Con manual propio

La Presidenta diseña su nuevo poder, dentro y fuera del Gobierno. Reunión con Beliz y alerta por la economía.
Por Roberto García
09/09/11 – 11:01
Cristina Fernández
Sigue la fiesta, convencido el oficialismo de que apunta más al 60 que al 50% en octubre. Y Ella, entretanto, precisa y determina un perfil propio –casi una separación figurativa del cuerpo y el alma que la unía a Néstor, aunque sin ceder la identidad, dirían sus intérpretes– al tiempo que soporta esporádicas lluvias tropicales. Daño de la Naturaleza, sin duda. No de la oposición humana y política, ya consumida antes del inicio electoral: Eduardo Duhalde sufre por excitar voluntades con un acto en la Plaza de Mayo mientras Ricardo Alfonsín se vuelve reticente ante su propio partido para reclamarle una ratificación de su candidatura. Se lo demanda la Justicia y hay quienes imaginan que no podrá ser candidato si, como los vendedores de autos, sigue flojito de papeles. A Cristina, en cambio, la turba esa inquietante amenaza del dólar y la siesta que, al respecto, dominaba al Banco Central (de ahí las explicaciones de dudosa credibilidad vertidas por Mercedes Marcó del Pont). O se nubla, en Olivos, por la exposición a la que la sometieron dos dirigentes sociales que, sin revisar antecedentes, le llevaron a la madre de Candela para consolarla en su desgracia. Ella quiere preocuparse, ser solícita, comprensiva, amable, pero no ingenua. De ahí que, por su propia cuenta, lo llamara al médico encargado de la autopsia de la nena para confiarle su garantía de que nadie interferiría en su idóneo trabajo. No fuera a pensarse que algún otro factor de poder pudiese entorpecer esa tarea.
Entre esas entrevistas imprevistas tambien sorprendió, sin que trascendiera, su charla con el ex ministro Gustavo Beliz, quien le había pedido una audiencia. Aunque él había partido del Gobierno en forma destemplada, casi insolente con el finado Néstor, ella lo atendió y le advirtió que no participaba en ninguna de las cuestiones judiciales que afectaban al ex funcionario, quien dejó con entusiasmo la reunión con una dirección de mail por consultas futuras y, sobre todo, para acercar planes e ideas, el negocio político que siempre le sirvió para ascender. En cambio, a pesar de las versiones, parece que nunca Ella recibió a Jaime Duran Barba, el ecuatoriano asesor de Mauricio Macri al que le reconocen talento por haber apartado al ingeniero boquense de la porfía presidencial. Tanto que hasta le habrían ofrecido un cambio de domicilio patronal en un presunto encuentro con el vocero Alfredo Scocimarro. La tentación para la mudanza alcanzaría una magnitud imposible de rechazar, sabiendo quizá que Macri suele pagar poco y con atraso.
Quién accede o no al despacho cupular es una pesquisa que intriga al periodismo y, mucho más, a los propios hombres del oficialismo, algunos arrebatados de ira como Julio De Vido porque –supone– Ella le concede más tiempo a Boudou que a él. Suma nervios, además, debido a que ella revela comprensible preocupación por el agujero energético que enfrentará la Argentina el año próximo. No ignora que ya encargó otro plan. A su vez, Carlos Zannini declama que ofrece menos consejos que antes (conserva la tutela consultora sobre el hijo Máximo); igual suelen convocarlo a la mesa exclusiva junto a Héctor Icazuriaga, de quien nadie aguarda un asesoramiento especial, más bien el cumplimiento de algunas acciones específicas. Un mundo tan pequeño ese entorno que habilita suposiciones extravagantes y conclusiones uniformes o despectivas con la inteligencia de la protagonista: para asegurarse el trabajo, mantenerlo y progresar –se repiten–, la prioridad es divulgar filiación y defensa del modelo, fidelidad a la rama conductora y, si no alcanza, disposición a confrontar en la arena romana con el legionario Héctor Magnetto de Clarín. Así, algunos, piensan que pueden convertirse en jefe de Gabinete.
No son los casos de Garré, Barañao y Puricelli, casi confirmados en su continuidad (enternece la magnanimidad de Cristina con el titular de Defensa, al que siempre enfrentó en Santa Cruz y para el que le reservó, dicen, la acuñación de una simbólica frase: “No se le puede pedir a un empleado que no se robe una resma de papel cuando el jefe se lleva un millón de dólares”). El resto de los ministros en ascuas, aunque confiados: no ven que abunden jugadores en la cantera para elegir reemplazos. Si hasta los aspirantes camporistas se han vuelto precavidos: temerosos porque no los convocan a ciertas reuniones (empresarias, por ejemplo), temen marginamientos a pesar de su subordinación y valor. Incluso, hasta podrían subir su planeador a un viento dominante y no deseado que, en algunos círculos, lo imaginan precursor de la política económica venidera.
Algunos repararon en que Cristina dijo, al revés de hace un mes, que la Argentina no está blindada ante una crisis mundial. No es el único cambio. A esa sensatez le añadió otra consideración: mandó a trabajar a los devotos del Partido Obrero que pararon los subtes porque cierto movimiento del brazo les provocaba tendinitis (allí, curiosamente, también se pronunció críticamente contra los Montoneros de otrora: además de decir que no había sido nunca revolucionaria, objetó con fastidio y sorna a los que en democracia cometen excentricidades revolucionarias. Si bien ahora alude al PO, esa mirada crítica incluye a las formaciones especiales que en los 70 atentaron contra el gobierno democrático de Perón y luego el de su mujer, María Estela).
Y si no basta la vía oral, añade otros detalles contra la inflación: imposición de límites salariales (ya firmados por Hugo Moyano), solo 20% de aumento a las asignaciones por hijo. Le empezó a importar el tema, a no ignorarlo, tanto como la abultada generosidad con los subsidios y su consecuencia fiscal, a descontar con futuros aumentos en las tarifas del gas, luz y agua (pronto habrá medidores ad-hoc para que los ricos paguen más que los pobres, según la publicidad). También habrá incrementos en transporte, pero más leves: siempre hay miedo social por la reacción de los indignados mal acostumbrados. Le falta agregar un arreglo con el Club de Paris a través de un mínimo pago y, luego, el anuncio de un bono (deuda, claro) para financiarse con 2 mil o 3 mil millones de dólares al 8%. Casi una receta ortodoxa si no fuera que, en apariencia, para cumplir con el peronismo básico, tambien habrá alguna confiscación paladina, justiciera, equitativa. Según sus palabras. De manual.

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