Un capricho del azar, quiso que las derrotas presidenciales del peronismo guardaran una simetría: entre cada elección perdida (1983, 1999, 2015) transcurrieron 16 años; un triángulo equilátero en el tiempo. ¿Querrá ello decirnos que se proyectaron en cada caso situaciones similares? Como en El Jardín de Senderos que se Bifurcan, las alternativas han sido, y son ahora, múltiples. En ningún caso puede pensarse que esa salida de la derrota, será una emulación de la anterior. No existen fórmulas políticas para reponerse de una derrota, pero sí una recomendación importante: no puede olvidarse para enfrentar una nueva elección, que en la anterior el apoyo popular le fue adverso.
Central señalar ese punto porque frente a la derrota de 1983, cuando la fórmula Ítalo Luder – Deolindo Bittel, fue vencida por la de Raúl Alfonsín – Víctor Martínez, la inmediata lectura que hizo la conducción del peronismo fue que aquello había sido apenas una pesadilla, un error en la matrix (aunque la película no se hubiese estrenado aun) que prontamente sería corregido. Y esa evaluación sobrevivió hasta las elecciones de 1985, pues el peso de la ortodoxia continúo controlando el partido y expulsó a quienes planteaban un cambio en la política y en los métodos de selección de candidatos, esto es a Antonio Cafiero. A tal punto se congeló el peronismo que en 1984, renovó por completo los mandatos partidarios, al punto de mantener a María Estela Martínez de Perón, en la conducción virtual del justicialismo y a Lorenzo Miguel, quien había decidido las derrotadas candidaturas tanto nacionales como provinciales en 1983, en el timón real del partido. No fue sino con la generación de una fractura en 1985 por parte de Cafiero, que el peronismo se encaminaría a lograr una nueva victoria en las elecciones de gobernadores y legislativas de 1987 y en las presidenciales de 1989. Lo viejo debía ser desplazado. Ese desplazamiento demostró también los límites de la construcción política de los sectores sindicales, como las 62 organizaciones peronistas.
Carlos Menem gana las elecciones presidenciales de 1989 y las de 1996. Y probablemente haya aportado su grano de arena para que Eduardo Duhalde no ganara las de 1999. Desgastado por el enfrentamiento con quien pretendía suceder y en un contexto de crisis económica y social, la fórmula Eduardo Duhalde – Ramón Ortega fue vencida por la de la Alianza con Fernando De La Rua – Carlos Álvarez. La derrota dejó al ex gobernador en una situación de fragilidad, y no resolviendo la interna respecto a la conducción del partido, ya que el ex presidente podía blandir que él nunca había perdido una elección. Ese empate virtual (un ex presidente que no había perdido, un ex candidato que no había ganado pero conservaba poder territorial) hace que la estrategia del partido no sea del todo clara. Y, más curiosidades del destino, será la misma Alianza quien irá en ayuda del peronismo, por decirlo de algún modo. En las elecciones legislativas de 2001, el denominado voto bronca (que consistía en impugnar el voto o votar en blanco) se nutrió mayoritariamente de ex votantes de la Alianza y en menor medida del peronismo; ya que si bien el peronismo bonaerense restó votos respecto de 1999, no en la dimensión que lo hizo la Alianza, anunciando el derrumbe que sucedería sólo dos meses después. De cara a las elecciones de 2003, el peronismo no tenía resuelta su interna y no surge el mecanismo para hacerlo, sin evitar la posibilidad de que la ganara Carlos Menem. ¿La fórmula? Permitir que todos se presenten a la elección general y que allí se resuelvan ambos temas: la interna y la presidencial. Lo viejo debe ser reprocesado.
Así Néstor Kirchner se convierte en presidente. Sin embargo, esa elección que termina de desplazar a Menem, no alcanza para resolver la nueva interna partidaria que se dirimirá en las elecciones de 2005, cuando Cristina Fernández de Kirchner e Hilda González de Duhalde, diriman postulaciones al Senado de la Nación. Lo viejo otra vez debe ser desplazado.
La transición que comienza en 1999 luego de la derrota, terminará de orientarse en favor del kirhnerismo de manera definitiva en 2005, luego de tres instancias electorales. Primero Duhalde desplazando parcialmente a Menem, para luego concretarlo Kirchner haciéndose de la presidencia y desde allí vencer al duhaldismo. En este caso Duhalde se movió en un doble sentido de oposición interna a ser oficialismo, para luego intentar otra vez desde la oposición. Y quedar fuera.
Es así que en ambos casos, 1983 y 1999, la resolución de la derrota implicó algún nivel de quiebre entre dos espacios dirimiéndolo, por lo general, mediante la participación desdoblada en elecciones nacionales. La pregunta, desde luego, emerge de inmediato: ¿Es esa la fórmula que le espera al peronismo para procesar la derrota electoral de 2015? El triángulo no parece equilátero; esto es, existen algunas variables que no parecen semejantes a las de los otros casos. La primera es notoria: Cristina Fernández no adquirió el perfil de Lorenzo Miguel o de Carlos Menem. Continúa siendo una líder política indiscutida, y más aún no ha surgido dentro del peronismo, otro liderazgo con el alcance nacional que aun guarda el de la ex presidenta. Este es el punto central que la separa de los otros dos referentes mencionados. Sin embargo, existe para el peronismo una pregunta bastante sencilla previa a la cuestión del liderazgo: ¿Por qué se perdió la elección de 2015? La sencillez descansa en la pregunta, no así en la respuesta. La vorágine que adquirió el gobierno de Mauricio Macri, aquel que juraba que nadie iba a perder lo que ya tuviese, pareciera que no le permitió al peronismo discutir en profundidad las razones de la derrota, más allá de algunos “pases de facturas” que se han realizado en forma privada y a veces pública. No mucho más. La ausencia de ese diagnóstico, que parecía estar más claro en 1983 y en 1999, no ayudará a encarar una estrategia exitosa para las próximas elecciones. En cualquier, caso el peronismo sabe que es hablando de futuro y no de pasado, que se ganan las elecciones. Y justamente la falta de ese diagnóstico, reaviva el rol de los liderazgos de cara a las urnas. La incertidumbre atraviesa diverso ejes: ¿se presentará finalmente Cristina Fernández de Kirchner? ¿Habrá PASO competitivas en el peronismo? ¿Se llegará al extremo de una fractura? (pensando que lo viejo debe ser desplazado, aun con esta popularidad) O bien ¿Es posible un escenario donde suceda un poco de todo ello? Esto es, ¿sería una alternativa que Cristina Fernández juegue una suerte de liderazgo “catalizador”? (En química se denomina así a las sustancias que pueden acelerar una reacción, aún no participando de ella) esto es que permita recomponer al peronismo conformando una suerte de liderazgos divididos: un/a ganador/a electoral en la provincia de Buenos Aires y CFK, manteniendo un espacio de conducción, no discutido. El debate sobre 2019, queda así postergada para más adelante, pero el peronismo sale de la derrota y vuelve a la victoria. ¿Será?
*Sergio De Piero es editor del sitio https://artepolitica.com/
Central señalar ese punto porque frente a la derrota de 1983, cuando la fórmula Ítalo Luder – Deolindo Bittel, fue vencida por la de Raúl Alfonsín – Víctor Martínez, la inmediata lectura que hizo la conducción del peronismo fue que aquello había sido apenas una pesadilla, un error en la matrix (aunque la película no se hubiese estrenado aun) que prontamente sería corregido. Y esa evaluación sobrevivió hasta las elecciones de 1985, pues el peso de la ortodoxia continúo controlando el partido y expulsó a quienes planteaban un cambio en la política y en los métodos de selección de candidatos, esto es a Antonio Cafiero. A tal punto se congeló el peronismo que en 1984, renovó por completo los mandatos partidarios, al punto de mantener a María Estela Martínez de Perón, en la conducción virtual del justicialismo y a Lorenzo Miguel, quien había decidido las derrotadas candidaturas tanto nacionales como provinciales en 1983, en el timón real del partido. No fue sino con la generación de una fractura en 1985 por parte de Cafiero, que el peronismo se encaminaría a lograr una nueva victoria en las elecciones de gobernadores y legislativas de 1987 y en las presidenciales de 1989. Lo viejo debía ser desplazado. Ese desplazamiento demostró también los límites de la construcción política de los sectores sindicales, como las 62 organizaciones peronistas.
Carlos Menem gana las elecciones presidenciales de 1989 y las de 1996. Y probablemente haya aportado su grano de arena para que Eduardo Duhalde no ganara las de 1999. Desgastado por el enfrentamiento con quien pretendía suceder y en un contexto de crisis económica y social, la fórmula Eduardo Duhalde – Ramón Ortega fue vencida por la de la Alianza con Fernando De La Rua – Carlos Álvarez. La derrota dejó al ex gobernador en una situación de fragilidad, y no resolviendo la interna respecto a la conducción del partido, ya que el ex presidente podía blandir que él nunca había perdido una elección. Ese empate virtual (un ex presidente que no había perdido, un ex candidato que no había ganado pero conservaba poder territorial) hace que la estrategia del partido no sea del todo clara. Y, más curiosidades del destino, será la misma Alianza quien irá en ayuda del peronismo, por decirlo de algún modo. En las elecciones legislativas de 2001, el denominado voto bronca (que consistía en impugnar el voto o votar en blanco) se nutrió mayoritariamente de ex votantes de la Alianza y en menor medida del peronismo; ya que si bien el peronismo bonaerense restó votos respecto de 1999, no en la dimensión que lo hizo la Alianza, anunciando el derrumbe que sucedería sólo dos meses después. De cara a las elecciones de 2003, el peronismo no tenía resuelta su interna y no surge el mecanismo para hacerlo, sin evitar la posibilidad de que la ganara Carlos Menem. ¿La fórmula? Permitir que todos se presenten a la elección general y que allí se resuelvan ambos temas: la interna y la presidencial. Lo viejo debe ser reprocesado.
Así Néstor Kirchner se convierte en presidente. Sin embargo, esa elección que termina de desplazar a Menem, no alcanza para resolver la nueva interna partidaria que se dirimirá en las elecciones de 2005, cuando Cristina Fernández de Kirchner e Hilda González de Duhalde, diriman postulaciones al Senado de la Nación. Lo viejo otra vez debe ser desplazado.
La transición que comienza en 1999 luego de la derrota, terminará de orientarse en favor del kirhnerismo de manera definitiva en 2005, luego de tres instancias electorales. Primero Duhalde desplazando parcialmente a Menem, para luego concretarlo Kirchner haciéndose de la presidencia y desde allí vencer al duhaldismo. En este caso Duhalde se movió en un doble sentido de oposición interna a ser oficialismo, para luego intentar otra vez desde la oposición. Y quedar fuera.
Es así que en ambos casos, 1983 y 1999, la resolución de la derrota implicó algún nivel de quiebre entre dos espacios dirimiéndolo, por lo general, mediante la participación desdoblada en elecciones nacionales. La pregunta, desde luego, emerge de inmediato: ¿Es esa la fórmula que le espera al peronismo para procesar la derrota electoral de 2015? El triángulo no parece equilátero; esto es, existen algunas variables que no parecen semejantes a las de los otros casos. La primera es notoria: Cristina Fernández no adquirió el perfil de Lorenzo Miguel o de Carlos Menem. Continúa siendo una líder política indiscutida, y más aún no ha surgido dentro del peronismo, otro liderazgo con el alcance nacional que aun guarda el de la ex presidenta. Este es el punto central que la separa de los otros dos referentes mencionados. Sin embargo, existe para el peronismo una pregunta bastante sencilla previa a la cuestión del liderazgo: ¿Por qué se perdió la elección de 2015? La sencillez descansa en la pregunta, no así en la respuesta. La vorágine que adquirió el gobierno de Mauricio Macri, aquel que juraba que nadie iba a perder lo que ya tuviese, pareciera que no le permitió al peronismo discutir en profundidad las razones de la derrota, más allá de algunos “pases de facturas” que se han realizado en forma privada y a veces pública. No mucho más. La ausencia de ese diagnóstico, que parecía estar más claro en 1983 y en 1999, no ayudará a encarar una estrategia exitosa para las próximas elecciones. En cualquier, caso el peronismo sabe que es hablando de futuro y no de pasado, que se ganan las elecciones. Y justamente la falta de ese diagnóstico, reaviva el rol de los liderazgos de cara a las urnas. La incertidumbre atraviesa diverso ejes: ¿se presentará finalmente Cristina Fernández de Kirchner? ¿Habrá PASO competitivas en el peronismo? ¿Se llegará al extremo de una fractura? (pensando que lo viejo debe ser desplazado, aun con esta popularidad) O bien ¿Es posible un escenario donde suceda un poco de todo ello? Esto es, ¿sería una alternativa que Cristina Fernández juegue una suerte de liderazgo “catalizador”? (En química se denomina así a las sustancias que pueden acelerar una reacción, aún no participando de ella) esto es que permita recomponer al peronismo conformando una suerte de liderazgos divididos: un/a ganador/a electoral en la provincia de Buenos Aires y CFK, manteniendo un espacio de conducción, no discutido. El debate sobre 2019, queda así postergada para más adelante, pero el peronismo sale de la derrota y vuelve a la victoria. ¿Será?
*Sergio De Piero es editor del sitio https://artepolitica.com/