En el imaginario político de los argentinos han quedado grabadas dos frases, una de Perón: «El que gana conduce y el que pierde acompaña», y otra de Balbín: «El que gana gobierna y el que pierde ayuda». En verdad, ésas son fórmulas que han quedado superadas por el proceso de deterioro de las instituciones de la democracia y de pérdida de representatividad de los partidos políticos y de los liderazgos. Por eso mi convicción es que la fórmula, hoy, debe ser: «El que gana gobierna y el que pierde también gobierna».
Esta convicción se funda no solamente en las circunstancias en que debe desempeñarse el presidente Macri, sin mayoría en ninguna de las dos cámaras del Parlamento y con problemas de diversa índole demasiado complejos para resolver. Hay que mirar alrededor y ver que en todo el mundo los sistemas representativos de la democracia están cuestionados y muestran claras señales de agotamiento. Parlamentarismo y presidencialismo se evidencian cada vez más incapaces de resolver las dificultades de sociedades complejas que viven permanentes cambios.
Mi larga experiencia de gobierno me lleva a sostener la pertinencia de que debemos avanzar hacia un tipo de gobierno compartido por oficialismo y oposición o, mejor dicho, de cogobiernos. En verdad, siempre fui de esa idea porque el país está muy lejos de alcanzar el nivel de desarrollo con estabilidad, justicia y equidad que anhelamos. El 10 diciembre de 1991, al asumir el gobierno de la provincia de Buenos Aires, aun cuando contaba con amplia mayoría parlamentaria, dije: «Desde hoy quedan abolidos los términos oficialismo y oposición». Y puse todos los órganos de contralor del estado provincial en manos del radicalismo, a la par que abrí el gabinete a la participación de dirigentes y técnicos de ese partido de oposición.
Del mismo modo, en el fin del fatídico 2001, en medio de aquella profunda crisis institucional, política y económica, dije que no aceptaría conducir los destinos de la Argentina sin un cogobierno. Se necesitaba del esfuerzo de todos y de una amplia mayoría parlamentaria que sostuviera a un gobierno frágil que asumía en medio de un caos generalizado. Así se lo señalé en la tarde del 31 de diciembre de aquel año al doctor Alfonsín, que comprendió mi planteo. Así, el radicalismo integró sus ministros a mi gabinete y los legisladores peronistas y radicales impulsaban y aprobaban las leyes previamente acordadas, imprescindibles para enderezar el rumbo.
Hemos visto en la reciente experiencia latinoamericana que el régimen presidencialista, con gobiernos con mayorías amplias, lejos de garantizar la estabilidad y el buen rumbo, han fracasado en sus intentos. Los excesos del presidencialismo y la poca capacidad de la dirigencia para generar acuerdos básicos nos han llevado a construir sistemas permeables a la corrupción y el autoritarismo, sumergiéndonos en crisis recurrentes que parecen ya más la regla que la excepción. En España, por su parte , el parlamentarismo no ha garantizado la superación de la crisis política ni aportado a la solución de los problemas económicos.
Ante esta realidad, es preciso pensar y actuar con audacia y grandeza. Creo que es el momento de avanzar en la idea de establecer el régimen de cogobierno. El ganador de una elección conduce y los otros partidos con representación parlamentaria integran el futuro cogobierno, de manera proporcional. Y esas fuerzas deben firmar un acuerdo de cogobierno que será el programa a llevar adelante.
He convocado, con ese fin, a un grupo de prestigiosos constitucionalistas para que me ayude a recopilar antecedentes y estudios con los cuales estructurar una primera propuesta. Es una forma de empezar un camino que será largo y que requiere de la inteligencia y el esfuerzo de todos. Debemos convencernos: no hay más lugar para la mezquindad, que sólo puede conducirnos al caos.
El ejemplo que miro con atención es Alemania. Allí, desde la fundación de la República Federal de Alemania, en el año 1949, ese país ha tenido 23 gobiernos de coalición de diferentes colores políticos. El acuerdo de coalición más reciente, el que se firmó cuando asumió Merkell, en 2013, se denominó «Crear el futuro de Alemania».
Seamos capaces de crear, también nosotros, el futuro de la Argentina.
Ex presidente de la Nación
Esta convicción se funda no solamente en las circunstancias en que debe desempeñarse el presidente Macri, sin mayoría en ninguna de las dos cámaras del Parlamento y con problemas de diversa índole demasiado complejos para resolver. Hay que mirar alrededor y ver que en todo el mundo los sistemas representativos de la democracia están cuestionados y muestran claras señales de agotamiento. Parlamentarismo y presidencialismo se evidencian cada vez más incapaces de resolver las dificultades de sociedades complejas que viven permanentes cambios.
Mi larga experiencia de gobierno me lleva a sostener la pertinencia de que debemos avanzar hacia un tipo de gobierno compartido por oficialismo y oposición o, mejor dicho, de cogobiernos. En verdad, siempre fui de esa idea porque el país está muy lejos de alcanzar el nivel de desarrollo con estabilidad, justicia y equidad que anhelamos. El 10 diciembre de 1991, al asumir el gobierno de la provincia de Buenos Aires, aun cuando contaba con amplia mayoría parlamentaria, dije: «Desde hoy quedan abolidos los términos oficialismo y oposición». Y puse todos los órganos de contralor del estado provincial en manos del radicalismo, a la par que abrí el gabinete a la participación de dirigentes y técnicos de ese partido de oposición.
Del mismo modo, en el fin del fatídico 2001, en medio de aquella profunda crisis institucional, política y económica, dije que no aceptaría conducir los destinos de la Argentina sin un cogobierno. Se necesitaba del esfuerzo de todos y de una amplia mayoría parlamentaria que sostuviera a un gobierno frágil que asumía en medio de un caos generalizado. Así se lo señalé en la tarde del 31 de diciembre de aquel año al doctor Alfonsín, que comprendió mi planteo. Así, el radicalismo integró sus ministros a mi gabinete y los legisladores peronistas y radicales impulsaban y aprobaban las leyes previamente acordadas, imprescindibles para enderezar el rumbo.
Hemos visto en la reciente experiencia latinoamericana que el régimen presidencialista, con gobiernos con mayorías amplias, lejos de garantizar la estabilidad y el buen rumbo, han fracasado en sus intentos. Los excesos del presidencialismo y la poca capacidad de la dirigencia para generar acuerdos básicos nos han llevado a construir sistemas permeables a la corrupción y el autoritarismo, sumergiéndonos en crisis recurrentes que parecen ya más la regla que la excepción. En España, por su parte , el parlamentarismo no ha garantizado la superación de la crisis política ni aportado a la solución de los problemas económicos.
Ante esta realidad, es preciso pensar y actuar con audacia y grandeza. Creo que es el momento de avanzar en la idea de establecer el régimen de cogobierno. El ganador de una elección conduce y los otros partidos con representación parlamentaria integran el futuro cogobierno, de manera proporcional. Y esas fuerzas deben firmar un acuerdo de cogobierno que será el programa a llevar adelante.
He convocado, con ese fin, a un grupo de prestigiosos constitucionalistas para que me ayude a recopilar antecedentes y estudios con los cuales estructurar una primera propuesta. Es una forma de empezar un camino que será largo y que requiere de la inteligencia y el esfuerzo de todos. Debemos convencernos: no hay más lugar para la mezquindad, que sólo puede conducirnos al caos.
El ejemplo que miro con atención es Alemania. Allí, desde la fundación de la República Federal de Alemania, en el año 1949, ese país ha tenido 23 gobiernos de coalición de diferentes colores políticos. El acuerdo de coalición más reciente, el que se firmó cuando asumió Merkell, en 2013, se denominó «Crear el futuro de Alemania».
Seamos capaces de crear, también nosotros, el futuro de la Argentina.
Ex presidente de la Nación