La inserción de la Argentina en un mundo en cambio
Martes 26 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
Por primera vez desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, vivimos tiempos de transición hegemónica. Estados Unidos se convirtió en la superpotencia dominante de un mundo bipolar en 1945, cuando producía la mitad de la riqueza del orbe y era el único país con la bomba atómica. En 1989, con el colapso de la Unión Soviética, pareció destinado a ser regente y brújula del planeta. Pero los errores de toda índole cometidos desde el 11 de septiembre de 2001, sumados al ascenso económico de China, cambiaron radicalmente esa perspectiva. Su desplazamiento como principal potencia económica mundial es ya casi seguro para la próxima década. Y eso nos obliga a repensar nuestra inserción internacional.
A su vez, ese examen exige una visión retrospectiva. Hasta hace poco, la historia de nuestra inserción en el mundo desde la organización nacional podía desdoblarse en dos grandes etapas. La primera fue entre 1880 y 1948, cuando mantuvimos una interdependencia asimétrica con el Reino Unido. Aunque nosotros necesitábamos sus libras más que ellos nuestras carnes y cereales, había complementación económica.
Pero cuando los británicos cedieron la hegemonía en el Río de la Plata, sobrevino una larga dependencia frente a Estados Unidos, que se prolongó entre 1948 y tiempos más o menos actuales. Los norteamericanos no necesitaban nuestros alimentos. En realidad, no nos necesitaban para casi nada, a la vez que podían infligirnos graves daños económicos y financieros, de manera que nuestra dependencia fue total.
Pero con la decadencia de Estados Unidos las cosas han cambiado, porque la potencia que se perfila para reemplazarlos se complementa económicamente con nuestro país y con otros de la región. En este contexto, es imperioso procesar las lecciones del pasado con realismo.
Que la complementación económica entre una potencia hegemónica y un país periférico puede producir enormes beneficios para ambos está ilustrado por el primer tramo del viejo vínculo entre la Argentina y el Reino Unido. Debido al carácter complementario de nuestras economías, entre 1880 y 1914 los británicos invirtieron enormes caudales en este país, posibilitando, entre otras cosas, la expansión de nuestras vías férreas, desde 503 km en el quinquenio 1865-69, hasta 31.104 km en el quinquenio 1910-14. Gracias a esas y otras inversiones en infraestructura, nuestra superficie sembrada trepó de 0,58 millones de hectáreas en el primer período a 20,62 millones en el segundo, y nuestro comercio exterior creció en proporción. Los datos son de una obra ya clásica de Carlos Díaz-Alejandro.
Esta explosión económica le permitió a la Argentina de esos tiempos alcanzar un ingreso por habitante similar a los de Alemania, Holanda y Bélgica, y superior a los de Austria, España, Italia, Suiza y Noruega. Como consecuencia, nuestras clases medias crecieron desde tan sólo el 10,6% de la población en 1869 hasta el 30,4% en 1914. Hubo derrame. Los datos son de una obra clásica de Gino Germani.
Pero las relaciones entre Estados nunca fueron fáciles. Aun cuando exista complementación económica, el más fuerte intentará aprovecharse del débil. Esta es una lección por tener en cuenta a la hora de pensar nuestras relaciones futuras con China. La aprendimos dolorosamente frente al Reino Unido cuando, por causa de la Primera Guerra Mundial, los intereses británicos y argentinos comenzaron a divergir.
En aquellas circunstancias, los ingleses insistieron en que les concediéramos créditos sin interés, y también en monopolizar nuestro comercio exterior. El Estado argentino no quiso permitirlo y el resultado fue una seguidilla de sanciones ruinosas. A partir de entonces, las cosas entre el Reino Unido y la Argentina nunca volvieron a ser como antes.
Obviamente, cuando a raíz de los cambios acaecidos con la Segunda Guerra Mundial la interdependencia asimétrica con el Reino Unido fue reemplazada por una dependencia frente a Estados Unidos, la situación sólo podía empeorar. Al contrario de Brasil, que no se complementaba con Gran Bretaña pero siempre se complementó con Estados Unidos, para nosotros el advenimiento de ese país al papel de superpotencia fue catastrófico.Nuestra diplomacia había venido librando una confrontación retórica con los norteamericanos desde 1880, engendrando en Washington prejuicios contra todo lo argentino. Y para colmo, como está más cerca del Polo Sur que de los centros de gravitación mundial, la Argentina tampoco ofrecía una posición geográfica estratégica frente a los conflictos globales. Ni siquiera somos verdaderos vecinos, como lo es México. Para ellos, el costo de equivocarse en su relación con nosotros se aproxima a cero, tanto entonces como ahora. Por eso, la Argentina paga por todos los errores propios en las relaciones bilaterales, a la vez que también paga por todos los errores norteamericanos.
Esta es una situación desgraciada. Pero, afortunadamente, nos encontramos en los umbrales de una nueva era histórica que puede mejorar nuestra inserción mundial. La estrella estadounidense se eclipsa y la potencia ascendente que ya ocupa el segundo puesto en la economía mundial es, como sabemos, un país complementario del nuestro. Como Gran Bretaña en el primer período, China necesita del tipo de producto que nosotros exportamos más competitivamente.
Esta superpotencia en ciernes, que ya es el principal socio comercial de Brasil y Chile, es receptora del 9% de nuestras exportaciones, a la vez que nos provee de un 11% de nuestras importaciones. Sólo Brasil la supera como receptora de nuestros productos. En cambio, a pesar de su mercado gigantesco, Estados Unidos nos compra menos que Chile. Como siempre en las relaciones entre un país central y uno periférico, nosotros dependemos más de nuestras ventas a la China que ésta de sus compras en nuestro país. No obstante, de cara al futuro, la gama de nuestras exportaciones a ese país puede crecer exponencialmente.
Un ejemplo del tipo de cooperación que debería multiplicarse es el acuerdo marco entre nuestra provincia de Río Negro y la provincia china de Heilongjiang. Su objetivo es ampliar la superficie productiva por medio de inversiones en irrigación.Es casi un calco de lo que hizo el milagro argentino en 1880-1914, con inversiones inglesas en ferrocarriles, puertos y silos que posibilitaron nuestro despegue, luego malogrado. A esto hay que sumar el desembarco chino en nuestro sector de hidrocarburos, con fuertes inversiones de las petroleras estatales chinas, Cnooc y Sinopec. En pocos meses, China pasó del puesto 29° al 3° entre los inversores extranjeros de la Argentina.
Todos los indicadores apuntan a que estamos frente a la mejor oportunidad que hayamos tenido desde la organización nacional. Por cierto, la presencia china ya se ha traducido en un cambio estructural visible en la matriz del comercio latinoamericano. Entre 1975 y 2005, el intercambio de la región con ese país trepó de 200 a 47.000 millones de dólares. Eso significa que nuestras brillantes perspectivas son compartidas por vecinos como Brasil y Chile, de modo que no amenazan la creciente concordia geopolítica sudamericana, y eso es lo mejor de todo.
Nada garantiza que nuestra relación con China llegue a ser tan fructífera como lo fue nuestro vínculo con Gran Bretaña entre 1880 y 1914. Pero la perspectiva existe y debemos sacarle el máximo provecho. En este tren, ayuda que las relaciones diplomáticas sino-argentinas hayan sido amistosas desde su establecimiento en 1945.
En verdad, en esta tercera etapa de la historia de nuestra inserción internacional, la Argentina tiene una segunda oportunidad histórica. Enhorabuena.
© La Nacion
Martes 26 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
Por primera vez desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, vivimos tiempos de transición hegemónica. Estados Unidos se convirtió en la superpotencia dominante de un mundo bipolar en 1945, cuando producía la mitad de la riqueza del orbe y era el único país con la bomba atómica. En 1989, con el colapso de la Unión Soviética, pareció destinado a ser regente y brújula del planeta. Pero los errores de toda índole cometidos desde el 11 de septiembre de 2001, sumados al ascenso económico de China, cambiaron radicalmente esa perspectiva. Su desplazamiento como principal potencia económica mundial es ya casi seguro para la próxima década. Y eso nos obliga a repensar nuestra inserción internacional.
A su vez, ese examen exige una visión retrospectiva. Hasta hace poco, la historia de nuestra inserción en el mundo desde la organización nacional podía desdoblarse en dos grandes etapas. La primera fue entre 1880 y 1948, cuando mantuvimos una interdependencia asimétrica con el Reino Unido. Aunque nosotros necesitábamos sus libras más que ellos nuestras carnes y cereales, había complementación económica.
Pero cuando los británicos cedieron la hegemonía en el Río de la Plata, sobrevino una larga dependencia frente a Estados Unidos, que se prolongó entre 1948 y tiempos más o menos actuales. Los norteamericanos no necesitaban nuestros alimentos. En realidad, no nos necesitaban para casi nada, a la vez que podían infligirnos graves daños económicos y financieros, de manera que nuestra dependencia fue total.
Pero con la decadencia de Estados Unidos las cosas han cambiado, porque la potencia que se perfila para reemplazarlos se complementa económicamente con nuestro país y con otros de la región. En este contexto, es imperioso procesar las lecciones del pasado con realismo.
Que la complementación económica entre una potencia hegemónica y un país periférico puede producir enormes beneficios para ambos está ilustrado por el primer tramo del viejo vínculo entre la Argentina y el Reino Unido. Debido al carácter complementario de nuestras economías, entre 1880 y 1914 los británicos invirtieron enormes caudales en este país, posibilitando, entre otras cosas, la expansión de nuestras vías férreas, desde 503 km en el quinquenio 1865-69, hasta 31.104 km en el quinquenio 1910-14. Gracias a esas y otras inversiones en infraestructura, nuestra superficie sembrada trepó de 0,58 millones de hectáreas en el primer período a 20,62 millones en el segundo, y nuestro comercio exterior creció en proporción. Los datos son de una obra ya clásica de Carlos Díaz-Alejandro.
Esta explosión económica le permitió a la Argentina de esos tiempos alcanzar un ingreso por habitante similar a los de Alemania, Holanda y Bélgica, y superior a los de Austria, España, Italia, Suiza y Noruega. Como consecuencia, nuestras clases medias crecieron desde tan sólo el 10,6% de la población en 1869 hasta el 30,4% en 1914. Hubo derrame. Los datos son de una obra clásica de Gino Germani.
Pero las relaciones entre Estados nunca fueron fáciles. Aun cuando exista complementación económica, el más fuerte intentará aprovecharse del débil. Esta es una lección por tener en cuenta a la hora de pensar nuestras relaciones futuras con China. La aprendimos dolorosamente frente al Reino Unido cuando, por causa de la Primera Guerra Mundial, los intereses británicos y argentinos comenzaron a divergir.
En aquellas circunstancias, los ingleses insistieron en que les concediéramos créditos sin interés, y también en monopolizar nuestro comercio exterior. El Estado argentino no quiso permitirlo y el resultado fue una seguidilla de sanciones ruinosas. A partir de entonces, las cosas entre el Reino Unido y la Argentina nunca volvieron a ser como antes.
Obviamente, cuando a raíz de los cambios acaecidos con la Segunda Guerra Mundial la interdependencia asimétrica con el Reino Unido fue reemplazada por una dependencia frente a Estados Unidos, la situación sólo podía empeorar. Al contrario de Brasil, que no se complementaba con Gran Bretaña pero siempre se complementó con Estados Unidos, para nosotros el advenimiento de ese país al papel de superpotencia fue catastrófico.Nuestra diplomacia había venido librando una confrontación retórica con los norteamericanos desde 1880, engendrando en Washington prejuicios contra todo lo argentino. Y para colmo, como está más cerca del Polo Sur que de los centros de gravitación mundial, la Argentina tampoco ofrecía una posición geográfica estratégica frente a los conflictos globales. Ni siquiera somos verdaderos vecinos, como lo es México. Para ellos, el costo de equivocarse en su relación con nosotros se aproxima a cero, tanto entonces como ahora. Por eso, la Argentina paga por todos los errores propios en las relaciones bilaterales, a la vez que también paga por todos los errores norteamericanos.
Esta es una situación desgraciada. Pero, afortunadamente, nos encontramos en los umbrales de una nueva era histórica que puede mejorar nuestra inserción mundial. La estrella estadounidense se eclipsa y la potencia ascendente que ya ocupa el segundo puesto en la economía mundial es, como sabemos, un país complementario del nuestro. Como Gran Bretaña en el primer período, China necesita del tipo de producto que nosotros exportamos más competitivamente.
Esta superpotencia en ciernes, que ya es el principal socio comercial de Brasil y Chile, es receptora del 9% de nuestras exportaciones, a la vez que nos provee de un 11% de nuestras importaciones. Sólo Brasil la supera como receptora de nuestros productos. En cambio, a pesar de su mercado gigantesco, Estados Unidos nos compra menos que Chile. Como siempre en las relaciones entre un país central y uno periférico, nosotros dependemos más de nuestras ventas a la China que ésta de sus compras en nuestro país. No obstante, de cara al futuro, la gama de nuestras exportaciones a ese país puede crecer exponencialmente.
Un ejemplo del tipo de cooperación que debería multiplicarse es el acuerdo marco entre nuestra provincia de Río Negro y la provincia china de Heilongjiang. Su objetivo es ampliar la superficie productiva por medio de inversiones en irrigación.Es casi un calco de lo que hizo el milagro argentino en 1880-1914, con inversiones inglesas en ferrocarriles, puertos y silos que posibilitaron nuestro despegue, luego malogrado. A esto hay que sumar el desembarco chino en nuestro sector de hidrocarburos, con fuertes inversiones de las petroleras estatales chinas, Cnooc y Sinopec. En pocos meses, China pasó del puesto 29° al 3° entre los inversores extranjeros de la Argentina.
Todos los indicadores apuntan a que estamos frente a la mejor oportunidad que hayamos tenido desde la organización nacional. Por cierto, la presencia china ya se ha traducido en un cambio estructural visible en la matriz del comercio latinoamericano. Entre 1975 y 2005, el intercambio de la región con ese país trepó de 200 a 47.000 millones de dólares. Eso significa que nuestras brillantes perspectivas son compartidas por vecinos como Brasil y Chile, de modo que no amenazan la creciente concordia geopolítica sudamericana, y eso es lo mejor de todo.
Nada garantiza que nuestra relación con China llegue a ser tan fructífera como lo fue nuestro vínculo con Gran Bretaña entre 1880 y 1914. Pero la perspectiva existe y debemos sacarle el máximo provecho. En este tren, ayuda que las relaciones diplomáticas sino-argentinas hayan sido amistosas desde su establecimiento en 1945.
En verdad, en esta tercera etapa de la historia de nuestra inserción internacional, la Argentina tiene una segunda oportunidad histórica. Enhorabuena.
© La Nacion
Brillante