Crisis

Crisis
Por David Cufré
La ficción de que la economía atraviesa una crisis choca a diario con indicadores que demuestran lo contrario. Sólo esta semana se conoció que el nivel de actividad de la construcción acumula un crecimiento de 7,1 por ciento en lo que va del año, que el empleo en el sector aumentó el último trimestre hasta sus máximos históricos –se crearon más de 30 mil puestos formales respecto de un año atrás, hasta 445 mil– y que las ventas de cemento son record. En el ámbito fabril, más de la mitad de los rubros industriales registran subas, casualmente los que guardan relación con el mercado interno, mientras sufren caídas los que dependen en mayor grado de las ventas al exterior. El mejor ejemplo son las terminales automotrices, que vieron derrapar sus exportaciones 52 por ciento el mes pasado, mientras la demanda local aumentó 27 por ciento. Las ventas de alimentos, indumentaria y electrodomésticos también van en alza, al igual que el consumo de servicios públicos. El sector rural obtuvo un record de 119 millones de toneladas la última cosecha, 11 por ciento más que la anterior y 23,7 por ciento de suba acumulada respecto de la campaña 2012/2013. Los niveles de morosidad bancaria son mínimos, y las empresas y las familias aparecen con escasos márgenes de endeudamiento. La desocupación es del 5,9 por ciento, la menor en 28 años. La cobertura previsional ronda el 97 por ciento. Si a eso se llama crisis es solo para generar las condiciones políticas que justifiquen un plan de ajuste y una devaluación, cuyas consecuencias sí serán dolorosas para la mayoría de la población.
Los indicadores de actividad, consumo y empleo nacionales contrastan con los de Brasil, adonde la economía cayó en el tercer trimestre un dramático 4,5 por ciento y la desocupación acelera su marcha hacia los dos dígitos. Son los peores registros en 80 años. La crisis allí ha ido escalando a medida que se profundizaron las medidas que el nuevo gobierno planea instrumentar aquí a partir del 11 de diciembre: devaluación, contracción del gasto público y desregulación financiera. Los primeros efectos de ese plan están a la vista. Los precios de casi todos los rubros pegaron un salto desde que Alfonso Prat-Gay, futuro ministro de Hacienda y Finanzas, anunció a principios de noviembre que el dólar oficial subiría con la eliminación de las restricciones a la compra de moneda extranjera. Mauricio Macri habló de un dólar a 15 pesos y marcó las expectativas de devaluación. El resultado fue que el índice de precios de noviembre trepó a su nivel más alto del año, 2,9 por ciento según la consultora de Miguel Bein, quebrando una tendencia de más de seis meses de desaceleración de la inflación. Para diciembre, las proyecciones de distintas consultoras neoliberales la sitúan en torno del 5 por ciento. La estanflación de la que vienen hablando esos economistas hace años finalmente se convertiría en realidad, gracias a las políticas de Cambiemos.
El argumento de que la economía no crece hace cuatro años y no genera empleo también es inexacto y persigue el mismo objetivo publicitario de acumular consenso social para un cambio de modelo económico. De acuerdo a las estimaciones del Estudio Bein, en 2011 la economía creció 7,0 por ciento, en 2012 avanzó 0,8, en 2013, 2,9 por ciento, en 2014 cayó 2,5 y este año subiría 1,5 por ciento. Según la consultora de Orlando Ferreres, de extracción neoliberal, en 2011 el PIB subió 5,8, en 2012 bajó 0,3, en 2013 creció 3,1, en 2014 retrocedió 2,6, y en lo que va de 2015, hasta octubre, la economía avanzó 1,4 por ciento, con tendencia ascendente. La curva que describen esas estimaciones es la de un serrucho, con alzas y bajas, luego de varios años de crecimiento a tasas chinas. De ningún modo dan cuenta de una situación de crisis, a pesar del agravamiento del contexto internacional por la reducción de los volúmenes de comercio y la caída de los precios de las materias primas. La evolución del resto de los países de la región es similar a la de Argentina, según explica la Cepal en sus informes anuales. En el mismo período, países europeos como Grecia, España, Irlanda, Italia o Portugal padecieron con mucha mayor crudeza ese mismo escenario de crisis internacional. El mérito de Argentina fue haber sobrellevado el temporal, aún presente, conservando la desocupación en niveles bajos, ampliando la cobertura social –más jubilaciones, nuevos planes como el Progresar y extensión de las asignaciones familiares– preservando su aparato productivo, sosteniendo el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones y achicando el volumen de endeudamiento estatal.
Además de instalar a través de los medios hegemónicos que la economía no crece hace cuatro años y no genera empleo, lo cual no es cierto, como se acaba de señalar en base a las estimaciones de dos consultoras privadas –una ligada a Scioli y la segunda afín al macrismo–, el otro engaño al que apelan los que preparan la devaluación y el ajuste es que el Banco Central no tiene reservas. Carlos Melconian, próximo presidente del Banco Nación, dijo en julio del año pasado que las reservas estaban “en cero” cuando se cerró el primer canje de monedas con China. En función de ello anticipaba para 2015 un año catastrófico, que no se cumplió. La solución que supuestamente prepara el equipo económico entrante es solicitar créditos a organismos internacionales y a países como Brasil y Estados Unidos, y luego emitir deuda en los mercados voluntarios. Esos préstamos sí serían contabilizados como reservas, mientras que los que pidió la actual conducción del BCRA, por ejemplo a China, son despreciados como pura fantasía. A propósito, para quienes decían que el yuan era una moneda de cuarta categoría, el FMI acaba de anunciar su incorporación a la canasta de referencia (DEG) junto al dólar, el euro, la libra y el yen a partir de octubre de 2016.
La economía argentina tiene desafíos por delante, como la restricción externa, que aparece como uno de los principales, pero no es lo mismo que se los encare con vocación de profundizar los logros de la última década, tanto en el plano productivo como de inclusión social y de redistribución del ingreso, que pasar a otro modelo que ponga en riesgo esas conquistas. La promesa de pobreza cero –un objetivo sin dudas ambicioso, con escasos o nulos antecedentes internacionales– parece difícil de alcanzar si lo primero que viene es un golpe al poder adquisitivo de salarios y jubilaciones con una megadevaluación, la eliminación de retenciones, la quita de subsidios y la apertura exportadora. La disminución de la inflación, otro de los compromisos del nuevo gobierno, arranca también en la dirección opuesta. Las primeras señales de Cambiemos recuerdan estrategias de los 90, cuando se impuso un escenario de disciplinamiento social en base a shocks inflacionarios y de desocupación, en ese orden. Es de esperar que la etapa que se inicia no termine como la Alianza anterior, porque las verdaderas crisis generan heridas en la mayoría.

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