ECONOMIA › TEMAS DE DEBATE: LA POLITICA DE AJUSTE FISCAL DE LA PRINCIPAL ECONOMIA DE SUDAMERICA
La presidenta Dilma Rousseff apuesta al recorte del gasto público. Lo considera fundamental para viabilizar y sostener el financiamiento del déficit en la cuenta corriente, pero el estancamiento de la economía continúa profundizándose.
Por Carlos Pinkusfeld Bastos * y Fernando Maccari Lara **
En medio de una grave crisis política y antes de las importantes manifestaciones populares en contra de su gobierno, la presidenta Dilma Rousseff se dirigió a la nación brasileña en cadena nacional. En su discurso, atribuyó una importancia decisiva al ajuste fiscal puesto en marcha. Desde ese momento, el elemento central de la agenda económica de la oposición y bandera de la prensa conservadora, opositora sistemática al Partido de los Trabajadores (PT), se convirtió en la principal política de su gobierno. La existencia de tan amplio consenso lleva a preguntarse si la adhesión a la tesis del ajuste se basó en las mismas razones. Aparentemente, no.
Para los economistas ortodoxos, la respuesta es obvia: el desequilibrio fiscal es la fuente del mal en una economía de mercado, libre de las distorsiones de la intervención del Estado, funcionaría en su nivel de equilibrio de pleno empleo y estabilidad de precios. Para los economistas neodesarrollistas sería necesario un ajuste fiscal, además de una crucial devaluación. Con una economía deprimida por el ajuste, caería el poder de negociación y resistencia de los trabajadores para responder a la mayor inflación que generaría un aumento en el tipo de cambio, haciendo posible así con la reducción de los salarios reales una expansión de las exportaciones. Una tercera justificación, adoptada por sectores del gobierno brasileño, ve el ajuste como una “exigencia” de las agencias calificadoras de riesgo soberano cuyo cumplimiento sería fundamental para viabilizar y sostener el financiamiento del déficit en la cuenta corriente.
Sin embargo, lo que nos interesa aquí es una lectura específica que cuenta con un fuerte respaldo en el PT. Desde esa visión, el ajuste fiscal en marcha en Brasil estaría repitiendo una supuesta política exitosa de la estrategia adoptada por el primer gobierno de Lula en 2003. Dos preguntas surgen para evaluar esta posibilidad: ¿entonces la recuperación desde 2004 fue el resultado del ajuste fiscal del año anterior? ¿Las condiciones macroeconómicas en 2015 son similares a las observadas once años atrás? Por desgracia la respuesta a ambas preguntas es negativa.
En primer lugar, como era de esperar, la contracción fiscal de 2003 fue contractiva. La tasa de crecimiento del PIB ese año fue menos de la mitad que la registrada en 2002. El consumo privado se redujo casi 1 por ciento y la inversión lo hizo al 4,5 por ciento. Ese desempeño redundó en una contribución negativa de la demanda interna al crecimiento económico. Vale entonces preguntarse cómo a pesar de la contracción del consumo y la inversión fue posible alcanzar un modesto crecimiento de 1,16 por ciento ese año. Fue gracias a la evolución de las exportaciones, que mostraron un crecimiento promedio del 20 por ciento. Es decir, el magro crecimiento del PIB en 2003 se logró a pesar de las medidas fiscales contractivas y de su impacto recesivo sobre los gastos domésticos gracias a la contribución del sector externo.
En el comportamiento de los años siguientes, donde se configuró el ciclo expansivo de mayor duración e intensidad registrado en Brasil desde los años ochenta, ya no puede atribuírsele protagonismo al sector externo. Aunque las exportaciones continuaron con una performance destacada, la recuperación de la demanda interna a partir de 2004 fue el factor más importante para explicar el fuerte crecimiento. Ese período de crecimiento que estuvo acompañado por una mejor distribución del ingreso derivó de políticas como el fuerte incremento en el salario mínimo, la expansión del crédito al consumo, la expansión de los programas de transferencia de ingresos y, finalmente, una mejora gradual de la política fiscal explicada fundamentalmente por la expansión de la inversión pública, extremadamente deprimida desde el final del gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
¿Qué pasa con la economía brasileña hoy? En primer lugar, no se puede esperar que el sector externo juegue el mismo papel que en 2003. Las exportaciones vienen cayendo desde el segundo semestre de 2014. El consumo, directamente relacionado con la evolución de los salarios, sufre ciertamente los impactos de la mayor inflación gatillada como resultado de la estrategia de devaluación de la moneda y el ajuste de los precios públicos, a los que se les debe sumar el impacto de la recesión en el empleo. El gasto del consumidor que depende del crédito, tiene dos aspectos negativos: la primera se deriva de la subida de los tipos de interés y la dificultad adicional impuesta a los demandantes de préstamos residenciales. El segundo es el cambio en el potencial de elevación de crédito, totalmente diferente a la que prevalecía en 2004. Este año, el nivel de deuda es muy bajo, por lo que hay un gran espacio para su elevación, que de hecho se produjo gracias a las innovaciones en los instrumentos de la oferta de crédito personal. Después de un período relativamente largo ya la expansión del crédito tomado en el año 2015 ha habido un compromiso de los ingresos de la familia con mucho mayor servicio de la deuda.
En conjunto, estos elementos dan como resultado una menor capacidad para expandir la deuda privada. Por lo tanto, dadas las perspectivas pesimistas para todas las variables de la demanda, el ajuste fiscal tiende a llevar hacia una recesión abierta. Por desgracia para la presidenta Dilma Rousseff, la caída en sus niveles de popularidad y la presión de la oposición y la prensa dejan poco margen maniobra para revertir su errónea estrategia inicial. El inicio del gobierno de Lula fue amargo, pero su alto capital político y la mejora de la economía permitieron revertir (o compensar) sus malas decisiones iniciales.
* Profesor IE/UFRJ.
** Investigador Fundación de Economía y Estadística.
La presidenta Dilma Rousseff apuesta al recorte del gasto público. Lo considera fundamental para viabilizar y sostener el financiamiento del déficit en la cuenta corriente, pero el estancamiento de la economía continúa profundizándose.
Por Carlos Pinkusfeld Bastos * y Fernando Maccari Lara **
En medio de una grave crisis política y antes de las importantes manifestaciones populares en contra de su gobierno, la presidenta Dilma Rousseff se dirigió a la nación brasileña en cadena nacional. En su discurso, atribuyó una importancia decisiva al ajuste fiscal puesto en marcha. Desde ese momento, el elemento central de la agenda económica de la oposición y bandera de la prensa conservadora, opositora sistemática al Partido de los Trabajadores (PT), se convirtió en la principal política de su gobierno. La existencia de tan amplio consenso lleva a preguntarse si la adhesión a la tesis del ajuste se basó en las mismas razones. Aparentemente, no.
Para los economistas ortodoxos, la respuesta es obvia: el desequilibrio fiscal es la fuente del mal en una economía de mercado, libre de las distorsiones de la intervención del Estado, funcionaría en su nivel de equilibrio de pleno empleo y estabilidad de precios. Para los economistas neodesarrollistas sería necesario un ajuste fiscal, además de una crucial devaluación. Con una economía deprimida por el ajuste, caería el poder de negociación y resistencia de los trabajadores para responder a la mayor inflación que generaría un aumento en el tipo de cambio, haciendo posible así con la reducción de los salarios reales una expansión de las exportaciones. Una tercera justificación, adoptada por sectores del gobierno brasileño, ve el ajuste como una “exigencia” de las agencias calificadoras de riesgo soberano cuyo cumplimiento sería fundamental para viabilizar y sostener el financiamiento del déficit en la cuenta corriente.
Sin embargo, lo que nos interesa aquí es una lectura específica que cuenta con un fuerte respaldo en el PT. Desde esa visión, el ajuste fiscal en marcha en Brasil estaría repitiendo una supuesta política exitosa de la estrategia adoptada por el primer gobierno de Lula en 2003. Dos preguntas surgen para evaluar esta posibilidad: ¿entonces la recuperación desde 2004 fue el resultado del ajuste fiscal del año anterior? ¿Las condiciones macroeconómicas en 2015 son similares a las observadas once años atrás? Por desgracia la respuesta a ambas preguntas es negativa.
En primer lugar, como era de esperar, la contracción fiscal de 2003 fue contractiva. La tasa de crecimiento del PIB ese año fue menos de la mitad que la registrada en 2002. El consumo privado se redujo casi 1 por ciento y la inversión lo hizo al 4,5 por ciento. Ese desempeño redundó en una contribución negativa de la demanda interna al crecimiento económico. Vale entonces preguntarse cómo a pesar de la contracción del consumo y la inversión fue posible alcanzar un modesto crecimiento de 1,16 por ciento ese año. Fue gracias a la evolución de las exportaciones, que mostraron un crecimiento promedio del 20 por ciento. Es decir, el magro crecimiento del PIB en 2003 se logró a pesar de las medidas fiscales contractivas y de su impacto recesivo sobre los gastos domésticos gracias a la contribución del sector externo.
En el comportamiento de los años siguientes, donde se configuró el ciclo expansivo de mayor duración e intensidad registrado en Brasil desde los años ochenta, ya no puede atribuírsele protagonismo al sector externo. Aunque las exportaciones continuaron con una performance destacada, la recuperación de la demanda interna a partir de 2004 fue el factor más importante para explicar el fuerte crecimiento. Ese período de crecimiento que estuvo acompañado por una mejor distribución del ingreso derivó de políticas como el fuerte incremento en el salario mínimo, la expansión del crédito al consumo, la expansión de los programas de transferencia de ingresos y, finalmente, una mejora gradual de la política fiscal explicada fundamentalmente por la expansión de la inversión pública, extremadamente deprimida desde el final del gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
¿Qué pasa con la economía brasileña hoy? En primer lugar, no se puede esperar que el sector externo juegue el mismo papel que en 2003. Las exportaciones vienen cayendo desde el segundo semestre de 2014. El consumo, directamente relacionado con la evolución de los salarios, sufre ciertamente los impactos de la mayor inflación gatillada como resultado de la estrategia de devaluación de la moneda y el ajuste de los precios públicos, a los que se les debe sumar el impacto de la recesión en el empleo. El gasto del consumidor que depende del crédito, tiene dos aspectos negativos: la primera se deriva de la subida de los tipos de interés y la dificultad adicional impuesta a los demandantes de préstamos residenciales. El segundo es el cambio en el potencial de elevación de crédito, totalmente diferente a la que prevalecía en 2004. Este año, el nivel de deuda es muy bajo, por lo que hay un gran espacio para su elevación, que de hecho se produjo gracias a las innovaciones en los instrumentos de la oferta de crédito personal. Después de un período relativamente largo ya la expansión del crédito tomado en el año 2015 ha habido un compromiso de los ingresos de la familia con mucho mayor servicio de la deuda.
En conjunto, estos elementos dan como resultado una menor capacidad para expandir la deuda privada. Por lo tanto, dadas las perspectivas pesimistas para todas las variables de la demanda, el ajuste fiscal tiende a llevar hacia una recesión abierta. Por desgracia para la presidenta Dilma Rousseff, la caída en sus niveles de popularidad y la presión de la oposición y la prensa dejan poco margen maniobra para revertir su errónea estrategia inicial. El inicio del gobierno de Lula fue amargo, pero su alto capital político y la mejora de la economía permitieron revertir (o compensar) sus malas decisiones iniciales.
* Profesor IE/UFRJ.
** Investigador Fundación de Economía y Estadística.
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