Se cumplieron dos años de la gestión de Mauricio Macri. El sistema de medios cambió mucho en este período: Decretos, promesas incumplidas y más poder a los más grandes.
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Puede resultar inoportuno proponer en este contexto convulsionado, tan diciembre en Argentina, un balance de las políticas de comunicación del primer gobierno de Cambiemos a dos años de su inicio. A dos años de su cierre. Pero la fecha redonda invita. Y los procesos complejos como la transición cambiemista demandan la puesta en circulación de una serie de análisis críticos, focalizados y que dialoguen.
Diciembre 2017 llegó justo en momentos en que el Gobierno parece encontrar límites más severos en la calle que en el Congreso. Sucedió con el Fallo de la Corte Suprema del “2×1” y la semana pasada, con manifestaciones masivas, visibilizadas y no, reprimidas y con sectores violentos que las complicaron.
El Gobierno avanza en las transformaciones que propone para diferentes aspectos, áreas, zonas y temáticas. Y en su recorrido –que ya superó la primera mitad- expresa su concepción del modelo de Estado, su relación con el capital privado y su interpelación a los sectores sociales a partir de su capacidad de negociación.
El campo de la comunicación, los medios y sus tecnologías fue el primero en el que Cambiemos materializó su perspectiva. Aplicó cambios regulatorios, pero también en los agentes estatales y en la relación con los medios. Quedó a mitad de camino entre la devolución de favores a los grupos concentrados que contribuyeron a su llegada y el cumplimiento de promesas como las del “fin de la guerra con el periodismo” o la de un marco regulatorio actualizado y que resultara fruto de un proceso democratizador. Ambas engrosan la lista del debe.
Reducen la planta de trabajadores de señales audiovisuales del Estado. https://t.co/wh9tF0hzdR
— Martin Becerra (@aracalacana) December 22, 2017
A MITAD DE CAMINO. La gestión de Mauricio Macri heredó un sistema de medios concentrado, geográfica y económicamente. Con alta incidencia del capital extranjero. Que presenta una centralización muy marcada en la producción de contenidos -y definición de temáticas- en Buenos Aires. Y avanza hacia el crecimiento de modelos de acceso para las audiencias cada vez más excluyentes.
El contexto comunicacional lo exponía a una crisis sistémica e integral -que ya trabajamos en Letra P-, generada por la combinación del desarrollo tecnológico, las nuevas formas de producción-distribución-consumo de bienes y servicios culturales y la dificultad de encontrar un modelo de negocio sólido. Es una estructura muy dependiente del Estado -dinero, regulación, exenciones, etcétera- que cuenta con cierta capacidad de presionar a los gobiernos y/o de optimizar su relación con ellos en pos de sus intereses, necesidades y demandas.
Como rasgo relevante también se constata la presencia de un sector de medios sin fines de lucro dinámico, activo e históricamente segregado -sobre el que trabajó Agustín Espada hace poco en Letra P-. Y que había celebrado la sanción de la ley audiovisual pero no alcanza a ver materializada sus ventajas.
Con la gestión Cambiemos el sistema mutó en varios de sus rasgos:
– Una serie de decretos modificaron la regulación, fundamentalmente el núcleo anti-concentración y el organismo de control de la ley audiovisual;
– El ENACOM reemplazó a la AFSCA y fortaleció la centralización de la toma de decisiones en el Poder Ejecutivo, que además dio de baja (a menos de dos años de crearlo) al Ministerio de Comunicaciones y la fallida gestión de Oscar Aguad;
– No le ha resultado (tan) sencillo (como esperaba) lidiar con los intereses de empresas que provienen de sectores diferentes y avanzan, por la convergencia, hacia un futuro que las pondrá en competencia directa con el cuádruple play -telefonía fija y móvil, banda ancha, TV de pago- y demás servicios -fintech, e-commerce, etcètera-. Los intereses de las empresas de telecomunicaciones -de capitales extranjeros, además, como Telefónica y Claro- tratan de incidir tanto como las que provienen de medios tradicionales y ya son “telcos” también -el Grupo Clarín-;
– La pauta oficial tuvo su regulación a medias –una resolución estableció criterios para su administración- pero exhibió continuidades en sus lógicas. Mientras las empresas públicas y privadas llevaron a cabo miles de despidos de trabajadores y cierres que no se quedaron a un lado u otro de la grieta;
– El final del Programa Fútbol para Todos fue seguido por el regreso de un sistema de distribución restrictivo para un contenido de interés cultural relevante. Hoy son muchos menos los argentinos que ven los partidos por televisión;
– La TV Pública vio oxigenada la línea editorial de sus contenidos periodísticos. Su pantalla ya no exhibe una defensa gubernamental fundamentalista e incluye uno de los aportes del momento al debate público en los medios: Ronda de Editores, el programa conducido por María O¨Donnell. Claro que la renuncia de Horacio Levín a su cargo de director ejecutivo del Canal y la incertidumbre sobre la programación de 2018 pone todo en un manto de dudas;
– Acompañó un proceso intenso de compras y fusiones de empresas de medios que incrementaron la concentración. Y la entrega de una serie de licencias que todavía no resuelven el problema de medios en conflicto -Jorge Fontevecchia recibió la de Radio América y hace algunos meses dos de TV que todavía no operan-;
– La más importante resultó la operación a partir de la cual el Grupo Clarín pasó a ser un gigante de las telecomunicaciones. El 21 de diciembre se aprobó en el Enacom la fusión Cablevisión-Telecom. La Secretaría de Defensa de la Competencia tiene 45 días para expedirse sobre el tema. Son varios los aspectos críticos sobre los que debería expedirse. Como sostiene Gustavo Fontanals, “se da origen a la principal compañía de telecomunicaciones del país, con una posición de liderazgo en todos los segmentos del mercado y un control mayoritario sobre recursos públicos escasos e infraestructura esencial”. Las empresas habían iniciado su integración desde hace meses, con la reformulación de aspectos administrativos.
Resolución de ENACOM autorizando absorción de Cablevisión por Telecom. Notas: una *Dirección Nacional* fija en qué localidades existe «posición significa de mercado», y dice que «deberá garantizar acceso a su infraestructura pasiva». Cuestión de fe https://t.co/zLrh7LWnJD pic.twitter.com/EZmaHb72nR
— phillynewrocker 🗣 (@Phillynewrocker) December 22, 2017
Muchas preguntas se abren a partir de esta decisión. ¿Cuál es el tamaño real de la nueva firma en relación a los mercados que opera y domina? ¿Cuántos despidos implicará en las empresas a partir de las sinergias posibles? ¿Será que está vez el Gobierno comprenderá que la concentración es un problema y no un aspecto necesario para los medios? ¿Se cuenta esta operación como parte de la “lluvia de inversiones” que todavía no moja?
PROMESAS SOBRE EL BIDET. El Gobierno prometió al asumir que cumpliría una serie de objetivos distintivos. Uno tenía la pompa y circunstancia de “unir a los argentinos”. Para ello se buscaría cambiar la relación medios-Gobierno y coadyuvar en la reducción de la famosa “grieta”. Lejos de eso, a mitad del mandato se constata que apenas cambiaron los sombreros. Los que antes eran críticos hoy son “adictos”. Quienes eran afines al kirchnerismo hoy son opositores y hostilizados. Tanto que, según varios periodistas, el presidente dijo en off que habría que subir a un cohete a la luna “a los que frenan el cambio”. No casualmente ese es el título del portal al que mudó sus columnas Horacio Verbistsky, luego de más de 20 años de escribir en Página/12, uno que cambió de sombrero.
Otra promesa trunca fue la sanción de una ley convergente, actualizada, democrática y que adaptara el país a las transformaciones tecnológicas. La creación de una comisión para redactarla estableció 180 días de plazos, que se renovaron en tres oportunidades. Cumplido el período no hay novedades al respecto. Los integrantes de aquel colectivo sostienen que ya hicieron su trabajo. Mientras tanto, llegamos a las fiestas con decisiones que habilitan mayor concentración tomadas por un ente gubernamental, que tiene cinco de siete integrantes designados por Macri. Y a la espera de un nuevo decreto, que lime las asperezas entre los principales jugadores -Clarín y Telefónica- ante el inminente 2018 en que todos podrán competir en todos los soportes. La convergencia como argumento para mantener y reforzar la concentración.
Las políticas de comunicación de Cambiemos han reforzado los aspectos negativos que heredó del sistema, de su lógica regulatoria y de administración. Mientras que habilitó –o rehabilitó- decisiones que en su conjunto sesgaron las posibilidades de democratizar el sistema.
Expuso algunos aspectos destacables –ciertos rasgos de la programación de la TV estatal, no así de la radio y la agencia de noticias- y otros intentos que no lograron sus objetivos –como la regulación de publicidad oficial o la ley de acceso a la información pública-. Pero no acompañó ni defendió a los trabajadores de medios que perdieron sus puestos de trabajo. Los estigmatizó por trabajar en medios afines al gobierno anterior y dejó libradas a su suerte a empresas emblemáticas que caminan a la quiebra -como Radio Rivadavia-. Mientras que la afinidad con los grandes grupos concentrados muestra otra cara de la tesis que guía su gestión: la concentración no es un problema.
Quedan dos años de gestión. La mitad del camino. Los próximos meses asoman como muy desafiantes. Se abrirá la competencia convergente en un contexto que resultó muy beneficioso para el Grupo Clarín. En ocasiones, el Gobierno parece desconocer -o negar- el peligro de lidiar políticamente con un actor con tanto poder económico y simbólico. Los pendientes son muchos. La lista del debe asoma robusta.
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Diciembre 2017 llegó justo en momentos en que el Gobierno parece encontrar límites más severos en la calle que en el Congreso. Sucedió con el Fallo de la Corte Suprema del “2×1” y la semana pasada, con manifestaciones masivas, visibilizadas y no, reprimidas y con sectores violentos que las complicaron.
El Gobierno avanza en las transformaciones que propone para diferentes aspectos, áreas, zonas y temáticas. Y en su recorrido –que ya superó la primera mitad- expresa su concepción del modelo de Estado, su relación con el capital privado y su interpelación a los sectores sociales a partir de su capacidad de negociación.
El campo de la comunicación, los medios y sus tecnologías fue el primero en el que Cambiemos materializó su perspectiva. Aplicó cambios regulatorios, pero también en los agentes estatales y en la relación con los medios. Quedó a mitad de camino entre la devolución de favores a los grupos concentrados que contribuyeron a su llegada y el cumplimiento de promesas como las del “fin de la guerra con el periodismo” o la de un marco regulatorio actualizado y que resultara fruto de un proceso democratizador. Ambas engrosan la lista del debe.
Reducen la planta de trabajadores de señales audiovisuales del Estado. https://t.co/wh9tF0hzdR
— Martin Becerra (@aracalacana) December 22, 2017
A MITAD DE CAMINO. La gestión de Mauricio Macri heredó un sistema de medios concentrado, geográfica y económicamente. Con alta incidencia del capital extranjero. Que presenta una centralización muy marcada en la producción de contenidos -y definición de temáticas- en Buenos Aires. Y avanza hacia el crecimiento de modelos de acceso para las audiencias cada vez más excluyentes.
El contexto comunicacional lo exponía a una crisis sistémica e integral -que ya trabajamos en Letra P-, generada por la combinación del desarrollo tecnológico, las nuevas formas de producción-distribución-consumo de bienes y servicios culturales y la dificultad de encontrar un modelo de negocio sólido. Es una estructura muy dependiente del Estado -dinero, regulación, exenciones, etcétera- que cuenta con cierta capacidad de presionar a los gobiernos y/o de optimizar su relación con ellos en pos de sus intereses, necesidades y demandas.
Como rasgo relevante también se constata la presencia de un sector de medios sin fines de lucro dinámico, activo e históricamente segregado -sobre el que trabajó Agustín Espada hace poco en Letra P-. Y que había celebrado la sanción de la ley audiovisual pero no alcanza a ver materializada sus ventajas.
Con la gestión Cambiemos el sistema mutó en varios de sus rasgos:
– Una serie de decretos modificaron la regulación, fundamentalmente el núcleo anti-concentración y el organismo de control de la ley audiovisual;
– El ENACOM reemplazó a la AFSCA y fortaleció la centralización de la toma de decisiones en el Poder Ejecutivo, que además dio de baja (a menos de dos años de crearlo) al Ministerio de Comunicaciones y la fallida gestión de Oscar Aguad;
– No le ha resultado (tan) sencillo (como esperaba) lidiar con los intereses de empresas que provienen de sectores diferentes y avanzan, por la convergencia, hacia un futuro que las pondrá en competencia directa con el cuádruple play -telefonía fija y móvil, banda ancha, TV de pago- y demás servicios -fintech, e-commerce, etcètera-. Los intereses de las empresas de telecomunicaciones -de capitales extranjeros, además, como Telefónica y Claro- tratan de incidir tanto como las que provienen de medios tradicionales y ya son “telcos” también -el Grupo Clarín-;
– La pauta oficial tuvo su regulación a medias –una resolución estableció criterios para su administración- pero exhibió continuidades en sus lógicas. Mientras las empresas públicas y privadas llevaron a cabo miles de despidos de trabajadores y cierres que no se quedaron a un lado u otro de la grieta;
– El final del Programa Fútbol para Todos fue seguido por el regreso de un sistema de distribución restrictivo para un contenido de interés cultural relevante. Hoy son muchos menos los argentinos que ven los partidos por televisión;
– La TV Pública vio oxigenada la línea editorial de sus contenidos periodísticos. Su pantalla ya no exhibe una defensa gubernamental fundamentalista e incluye uno de los aportes del momento al debate público en los medios: Ronda de Editores, el programa conducido por María O¨Donnell. Claro que la renuncia de Horacio Levín a su cargo de director ejecutivo del Canal y la incertidumbre sobre la programación de 2018 pone todo en un manto de dudas;
– Acompañó un proceso intenso de compras y fusiones de empresas de medios que incrementaron la concentración. Y la entrega de una serie de licencias que todavía no resuelven el problema de medios en conflicto -Jorge Fontevecchia recibió la de Radio América y hace algunos meses dos de TV que todavía no operan-;
– La más importante resultó la operación a partir de la cual el Grupo Clarín pasó a ser un gigante de las telecomunicaciones. El 21 de diciembre se aprobó en el Enacom la fusión Cablevisión-Telecom. La Secretaría de Defensa de la Competencia tiene 45 días para expedirse sobre el tema. Son varios los aspectos críticos sobre los que debería expedirse. Como sostiene Gustavo Fontanals, “se da origen a la principal compañía de telecomunicaciones del país, con una posición de liderazgo en todos los segmentos del mercado y un control mayoritario sobre recursos públicos escasos e infraestructura esencial”. Las empresas habían iniciado su integración desde hace meses, con la reformulación de aspectos administrativos.
Resolución de ENACOM autorizando absorción de Cablevisión por Telecom. Notas: una *Dirección Nacional* fija en qué localidades existe «posición significa de mercado», y dice que «deberá garantizar acceso a su infraestructura pasiva». Cuestión de fe https://t.co/zLrh7LWnJD pic.twitter.com/EZmaHb72nR
— phillynewrocker 🗣 (@Phillynewrocker) December 22, 2017
Muchas preguntas se abren a partir de esta decisión. ¿Cuál es el tamaño real de la nueva firma en relación a los mercados que opera y domina? ¿Cuántos despidos implicará en las empresas a partir de las sinergias posibles? ¿Será que está vez el Gobierno comprenderá que la concentración es un problema y no un aspecto necesario para los medios? ¿Se cuenta esta operación como parte de la “lluvia de inversiones” que todavía no moja?
PROMESAS SOBRE EL BIDET. El Gobierno prometió al asumir que cumpliría una serie de objetivos distintivos. Uno tenía la pompa y circunstancia de “unir a los argentinos”. Para ello se buscaría cambiar la relación medios-Gobierno y coadyuvar en la reducción de la famosa “grieta”. Lejos de eso, a mitad del mandato se constata que apenas cambiaron los sombreros. Los que antes eran críticos hoy son “adictos”. Quienes eran afines al kirchnerismo hoy son opositores y hostilizados. Tanto que, según varios periodistas, el presidente dijo en off que habría que subir a un cohete a la luna “a los que frenan el cambio”. No casualmente ese es el título del portal al que mudó sus columnas Horacio Verbistsky, luego de más de 20 años de escribir en Página/12, uno que cambió de sombrero.
Otra promesa trunca fue la sanción de una ley convergente, actualizada, democrática y que adaptara el país a las transformaciones tecnológicas. La creación de una comisión para redactarla estableció 180 días de plazos, que se renovaron en tres oportunidades. Cumplido el período no hay novedades al respecto. Los integrantes de aquel colectivo sostienen que ya hicieron su trabajo. Mientras tanto, llegamos a las fiestas con decisiones que habilitan mayor concentración tomadas por un ente gubernamental, que tiene cinco de siete integrantes designados por Macri. Y a la espera de un nuevo decreto, que lime las asperezas entre los principales jugadores -Clarín y Telefónica- ante el inminente 2018 en que todos podrán competir en todos los soportes. La convergencia como argumento para mantener y reforzar la concentración.
Las políticas de comunicación de Cambiemos han reforzado los aspectos negativos que heredó del sistema, de su lógica regulatoria y de administración. Mientras que habilitó –o rehabilitó- decisiones que en su conjunto sesgaron las posibilidades de democratizar el sistema.
Expuso algunos aspectos destacables –ciertos rasgos de la programación de la TV estatal, no así de la radio y la agencia de noticias- y otros intentos que no lograron sus objetivos –como la regulación de publicidad oficial o la ley de acceso a la información pública-. Pero no acompañó ni defendió a los trabajadores de medios que perdieron sus puestos de trabajo. Los estigmatizó por trabajar en medios afines al gobierno anterior y dejó libradas a su suerte a empresas emblemáticas que caminan a la quiebra -como Radio Rivadavia-. Mientras que la afinidad con los grandes grupos concentrados muestra otra cara de la tesis que guía su gestión: la concentración no es un problema.
Quedan dos años de gestión. La mitad del camino. Los próximos meses asoman como muy desafiantes. Se abrirá la competencia convergente en un contexto que resultó muy beneficioso para el Grupo Clarín. En ocasiones, el Gobierno parece desconocer -o negar- el peligro de lidiar políticamente con un actor con tanto poder económico y simbólico. Los pendientes son muchos. La lista del debe asoma robusta.
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