El país se encuentra atrapado entre quienes aprueban todo del Gobierno, quienes rechazan todo y quienes no gustan del Gobierno ni de quienes podrían reemplazarlo. El sistema político, en crisis por la desaparición de los partidos, necesita darle forma institucional a la cooperación.
Por Dante Caputo
12/01/13 – 02:05
Esta nota se desarrolla en un camino estrecho a cuyas márgenes hay dos peligros: agregar más desesperanza en quienes la leen o caer en sugerencias ingenuas y, por tanto, inútiles. Sin embargo, creí que el camino valía la pena.
Hay un sector de la sociedad que aprueba lo que hace el Gobierno y apoya a la Presidenta. Otro los rechaza y tiene claramente en mente quién podría hacer bien el trabajo; posee candidato. También existe una parte considerable de personas que rechazan la gestión del gobierno actual y que no ven quién podría reemplazarlo con cierto éxito. Estos últimos tienen, por lo menos, dos problemas. Sufren por el manejo de los asuntos públicos y se desesperan por la pobreza de las alternativas que compiten con el Gobierno. Este artículo está escrito pensando en ellos, entre los cuales estoy.
No son pocos los que habitan el ingrato territorio del disgusto y la desesperanza. Aunque las encuestas deben ser tomadas con cuidado (por motivos metodológicos y mercantiles), existe coincidencia entre ellas en que la imagen negativa de la Presidenta supera la positiva. Del lado opositor, salvo Binner, la situación es similar.
Radicales y peronistas. “No me gusta quienes gobiernan ni los que podrían llegar a gobernar” es una fórmula que produce mala salud en las personas y cinismo en las sociedades.
Esta percepción social es preocupante porque va más allá de los dirigentes políticos abarcando las estructuras de los partidos que dominaron el escenario durante casi un siglo: el radicalismo y el peronismo.
Finalmente, el radicalismo siguió la historia de sus partidos hermanos del resto del mundo y sobrevive en la triste franja que fluctúa entre el 5% y el 10% de votos. A sus dificultades para generar líderes nuevos (lo cual implica mucho más que ser joven y conocido), una gran mayoría de personas piensa que ese partido carece de capacidad para construir el poder necesario para gobernar. Los grupos financieros, los sindicatos, algún sector de la prensa pueden, sin demasiado esfuerzo, desestabilizar a un gobierno radical. Raro destino para un grupo de personas que pasó su vida tratando de acumular poder y nunca pudo (excepto Raúl Alfonsín) construir el poder del Estado.
Los síntomas en el peronismo son diferentes. Como es sabido, éste es un movimiento político de amplio espectro (desde fascistas hasta guerrilleros marxistas), envuelto por una mayoría social. En la época de su formación, ella fue ignorada por radicales, socialistas, comunistas y algo menos en el caso de los conservadores. Ninguno de los periódicos partidarios de la década 1930-40 escribe sobre el ingreso a Buenos Aires de alrededor de 100 mil trabajadores por año. El nuevo proletariado urbano que se formó hace ochenta años fue ignorado por todos, menos por Perón y algunos de sus compañeros perdidos en la historia.
Los réditos electorales de ese reconocimiento van a durar casi un siglo. Perón marcó la pertenencia política de casi la mitad de los argentinos. Sólo el trágico gobierno de Isabel Perón abrió un paréntesis en esa hegemonía.
A pesar de que el ejercicio del poder tiende a reunir a las facciones internas de los partidos, en estos últimos años es cada vez más difícil identificar la forma institucional del peronismo. En realidad, la dificultad proviene de que tal forma no existe. Los enfrentamientos y las rupturas políticas y sindicales han llevado al actual estado de cosas en el que el Partido Justicialista casi ha desaparecido. El comienzo de institucionalización que se inició en 1983 se evaporó. Congresos, convenciones, internas pasaron a la historia. El partido gobernante tampoco tiene ninguna de las actividades que suelen animar la vida de los partidos y, como es fácil imaginar, el Frente para la Victoria no será, en el futuro, otra cosa que lo que su nombre anuncia: cuando se acaben las victorias, se acabará el frente.
¿La unión hace la fuerza? Además de esta degradación de las principales instituciones políticas, suceden hechos que pueden desplomar las más férreas voluntades o las esperanzas blindadas. Hace algunos días, una foto mostraba juntas a una serie de personas de la oposición, insinuando que allí existía el germen de una alianza. Los habitantes de la foto no tenían ni un micro común denominador. ¿Qué tenían que ver entre sí los fotografiados excepto estar en la misma foto? En realidad, la foto era todo lo que tenían que decir. ¿Qué insinuaban? ¿Que la unión hace la fuerza? ¿Que juntos somos más? ¿Que nos separa la historia pero nos une el futuro?
Nuestro país, a pesar de sus turbulencias, armó su sistema político en torno a partidos. Se puede discutir si esto fue bueno o malo, pero de hecho es lo que dio forma a la vida política, a la competencia y, en buena medida a nuestro tartamudo sistema democrático. Los conservadores dejaron de tener partido hace tiempo, lo cual hizo que buscaran y ejercieran el poder de la peor manera. La clase media liberal se quedó huérfana con la irrelevancia del radicalismo y los sectores populares vieron desaparecer el intento de formación de un partido con la “desinstitucionalización” del justicialismo. Aunque, en este caso, las reencarnaciones del peronismo han sabido superar la dificultad con la creación de un “megasistema” clientelar.
De todos modos, las consecuencias de estas pérdidas son mayores: se cambiaron las reglas de la competencia interna y se degradó la calidad de los proyectos políticos. Este cambio fue acentuando, en estos años, una competencia cuerpo a cuerpo, destructora, caníbal.
Entre los casos que se estudian en teoría de juegos, está el célebre ejercicio del “dilema del prisionero”. Brevemente descripto, se trata de lo siguiente: si el prisionero A afirma que cierto hecho efectivamente sucedió, se salvan él y el prisionero B. El dilema resulta que A y B se odian mortalmente. ¿Qué elegirá A? ¿El camino que los salva a ambos o su odio es tan intenso que preferirá su propia destrucción antes que ayudar a B? Cooperar para salvarse o destruirse para acabar con el otro.
Habiendo estudiado estas cosas hace muchos años, la vida hizo que las viera en la realidad cuando trabajé un par de años en Haití. Así vi cómo funcionaba a pleno la segunda opción. Lo más dramático resultaba de que estas opciones no destruían al individuo que las decidía (no era sólo A quien se hundía), sino el conjunto de la sociedad haitiana. Esto sucedió hace veinte años y nada parece haber cambiado en este país irreal, el tercero más pobre del planeta.
Dime a quién odias. Lector, llegado a este punto es indispensable aclarar que la idea de cooperación que estoy insinuando no tiene en política nada que ver con la bondad o la caridad. No es un producto de la ética sino de la lógica. Por lo tanto, lejos de mí creer que las cosas se resuelven ofreciendo la segunda mejilla. La cooperación para el humano, que es tanto un ser social como individual, debería ser parte de su inteligencia de supervivencia.
La Argentina ha destruido su sistema institucional de competencia y, al tornarlo individual, se ha despeñado en el abismo del odio y de la incapacidad de construcción social. Nada hay de heroico en los enfrentamientos que se desenvuelven ante nosotros. No hay ningún Sansón que grita, abrazado a las columnas del templo para derrumbarlas, muriendo y matando, “muera Sansón y con él los filisteos”. Nada de eso, lector. Sólo la mutua destrucción provocada por rudimentarias pasiones.
Por ejemplo, pareciera que todos los que se oponen a Cristina Kirchner están unidos por el mismo pasado, iguales valores y similares ideas sobre el futuro. El odio no es sólo un pésimo común denominador sino un mal método para construir fuerzas o poderes alternativos. ¿Por qué por ser opositor yo debería estar al lado de la Sociedad Rural? No tengo nada en común con una institución que escribió en su revista Anales, en 1981: “Al Proceso no le debe temblar la mano. Las FF.AA. tienen que evitar caer en la tentación de producir una apertura democrática” (con la firma de Guillermo Alchouron, que ovacionaba a Onganía y silbaba a Alfonsín). ¿Quienes rechazan al gobierno de los Kirchner quieren abrazar la causa de todos los que se oponen a los que gobiernan?
Clarín es un blanco predilecto de la Presidenta y su grupo. Con esto buscan generar la impresión de que pelean contra la derecha. Pero sólo es una impresión. La derecha argentina nunca moriría con la desaparición de un diario, por lo menos si se trata de Clarín.
Entre tantas citas conocidas de ese diario, se lee en Clarín en su editorial del jueves 24 de marzo de 1977, en su página 8 con el título “El compromiso nacional”: “Bastó que las FF.AA. tomaran el poder asumiéndose como responsables últimos de la sobrevivencia del Estado-nación, para que retrocedieran los factores de desintegración, se impuso el orden, se restableció la confianza en el ámbito interno y en el ámbito internacional. Los objetivos inmediatos del movimiento quedaron cumplidos, de forma instantánea”.
Esto no justifica las acciones del Gobierno. En nuestra historia muchos actores incurren en contradicciones y hechos reprobables. Sin ir más lejos, a López Rega no lo inventó la oposición sino el general Perón. Pero ir de la condena absoluta y eterna a abrazar su causa como símbolo de la lucha contra la arbitrariedad kirchnerista requiere más que un paso.
Lector, no dudo de que el gobierno de Cristina Kirchner intenta controlar la información, que usa recursos públicos para su propia propaganda política, que el monopolio más poderoso que se está construyendo obedece a las directivas del Gobierno. Creo que todo eso es así y quizás usted también. Pero esto no me llevaría a ignorar la gravedad del texto que antecede (que es sólo un ejemplo) ni de las asociaciones cambiantes del diario en cuestión (incluido el gobierno de Néstor Kirchner).
Estos son A y B. Se quieren destruir y nos van a destruir. ¿Los políticos de la foto nos salvarán de esta pesadilla?
Por lo que se oye, sus ideas son propuestas genéricas que no van más allá del enunciado de objetivos que difícilmente puedan producir alguna discrepancia. Es decir, sus dichos son irrelevantes. Este juicio no es caprichoso ni carente de fundamento.
El filósofo Karl Popper desarrolló una idea extremadamente útil a nuestros efectos. Una suerte de prueba de relevancia cuyo uso es muy sencillo: invierta la frase que le están diciendo; si lo que resulta es una afirmación obvia e inútil, también lo será la frase original. Usted escucha, por ejemplo, “lucharé por el país que nos merecemos”. Invierta: “Lucharé por el país que no nos merecemos” o “no lucharé por el país que nos merecemos”. La segunda forma descubre la irrelevancia de la primera.
Si usted aplica este sencillo método a la mayoría de los discursos políticos que le llegan, verá que el resultado es inquietante.
Le propongo que practique con las siguientes frases que estoy seguro hallará citadas en cualquier diario de cualquier día: combatiremos la pobreza y la desigualdad; defenderemos nuestra soberanía; construiremos una sociedad justa; perseguiremos a la corrupción; velaremos por la seguridad de los habitantes; organizaremos un auténtico federalismo; vamos a industrializar nuestro país; no habrá más desamparados y, en fin, las que usted encuentre.
En cambio, una afirmación como “disminuiremos el IVA” implica, en la inversa, que “no aumentarán el IVA” y que por lo tanto los impuestos indirectos serán reemplazados por los directos. Esa es una opción real sobre la que la sociedad puede opinar. Estos enunciados son escasos.
Aun un paso más. En la situación que vivimos, sin partidos, con líderes que no lideran, con la idea de destrucción que elimina toda posibilidad de cooperación, podríamos preguntarnos si la propuesta que podría renovar la temible atmósfera de la Argentina debería consistir en un plan, con acciones aparentemente concretas.
Varios políticos lo intentan. De tanto en tanto, surgen proposiciones que avanzan algo sobre las ideas generales proponiendo una suerte de planes de gobierno.
Observe que aparecen con la misma velocidad con que son olvidados. Es razonable pensar, por tanto, que también son irrelevantes. Nada que valga la pena, que entusiasme, esperance o movilice a una sociedad, es olvidado en una semana.
Ciertos dirigentes quieren parecer prácticos y operativos proponiendo planes “integrales” de gobierno a los que nadie presta atención, no porque sean malos, sino porque están al costado de los problemas principales.
Cooperación o ignorancia. Hasta aquí la descripción. Ni absolutamente buenos, ni absolutamente malos, simplemente humanos. No es trágico tener que trabajar con las pasiones, las miserias y el subdesarrollo de unos y otros. Lo que resulta impracticable es la ausencia total de cooperación (aquella que sólo sirve a la sobrevida) y, tratándose de política, la falta de poder alternativo para el cambio. La idea de cooperación no es una ingenuidad política. No hay sociedad democrática en Occidente en la que no exista un mínimo de cooperación que asegure el funcionamiento de la política y la sociedad. Sólo la ignorancia puede hacer que se descarte la idea de cooperar como una condición necesaria para el desarrollo de las naciones.
Este no es tiempo de planes para gobiernos que no existirán. Es más bien el momento para avanzar en un esfuerzo raramente hecho por lo argentinos: recuperar la identidad de nuestros pensamientos (suponiendo que exista tal cosa), evitar el triste espectáculo de las fotos que juntan lo que debe estar separado y emplear la imaginación para encontrar la manera en que lo diverso no se destruya.
Creo que los argentinos están dispuestos a creer cuando cada político es sí mismo, y no un pastel confuso de historias y proyectos.
Si pudiéramos pasar del enfrentamiento devastador a la cooperación entre distintos, daríamos un paso mayor. Si supiéramos trasladar la idea vaga y general de cooperación a formas institucionales, las que en principio aseguran continuidad, también avanzaríamos. Si renunciáramos al facilismo de los absolutos, también nos ayudaría. Si en ese ejercicio recuperáramos la memoria, todos nuestros juicios serían más tolerantes. Quienes buscan gobernar en el futuro deberían, creo, usar cierto tiempo para imaginar dónde se fundará su poder, en lugar de redactar planes o enunciar objetivos obvios.
Nada de esto es sencillo, pero se supone que los políticos existen para resolver cuestiones difíciles.
Por Dante Caputo
12/01/13 – 02:05
Esta nota se desarrolla en un camino estrecho a cuyas márgenes hay dos peligros: agregar más desesperanza en quienes la leen o caer en sugerencias ingenuas y, por tanto, inútiles. Sin embargo, creí que el camino valía la pena.
Hay un sector de la sociedad que aprueba lo que hace el Gobierno y apoya a la Presidenta. Otro los rechaza y tiene claramente en mente quién podría hacer bien el trabajo; posee candidato. También existe una parte considerable de personas que rechazan la gestión del gobierno actual y que no ven quién podría reemplazarlo con cierto éxito. Estos últimos tienen, por lo menos, dos problemas. Sufren por el manejo de los asuntos públicos y se desesperan por la pobreza de las alternativas que compiten con el Gobierno. Este artículo está escrito pensando en ellos, entre los cuales estoy.
No son pocos los que habitan el ingrato territorio del disgusto y la desesperanza. Aunque las encuestas deben ser tomadas con cuidado (por motivos metodológicos y mercantiles), existe coincidencia entre ellas en que la imagen negativa de la Presidenta supera la positiva. Del lado opositor, salvo Binner, la situación es similar.
Radicales y peronistas. “No me gusta quienes gobiernan ni los que podrían llegar a gobernar” es una fórmula que produce mala salud en las personas y cinismo en las sociedades.
Esta percepción social es preocupante porque va más allá de los dirigentes políticos abarcando las estructuras de los partidos que dominaron el escenario durante casi un siglo: el radicalismo y el peronismo.
Finalmente, el radicalismo siguió la historia de sus partidos hermanos del resto del mundo y sobrevive en la triste franja que fluctúa entre el 5% y el 10% de votos. A sus dificultades para generar líderes nuevos (lo cual implica mucho más que ser joven y conocido), una gran mayoría de personas piensa que ese partido carece de capacidad para construir el poder necesario para gobernar. Los grupos financieros, los sindicatos, algún sector de la prensa pueden, sin demasiado esfuerzo, desestabilizar a un gobierno radical. Raro destino para un grupo de personas que pasó su vida tratando de acumular poder y nunca pudo (excepto Raúl Alfonsín) construir el poder del Estado.
Los síntomas en el peronismo son diferentes. Como es sabido, éste es un movimiento político de amplio espectro (desde fascistas hasta guerrilleros marxistas), envuelto por una mayoría social. En la época de su formación, ella fue ignorada por radicales, socialistas, comunistas y algo menos en el caso de los conservadores. Ninguno de los periódicos partidarios de la década 1930-40 escribe sobre el ingreso a Buenos Aires de alrededor de 100 mil trabajadores por año. El nuevo proletariado urbano que se formó hace ochenta años fue ignorado por todos, menos por Perón y algunos de sus compañeros perdidos en la historia.
Los réditos electorales de ese reconocimiento van a durar casi un siglo. Perón marcó la pertenencia política de casi la mitad de los argentinos. Sólo el trágico gobierno de Isabel Perón abrió un paréntesis en esa hegemonía.
A pesar de que el ejercicio del poder tiende a reunir a las facciones internas de los partidos, en estos últimos años es cada vez más difícil identificar la forma institucional del peronismo. En realidad, la dificultad proviene de que tal forma no existe. Los enfrentamientos y las rupturas políticas y sindicales han llevado al actual estado de cosas en el que el Partido Justicialista casi ha desaparecido. El comienzo de institucionalización que se inició en 1983 se evaporó. Congresos, convenciones, internas pasaron a la historia. El partido gobernante tampoco tiene ninguna de las actividades que suelen animar la vida de los partidos y, como es fácil imaginar, el Frente para la Victoria no será, en el futuro, otra cosa que lo que su nombre anuncia: cuando se acaben las victorias, se acabará el frente.
¿La unión hace la fuerza? Además de esta degradación de las principales instituciones políticas, suceden hechos que pueden desplomar las más férreas voluntades o las esperanzas blindadas. Hace algunos días, una foto mostraba juntas a una serie de personas de la oposición, insinuando que allí existía el germen de una alianza. Los habitantes de la foto no tenían ni un micro común denominador. ¿Qué tenían que ver entre sí los fotografiados excepto estar en la misma foto? En realidad, la foto era todo lo que tenían que decir. ¿Qué insinuaban? ¿Que la unión hace la fuerza? ¿Que juntos somos más? ¿Que nos separa la historia pero nos une el futuro?
Nuestro país, a pesar de sus turbulencias, armó su sistema político en torno a partidos. Se puede discutir si esto fue bueno o malo, pero de hecho es lo que dio forma a la vida política, a la competencia y, en buena medida a nuestro tartamudo sistema democrático. Los conservadores dejaron de tener partido hace tiempo, lo cual hizo que buscaran y ejercieran el poder de la peor manera. La clase media liberal se quedó huérfana con la irrelevancia del radicalismo y los sectores populares vieron desaparecer el intento de formación de un partido con la “desinstitucionalización” del justicialismo. Aunque, en este caso, las reencarnaciones del peronismo han sabido superar la dificultad con la creación de un “megasistema” clientelar.
De todos modos, las consecuencias de estas pérdidas son mayores: se cambiaron las reglas de la competencia interna y se degradó la calidad de los proyectos políticos. Este cambio fue acentuando, en estos años, una competencia cuerpo a cuerpo, destructora, caníbal.
Entre los casos que se estudian en teoría de juegos, está el célebre ejercicio del “dilema del prisionero”. Brevemente descripto, se trata de lo siguiente: si el prisionero A afirma que cierto hecho efectivamente sucedió, se salvan él y el prisionero B. El dilema resulta que A y B se odian mortalmente. ¿Qué elegirá A? ¿El camino que los salva a ambos o su odio es tan intenso que preferirá su propia destrucción antes que ayudar a B? Cooperar para salvarse o destruirse para acabar con el otro.
Habiendo estudiado estas cosas hace muchos años, la vida hizo que las viera en la realidad cuando trabajé un par de años en Haití. Así vi cómo funcionaba a pleno la segunda opción. Lo más dramático resultaba de que estas opciones no destruían al individuo que las decidía (no era sólo A quien se hundía), sino el conjunto de la sociedad haitiana. Esto sucedió hace veinte años y nada parece haber cambiado en este país irreal, el tercero más pobre del planeta.
Dime a quién odias. Lector, llegado a este punto es indispensable aclarar que la idea de cooperación que estoy insinuando no tiene en política nada que ver con la bondad o la caridad. No es un producto de la ética sino de la lógica. Por lo tanto, lejos de mí creer que las cosas se resuelven ofreciendo la segunda mejilla. La cooperación para el humano, que es tanto un ser social como individual, debería ser parte de su inteligencia de supervivencia.
La Argentina ha destruido su sistema institucional de competencia y, al tornarlo individual, se ha despeñado en el abismo del odio y de la incapacidad de construcción social. Nada hay de heroico en los enfrentamientos que se desenvuelven ante nosotros. No hay ningún Sansón que grita, abrazado a las columnas del templo para derrumbarlas, muriendo y matando, “muera Sansón y con él los filisteos”. Nada de eso, lector. Sólo la mutua destrucción provocada por rudimentarias pasiones.
Por ejemplo, pareciera que todos los que se oponen a Cristina Kirchner están unidos por el mismo pasado, iguales valores y similares ideas sobre el futuro. El odio no es sólo un pésimo común denominador sino un mal método para construir fuerzas o poderes alternativos. ¿Por qué por ser opositor yo debería estar al lado de la Sociedad Rural? No tengo nada en común con una institución que escribió en su revista Anales, en 1981: “Al Proceso no le debe temblar la mano. Las FF.AA. tienen que evitar caer en la tentación de producir una apertura democrática” (con la firma de Guillermo Alchouron, que ovacionaba a Onganía y silbaba a Alfonsín). ¿Quienes rechazan al gobierno de los Kirchner quieren abrazar la causa de todos los que se oponen a los que gobiernan?
Clarín es un blanco predilecto de la Presidenta y su grupo. Con esto buscan generar la impresión de que pelean contra la derecha. Pero sólo es una impresión. La derecha argentina nunca moriría con la desaparición de un diario, por lo menos si se trata de Clarín.
Entre tantas citas conocidas de ese diario, se lee en Clarín en su editorial del jueves 24 de marzo de 1977, en su página 8 con el título “El compromiso nacional”: “Bastó que las FF.AA. tomaran el poder asumiéndose como responsables últimos de la sobrevivencia del Estado-nación, para que retrocedieran los factores de desintegración, se impuso el orden, se restableció la confianza en el ámbito interno y en el ámbito internacional. Los objetivos inmediatos del movimiento quedaron cumplidos, de forma instantánea”.
Esto no justifica las acciones del Gobierno. En nuestra historia muchos actores incurren en contradicciones y hechos reprobables. Sin ir más lejos, a López Rega no lo inventó la oposición sino el general Perón. Pero ir de la condena absoluta y eterna a abrazar su causa como símbolo de la lucha contra la arbitrariedad kirchnerista requiere más que un paso.
Lector, no dudo de que el gobierno de Cristina Kirchner intenta controlar la información, que usa recursos públicos para su propia propaganda política, que el monopolio más poderoso que se está construyendo obedece a las directivas del Gobierno. Creo que todo eso es así y quizás usted también. Pero esto no me llevaría a ignorar la gravedad del texto que antecede (que es sólo un ejemplo) ni de las asociaciones cambiantes del diario en cuestión (incluido el gobierno de Néstor Kirchner).
Estos son A y B. Se quieren destruir y nos van a destruir. ¿Los políticos de la foto nos salvarán de esta pesadilla?
Por lo que se oye, sus ideas son propuestas genéricas que no van más allá del enunciado de objetivos que difícilmente puedan producir alguna discrepancia. Es decir, sus dichos son irrelevantes. Este juicio no es caprichoso ni carente de fundamento.
El filósofo Karl Popper desarrolló una idea extremadamente útil a nuestros efectos. Una suerte de prueba de relevancia cuyo uso es muy sencillo: invierta la frase que le están diciendo; si lo que resulta es una afirmación obvia e inútil, también lo será la frase original. Usted escucha, por ejemplo, “lucharé por el país que nos merecemos”. Invierta: “Lucharé por el país que no nos merecemos” o “no lucharé por el país que nos merecemos”. La segunda forma descubre la irrelevancia de la primera.
Si usted aplica este sencillo método a la mayoría de los discursos políticos que le llegan, verá que el resultado es inquietante.
Le propongo que practique con las siguientes frases que estoy seguro hallará citadas en cualquier diario de cualquier día: combatiremos la pobreza y la desigualdad; defenderemos nuestra soberanía; construiremos una sociedad justa; perseguiremos a la corrupción; velaremos por la seguridad de los habitantes; organizaremos un auténtico federalismo; vamos a industrializar nuestro país; no habrá más desamparados y, en fin, las que usted encuentre.
En cambio, una afirmación como “disminuiremos el IVA” implica, en la inversa, que “no aumentarán el IVA” y que por lo tanto los impuestos indirectos serán reemplazados por los directos. Esa es una opción real sobre la que la sociedad puede opinar. Estos enunciados son escasos.
Aun un paso más. En la situación que vivimos, sin partidos, con líderes que no lideran, con la idea de destrucción que elimina toda posibilidad de cooperación, podríamos preguntarnos si la propuesta que podría renovar la temible atmósfera de la Argentina debería consistir en un plan, con acciones aparentemente concretas.
Varios políticos lo intentan. De tanto en tanto, surgen proposiciones que avanzan algo sobre las ideas generales proponiendo una suerte de planes de gobierno.
Observe que aparecen con la misma velocidad con que son olvidados. Es razonable pensar, por tanto, que también son irrelevantes. Nada que valga la pena, que entusiasme, esperance o movilice a una sociedad, es olvidado en una semana.
Ciertos dirigentes quieren parecer prácticos y operativos proponiendo planes “integrales” de gobierno a los que nadie presta atención, no porque sean malos, sino porque están al costado de los problemas principales.
Cooperación o ignorancia. Hasta aquí la descripción. Ni absolutamente buenos, ni absolutamente malos, simplemente humanos. No es trágico tener que trabajar con las pasiones, las miserias y el subdesarrollo de unos y otros. Lo que resulta impracticable es la ausencia total de cooperación (aquella que sólo sirve a la sobrevida) y, tratándose de política, la falta de poder alternativo para el cambio. La idea de cooperación no es una ingenuidad política. No hay sociedad democrática en Occidente en la que no exista un mínimo de cooperación que asegure el funcionamiento de la política y la sociedad. Sólo la ignorancia puede hacer que se descarte la idea de cooperar como una condición necesaria para el desarrollo de las naciones.
Este no es tiempo de planes para gobiernos que no existirán. Es más bien el momento para avanzar en un esfuerzo raramente hecho por lo argentinos: recuperar la identidad de nuestros pensamientos (suponiendo que exista tal cosa), evitar el triste espectáculo de las fotos que juntan lo que debe estar separado y emplear la imaginación para encontrar la manera en que lo diverso no se destruya.
Creo que los argentinos están dispuestos a creer cuando cada político es sí mismo, y no un pastel confuso de historias y proyectos.
Si pudiéramos pasar del enfrentamiento devastador a la cooperación entre distintos, daríamos un paso mayor. Si supiéramos trasladar la idea vaga y general de cooperación a formas institucionales, las que en principio aseguran continuidad, también avanzaríamos. Si renunciáramos al facilismo de los absolutos, también nos ayudaría. Si en ese ejercicio recuperáramos la memoria, todos nuestros juicios serían más tolerantes. Quienes buscan gobernar en el futuro deberían, creo, usar cierto tiempo para imaginar dónde se fundará su poder, en lugar de redactar planes o enunciar objetivos obvios.
Nada de esto es sencillo, pero se supone que los políticos existen para resolver cuestiones difíciles.
Excelente diagnóstico, pero como siempre, la opción para salir del pozo en el que estamos parece ajena a las voluntades. Parecería que sólo podemos esperar una especie de maduración social. Pero claro, nunca está bueno sentarse a esperar que las cosas cambien.
Condición necesaria, aunque no suficiente, para un cambio en la política argentina, es un cambio generacional.
la preocupacion de Caputo…la confusion de Caputo…como mucho,»el gran acuerdo nacional»…
Uf. Leí tres cuartas partes del texto y debí abandonarlo por lo tedioso, previsible y por la pobre interpretación que hace del rol de Clarín y de la Ley de Medios.
Yo les digo cual es el grave error de los planteos que se hacen desde una pretendida tercera posición: si remarcás tras cada párrafo que no estás «con uno ni con otro», solo confirmás la idea de que la polarización es inexorable.
Pienso el rol de Suiza en la Segunda Guerra Mundial, dispuesta geográficamente en medio del conflicto bélico mas importante del sigo XX y autoproclamada neutral en la disputa. Lo cierto es que Suiza jugó un rol fundamental en la guerra y comercialmente se inclinó por Alemania, porque el enfrentamiento escaló a semejantes dimensiones que su proximidad física la forzó de un modo u otro a torcer la balanza hacia alguno de aquellos poderes.
Es un error buscar una tercera vía donde no existe. Lo que no debe interpretarse como una negación de los llamados «matices». Los matices no son suficientes para demostrar una «tercera vía». Los matices solo proponen estrategias o tácticas diferentes para alcanzar objetivos similares. El FpV es un movimiento, y si hablamos mas genéricamente, el peronismo es un movimiento. ¿Por qué es un movimiento? Porque acepta -mas o menos conscientemente- que la historia es dialéctica (Perón, como la mayoría de los militares de le época, tuvo que estudiar a Clausewitz, que a su vez tomó muchos conceptos de Hegel). Para que el despliegue de la dialéctica no sepultara al justicialismo era necesario «perseguir» el movimiento de la historia (argentina, en este caso). Por eso el «aparato» peronista es tan elástico y potente.
La clave está en tomar partido pero no perder la capacidad racional para criticar lo que debe corregirse. Eso es tomar partido sin «aprobar todo». Es la única forma de «salir del ingrato territorio del disgusto y la desesperanza».