Por Alejandro Bercovich
–¡Bienvenida, Presidenta! ¡Qué alegría verla! ¡Hace días que le quiero hacer una pregunta!
Cristina Kirchner se sobresaltó. Era el último día de la cumbre del G–20 en San Petersburgo, a principios de septiembre. Su atención se dividía entre esos debates de alta geopolítica sobre la guerra en Siria y el tramo final de una campaña ya complicada por la derrota en las PASO. No sabía que sería su penúltima salida del país antes de una intervención quirúrgica de alta complejidad y una licencia forzosa de 45 días.
–¿Qué necesita saber? ¡Pregunte! –replicó, traductor mediante.
–A mí me gustan mucho los idiomas. Estuve buscando en el diccionario, pero no lo encontré. ¿Qué significa Chihuidos?
La pregunta era capciosa. Vladimir Putin quería saber en realidad por qué una empresa estatal rusa que ofreció prestar u$s5.600 millones a 20 años al Estado argentino se había quedado afuera de la represa santacruceña Kirchner–Cepernic, finalmente adjudicada a un consorcio chino asociado al grupo cordobés Electroingeniería. La forma elegante de averiguarlo era consultar por la megaobra que Julio De Vido propuso como compensación: el complejo hidroeléctrico Los Chihuidos, justo encima de la roca Vaca Muerta, en el corazón de Neuquén.
Cristina no sabía que en mapuche, chihuido significa “joroba”. Sí le explicó a Putin que se trataba de una localidad patagónica y de un proyecto hidroeléctrico casi tan ambicioso como el santacruceño, que la estatal Inter Rao también podría llevar adelante con su socio local Eurnekian y con dinero del Vneshecanombank, el BNDES ruso, la entidad financiera con mayor capacidad crediticia del país de Vladimir Ilich Ulianov.
Pragmático y cada vez más lejos del parentesco ideológico que alguna vez se le adjudicó con el líder de la revolución bolchevique, Axel Kicillof ansía cerrar trato cuanto antes con un par de inversores extranjeros –estatales y/o privados– para darle visa de entrada a grandes inversiones en infraestructura y energía y cambiar así la dinámica declinante de las reservas del Banco Central. Su equipo estima que a este ritmo de caída y si se mantuviera quieto el dólar, el Central entraría en una crisis severa antes del fin del verano. Por eso apuró en simultáneo el pacto de YPF con Repsol (indemnización incluída) y las subas de la nafta y el dólar, todos alicientes para tentar a potenciales inversores en Vaca Muerta. A las pocas horas del pacto con Repsol y Pemex, el martes, la Presidenta ya recibía en Olivos a los alemanes de Wintershall.
El jefe de la representación comercial rusa en Buenos Aires, Sergey Derkach, ratificó ante BAE Negocios el interés de la potencia euroasiática en invertir en Argentina. “Tenemos interés en entrar en Los Chihuidos, pero también nos interesa Atucha III y estamos en condiciones de proveer tecnología para que Argentina vuelva a fabricar sus propios vagones de tren”, enumeró el diplomático. Además de Inter Rao –una de las mayores empresas de ese país, con 30 mil megavatios de potencia instalada- otra de las que mira hacia el Sur es Ural Vagon Savod, que busca asociarse con compañías locales.
Putin quiere hacer pie en América del Sur para no volver a perder la carrera contra China por el control de los recursos naturales y la energía como ya le pasó en África. Cuenta con miles de millones de euros que fluyen a sus arcas a cambio del gas que mantiene caliente al Viejo Continente. Y a diferencia de los préstamos europeos o estadounidenses para inversiones, los suyos –como los chinos– no están trabados por el default con el Club de París. Pero empieza a impacientarse. “El dinero está disponible, pero no va a estar inmovilizado por tiempo indefinido. No diría que hay un plazo, pero las líneas de crédito asignadas a los planes en Argentina pueden ir a otros proyectos en otros países”, advirtió Derkach.
Back in the USSR
El Soviético, como apodó Moreno a Kicillof cuando ni siquiera imaginaba que se convertiría en su verdugo, ya le transmitió a Cristina que no puede contar con Dilma Rousseff para superar la actual crisis cambiaria. Cree que el gobierno de Brasil se decidió a no crecer más. Y que la minera Vale do Rio Doce no abandonó el proyecto Potasio Río Colorado porque no le cerrara el dólar a $6 sino por su propia debacle general. Pero tampoco quiere acelerar la implosión del Mercosur que supone terminará por llegar cuando el gigante verdeamarelo firme un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea que no contemple a la Argentina.
Justamente porque quiere mantener esos puentes abiertos, Kicillof se enfureció al enterarse de que Moreno no le dejó uno sino dos campos minados: el de la inflación, con discretos guiños a las empresas para que suban sus precios como se informó en esta columna la semana pasada; y el de las importaciones, con un pilón de autorizaciones sin firmar como las de los Fiat que debieron dar vueltas durante días por el mar a la espera de un santo y seña.
La venganza, se sabe, es un plato que se sirve frío. Y la candidata más firme a sufrirla es la secretaria de Comercio Exterior, Beatriz Paglieri, la única morenista que sobrevivió al recambio del gabinete. “Se va a quedar hasta que se canse”, se reía días atrás un kicillofista. ¿De qué podría cansarse? De que no le presten atención.
Las autorizaciones para importar quedaron en manos de Augusto Costa, quien concentra todas las viejas atribuciones de Moreno excepto las no escritas o “ágrafas”, como le gustaba definirlas al flamante agregado comercial en Roma. A la Secretaría a cargo de la ex interventora del Indec sólo le quedan funciones que incluyen los verbos “coordina”, “supervisa” o “participa”. Ya con experiencia en las pujas de organigrama, los kicillofistas saben que la clave está en quedarse con los puestos que “entienden” en determinadas áreas. Ahí, aprendieron a la fuerza, es donde habita el poder.
–¡Bienvenida, Presidenta! ¡Qué alegría verla! ¡Hace días que le quiero hacer una pregunta!
Cristina Kirchner se sobresaltó. Era el último día de la cumbre del G–20 en San Petersburgo, a principios de septiembre. Su atención se dividía entre esos debates de alta geopolítica sobre la guerra en Siria y el tramo final de una campaña ya complicada por la derrota en las PASO. No sabía que sería su penúltima salida del país antes de una intervención quirúrgica de alta complejidad y una licencia forzosa de 45 días.
–¿Qué necesita saber? ¡Pregunte! –replicó, traductor mediante.
–A mí me gustan mucho los idiomas. Estuve buscando en el diccionario, pero no lo encontré. ¿Qué significa Chihuidos?
La pregunta era capciosa. Vladimir Putin quería saber en realidad por qué una empresa estatal rusa que ofreció prestar u$s5.600 millones a 20 años al Estado argentino se había quedado afuera de la represa santacruceña Kirchner–Cepernic, finalmente adjudicada a un consorcio chino asociado al grupo cordobés Electroingeniería. La forma elegante de averiguarlo era consultar por la megaobra que Julio De Vido propuso como compensación: el complejo hidroeléctrico Los Chihuidos, justo encima de la roca Vaca Muerta, en el corazón de Neuquén.
Cristina no sabía que en mapuche, chihuido significa “joroba”. Sí le explicó a Putin que se trataba de una localidad patagónica y de un proyecto hidroeléctrico casi tan ambicioso como el santacruceño, que la estatal Inter Rao también podría llevar adelante con su socio local Eurnekian y con dinero del Vneshecanombank, el BNDES ruso, la entidad financiera con mayor capacidad crediticia del país de Vladimir Ilich Ulianov.
Pragmático y cada vez más lejos del parentesco ideológico que alguna vez se le adjudicó con el líder de la revolución bolchevique, Axel Kicillof ansía cerrar trato cuanto antes con un par de inversores extranjeros –estatales y/o privados– para darle visa de entrada a grandes inversiones en infraestructura y energía y cambiar así la dinámica declinante de las reservas del Banco Central. Su equipo estima que a este ritmo de caída y si se mantuviera quieto el dólar, el Central entraría en una crisis severa antes del fin del verano. Por eso apuró en simultáneo el pacto de YPF con Repsol (indemnización incluída) y las subas de la nafta y el dólar, todos alicientes para tentar a potenciales inversores en Vaca Muerta. A las pocas horas del pacto con Repsol y Pemex, el martes, la Presidenta ya recibía en Olivos a los alemanes de Wintershall.
El jefe de la representación comercial rusa en Buenos Aires, Sergey Derkach, ratificó ante BAE Negocios el interés de la potencia euroasiática en invertir en Argentina. “Tenemos interés en entrar en Los Chihuidos, pero también nos interesa Atucha III y estamos en condiciones de proveer tecnología para que Argentina vuelva a fabricar sus propios vagones de tren”, enumeró el diplomático. Además de Inter Rao –una de las mayores empresas de ese país, con 30 mil megavatios de potencia instalada- otra de las que mira hacia el Sur es Ural Vagon Savod, que busca asociarse con compañías locales.
Putin quiere hacer pie en América del Sur para no volver a perder la carrera contra China por el control de los recursos naturales y la energía como ya le pasó en África. Cuenta con miles de millones de euros que fluyen a sus arcas a cambio del gas que mantiene caliente al Viejo Continente. Y a diferencia de los préstamos europeos o estadounidenses para inversiones, los suyos –como los chinos– no están trabados por el default con el Club de París. Pero empieza a impacientarse. “El dinero está disponible, pero no va a estar inmovilizado por tiempo indefinido. No diría que hay un plazo, pero las líneas de crédito asignadas a los planes en Argentina pueden ir a otros proyectos en otros países”, advirtió Derkach.
Back in the USSR
El Soviético, como apodó Moreno a Kicillof cuando ni siquiera imaginaba que se convertiría en su verdugo, ya le transmitió a Cristina que no puede contar con Dilma Rousseff para superar la actual crisis cambiaria. Cree que el gobierno de Brasil se decidió a no crecer más. Y que la minera Vale do Rio Doce no abandonó el proyecto Potasio Río Colorado porque no le cerrara el dólar a $6 sino por su propia debacle general. Pero tampoco quiere acelerar la implosión del Mercosur que supone terminará por llegar cuando el gigante verdeamarelo firme un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea que no contemple a la Argentina.
Justamente porque quiere mantener esos puentes abiertos, Kicillof se enfureció al enterarse de que Moreno no le dejó uno sino dos campos minados: el de la inflación, con discretos guiños a las empresas para que suban sus precios como se informó en esta columna la semana pasada; y el de las importaciones, con un pilón de autorizaciones sin firmar como las de los Fiat que debieron dar vueltas durante días por el mar a la espera de un santo y seña.
La venganza, se sabe, es un plato que se sirve frío. Y la candidata más firme a sufrirla es la secretaria de Comercio Exterior, Beatriz Paglieri, la única morenista que sobrevivió al recambio del gabinete. “Se va a quedar hasta que se canse”, se reía días atrás un kicillofista. ¿De qué podría cansarse? De que no le presten atención.
Las autorizaciones para importar quedaron en manos de Augusto Costa, quien concentra todas las viejas atribuciones de Moreno excepto las no escritas o “ágrafas”, como le gustaba definirlas al flamante agregado comercial en Roma. A la Secretaría a cargo de la ex interventora del Indec sólo le quedan funciones que incluyen los verbos “coordina”, “supervisa” o “participa”. Ya con experiencia en las pujas de organigrama, los kicillofistas saben que la clave está en quedarse con los puestos que “entienden” en determinadas áreas. Ahí, aprendieron a la fuerza, es donde habita el poder.