Como los frescos de Luca Signorelli en la catedral de Orvieto. Manos que asoman como de un torso ajeno. Las formas no se entienden. Humanidad enredada en un gesto desesperado. Ojos que gritan y bocas que piden. La foto del vagón de Once que publicó un bombero en su perfil de Facebook era el mismísimo Infierno de Signorelli. Una pelota de gente en seis metros. 140 personas que viajaban en tren se transformaron en un solo cuerpo horrible. Les ponían vaselina y aceite, para devolverles la individualidad y salir del horror. Y sobrevivir.
Alberto Crescenti tiene cara de cansado aunque niega estarlo. Niega todo, en realidad. Dice que no piensa en lo que vio una vez que llegó a casa. Una vez que llegó a casa es después del atentado a la embajada de Israel, a la AMIA, el tirador de Belgrano, los heridos del playón de River, Wanda Taddei, el tren de Flores y Once. Once. Puede ser cierto. Puede que no. Su relato escapa sistemáticamente hacia un desapego formal, que se sospecha necesario. Pero no tiene un atisbo de frialdad en los ojos. Todo lo contrario. La cosa viene por el servicio. Ser útil. «No podés quedarte pensando, no servís así.»
-¿Realmente puede bajar la persiana?
-Sí.
-¡Pero si está con los teléfonos todo el tiempo!
-No importa, abstraigo, atiendo y soluciono. Y sigo tomando mi café en casa.
-¿Su mujer no le pregunta?
-Sabe que le voy a responder hasta acá.
-El 22 de febrero. Once…
[Interrumpe] -Capítulo cerrado. Tengo 12 años como director del SAME y 33 como emergentólogo. Borrón y cuenta nueva.
El compendio de tragedias sociales no lo tuvo al frente del SAME cuando se escribieron las páginas de LAPA (65 muertos) y Cromagnon (194).
-Cuando fue Cromagnon, ¿en qué trabajaba?
-Como auditor de un sanatorio. Comía en un restaurante, cuando el director operativo de Defensa Civil me llamó y me preguntó si podía dar una mano. Fui. Y me encontré con… Bueno… [cruza las manos lentamente en el aire. Mira hacia un costado].
-¿Falló el cordón de seguridad ahí?
-Sí, eso fue fundamental [ver recuadro De estricto protocolo].
En la central del SAME choferes, médicos y Crescenti tienen un estilo similar. Más allá de los chalecos verdes y rojos, están los pantalones cargo, las zapatillas deportivas o de trekking. El indicio de que el escritorio no sería el lugar natural para ellos.
Crescenti nunca está en un lugar. Aun cuando se logre sentar 20 minutos y charlar, el teléfono -uno de los dos más el handy- suena cada 5 y el abrojo de su chaleco es campeón en resistencia: se abre y cierra con absolutamente todas las llamadas. En su despacho hay imágenes religiosas («No voy a misa, pero sí a la iglesia. Pido salud sobre todo. Desatanudos, San Roque y San Expedito») y suena jazz. («Escucho jazz. Me limpia», dice señalándose la cabeza).
-¿Hay imágenes que no se van?
-Cuando sacamos al último sobreviviente de la AMIA. Lloré frente a las cámaras, cosa que no se debe hacer. Pero ya no tengo esa pesadilla. Tenés que cerrar la página. Si no, no se puede seguir.
-¿Siempre lo pensó así?
-Siempre me preparé para llegar. Siempre quise hacer emergencias. Hice otra especialidad, durante 12 años, pediatría.
-¿Sueña con cosas del trabajo?
-¡Sí!, que estoy arriba de un móvil o en un incendio.
-¿Aparecen sus hijos en el sueño?
-No, mi familia no. Pero tengo una desventaja: los médicos de emergentología la tenemos, porque cuando pasa algo lo primero que hacés es llamarlos a ellos, ver dónde están.
Ellos -uno «trabaja en televisión» y el otro es relacionista público- lo corrigen sobre qué dice y cómo. Crescenti tiene un estilo muy personalizado, que algunos registran como excesiva exposición. «¿Sabés las críticas que aguanté sobre mí de gente que no me conoce ni sabe la trayectoria? -exclama-. ¿Todavía no se dieron cuenta de que lo único que quiero es hacer emergencias? Hace 33 años que lo hago, no aspiro a otra cosa.»
-¿Pensó en irse?
-A veces. Cuando te siguen presionando y mandando por Twitter cosas injustas que lee tu familia. O ese periodismo que habla de tu persona aunque jamás se hayan sentado a hablar con vos. No es fácil.
-Usted hizo la gestión muy personal.
-Sí, le di esa impronta. Todo el mundo dice que podría evitarlo. No: cuando tenés un recurso humano lo tenés que conducir con órdenes precisas; tenés que estar a su lado.
-Su gente destaca que les quita presión al estar ahí, porque ellos pueden dedicarse específicamente a su trabajo.
-Es la idea. El bombero tiene un don, como el policía. A mí Dios me dio saber observar. Y tomar decisiones con la cabeza fría. Entre dos decisiones la peor es no tomarla. En emergencias no hay grises. Cuando llegás a tu casa, olvidate de lo que hiciste durante el día. No me sacás ni una palabra.
La que no le saca ni una palabra es su mujer, Silvia. La misma que se quedó sola comprando luces para la casa cuando él salió corriendo al accidente de tren de Puente Pacífico, a comienzos de enero. Saludemos a la paradoja: Silvia es psicóloga.
La mañana del 22 de febrero Crescenti estaba en Retiro, en la terminal de cruceros esperando la llegada de una mujer fallecida a bordo. Escuchó: «Choque de trenes. Principio de incendio y gente atrapada». Miró el reloj y por la hora supuso que habría, mínimo, 400 heridos. En 7 minutos su chofer lo llevó hasta Once, mientras él declaraba alerta roja y los comités de emergencia de los hospitales daban vuelta todas las prioridades preparándose para la emergencia. «Yo no te pregunto ¿cómo te llamás? No hay tiempo. Miro: ¿camina, no camina? ¿Está azul? ¿Respira? Yo te salvo la vida. Muchos no tenían los documentos y otros los perdieron en el maremagnum de ese vagón. Cuando llegamos al hall había 300 tirados en el piso, si te demorás donde no corresponde…» Se refiere a la hora de oro, la que transcurre desde que se produce el accidente.
Los elogios a la pericia del SAME perdieron podio por unos segundos cuando fue hallado el cuerpo de Lucas M. Rey dos días después. Al ojo ciudadano no le quedaban claros los pasos de un procedimiento [ver recuadro].
-Después de Once, ¿cómo quedó?
-No podés dormir. No es cansancio corporal. Sentís un vacío. Estás vacío.
-¿Y no le parece buena idea girar en la cama y charlar con su mujer?
-No, prefiero no hacerlo. Es un problema mío; no digo que esté perfecto.
-¿Hacen terapia?
-Tenemos nuestro equipo, claro, a cargo de Daniel Mosca. Hubo gente nuestra que quedó muy golpeada porque la imagen de adentro del vagón era conmovedora, fuerte. Vida y muerte inminente. Adelante tuyo.
-¿No hace terapia por su cuenta?
-No, nunca hice.
-Ni va a hacer.
-No.
-¿No cree?
-Sí creo, pero ya te digo: es impronta personal.
-Su mujer es psicóloga
-Sí, y me lo ha dicho mil veces. Pero bueno, ya sabés.
Crescenti apura las preguntas con la mirada, que acompaña mordiéndose el labio inferior varias veces. Es llamativo que esa ansiedad no guarde relación con las manos. Una gesticulación parsimoniosa; posa una sobre otra, lentamente, sobre el escritorio. Las desanuda y vuelve al reposo.Diciembre de 2010, toma del Parque Indoamericano. No había ni Federal ni Metropolitana. ¿Balas? Por todos lados. Del Indoamericano, además de la evidencia del problema habitacional y el no diálogo entre Nación y Ciudad, se recuerda el episodio del supuesto cuarto muerto. Un chico que habría sido bajado de una ambulancia y al que le habrían gatillado, según personal del vehículo. Crescenti comunicó eso y se le fueron a la yugular.
-¿Pensó en largar todo?
-Sí, pero no tenía sentido. Es injusto que te castiguen. Vas, corre riesgo tu vida. ¿Podés entender que lleguemos y agarren a trompadas al médico o al chofer? Pasó y pasa.
-¿Su puesto no es político?
-Sí, y debería dejar de serlo. No puede usarse como bastión político. Que pongan otro mote, otro nombre.
-¿Con eso ya está?
-Y que concurses, que seas de carrera, y que vengas de hospital. Es lo que se está haciendo ahora.
Se reconoce apolítico, lo remarca al agregar: «Pero la gestión de Macri puso todo para que el sistema tenga lo que tiene que tener». Para su puesto lo llamaron diferentes gestiones porteñas, es verdad. Como también que es un pancito con dulce de leche a las 10 AM en una mañana de invierno para los políticos. Imagen muy positiva.
-¿Le ofrecieron cargos?
-Tantean.
-Su imagen positiva es tentadora.
-Pero mi imagen es para esto. Mi adrenalina no me dejaría estar en un escritorio.
-Tiene 59 años. ¿Qué pasará con la adrenalina cuando se jubile?
-En nosotros la adrenalina es especial, nos seda, nos baja el nivel.
-Le quedan 6 años para jubilarse.
[Sonríe] -La palabra jubilación no le gusta a nadie. Alguien que esté muy apasionado en lo que hace…, lo mejor que te da Dios es tener un trabajo que te guste. Si te levantás todas las mañanas para hacer lo que te gusta, todo es más fácil. Cuando me toque la jubilación haré docencia. Y si me bancan en la unidad de catástrofe, me subiré e iré con ellos.
Aún no jubilado, a Crescenti se lo puede ver en los pasillos de las facultades de Medicina de la UBA, la Fundación Barceló y la Favaloro. Cátedra: Emergentología.
-¿Qué hay con el nivel de frustración?
-Acá no podés sentir frustración. Acá tenés que seguir adelante. Dame más equipo, más ambulancias.
-¿Jamás dudó de que podría haber hecho otra cosa para salvar a alguien?
-No podés pensar eso. No.
-Una cosa es no poder y otra cosa es que ni siquiera se lo pregunte.
-No te lo preguntás.
-¿La capacidad de asombro?
-A esta altura, ya no. Vimos de todo.
-Alguna vez dijo que las decisiones que toman ustedes son en soledad. ¿Cómo es decidir amputar una pierna?
-Vos elegís, o la vida o el miembro. Es la decisión y tenés que tomarla.
-¿Cómo se lo comunica al paciente?
No se lo comunicás. Porque el hombre que está shockeado no puede razonar. Vos lo tenés que amputar porque si no, se muere.
-De la AMIA al tirador de Belgrano, Once o Wanda Taddei. ¿Con qué criterio decide asistir usted al lugar de los hechos?
-Es una cuestión de años de experiencia, de pensar que traerá otras consecuencias.
-¿Impacto social, en los medios?
-Sí, o muchos heridos o una evacuación dificultosa. Siempre en emergencia es preferible llegar. Para irse hay tiempo.
-Pero lo de Taddei no era evidente al principio.
-Sabíamos la gravedad de las lesiones que tenía porque la fuimos a buscar. Se tenía que hacer un traslado muy rápido.
-¿Hay muchos casos similares?
Muchos, lamentablemente. Es muestra de la violencia, que está creciendo.
Hace hincapié en que sin su equipo no podría jamás trabajar como lo hace. Dice que sabe delegar. Habla de nombres que no quiere olvidar y llegamos a Robin, Carlos Russo, el director médico. Russo era médico del Pirovano cuando el desastre de la AMIA. Crescenti lo mandó buscar a ese último que quedaba en los escombros, cuyo gracias le quedó grabado. Aunque este cerebro graba imágenes nuevas todos los días.
-¿Cómo es su relación con la muerte?
-Nosotros no manejamos muertos, manejamos vivos. Tratamos de que no se nos muera nadie.
-¿Piensa en la suya?
-Sí. No me gusta nada [ríe].
-¿A qué le tiene miedo?
-A que me agarre un accidente cerebro vascular y quedar pff…
-¿Le pasó algo?
-Estuve internado dos días en coronaria por una crisis hipertensiva, en mi primera etapa del SAME. Pasa el tiempo y vas manejando mejor el estado físico emocional. Ahí no lo manejé bien, me pasé de rosca.
En contra de las hipótesis, sí se toma vacaciones. Hace escapadas, pero nunca muy lejos. «A distancia de helicóptero, que me pueda venir a buscar. Tengo que pensarlo.» Se atiende en hospitales públicos, se ríe con el Chavo y Pepe Biondi. Fanático de Rod Stewart y Conan Doyle, está convencido de que el poder de observación de Sherlock Holmes lo ayuda mucho en la medicina: «Es un golpe de vista, llegar, ver la escena y adelantarte a lo que encontrarás», explica. En mayo hará el viaje que pospuso 30 años: irá a Europa y pasará por 221 B de Baker Street, el Museo Sherlock Homes. Gusta de Henning Mankel y su detective Wallander. No así los programas televisivos que se meten en las guardias: «Es un lugar sagrado. Un médico tomando un café, hace un chiste para descontracturar y el ciudadano lo entiende mal. Hoy en día es difícil que un médico de guardia pueda almorzar o dormir, ¡si sale una ambulancia a cada minuto!», cuenta.
-El argentino es solidario: ¿Es así?
-Sí, pasa que a veces las circunstancias… En AMIA falló el cordón de seguridad, había mirones parados arriba de los escombros, que podían estar apretando gente. Más cerca, me acuerdo de la imagen del turista francés [apuñalado en plaza San Martín el mes pasado]. Había 15 personas alrededor. ¿Es? ¿No es? ¿Se hace? Hasta que alguien atinó a llamarnos. Se quedaban mirándolo por miedo. Además, una herida de arma blanca de esas características, ¿sabés la cantidad de sangre que pierde? No todos bancamos ver eso.
Los videos de los rescates de la AMIA y la embajada muestran a un Crescenti más joven. Su rostro es, para los porteños, la desgracia y la salvación. Tanto él como Russo tienen 59 años.
-Ni usted ni Russo son inmortales.
-Estamos formando equipo para cuando no estemos. Gente con sangre y mística.
-Según la OMS, en 2020 la segunda causa de discapacidad será la depresión.
-Tenemos dos ambulancias psiquiátricas, cosa impensada años atrás.
Choque en Juan Bautista Alberdi y avenida de la Plata. Un colectivo pisó a un señor que cruzaba con su hijo de unos 10 años. Llega una ambulancia y la Ranger ITD 679 del SAME. Collarín, preguntas y Beto. Terminó el día. Esa cabeza va a tomar mate con Silvia. En esa cabeza hay AMIA, embajada, Once, mujeres quemadas, atropellados, acuchillados y rehenes en prostíbulos. Más de 30 años de caleidoscopio de la desidia y los latidos de una ciudad.
59 años
Casado hace 34 con Silvia; tienen dos hijos
Se recibió de médico emergentólogo en 1979
Tuvo otra especialidad: 12 años en pediatría
Fue director del SAME desde 1991 hasta 1997 y desde 2006 hasta hoy
El 30 de diciembre de 2004 murieron 194 personas en la tragedia de República de Cromagnon. Quedó en evidencia un problema de coordinación de las fuerzas. En 2008 los ministros de Justicia y Seguridad de la Nación y porteño, Aníbal Fernández y Guillermo Montenegro, firmaron un plan de atención de emergencias.
«Hay una zona de impacto, una de influencia y otra de derivación. La primera es búsqueda y rescate. Entran bomberos, con casco y herramientas. El médico está en la segunda; es el bombero quien le dice a él cuándo puede entrar. El bombero trae al herido hasta la zona de influencia: es el que le saca el hierro o el auto de encima a la víctima», explica Crescenti. «Después de eso podemos entrar con los equipos de triage. Colocamos suero, damos oxígeno, analgésicos y contención. En Once, cuando se destrabaron los cuerpos con aceite y vaselina, se iban acomodando y se iban de forma secuencial. El rojo (grave, en helicóptero); amarillo (necesita asistencia, pero no hay riesgo vital) y verde (no precisa atención inmediata; puede trasladarse a un hospital en vehículo particular).
-¿Quién define que se termina el operativo de búsqueda?
-Bomberos.
-¿Cómo fue el trabajo coordinado?
– Salió muy bien. Funcionaron bien las tres patas: una única voz de mando en el rescate, unidad de catástrofe en el lugar comunicada con los hospitales y un cordón de seguridad..