La asunci ón del Papa Francisco hace un año ha llenado de alegría los corazones de los fieles y de los argentinos, pero también ha impactado profundamente en la relación que la santa Iglesia Católica mantiene con sus fieles, ha transformado estructuralmente la comunicación en pos de un diálogo abierto, permanente y transparente basado en la humildad y la sencillez.
Esa humildad, sencillez y austeridad marcaron un camino del apostolado que ha iniciado y también construyen un símbolo de la ética y la responsabilidad que convoca a la humanidad a promover una revolución de la conciencia y el espíritu en un mundo tan desigual e injusto.
Existen en todo el mundo aproximadamente 1.200 millones de católicos entre 2.000 millones de cristianos. Interpretar los sentimientos de la comunidad católica es un desafío constante y dinámico con un norte claro que es el de una Iglesia para los pobres, una Iglesia en la calle. Y este cambio ha surtido efecto en los creyentes que han vuelto a los templos.
Impulsar una revolución en este mundo en que la riqueza está concentrada en las manos de muy pocos, que cuenta con 871 millones de personas con hambre, donde más de 1.000 millones se encuentran en la indigencia, y cerca de 3.000 millones, en la pobreza es una tarea que requiere una nueva conciencia a nivel mundial.
Nuestro Papa Francisco, el Papa de todos, es un ejemplo de esa nueva conciencia que ha comenzado a marcar su impronta en la historia de la humanidad, su opción preferencial por los pobres, la humildad y sencillez, la vocación por el diálogo y la unidad en la diversidad constituyen los ejes principales de esta revolución. Un año es poco tiempo, pero los cambios ya comienzan a verse y a inspirar y unir a aquellos que tienen fe.