Como un candidato en campaña, Marcelo Tinelli empezó la temporada 2014 de su programa pidiendo “la unión de todos los argentinos”, la versión apenas más sofisticada de “la paz mundial” de las aspirantes a Miss Universo. Pero los políticos tal vez estén más preocupados por temas menos nobles, como la intención de voto y los factores que la podrían hacer subir o bajar hasta octubre de 2015. Desde que Francisco de Narváez dijo “alica alicate” en el Gran Cuñado antes de su triunfo de 2009, varios analistas han especulado sobre el impacto que el programa de Tinelli podría tener en la elección en particular y la política en general.
La Argentina no es, claro, el primer país en el que los políticos aparecen en programas de entretenimiento. En 1992, Bill Clinton fue como invitado al talk show de Arsenio Hall, tocó Heartbreak Hotel, la canción que Elvis había hecho famosa, y cambió las reglas sobre en qué programas de televisión era aceptable que apareciera un candidato presidencial. A partir de ese momento, las investigaciones sobre el efecto de los programas de variedades en los niveles de conocimiento de la ciudadanía y su participación electoral empezaron a poblar las revistas académicas.
Matthew Baum, profesor de Harvard, analizó las apariciones de George W. Bush y Al Gore en los programas de entretenimiento de la tarde, antes de las controvertidas elecciones del año 2000. La investigación de Baum sugiere que, aunque para los votantes más sofisticados no había ningún efecto, los espectadores menos informados tenían más probabilidades de votar por un candidato tras verlo en un talk show.1
Otro paper estudió la imitación de Tina Fey de la candidata a vicepresidenta Sarah Palin en Saturday Night Live: si bien perjudicaba la evaluación que los votantes hacían de la fórmula McCain-Palin, no parece haber cambiado el resultado de las elecciones.2 Como el resto de la humanidad, los estadounidenses votan con el bolsillo, y la victoria de Barack Obama puede explicarse por el colapso económico de 2008, más que por la genial actuación de Fey.
En la Argentina, el conflicto con el campo y la caída de la economía durante 2009 permitirían entender el primer puesto de De Narváez mejor que su aparición en el programa de Tinelli. Néstor Kirchner y Sergio Massa también habían sido imitados en el Gran Cuñado de ese año, sin los mismos resultados que De Narváez en el momento del escrutinio. Y es difícil pensar que un hipotético Gran Cuñado 2011 lo habría llevado de De Narváez a ganar las elecciones. Tiene sentido que ShowMatch, como cualquier programa de televisión con muchos espectadores, permita a los candidatos hacerse conocidos entre personas que habitualmente no siguen temas políticos, pero no que determine el resultado de la elección.
Por otra parte, aparecer en el programa, como invitado o como imitado, también requiere un mínimo de conocimiento público: las imitaciones de perfectos desconocidos corren el riesgo de pasar desapercibidas y atentar contra el rating, un número que obsesiona a quienes trabajan en televisión.
Es más probable que lo que pasa fuera de la pantalla tenga impacto en un programa de televisión que viceversa. Es lo que parece haber sugerido Tinelli, cuando en su monólogo recordó “no quiero que me hagan como De la Rúa, que un día me dijo, ‘por culpa tuya me echaron’. El, que fue uno de los mejores presidentes de la historia, de los más capaces, me dijo que era yo el que lo había echado”. El programa de Tinelli no cambia presidentes ni hace ganar elecciones: eso queda, por suerte, en manos de la ciudadanía.
*Profesora de Comunicación (Universidad de San Andrés). Licenciada en Ciencia Política (UBA), Master in Science, Media and Communications (London School of Economics) y PhD, Media, Technology and Society (Northwestern University).
La Argentina no es, claro, el primer país en el que los políticos aparecen en programas de entretenimiento. En 1992, Bill Clinton fue como invitado al talk show de Arsenio Hall, tocó Heartbreak Hotel, la canción que Elvis había hecho famosa, y cambió las reglas sobre en qué programas de televisión era aceptable que apareciera un candidato presidencial. A partir de ese momento, las investigaciones sobre el efecto de los programas de variedades en los niveles de conocimiento de la ciudadanía y su participación electoral empezaron a poblar las revistas académicas.
Matthew Baum, profesor de Harvard, analizó las apariciones de George W. Bush y Al Gore en los programas de entretenimiento de la tarde, antes de las controvertidas elecciones del año 2000. La investigación de Baum sugiere que, aunque para los votantes más sofisticados no había ningún efecto, los espectadores menos informados tenían más probabilidades de votar por un candidato tras verlo en un talk show.1
Otro paper estudió la imitación de Tina Fey de la candidata a vicepresidenta Sarah Palin en Saturday Night Live: si bien perjudicaba la evaluación que los votantes hacían de la fórmula McCain-Palin, no parece haber cambiado el resultado de las elecciones.2 Como el resto de la humanidad, los estadounidenses votan con el bolsillo, y la victoria de Barack Obama puede explicarse por el colapso económico de 2008, más que por la genial actuación de Fey.
En la Argentina, el conflicto con el campo y la caída de la economía durante 2009 permitirían entender el primer puesto de De Narváez mejor que su aparición en el programa de Tinelli. Néstor Kirchner y Sergio Massa también habían sido imitados en el Gran Cuñado de ese año, sin los mismos resultados que De Narváez en el momento del escrutinio. Y es difícil pensar que un hipotético Gran Cuñado 2011 lo habría llevado de De Narváez a ganar las elecciones. Tiene sentido que ShowMatch, como cualquier programa de televisión con muchos espectadores, permita a los candidatos hacerse conocidos entre personas que habitualmente no siguen temas políticos, pero no que determine el resultado de la elección.
Por otra parte, aparecer en el programa, como invitado o como imitado, también requiere un mínimo de conocimiento público: las imitaciones de perfectos desconocidos corren el riesgo de pasar desapercibidas y atentar contra el rating, un número que obsesiona a quienes trabajan en televisión.
Es más probable que lo que pasa fuera de la pantalla tenga impacto en un programa de televisión que viceversa. Es lo que parece haber sugerido Tinelli, cuando en su monólogo recordó “no quiero que me hagan como De la Rúa, que un día me dijo, ‘por culpa tuya me echaron’. El, que fue uno de los mejores presidentes de la historia, de los más capaces, me dijo que era yo el que lo había echado”. El programa de Tinelli no cambia presidentes ni hace ganar elecciones: eso queda, por suerte, en manos de la ciudadanía.
*Profesora de Comunicación (Universidad de San Andrés). Licenciada en Ciencia Política (UBA), Master in Science, Media and Communications (London School of Economics) y PhD, Media, Technology and Society (Northwestern University).