Chile, la oligarquía familiar

Somos formalmente una república, en Chile, en la medida en que nuestra organización política no depende ni de un rey ni de un dictador (que de esto hemos tenido, y sangriento además de corrupto) ni tampoco de un partido único del que hay en las democracias populares, que viene siempre con unos comandantes muy enojados todo el rato y que al final nombran de sucesor al hermano o al hijo. La república es en general más variada.
Con todo, la nuestra ha sido tradicionalmente, ya desde la Colonia, y probablemente por la lejanía geográfica, una oligarquía, y a partir de la Independencia una república oligárquica. El formato es mejor que otros en cuanto a que nos garantiza ciertos derechos de primera generación, tales como el derecho a la vida, a opinar libremente, a organizar partidos, a votar, a viajar, a no ser detenido arbitrariamente, a un juicio justo, etc., que parecen poca cosa cuando son respetados y, sin embargo –ya lo vimos durante la dictadura–, al margen de ellos la vida se hace obscura, humillante, incómoda, precaria, violenta, abusiva y muchas veces trágica: una vida de segunda –o incluso peor– para todos.
Toda república se define como una agrupación de ciudadanos, pero en Chile la agrupación no es de ciudadanos, sino de familias. Ya lo dice la Constitución de Pinochet en su insoportable arranque fascistoide del que nuestros gobernantes concertacionistas no han sabido o no han querido escapar: “La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad…”.
Y la familia es el núcleo de la tribu, el pegamento esencial de toda organización colectivista, grumosa, gremial, medieval, fascista, ocasionalmente mafiosa, donde más que las consideraciones republicanas lo que corta el queque y garantiza las seguridades es la pertenencia a un club, el que sea, a una trenza, a un estamento, y eso es lo que hoy nos maravilla cuando se van destapando los sistemas de financiamiento ilegales de la política a cargo de las empresas.
¿Funcionan las instituciones? Funcionan, pero sometidas siempre a los clanes, a las tribus, a las familias. Nuestros políticos y empresarios obedecen a sus electores y a sus accionistas, pero su sufrimiento y goce real se llevan a cabo en la dimensión familiar. Hay, por cierto, bomberos locos, gente que opera al margen de estos grupos, pero están allí para darle credibilidad al sistema, no para ejercer cabalmente el poder y, en caso de lograrlo, son invariablemente cooptados por quienes de verdad y de manera profunda, mandan y han mandado siempre. De modo contrario deben ser exterminados, judicial o mediática o físicamente.
Unos sistemas que dejan claro que la actividad política durante 17 años tutelada por los militares es hoy tutelada por empresas que en muchos casos son dirigidas por los mismos ministros o altos funcionarios de aquella dictadura, o por sus parientes. Y a esa tutela de dinero ilegal se entregan no sólo los de alma pinochetista, que sería comprensible, sino los de alma no pinochetista o quizás es que no tengan alma, o la arriendan. La vida es dura.
Y es así –para seguir la pista familiar– como el ex yerno de Pinochet, Julio Ponce Lerou, es quien controla y distribuye hoy parte considerable del dinero para los políticos de todos los colores, y lo hace a partir de una empresa estatal privatizada. Nombrado por el entonces suegro, Ponce se desempeñó en diversos altos cargos estatales: estuvo a cargo de Conaf (que se ocupaba de los campos expropiados durante el Gobierno previo) y de empresas entonces estatales como Enami, CTC, Iansa y finalmente Soquimich, que la encontró tan agradable que se la llevó para la casa. Es lo que algunos han llamado el saqueo. Ahora Ponce Lerou aparece en los rankings de millonarios top que confecciona babosamente la revista Forbes.
Pues bien, aparte de ser suegro, Pinochet fue a su vez yerno del radical don Osvaldo Hiriart, que fuera ministro del Interior durante un año del Presidente Juan Antonio Ríos (sus ministros no solían durar más de ese lapso) y también senador. Don Osvaldo, masón, fue iniciado en la Logia Deber y Constancia N° 7 de Santiago. Pinochet ingresó también a la masonería, pero no iba mucho y finalmente fue apartado.
Tampoco Sebastián Dávalos va mucho a las reuniones de su logia. Su abuelo, el general de aviación Alberto Bachelet, padeció torturas y finalmente la muerte por ser fiel a sus convicciones y apoyar al Presidente Salvador Allende. El general Bachelet fue miembro activo de su logia masónica durante 38 años, y se considera que es esa filiación la que lo conecta con Salvador Allende, que entró en la masonería bajo la tutela de su tío, el brioso radical Allende Padín. Se supone, pues, en clave de pertenencia a grupos tribales, que la Presidenta Bachelet da confianza tanto a allendistas como a militares y a masones, tripleta que no deja de ser potente si se suma a ello su condición de madre jefa de familia y feminista, lo que le trae la simpatía de este otro importante segmento estructural de nuestra sociedad, el de las mujeres que dan la pelea por su independencia y su dignidad en condiciones difíciles.
El escándalo de Sebastián Dávalos se hunde también en los vínculos familiares, toda vez que su esposa, la también batalladora Natalia Compagnon –”soy una emprendedora”, dice ella– aparece como la principal beneficiaria del proyectado negocio de compra y venta especulativa de terrenos en Machalí a la espera de un cambio de regulación municipal monitoreado de manera corrupta, todo ello con el aval personalizado del magnate Andrónico Luksic, un generoso aportador de recursos a las campañas políticas de unos y otros.
Pero si la actual Presidenta Michelle Bachelet es madre de este hijo complicado y a su vez hija de Alberto Bachelet, nuestro anterior Presidente Sebastián Piñera pertenece al amplio y exitoso clan familiar de los Piñera Echenique, emparentados con los Walker Prieto (actualmente esta familia cuenta con un diputado y dos senadores, uno de ellos presidiendo el Senado, hermanos los tres) y con los Valdés Subercaseaux y los Soublette, también con mucha responsabilidad pública, así como con los Chadwick, cuya larga sombra o luz familiar llega hasta personajes tan conspicuos como Andrés Chadwick Piñera (que le salvó el Gobierno a su primo Sebastián), Herman Chadwick Larraín (el síndico que es investigado en el negocio de Dávalos-Compagnon-Luksic), José Antonio Viera-Gallo, un ministro al que pese a su demostrada capacidad le llamaban sus amigos “transar sin avanzar”, casado con María Teresa Chadwick Piñera (ella estuvo a cargo de la cosa antidroga), hasta alcanzar incluso a uno de los dueños de Penta, Carlos Eugenio Lavín García-Huidobro, cuya señora María de la Luz Chadwick Hurtado ha estado firmemente con él en medio del escándalo que lo llevó a la cárcel junto a su socio Carlos Alberto Délano.
Délano, por su parte, es tío de Ernesto Silva Méndez, a su vez hijo de Ernesto Silva Bafalluy, fallecido trágicamente al quitarse la vida, cuyo nombre aparece mucho en las declaraciones de citados o imputados por platas políticas. Silva Méndez es concuñado del senador Juan Antonio Coloma, senador que es padre del diputado Coloma, figurando ambos como beneficiarios políticos del holding Penta, que fue a su vez el gran financista de las campañas de Joaquín Lavín. Cristina Bitar, sobrina del que fuera senador y ministro concertacionista Sergio Bitar, fue la generalísima de Lavín y aparece también recibiendo unos pagos.
Antes de Michelle tuvimos de Presidente a Ricardo Lagos, que aunque algo más sobrio familiarmente nos dejó a su hijo Lagos Weber como senador por Valparaíso. La dinastía Allende ha perdurado gracias a su hija Isabel, senadora que lleva 25 años en el Parlamento, y a las diputadas Maya Fernández Allende y Denise Pascal Allende.
El ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle constituye un caso de modesta densidad republicana y nutrida cepa familiar. Frei Ruiz-Tagle es hijo del presidente Eduardo Frei Montalva, y hay que decir que sin decir realmente nada, nunca, arrasó en su elección con una amplísima mayoría. Su hermana Carmen Frei fue senadora muchos años, y tras cumplir su período presidencial, Eduardo hijo se desempeñó como senador tanto designado como binominalmente electo, en tanto que Eugenio Ortega, marido de Carmen, hizo de diputado. Por la rama Ruiz-Tagle, en tanto, aparecen los Hurtado. Uno de ellos, el empresario Carlos Hurtado Ruiz-Tagle fue ministro de Aylwin, y su hermana es la señora de Andrés Zaldívar Larraín, senador o ministro prácticamente vitalicio, hermano a su vez del fallecido senador Adolfo Zaldívar, cuya hija Ana María ha sido hasta ahora la única funcionaria pública del país que ha defendido a Sebastián Dávalos, lo que le costó el puesto. Adolfo Zaldívar aparece como un receptor reiterado de platas negras de Soquimich.
También el senador Jorge Pizarro, timonel DC desde hace unos días, está siendo cuestionado por su relación aún no explicada con Soquimich a través de sus hijos Sebastián, Jorge y Benjamín Pizarro Cristi. Jorge Pizarro Cristi es vicepresidente ejecutivo del Comité de Inversiones Extranjeras, y yerno del ministro Máximo Pacheco Matte.
Este ministro, hombre por cierto muy capacitado, es hijo del que fuera también ministro y embajador democratacristiano, Máximo Pacheco Gómez, y por la rama materna es parte de un profuso jardín de parentescos con personeros de la política, la economía y la cultura nacionales, incluyendo a los dos presidentes Arturo y Jorge Alessandri más una serie de otros parlamentarios del mismo apellido, a los controladores del grupo Matte, uno de los holdings más poderosos de Chile, a la escultora Rebeca Matte, al recordado Arturo Matte Alessandri, al senador Hernán Larraín que dirige hoy la UDI, etc. Los Larraín, familia también profusa, están emparentados a su vez con los Hurtado.
Las trenzas y filiaciones y ramificaciones son innumerables, y por lo que se ve mucho más sólidas y generadoras de confianza que las relaciones republicanas, en general más abstractas. No cabe duda de que, salvo algunos casos raros como Mahmud Aleuy o Camilo Escalona, que aparecen con poca o ninguna parentela en la elite política, la mayoría de quienes pretenden mantenerse en cargos parlamentarios o de Gobierno o de alto funcionariado requieren no sólo de capacidad y de votos, sino además de los lazos de consaguinidad indispensables para ser objeto de la confianza de los donantes de sangre política, esto es, un dinero casi siempre negro que viene de empresas manejadas por directorios donde operan esos mismos lazos.
Sistema de elite, este, que se nutre vitamínicamente, lo sabemos bien, en colegios y barrios y universidades cuya finalidad es preservar y vigorizar ciertos rasgos de identidad y de pertenencia. Dentro de los tratos sociales, la componente familiar, de grupo o de clase constituye una fuerza irresistible.
Esta oligarquía o grupo de familias debe ahora, como hay democracia, pasar por el fastidioso trámite del debate público y de los votos. Existen, sin embargo, factores que logran hacer tragable tan amargo cáliz. Para neutralizar las molestias del debate está su secuestro por parte de unos pocos grandes medios que pertenecen a la elite o funcionan en connivencia con ella porque de otro modo el avisaje se derrumba: los programas políticos televisivos son un chiste esquemático y zumbón. Pululan por allí periodistas, operadores, comunicadores, asesores y ejecutivos que se nos presentan como garantes de la transparencia y la ética, en circunstancias de que por lo general trabajan incesantemente en pro de la opacidad, la estandarización de pareceres y el tráfico de influencias.
En cuanto al inconveniente que representan los votos populares para el dominio de las familias instaladas, es posible echar mano a una serie de trucos que pasan por el sistema binominal, la concentración de representantes no en las grandes ciudades sino en regiones donde se necesitan menos votos y los caudillos locales mandan más, un sistema esclerotizado y tribal de partidos políticos, y sobre todo el generoso y suave maná del dinero que reciben de las grandes empresas los sudorosos candidatos a concejales, alcaldes, diputados, senadores y presidentes, de la mano de capitostes que, como Jovino Novoa, deciden chequera en mano quién tiene y quién no tiene este o aquel cupo electoral, que casi siempre equivale al escaño. Favor que debe ser, por supuesto, devuelto en forma de un comportamiento político adecuado y armonioso, es decir, que no amenace al sistema elitista, y logre frenar la creciente y dolorosa acometida de los sectores emergentes que buscan justicia y, si ello no es posible, participar aunque sea minoritariamente de las prebendas de la elite. Y es que la gente más rica y poderosa y oligárquica se ve… cómo decirlo…. de mejor aspecto, con mejor olor y más hermosos colores, aparte de muchas otras ventajas materiales.
¿Funcionan las instituciones? Funcionan, pero sometidas siempre a los clanes, a las tribus, a las familias. Nuestros políticos y empresarios obedecen a sus electores y a sus accionistas, pero su sufrimiento y goce real se llevan a cabo en la dimensión familiar. Hay, por cierto, bomberos locos, gente que opera al margen de estos grupos, pero están allí para darle credibilidad al sistema, no para ejercer cabalmente el poder y, en caso de lograrlo, son invariablemente cooptados por quienes de verdad y de manera profunda, mandan y han mandado siempre. De modo contrario deben ser exterminados, judicial o mediática o físicamente.
Existen también, por cierto, familias y trenzas de menor nivel político o económico o social, círculos aglutinados no tanto en las vertientes más puras del poder sino en sus aledaños, en tareas operativas, técnicas, de asesoramiento o manejo de información cruzada. Familias y clubes de segunda división que, aunque no lo tengan aún del todo consagrado, se van haciendo un nombre.
Tampoco hay que suponer que dentro de las familias reina la felicidad, no es así. Mucha pertenencia familiar nos ahoga. El conflicto, la discordia, la envidia, la ofensa, son también parte de la vida de todo clan. Pero siempre será más grato pelearse con alguien cercano que con desconocidos absolutos de jeta maloliente que es lo que, para expresarlo en términos de Fernando Savater, nos pide la democracia republicana. De ahí la persistencia de los lazos familiares y tribales, por eso es que si no hay familia poderosa a la que echar mano construimos pertenencias doctrinales, religiosas y nos hacemos parte de grupos de cualquier tipo.
Más que un postgrado, mucho más que una senaturía o un ministerio o una pyme engordada a punta de sudor y camioneta, lo que de verdad cuenta en Chile para estar en el poder y mantenerse allí es conseguir en las altas esferas un nuerazgo, una cuñadoría y, ojalá, en lo posible, mientras dure, un enlace matrimonial favorable y con hijos saludables y golosos, que eso siempre abre el camino para nuevos brotes, ramas, hojas y frutos dentro de la fina enredadera político-empresarial que rige los destinos de esta –digamos– república.

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