19.09.2013 | Tiempo Argentino entrevistó a dos beneficiarios: historias difíciles con muchos puntos de contacto
Son 64 familias, apenas el 4% del total exigido por el fallo de la Corte, que fueron reubicadas en un complejo de Villa Lugano, con viviendas que, según vecinos de anteriores traslados, presentan con el tiempo graves falencias.
Andrea Benítez y Ramón Germán Carballo vivieron dos miércoles diferentes. Son vecinos, aunque todavía no se conocen, y sus vidas difíciles corren paralelas: ambos crían hijos con discapacidades y lloran pérdidas recientes. El hombre, de 42 años, nació en Encarnación, Paraguay, y conoció el barro del Riachuelo cuando fue a parar a la Villa 21-24, en Barracas. Pero esos tiempos terminaron. Atrás quedó el techo de chapa que le inundó el rancho y el chacal que le mandaba peligrosos sms a su hija de 13 años. Ayer, con una sonrisa que no le entraba en el rostro, recibió a Tiempo Argentino en su nueva casa. Es uno de los antiguos vecinos del camino de sirga que el gobierno de la Ciudad decidió reubicar en el complejo de 876 viviendas construido por el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) y la fundación Sueños Compartidos, en Castañares y General Paz, en el barrio Padre Mujica, de Villa Lugano. El contigente de beneficiarios reubicados en esta etapa representa poco más del 4% del total de familias a mudar, según lo exigido por la Corte Suprema de Justicia en la causa «Mendoza». En la galería de casas donde ahora vive Ramón, la cumbia suena a pleno. Todos viven una fiesta. Allí fueron a parar las 64 familias que tenían mayor riesgo de vulnerabilidad en la villa. En total, son 1455, pero los funcionarios del gobierno porteño encargados de las reubicaciones temen un nuevo Indoamericano y siguen incumpliendo el mandato de la Corte, que data de 2008, a pesar de que la Nación pone las tierras y se comprometió a garantizar la seguridad para que no haya nuevas tomas. El Riachuelo no espera: mientras el Arroyo Cañuelas, en la cuenca alta, ya duplicó la presencia de oxígeno, en la cuenca baja falta relocalizar al 13% de los vecinos. La mayor parte de ellos vive en asentamientos de la Ciudad de Buenos Aires. «Dios me dio todo esto». Ramón todavía no encuentra las teclas de la luz pero se siente iluminado. Su casa tiene muebles y colchones nuevos, baldosas relucientes y un baño adaptado para su hijo Jorge, de 7 años, que no completó los nueve meses de gestación en el vientre de su madre Lidia (fallecida el año pasado) y, por ello, nació con problemas en los tendones de sus piernas. Ayer, el micro que lo trajo del colegio junto a su hermana Katja, pudo dejarlo en la puerta de su casa. Cuando su padre salió a recibirlo, una rata que vino del otro lado del barrio, se escabulló por un desagüe. Lo que retumba en la casa de Andrea es la distorsión de un televisor. Allí todo es lluvia. La jefa de familia empezó el día con un porrazo cuando bajaba las oscuras escaleras del 4º piso de la casa que le tocó hace dos años y medio, tras ser desalojada de los terrenos de la ex AU7 y el Parque Roca. El médico diagnosticó un esguince en el pie izquierdo y la tarea de cuidar de sus siete hijos se tornó más complicada. Está sola. Su marido la abandonó en 2007, luego de que muriera su bebé, Javier Nicolás, al ahogarse con la leche. Ese día, el jefe de gobierno Mauricio Macri, y la entonces vicejefa Gabriela Michetti, almorzaban con Mirtha Legrand. El nene llegó muerto al hospital. La ambulancia del SAME nunca atendió el pedido de urgencia. La mujer, ayudante de albañilería, es terminante: «Cuando te entregan la vivienda parece un lujo, pero a los pocos meses empieza a entrar el agua por todas partes.» El palier y las escaleras del módulo en el que vive nunca tienen luz, el ascensor está clausurado y a los seis meses de tomar posesión empezaron las filtraciones dentro del hogar. En la actualidad, la humedad domina en las tres habitaciones y en el living ya se desprendió el material que recubre el techo. Además, reventaron los enchufes y se quebraron las estufas. En 2011 hizo la denuncia al Juzgado Nº 4 de la Ciudad, y pidió que la muden a la planta baja, pues su hija, Candela Benítez, de dos años, padece síndrome de Down y asma. No hubo soluciones a sus reclamos. Ramón y Andrea viven en el mismo barrio pero con realidades diferentes. Ambos hacen atender a sus hijos en el hospital Garrahan. Tal vez se conozcan transitando esos pasillos, o los de su nuevo/viejo barrio. «
Son 64 familias, apenas el 4% del total exigido por el fallo de la Corte, que fueron reubicadas en un complejo de Villa Lugano, con viviendas que, según vecinos de anteriores traslados, presentan con el tiempo graves falencias.
Andrea Benítez y Ramón Germán Carballo vivieron dos miércoles diferentes. Son vecinos, aunque todavía no se conocen, y sus vidas difíciles corren paralelas: ambos crían hijos con discapacidades y lloran pérdidas recientes. El hombre, de 42 años, nació en Encarnación, Paraguay, y conoció el barro del Riachuelo cuando fue a parar a la Villa 21-24, en Barracas. Pero esos tiempos terminaron. Atrás quedó el techo de chapa que le inundó el rancho y el chacal que le mandaba peligrosos sms a su hija de 13 años. Ayer, con una sonrisa que no le entraba en el rostro, recibió a Tiempo Argentino en su nueva casa. Es uno de los antiguos vecinos del camino de sirga que el gobierno de la Ciudad decidió reubicar en el complejo de 876 viviendas construido por el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) y la fundación Sueños Compartidos, en Castañares y General Paz, en el barrio Padre Mujica, de Villa Lugano. El contigente de beneficiarios reubicados en esta etapa representa poco más del 4% del total de familias a mudar, según lo exigido por la Corte Suprema de Justicia en la causa «Mendoza». En la galería de casas donde ahora vive Ramón, la cumbia suena a pleno. Todos viven una fiesta. Allí fueron a parar las 64 familias que tenían mayor riesgo de vulnerabilidad en la villa. En total, son 1455, pero los funcionarios del gobierno porteño encargados de las reubicaciones temen un nuevo Indoamericano y siguen incumpliendo el mandato de la Corte, que data de 2008, a pesar de que la Nación pone las tierras y se comprometió a garantizar la seguridad para que no haya nuevas tomas. El Riachuelo no espera: mientras el Arroyo Cañuelas, en la cuenca alta, ya duplicó la presencia de oxígeno, en la cuenca baja falta relocalizar al 13% de los vecinos. La mayor parte de ellos vive en asentamientos de la Ciudad de Buenos Aires. «Dios me dio todo esto». Ramón todavía no encuentra las teclas de la luz pero se siente iluminado. Su casa tiene muebles y colchones nuevos, baldosas relucientes y un baño adaptado para su hijo Jorge, de 7 años, que no completó los nueve meses de gestación en el vientre de su madre Lidia (fallecida el año pasado) y, por ello, nació con problemas en los tendones de sus piernas. Ayer, el micro que lo trajo del colegio junto a su hermana Katja, pudo dejarlo en la puerta de su casa. Cuando su padre salió a recibirlo, una rata que vino del otro lado del barrio, se escabulló por un desagüe. Lo que retumba en la casa de Andrea es la distorsión de un televisor. Allí todo es lluvia. La jefa de familia empezó el día con un porrazo cuando bajaba las oscuras escaleras del 4º piso de la casa que le tocó hace dos años y medio, tras ser desalojada de los terrenos de la ex AU7 y el Parque Roca. El médico diagnosticó un esguince en el pie izquierdo y la tarea de cuidar de sus siete hijos se tornó más complicada. Está sola. Su marido la abandonó en 2007, luego de que muriera su bebé, Javier Nicolás, al ahogarse con la leche. Ese día, el jefe de gobierno Mauricio Macri, y la entonces vicejefa Gabriela Michetti, almorzaban con Mirtha Legrand. El nene llegó muerto al hospital. La ambulancia del SAME nunca atendió el pedido de urgencia. La mujer, ayudante de albañilería, es terminante: «Cuando te entregan la vivienda parece un lujo, pero a los pocos meses empieza a entrar el agua por todas partes.» El palier y las escaleras del módulo en el que vive nunca tienen luz, el ascensor está clausurado y a los seis meses de tomar posesión empezaron las filtraciones dentro del hogar. En la actualidad, la humedad domina en las tres habitaciones y en el living ya se desprendió el material que recubre el techo. Además, reventaron los enchufes y se quebraron las estufas. En 2011 hizo la denuncia al Juzgado Nº 4 de la Ciudad, y pidió que la muden a la planta baja, pues su hija, Candela Benítez, de dos años, padece síndrome de Down y asma. No hubo soluciones a sus reclamos. Ramón y Andrea viven en el mismo barrio pero con realidades diferentes. Ambos hacen atender a sus hijos en el hospital Garrahan. Tal vez se conozcan transitando esos pasillos, o los de su nuevo/viejo barrio. «