 de 86,6 millones de euros. La justicia italiana sospecha que la megaestructura financiera del reino de Dios saca algunos fondos del infierno y los lava camino al cielo, en forma de millonarias donaciones y óbolos.
“El papa Bergoglio está desmontando centros de poder económico en el Vaticano. Está en el camino justo. Quienes se han nutrido hasta ahora del poder y la riqueza que derivan de la Iglesia están nerviosos, agitados. No sé si la criminalidad organizada está en condiciones de hacer algo contra el papa pero ciertamente está reflexionando. Los viejos padrinos con la gorra de visera dejaron de existir; están muertos o en la cárcel, ahora manda el mafioso inversor que hace lavado de dinero, que tiene el poder verdadero. Son esos sujetos los que se están poniendo nerviosos.” No lo dijo el ahora legislador porteño de UNEN y militante bergogliano Gustavo Vera, de la Fundación La Alameda, sino el fiscal adjunto de Reggio Calabria, Nicola Gratteri.
Una de las tres comisiones de trabajo que creó Bergoglio para reformar la institución eclesial se debe encargar del destino del IOR. El equipo tiene, entre las ocho sotanas poderosas, al cardenal de Boston O’Malley y a varios laicos en las sombras, entre ellos algunos argentinos como Héctor Colella, el empresario que actualmente conduce Ocasa, organización logística que perteneció al empresario Alfredo Yabrán. Antes de matarse, en 1998, Yabrán entregó el control de sus empresas a Colella, estrecho amigo del excardenal Jorge Mario y uno de los mecenas que financiaron los abogados que defendieron al cura Grassi. Colella es considerado por el Departamento de Estado norteamericano, según los cables secretos que reveló Wikileaks, como una fuente muy importante de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. Desde abril, es parte del puente aéreo que comunica con Roma.
–Sí claro, le doy dos minutos.
–Bueno, espéreme. Necesito más tiempo para pensarlo, ¿y si le digo que no?
–Su designación es una orden del papa Francisco, así es que le ruego que por favor venga a Buenos Aires y lo hablemos personalmente.
El nuncio apostólico en Argentina saludó y cortó. Emil Paul Tscherrig no podía entender tanto temor. Había llamado para darle una buena nueva al arzobispo de Santa Rosa de La Pampa Mario Poli, pero lo terminó espantando. Su amigo Jorge Mario, ahora jefe del Estado vaticano, lo había designado como sucesor en el arzobispado porteño.
Poli es todo lo contrario a la hiperactividad bergogliana. Su perfil tan pastoral y silencioso es leído como un gesto del papa con la Casa Rosada, tan medido como el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal Argentina sobre el narcotráfico, firmado luego de las elecciones del 27 de octubre. En las sombras, ese mutismo es administrado por el obispo auxiliar y vicario general Joaquín Sucunza, quien maneja los hilos de la Catedral y castiga con celo a quienes mantienen contactos directos con su exjefe. El hombre fue sobreseído en una causa por adulterio que le inició el esposo de una creyente, pero Bergoglio lo defendió siempre.
La suavidad parece ser el sino de esta nueva etapa. Atrás quedaron los años sangrientos, cuando las espadas kirchneristas escuchaban los quejidos de la diplomacia vaticana contra el arzobispo y cardenal jesuita. “Este hombre está enfermo de poder y siempre pone gente de su propio partido”, bramaba el nuncio Adriano Bernardini, enviado a Buenos Aires desde 2003 por decisión del secretario de Estado Angelo Sodano. La confesión de bronca data de las gestiones de Bergoglio para evitar que los futuros obispos se formaran en Roma y para promover como rector de la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires, a Victor Manuel Fernández, el teólogo preferido de Jorge Mario. Bernardini impidió su acceso a la rectoría de la UCA durante años, mientras defendía al obispo castrense Antonio Basseotto de los ataques de Néstor Kirchner. Por entonces, durante el segundo año de su presidencia, Kirchner estaba seguro de que la elección de Bergoglio como papa podría resultar letal para el gobierno. “El presidente es el único que lo puede parar al perro”, se quejaba el cardenal por las investigaciones del periodista Horacio Verbitsky en Página/12, que lo señalaron como presunto delator de los sacerdotes jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio, detenidos y torturados en la ESMA durante la dictadura. La exhumación de estas acusaciones y la sanción del matrimonio igualitario, impulsado activamente por el entonces presidente, desembocaron en un desgaste directo de la relación entre el gobierno argentino y Bergoglio.
El cardenal no demoró en devolver las gentilezas y en 2007 confió en un desayuno de la Asociación Cristiana de Empresarios (ACE) que estaba “preocupado porque la Argentina iba a terminar en un baño de sangre”. Seis años después, aquel que vaticinó tempestades hoy podría actuar como un paragolpes institucional ante un escenario como el que predijo, desde su nueva investidura global. “Siempre sintió que tenía un rol histórico. Él considera a la Iglesia como un factor de poder y ahora ejerce ese razonamiento desde el papado para que la Iglesia recupere capacidad de influencia”, analiza un compañero de seminario que lo conoce desde sus primeros pasos como sacerdote. Pero también lo reconoce implacable y memorioso, especialmente con quienes desafían su poder. En esa lista está el intendente de Tigre y diputado nacional Sergio Massa. Cuando era jefe de Gabinete de CFK, Massita promovió como embajador argentino ante la Santa Sede al empresario inmobiliario Jorge O’Reilly, quien por entonces era su asesor para asuntos diplomáticos. El hombre, principal accionista de la desarrolladora inmobiliaria Eidico, en el partido de Tigre, tiene vínculos cercanos con la Fraternidad Pío X, del obispo cismático Marcel Lefebvre y, según Wikileaks, era otra fuente privilegiada de la diplomacia norteamericana en Buenos Aires.
La propuesta de O’Reilly fue vendida al secretario vaticano de Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, en la misma nunciatura apostólica donde Bernardini se gastó dos millones de dólares en refacciones. El dinero fue aportado por Pedro Blaquier y Alejandro Roemmers, dos laicos contribuyentes de la Santa Sede. Como Gregorio “Goyo” Pérez Companc, que también es un activo donante del Opus Dei y su Universidad Austral. El fallido embajador que impulsó Massa, por ahora, no es una buena carta de presentación para el Frente Renovador. Bergoglio todavía recuerda que se enteró de la maniobra cuando ya estaba consumada, sin que nadie le consultara nada. Una desobediencia cercana a la traición. Algo más que una mácula en las pretensiones de Massa ante el gran elector del Vaticano. “Bueno, quizá podría decir que soy despierto, que sé moverme, pero que, al mismo tiempo, soy bastante ingenuo”, se autodefinió Francisco en el diálogo que mantuvo con todas las revistas jesuitas. En la política local no se puede verificar ingenuidad alguna de su parte. Jorge Mario se ha encargado de mantener aceitados todos los vínculos con la red de contactos que tejió desde la Catedral Metropolitana y que han sido pacientemente administrados, entre otros, por el padre Carlos Accaputo, responsable de la Pastoral Social de Buenos Aires. “El sindicalista de Bergoglio”, lo retrató un joven laico mientras veía como lo abrazaban políticos de todo el arco en un reciente encuentro realizado en la parroquia de San Cayetano, barrio de Liniers.
Elisa Carrió, reelecta diputada por la Ciudad de Buenos Aires, se jacta de mantener extensos diálogos con Francisco que no han sido confirmados. Desde el peronismo más ortodoxo, el dirigente rural Gerónimo “Momo” Venegas llamó “Fe” a su partido para congraciarse con Bergoglio y puso a la amiga papal y ex Defensora del Pueblo Alicia Oliveira como candidata en sus listas. Ninguno de los dos pudo pasar las primarias abiertas de agosto, pero ambos siguen levantando el teléfono y muy a menudo escuchan “el papa Francisco desea hablar con Usted, ¿podría esperar en línea?”.
El rosario de amigos papales incluye a Daniel Scioli, a quien Bergoglio estima por su respeto a la Iglesia, por haber sostenido fielmente los enormes subsidios estatales a los colegios católicos, a pesar de las buenas migas que el gobernador bonaerense tejió con el arzobispo de La Plata Héctor Aguer, jefe del ala conservadora del episcopado argentino, que siempre ansió suceder a Bergoglio. Luego del 13 de marzo, Aguer se recluyó en un monasterio de Azul, para afrontar la derrota. Reapareció a principios de noviembre, como anfitrión de un encuentro para conmemorar el “Día de la Tradición” en la estancia Los Álamos, un costoso terreno en Baradero que el arzobispado platense controla desde 1930, cuando lo recibió como donación. Por allí desfilaron el intendente de Malvinas Argentinas Jesús Cariglino, el presidente de la Sociedad Rural Miguel Etchevehere, el presidente de la Federación Agraria Eduardo Buzzi, el conservador jefe de la diócesis Zárate-Campana Oscar Sarlinga, el intendente local Aldo Carossi y el nuncio Tscherrig. “Se juntan en Baradero porque no los reciben en Roma”, chicanea un bergoglista con sotana, que omite la presencia del Momo, pasajero frecuente de Alitalia. Sarlinga no viaja, pero encabeza una diócesis del norte bonaerense poblada de casos de reducción a la servidumbre rural, y con parroquias encabezadas por sacerdotes removidos de otras diócesis por duras acusaciones en su contra. Especialmente por pedofilia.
El papa cultiva su vínculo con Scioli a través de su gran amigo Aldo Carreras, que revista como asesor del ministro de Trabajo bonaerense y ahora cumple la función de operador papal entre La Plata y Roma. Carreras fue compañero de Bergoglio en la organización Guardia de Hierro, vertiente del peronismo que nació en 1961 impulsada por veteranos de la resistencia que se distanciaron de las definiciones políticas de la Tendencia Revolucionaria, por considerar errónea la hipótesis de la lucha armada para forzar el retorno del líder exiliado al país.
En el tomo dedicado a la dictadura, de su Historia Política de la Iglesia Católica, Horacio Verbitsky explica que “desde la muerte de Perón (Guardia de Hierro) giraba sin sol. En 1976 se acogió en forma voluntaria a la protección de Massera, quien designó para conducirla al padre de una de las integrantes del grupo, el capitán de navío Carlos Bruzzone”.
Bergoglio se distanciaría de Guardia en 1975 debido a una disputa por el control de la Universidad del Salvador, pero en esos años tejió relaciones estrechas que siguen hasta hoy, como la que mantiene con el exinterventor del COMFER Julio Bárbaro, quien le cedió la licencia para el canal 5 del arzobispado porteño; o con el exsecretario de Comercio Interior Guillermo Moreno, flamante agregado económico en la embajada argentina en Italia, desde donde mantendrá otra vía informal de intercambio con el Vaticano. “Si pudiera, sería un hombre de misa diaria, como su mujer Marta Cascales”, admiten en la Catedral Metropolitana para reflejar el ferviente catolicismo del más caracterizado de los funcionarios kirchneristas. Otro hombre de “misa diaria” es el nuevo jefe de Gabinete Jorge Capitanich, que fue recibido en Roma después de la asunción papal y lo conoce de sus visitas a Chaco. Coqui es tan católico como Julián Domínguez, el hombre que disciplinó al bloque de diputados del FpV para que aceptaran algunos de los cambios a la reforma del Código Civil que impulsaba la Iglesia.
Algunos exégetas del campo nacional y popular advierten que Francisco pide desde Roma la unidad del peronismo. Adjudican la teoría a los antiguos modos del “Jorge Mario 2005”. Después de la derrota en el cónclave papal de ese año, Bergoglio volvió a Buenos Aires, siguió confrontando con el kirchnerismo, y en 2007 se metió de lleno en la discusión política e ideológica que llevaron adelante todas las Conferencias Episcopales del continente en el santuario de la ciudad amazónica de Aparecida, Brasil. Fue la quinta reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Los quince días de debates fueron volcados en un documento de 330 páginas, cuya redacción supervisó Bergoglio junto al arzobispo de Corrientes y secretario general del CELAM, Andrés Stanovnik, un miembro tan destacado de la orden de los capuchinos como el obispo de Boston, O’Malley.
El Documento Conclusivo ofrece una extensa síntesis, pero no registra los debates donde Bergoglio habría mantenido un duro contrapunto con los representantes de la Teología de la Liberación, la corriente perseguida por Juan Pablo II y Joseph Ratzinger desde Roma. Una de sus figuras más renombradas, monseñor Arnulfo Romero, fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en El Salvador, por un francotirador de las fuerzas paramilitares que combatían al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. El papa Francisco planea canonizar a ambos: en diciembre al polaco que después de haber contribuido a la caída del comunismo –y ser sindicado como perseguidor– se erigió en árbitro a los dos lados del muro de Berlín . Y el año que viene, al salvadoreño perseguido.
Parte de ese pensamiento ambiguo lo defendió en Aparecida. En sus ocho capítulos y más de 500 subtítulos, los obispos hablan de la fe, los sacerdotes, las enormes demostraciones de religiosidad popular a los santos del continente, de los jóvenes y también de economía y pobreza. El texto, que fue entregado a CFK un día antes de asumir el mandato en Roma, contiene argumentos contra el capitalismo salvaje, pero también contra “los populismos”; un intento por neutralizar ideológicamente a los herederos de la Teología de la Liberación, al mismo tiempo que un cuestionamiento a la segunda etapa de Hugo Chávez en Venezuela.
El párrafo 406 inciso C refleja el tono de las discusiones: “trabajar por el bien común global es promover una justa regulación de la economía, finanzas y comercio mundial”. También reclama, dos años después del primer canje de deuda iniciado por Argentina, “proseguir en el desendeudamiento externo, para favorecer las inversiones en desarrollo y gasto social, prever regulaciones globales para prevenir y controlar los movimientos especulativos de capitales, para la promoción de un comercio justo y la disminución de las barreras proteccionistas de los poderosos, para asegurar precios adecuados de las materias primas que producen los países empobrecidos y normas justas para atraer y regular las inversiones y servicios, entre otros”. En esa declaración, Bergoglio introdujo su cuchara: “en América Latina y El Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la doctrina social de la Iglesia”.
Bergoglio volvió a encontrarse con los miembros del CELAM en julio de este año, durante el último día de las Jornadas de la Juventud en Río de Janeiro. Los retó por el retraso en la aplicación del Documento Conclusivo y les advirtió sobre “el reduccionismo socializante basado en las ciencias sociales, desde el liberalismo hasta la categorización marxista”. La tercera posición forjada en Aparecida, dice el rector de la UCA “Tucho” Fernández, es un dogma de conducción política para el papa jesuita que se corporizó a fines de noviembre en la Evangelii Gaudium, un verdadero programa de gobierno para una Iglesia pródiga en cuadros envejecidos y escuálida en seminaristas. Se trata del primer documento surgido de su pluma, porque la encíclica Lumen Fidei fue escrita junto a Ratzinger; una actualización de su Doctrina Social; una relectura del Concilio Vaticano II, que Francisco considera aún inexplorado; y la confirmación de un tono progresista en los discursos pero conservador en sus fundamentos. El pedido de más alegría y vitalidad para evangelizar va de la mano con la reafirmación contra el aborto y a favor de un sacerdocio solo para varones. En las críticas anticapitalistas, que el papa ubica lejos de toda ideología, se lee: “hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad, pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia (…) Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia a una parte de sí misma, no hay programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”. “Viendo sus miserias –agrega Bergoglio–, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta.”
Todavía no cumplió el primer año de mandato y para los influyentes cardenales europeos sigue siendo un desconocido, un outsider “que vino del Sur”, designado por el establishment del Vaticano para conducir una tormenta estructural que los espanta pero que sigue cerrando balances positivos en todas las cuentas.
Entre los costos más elevados de la Santa Sede se encuentran los medios propios: Radio Vaticana, Tipografía Vaticana/L’Osservatore Romano, Librería Editora Vaticana, Centro Televisivo Vaticano y el Vatican Information Service. Cuatro millones de euros de pérdida anual. Francisco decidió aprovecharlos ahora con más fuerza para relanzar la Santa Sede y ganar tiempo. Luego del viaje a Río y del megaescenario de 40 mil metros cuadrados en la playa de Copacabana que reunió a tres millones de fieles, comenzó a administrar los cambios previstos y fue por la cabeza del secretario de Estado Tarcisio Bertone, acusado de los desmanejos financieros de la última década. El cardenal de 78 años no se opuso y Bergoglio designó a Pietro Parolín como su sucesor, hasta ahora nuncio apostólico en Caracas y profundo conocedor de la situación en Venezuela, uno de los destinos donde el papa no descarta intervenir si el gobierno de Nicolás Maduro se debilita en los próximos años. Bergoglio no rebatió las palabras del mandatario cuando dijo que “Chávez desde el cielo había influido en su elección”, pero a principios de noviembre no dudó en recibir al líder opositor Henrique Capriles. La Iglesia venezolana tiene posiciones dispares sobre la revolución bolivariana. Parolín, primero como funcionario desde Roma y desde 2009 como embajador ante el Palacio de Miraflores, conoce las diferencias entre el clero y el gobierno bolivariano, y no olvida las incidencias que tuvieron en el documento de Aparecida. Al igual que su jefe, cuenta con esa tercera posición para intervenir en la costa caribeña de América del Sur cuando la Santa Sede lo considere necesario. Bergoglio conoce los debates del episcopado latinoamericano en primera persona. En 1997 la Conferencia Episcopal Argentina lo envió a Roma para ser uno de los nueve representantes argentinos en el encuentro de “Padres Sinodales de la Asamblea Especial para América”. La cita fue realizada tres meses antes del importante viaje de Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998. Algunas versiones de la Catedral Metropolitana aseguran que Bergoglio formó parte de esa comitiva. Lo concreto es que después de la gira coordinó el libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, publicado en 1998 por Ciudad Argentina, la editorial de su amigo y mecenas Roberto Dromi, exministro de Obras Públicas del gobierno de Menem. Los Diálogos contienen casi cien páginas dedicadas a los discursos de Wojtyla y otras cincuenta redactadas por el propio Bergoglio: “según el análisis de la Iglesia, los motivos por los cuales Estados Unidos instauró el embargo en 1962 se encuentran totalmente superados en la actualidad. Frente al desmantelamiento de la URSS, Cuba se encuentra desarmada en el sentido estricto de la palabra”, decía el obispo auxiliar, mientras mostraba sus desconfianzas por la “alianza estratégica entre cristianos y marxistas”: “pareciera que el discurso de Fidel Castro revela una inclinación a mostrar posiciones de coincidencias entre los mensajes de Juan Pablo II y las preocupaciones sociales del régimen (…) Habría que desentrañar si esta actitud posee una intencionalidad propagandística, la necesidad de obtener un interlocutor válido ante las dificultades económicas que hoy afectan al pueblo cubano, o una postura de acercamiento, de conciliación, que la Iglesia siempre está dispuesta a ofrecer y recibir”. Para el actual papa, las mayores coincidencias pasan por “la condonación de la deuda externa, creciente en Cuba, y la condena a las medidas de aislamiento económico impuestas al pueblo cubano”. Pero también habla de los “errores antropológicos del socialismo” y acusa al gobierno revolucionario de haber promovido otros credos para limitar al catolicismo. El cura de Flores escribió ese libro en pleno “período especial” y en su remate alerta que la visita de Karol Wojtyla fue “para resguardar al pueblo cubano de los males que podrían afectarlo ante la implementación de una política permisiva y aperturista hacia otros centros mundiales de poder económico, donde el más alto valor al alcance del hombre pareciera ser el de la utilidad”.
El tono actual de Bergoglio es más profético, quizás: “son muchos los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que hace falta tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente. Desconfío de lo primero que se me ocurre. Suele ser un error. Hay que esperar, valorar internamente, tomarse el tiempo necesario” trasmite el jesuita a sus pares, como si tuviera todo el tiempo del mundo para conducir una crisis que no da respiro. En Río, contó que se confiesa como todos los creyentes y confirmó que tiene un confesor. Esa oreja no está en Roma. Atiende en Buenos Aires y cada vez que el papa llama, le contesta risueño con una pregunta: “¿No te dije que no ibas a volver?”

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