Máximo Kirchner está cambiado. El punto de inflexión, dicen quienes lo frecuentan, fue su internación en el Hospital Austral. Desde que salió, ha modificado algunos hábitos. No comer con la impetuosidad de otros tiempos y haber abandonado la vida sedentaria, por ejemplo, lo hicieron bajar ya unos 6 kg. Y ese nuevo entusiasmo parece estar plasmándose en sus movimientos políticos. Siempre fue, desde la muerte de su padre, el consejero N°1 de la Presidenta. Era ella quien en realidad lo alentaba a hacerlo. Pero podría venir la etapa más protagónica: el heredero decidirá en los próximos días si sigue gravitando en silencio o si se larga a la esfera pública.
Estas cavilaciones coinciden con la necesidad de nuevas ideas en el Gobierno. Lo acaba de anticipar Cristina Kirchner ante algunos colaboradores. Se dispone a recuperar, por caso, reuniones con empresarios que hacía tiempo no veía. Un ejemplo cabal: el miércoles estuvo con Eduardo Eurnekian. Si se cumplen las expectativas, las razones serán infinitamente más explosivas que el contacto en sí mismo. El dueño de los aeropuertos ve oportunidades en el sector energético. Su opción más ambiciosa es todavía un proyecto: adquirir, con YPF, los activos de Petrobras en el país.
Pero Eurkenian no es ingenuo. ¿Cómo no terminar en la misma desilusión que Miguel Galuccio, el ingeniero que llegó a YPF para revertir la pérdida del autoabastecimiento y parece ahora, ante el desdén de potenciales socios, resignado sólo a aumentar el suministro de combustibles? El escenario requeriría de un cambio drástico en el clima de negocios. La desazón empresarial de estos días podría explicarse en una dialéctica inimaginable hace un mes. Perplejos ante las innovaciones del viceministro de Economía, Axel Kicillof, algunos ya extrañan la fortaleza que Guillermo Moreno perdió en el Gobierno. Mejor un peronista intervencionista que un hombre de izquierda y estatista, es la idea.
Pero la discusión excede a Kicillof. Ninguno de sus hombres, esos que la Presidenta ha elegido para renovar la gestión, dio jamás un paso sin saber que lo hacía con el respaldo de Máximo Kirchner, el único interlocutor real que le queda al kirchnerismo. Lo entendió hace un año Sebastián Eskenazi en el hotel Hilton, durante una reunión en que un dirigente de La Cámpora le advertía, en términos crudos, que el primogénito le reprochaba a YPF no estar invirtiendo y, peor aún, comportarse como empresa financiera. Faltaba casi un año para la expropiación y no todos estaban al tanto del disgusto. Ni siquiera Roberto Baratta, director por el Estado en la petrolera, invitado en noviembre a objetar el balance. Son cuestiones de Estado que se ocultan hasta el final. En la mañana de la nacionalización, Daniel Cameron, secretario de Energía, desconocía las razones por las que estaba siendo invitado a la Casa Rosada. El y José López, su par de Obras Públicas, se enteraron con el anuncio presidencial.
Ahí estará entonces el desafío empresarial. En lograr que el convencimiento de Cristina Kirchner acerca de dialogar sea algo más que ganas de recuperarse en las encuestas. Siempre más descreído, el peronismo toma con reparos estas señales. Como el almuerzo del lunes entre el gobernador Daniel Scioli y su vice, Gabriel Mariotto. Una tregua en la que el gladiador de la ley de medios prometió apoyar las próximas iniciativas legislativas.
Pero no es la primera vez que los hombres de negocios se deslumbran con un gesto. Ya Alberto Fernández prometía en la campaña de 2007 «un salto en calidad institucional». Además, para una administración acostumbrada a avanzar casi sin objeciones del establishment , será difícil depurar algunas extravagancias. Por ejemplo, los formularios que Adalberto Rotella y Fernando Carro, dos funcionarios de Guillermo Moreno, les enviaron la semana pasada a las petroleras pidiéndoles hasta lo que gastaban en «insumos de oficina». O esa obsesión por las palabras que llevó el jueves a Ana María Edwin, directora del Indec, a reprocharle al periodista Ismael Bermúdez haber publicado en Clarín datos del propio organismo. «La canasta básica alimentaria no tiene ningún valor», sorprendió la jefa del ente que elabora el indicador. La Argentina parece ya habituada a estos récords: será el primer país en la historia en expropiar una empresa cuyos dueños desconoce. La ventaja es que no habrá que indemnizar a nadie, ni nadie irá al Ciadi por la ex Ciccone.
Aun así, en la Unión Industrial sueñan con el nuevo paradigma. Y con exhibir, a fines de año, una conferencia rebosante de ejecutivos, incluso aquellos mirados con recelo por el kirchnerismo, para presentar oportunidades regionales ante dos invitadas de lujo: Cristina Kirchner y Dilma Rousseff.
Es el anhelo postrero de aquellos a quienes, de vez en cuando, y cada vez menos, les da por invertir..