Canitrot (obituario): «“La Argentina está condenada a tener una crisis cada 10 años”»

Ámbito.com – Hace 11 horas
En tiempos del «proceso» se había hecho popular la frase «patria financiera» para cuestionar el peso decisivo que las entidades de ese sector habían asumido en la economía argentina a partir de la llegada al Palacio de Hacienda de José Alfredo Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976. En la década siguiente surgió otra definición crítica, la «patria contratista», para calificar a quienes hacían negocios no muy santos a expensas del Estado. Pero en esta ocasión surgió del propio seno del Gobierno nacional. Su creador fue Adolfo Martín Prudencio Canitrot, ingeniero y gran economista, por entonces subsecretario de Planificación de la primera etapa de la gestión presidencial de Raúl Ricardo Alfonsín, tras la caída del «proceso». Canitrot falleció el pasado martes a los 84 años; había nacido el 1 de abril de 1928.
Si bien no es lo más académico ni periodístico, me tomaré la licencia de expresarme en primera persona debido a la intensa relación que me unió a él a lo largo de muchos años, lo que me hizo conocer a uno de los funcionarios más amplios de criterio y más dispuestos a intercambiar ideas y reconocer errores. Adolfo, que nació en la calle Mompox, una cortada en el barrio de Constitución, fue un lecherito repartidor que iba de casa en casa con sus tarros en un carrito tirado por un caballo, como correspondía a su época, y no fue a pelear a la Guerra Civil española (1936-1939) del lado republicano, como buen descendiente de catalanes, porque era un mocoso que no tenía la edad suficiente.
Logró superar en supervivencia por 25 años a su padre, algo para él muy importante. En su época de viceministro de Economía, a partir de 1985, solía tomar todas las tardes el café en su despacho. Un día llegué y la secretaria me dijo algo así: «Pase, Fernando, que el jefe lo está esperando». Entré al despacho y Adolfo, no bien me vio, sentado en la punta de la mesa, se dio vuelta y sacó de un armario una botella de coñac y un par de vasos y me dijo: «Vamos a brindar». «Brindemos, pero ¿por qué motivo?», le respondí. «Porque hoy he cumplido un día de vida más que mi padre», fue más o menos su explicación emocionada. Ahí me contó su historia de lecherito y aquella voluntad de niño de irse a pelear en defensa del Gobierno republicano contra la sublevación de Francisco Franco, una anécdota que lo pintaba de cuerpo y alma.
Era ingeniero civil, recibido en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, donde participó en la política estudiantil como integrante del grupo reformista «La línea recta», pero había centrado su interés en la economía, en la que se doctoró en la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos, y en particular prestó atención a las cuestiones de planeamiento estratégico. Trabajó y colaboró con diferentes centros de investigación y publicaciones, sobre todo siempre sobre referidas cuestiones estratégicas con otros grandes pensadores económicos como Javier
Villanueva, Jorge Katz, Julio Guillermo Hipólito Olivera (exrector de la Universidad de Buenos Aires) y Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía entre 1985 y 1989, con quien elaboró el Plan Austral implementado a partir de febrero de 1985 pero anunciado oficialmente en junio. Plan desarrollado a partir de los trabajos de los brasileños Percio Arida y Andre Lara Resende sobre la «inflación inercial» y que trajo de Río de Janeiro otro integrante de ese equipo, Roberto Frenkel, y al que incorporara la importante idea del desagio Daniel Heymann. Estos dos últimos son aún profesores en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
No era radical. Se sumó al Gobierno de Alfonsín como independiente junto con Sourrouille, pero bien podría haber colaborado con el peronismo si las circunstancias políticas hubieran sido distintas. Así fue como participó en el Consejo Nacional de Desarrollo (Conade) creado por el presidente desarrollista Arturo Frondizi en 1961 y cuya actividad, potenciada durante la gestión del radical Arturo Umberto Illia, se prolongó durante varios años. Como parte del mismo, según reconocía sin mucho entusiasmo, fue uno de los que planearon la transformación económica de la provincia de Tucumán mediante la privatización y desaparición de varios ingenios azucareros y la promoción de empresas que no lograron recuperar el empleo para los desplazados de aquella actividad. Sin embargo, como viceministro, luego apoyó a otros sectores, como la industria vitivinícola, a cuya internacionalización ayudó a promover.
Como subsecretario de Planificación durante la gestión ministerial de Bernardo Grinspun era el encargado de acompañar a éste en las negociaciones por la deuda externa, pero, según su relato, quedó de hecho al margen de las mismas cuando al llegar a Nueva York, éste le dijo que saliese a pasear y aprovechase para «comprar camisas». No pudo asistir a los encuentros con las autoridades del Fondo Monetario Internacional. Relataba que, ya en plena crisis del final del Gobierno de Alfonsín, éste los consultó sobre la fecha más conveniente para las elecciones que concluyó ganando Carlos Saúl Menem. Previendo que las cosas se iban a poner muy mal le aconsejaron adelantar los comicios previstos inicialmente para octubre a mayo, al tiempo que se lanzó el Plan Primavera con los restos del Austral. Las elecciones se adelantaron pero la hiperinflación se desató igual. Durante el menemismo Canitrot volvió a lo académico para ser, una década después, vicepresidente del Banco Nación al llegar a la presidencia Fernando de la Rúa.
Pero lo más importante de su legado son sus trabajos. Uno, con el que se pueden tener las discrepancias propias de todo estudioso, es «La disciplina como objetivo de la política económica. Un ensayo sobre el programa económico del Gobierno argentino desde 1976», publicado en 1980 en la revista «Desarrollo económico», que dirigió. Entre todos ellos es importante su visión sobre lo que se ha dado en llamar comúnmente «stop and go» (parar y arrancar) en relación con la marcha histórica de la economía argentina. En sus conversaciones solía decir que la Argentina «está condenada a tener una crisis cada diez años», algo que es de esperar que haya pasado a la historia.
(*) Docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Nacional e Iberoamericano Manuel Dorrego.
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