(En memoria de Luis Balaguer)
«El 10 de noviembre de 1914 ocurrió un hecho que fue clave en la historia de la Argentina, en la historia de los Estados Unidos y en la historia del Citibank. Ese día se inauguró en Buenos Aires una sucursal del Citibank. Fue la primera filial abierta en la Argentina por un banco estadounidense. Fue también la primera sucursal de un banco de los Estados Unidos en el extranjero”. Así comienza el libro que junto con Luis Balaguer publicamos en 2003 con el mismo título de esta columna.
Apurados para conmemorar semejante hecho histórico, ocho meses antes del aniversario el Citibank comenzó la celebración con avisos a toda página en varios de los principales diarios del país. “Cumplimos 100 años en la Argentina. Un siglo de permanencia ininterrumpida que preferimos medir más que en tiempo, en experiencias (…) Acompañamos el desarrollo económico y social del país generando a lo largo de los años tecnologías innovadoras y productos de vanguardia para ofrecerle las soluciones más simples para su vida”, se lee en el texto.
La ocasión sirve como excusa para repasar y actualizar la historia. Lo primero que sigue impactando al mirar un siglo atrás, es que Buenos Aires haya sido el punto de partida en la internacionalización financiera del país que en pocos años se convertiría en el imperio dominante en el mundo. Una clara prueba de lo que la Argentina representaba y prometía en esa época: una de las diez mayores economías que vivía el auge del modelo agroexportador y comenzaba un período de incipiente industrialización que incluía el desembarco de varias multinacionales estadounidenses a las que el Citi pretendía financiar.
Casi a todo lo largo de su presencia en el país, el banco floreció en las etapas de apertura económica, liberalización financiera y buenas relaciones diplomáticas con la primera potencia, y retrocedió durante los gobiernos intervencionistas y refractarios al capital extranjero. Por ejemplo, durante los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón su lugar en el ranking de depósitos cayó del 7 al 11 y terminó con balance en rojo, mientras que en los dos primeros años del siguiente gobierno militar incrementó su participación en un 50 por ciento. Tampoco le fue bien durante el tercer peronismo (que repitió el esquema de nacionalización de los depósitos), que lo hizo caer al puesto 16 en 1975, después de muchos años de mantenerse entre los primeros diez.
Fue a partir de 1976 que el Citi disfrutó en la Argentina de un cuarto de siglo glorioso. Durante la dictadura aprovechó como ningún otro la liberalización financiera, la fuga de capitales y, fundamentalmente, el endeudamiento externo, y se convirtió en el principal acreedor del país. Eso llevó a que una vez restablecida la democracia, el Citi jugara un rol político decisivo como líder del Club de Acreedores que, con William Rhodes manejando la batuta, tuvo a maltraer a un alfonsinismo que vivió ahogado por la deuda externa.
El menemismo fue su período de apogeo. Los títulos de la deuda externa que tenía en cartera –y que según confesaron sus máximos ejecutivos equivalían al dinero que argentinos habían fugado al exterior a cuentas en el mismo banco– los usaron para capitalizar posiciones en varias de las empresas que el gobierno privatizó. En un puñado de años se convirtieron en accionistas de Celulosa Argentina, Telefónica, Frigorífico Santa Elena, Altos Hornos Zapla, Hotel Llao Llao, Puerto Piray, Edelap, Distribuidora de Gas del Sur y Transportadora de Gas del Sur, entre otras compañías.
Hacia fines de 1993 el banco ya había saltado al puesto 5 en el ranking de depósitos, y el conjunto de las compañías no financieras aglutinadas en el Citicorp Equity Investment (CEI) que había creado en sociedad con Raúl Moneta y el grupo Werthein, lucía un patrimonio de más de 3.000 millones de dólares y mostraba suculentas ganancias.
Tan poderoso era el conglomerado, que el citibanker Ricardo Handley llegó a candidatearse para presidir la Unión Industrial Argentina. No lo logró, pero igualmente el CEI siguió creciendo y con una fuerte orientación hacia los medios y las telecomunicaciones. Hacia fines de 1998 controlaban Telefónica, un tercio de Cablevisión, Canal 9, TyC, Editorial Atlántida, y estuvieron cerca de quedarse con La Nación y Ámbito Financiero. El CEI le disputaba a Clarín la supremacía mediática con una fuerte apuesta a favor de la re-reelección de Menem.
Mientras tanto, la rama financiera seguía viento en popa. En 1998, tras aumentar sus depósitos de 2.600 a 4.050 millones de dólares, pasó a ser el primer banco extranjero y el cuarto de todo el sistema, detrás de Nación, Bapro y Galicia. Dio un salto adicional quedándose con 50 sucursales del quebrado Banco Mayo. Y la AFJP Siembra multiplicaba clientela y rentabilidad.
Pero el emporio empezó a caerse como un castillo de arena. El derrumbe no fue ajeno a la debacle de la Convertibilidad y a la quiebra del sistema bancario, pero también incidieron la frustración del proyecto de re-reelección y el estallido de varios escándalos que sacudieron a la corporación, especialmente el que protagonizó Moneta.
La asociación con Moneta ya había ocasionado varios cimbronazos al más alto nivel del banco, con peleas internas, anónimos acusatorios e investigaciones por parte de enviados de Nueva York que terminaron diluyéndose.
Lo que no pudieron frenar fue el escándalo que desató esta revista. Primero en julio de 1998 a través de una nota de tapa titulada “Bancos en la cornisa” que revelaba la delicada situación de los bancos República y Mendoza, las dos entidades de Moneta. Le siguió otra de marzo de 1999 titulada “La República Quebrada” que radiografiaba una situación terminal. El banco terminó cayendo al mes siguiente, y Moneta se profugó durante seis meses ante una orden de detención por estafa fraudulenta.
El golpe de gracia lo dio Balaguer, que con inagotable perseverancia logró que el Senado de los Estados Unidos abriera una exhaustiva investigación sobre las maniobras de lavado del Citibank a través del Federal Bank, un banco off shore de Moneta en el Caribe. El 2 de marzo de 2001 Carlos Ferdigotti, Jorge Bermúdez y Martín López Alducini –los tres máximos ejecutivos del Citi en la Argentina– respondieron “Sí, juro” desde el banquillo de los acusados cuando en una de las salas de audiencia del Senado en Washington la senadora republicana Susan Collins, presidenta del Subcomité Permanente de Investigaciones, les preguntó si juraban decir la verdad.
Balaguer, que junto con el entonces diputado demócrata mendocino Gustavo Gutiérrez habían decidido buscar el paraguas político de la diputada Elisa Carrió para ganar fuerza, también consiguió que el Senado estadounidense cediera la inmensa documentación del Citibank que mostraba las maniobras fraudulentas a través del Federal Bank y del CEI.
Para aprovechar ese invalorable material, se creo aquí una Comisión Investigadora presidida por Carrió e integrada, entre otros, por Cristina Kirchner, Daniel Scioli y Margarita Stolbizer. La torpeza, el apuro y la mezquindad política con la que se trabajó causaron que se perdiera una excepcional oportunidad para esclarecer las maniobras. Carrió fue la principal responsable. Pero no la única. El CEI terminó desmembrado y el colapso de la Convertibilidad dinamitó el sistema bancario.
El banco que diez años después de esa explosión se muestra festejando es la sombra de lo que llegó a ser. Ocupa el lugar 12 en el ranking por depósitos y préstamos, el 13 en el ranking por activos y el 8 por patrimonio neto. No obstante, viene ganando mucho dinero año por año: 755 millones en 2011, 1.007 millones en 2012, y 1.258 millones en los primeros once meses del año pasado.
A pesar de la pérdida de posiciones, considerando los datos de los últimos balances y el balance de lo que ganaron en los cien años, hay motivo para que festejen. Ellos.