El último operativo de demolición del gobierno nacional contra Daniel Scioli comenzó un poco antes de que el gobernador hiciera público su deseo de suceder a Cristina Fernández. Fue casi al mismo tiempo en que los voceros de Ella estaban terminando de demonizar a Mauricio Macri, ayudados por la instrucción de Norberto Oyarbide de enviarlo a juicio oral y las acusaciones de no hacerse cargo del subte y de la basura. El «vamos por todo» en contra de Scioli no fue una decisión solitaria de su compañero de fórmula, Gabriel Mariotto, sino de la propia Presidenta. Y no la impulsó ningún hecho político determinado, sino una encuesta que llegó a las manos de la jefa del Estado hace pocos días y que revela una sostenida tendencia que se viene registrando desde que ganó, en octubre pasado, con el 54 por ciento de los votos. Es una curva que muestra la declinación de su imagen positiva y su intención de voto. No se trata de una caída abrupta ni que se haya producido de un día para el otro. Tampoco son cifras que la terminen de bajar del pedestal, porque, según el mismo trabajo, ella sigue apareciendo como una de las dirigentes más y mejor valoradas por los argentinos.
El problema es que, mientras sus valores positivos siguen cayendo, debido al «bajón natural» después de haber ganado una elección, el mismo fenómeno descendente todavía no ha impactado a Scioli y tampoco perjudicó a Macri tanto como a Ella. Y la otra señal de alarma, la que preocupa más a la Presidenta y a su pequeño círculo de consejeros, es que «la gran YPF», la enorme movida que terminó en la mediática expropiación de la petrolera, no se tradujo en una nueva recuperación de su imagen, sino que apenas sirvió para detener el ritmo de la baja que se viene registrando desde principios de este año. «Es como si la mayoría de los argentinos a los que consultamos hubieran sido capaces de discernir entre la nacionalización, con la que se muestran de acuerdo, y el aprovechamiento que pretendió hacer el Gobierno de semejante decisión», me explicó un sociólogo que no vio la misma encuesta que le mostraron a la Presidenta, pero que acepta su diagnóstico como válido. El sociólogo afirma que otras encuestadoras del mercado están registrando el mismo fenómeno, pero advierte que él no la considera una tendencia irreversible. «El Gobierno y la Presidenta todavía tienen mucho margen para revertir la caída, que por otra parte no es tan pronunciada», opinó.
Quizá porque Cristina Fernández sabe «leer» los comportamientos sociales es que, durante las últimas semanas, toda la Argentina política pareció sumida en un falso clima preelectoral, como si los comicios para presidente estuvieran a la vuelta de la esquina. «Si no queremos que Scioli se quede con todo el proyecto, tenemos que enfrentarlo ya mismo, y no el año que viene, cuando la caída de imagen del Gobierno se profundice todavía más y la de Daniel esté por las nubes», analizó un dirigente social que recibe copias de las encuestas que llegan a Olivos y a la Casa de Gobierno. El ex sindicalista me explicó, en lenguaje sencillo, lo que los consultores intentan decodificar, con las planillas en la mano: cada vez más argentinos comprenden que, mientras no se vote una reforma constitucional, Cristina Fernández no podrá ser re-reelecta y, por lo tanto, empiezan a mirar con otros ojos a los dirigentes que sí pueden, como Scioli o como Macri. Aunque en otro contexto, la de la Presidenta es una situación parecida a la que vivió Néstor Kirchner durante sus primeros dos años de gobierno. Había ganado con el 22 por ciento de los votos. El ex presidente Eduardo Duhalde seguía siendo bien valorado por una buena parte de la sociedad que lo consideraba un piloto de tormentas y corresponsable de la incipiente recuperación. Elisa Carrió empezaba a transformarse en la principal figura de la oposición, con su caracterización de la realidad y sus primeras denuncias contra el poder de turno. Entonces el presidente tomó el toro por las astas y les «cortó las alas», antes de que empezaran a crecer. Ante Duhalde, usó su poder de fuego para colgarle el cartelito de El Padrino. Lo mismo hizo con la líder de la Coalición Cívica, a quien Aníbal Fernández empezó a poner en el lugar de «loca» y desequilibrada, repitiendo una frase que aparece en su anibaladas, y que dice: «La señora Carrió no tiene todos los patitos en fila». Tan «exitoso» fue el ex jefe de Gabinete en su trabajo sucio de demolición que Cristina Fernández lo volvió a utilizar para hacer lo mismo con Macri, a quien el dirigente de Quilmes le dijo varias veces «vago» e «inservible».
En el Gobierno aceptan que a Macri todavía no lo pueden terminar de «voltear», porque tiene un «núcleo duro» en la ciudad de Buenos Aires y en el primer cordón del conurbano que le sigue siendo fiel, a pesar de los ataques. Su última victoria electoral les hizo comprender que muchos de los votantes de Cristina también votaron por Mauricio, y saben que el haber sido presidente de Boca todavía le juega muy a favor en el resto del país. El problema con Scioli, en cambio, es que todavía no saben por dónde entrarle. Mariotto creyó que lo impactarían sus referencias a «las valijas que van y vienen», pero desde la Presidencia le sugirieron que no era bueno agitar el fantasma de la corrupción cuando todos los días se conocen nuevas revelaciones sobre el vicepresidente Amado Boudou, la ex Ciccone y las sospechas sobre su patrimonio personal. Aníbal Fernández insistió en revisar el destino de la publicidad que el gobierno de la provincia distribuye a los medios no kirchneristas, pero desde el gabinete de Scioli le advirtieron que ellos pedirían, a la vez, una rendición de cuentas sobre la publicidad oficial del gobierno nacional a los medios oficiales, y la amenaza quedó en un empate sin goles. Las municiones de Horacio Verbitsky sobre la política de seguridad y el sistema carcelario tampoco parecen hacer mella, todavía, en el gobernador, cuyos hombres siguen difundiendo los operativos antidrogas y el «reviente» de desarmaderos con el mismo efecto de una publicidad electoral en épocas de campaña. La amenaza de hacer jugar a la ministra Alicia Kirchner y a Máximo Kirchner en la provincia de Buenos Aires, más que un gesto de fortaleza, parece un acto de debilidad. Ninguno de los dos está suficientemente instalado en la sociedad como para hacerle sombra al «aparato naranja» que Scioli viene desplegando desde hace ya muchos años. «Si Daniel dijo que apoyará a Cristina en caso de que vaya por un nuevo mandato, será cuestión de impulsar ese nuevo mandato ya, antes de que el gobernador se arrepienta», me dijo el mismo dirigente social que lee las encuestas mejor que cualquier analista.
Mientras tanto, el objetivo, más que detener la caída de Ella, es evitar que sigan creciendo sus posibles futuros adversarios. Es decir: abrir el paraguas antes de que llueva.
© La Nacion .
El problema es que, mientras sus valores positivos siguen cayendo, debido al «bajón natural» después de haber ganado una elección, el mismo fenómeno descendente todavía no ha impactado a Scioli y tampoco perjudicó a Macri tanto como a Ella. Y la otra señal de alarma, la que preocupa más a la Presidenta y a su pequeño círculo de consejeros, es que «la gran YPF», la enorme movida que terminó en la mediática expropiación de la petrolera, no se tradujo en una nueva recuperación de su imagen, sino que apenas sirvió para detener el ritmo de la baja que se viene registrando desde principios de este año. «Es como si la mayoría de los argentinos a los que consultamos hubieran sido capaces de discernir entre la nacionalización, con la que se muestran de acuerdo, y el aprovechamiento que pretendió hacer el Gobierno de semejante decisión», me explicó un sociólogo que no vio la misma encuesta que le mostraron a la Presidenta, pero que acepta su diagnóstico como válido. El sociólogo afirma que otras encuestadoras del mercado están registrando el mismo fenómeno, pero advierte que él no la considera una tendencia irreversible. «El Gobierno y la Presidenta todavía tienen mucho margen para revertir la caída, que por otra parte no es tan pronunciada», opinó.
Quizá porque Cristina Fernández sabe «leer» los comportamientos sociales es que, durante las últimas semanas, toda la Argentina política pareció sumida en un falso clima preelectoral, como si los comicios para presidente estuvieran a la vuelta de la esquina. «Si no queremos que Scioli se quede con todo el proyecto, tenemos que enfrentarlo ya mismo, y no el año que viene, cuando la caída de imagen del Gobierno se profundice todavía más y la de Daniel esté por las nubes», analizó un dirigente social que recibe copias de las encuestas que llegan a Olivos y a la Casa de Gobierno. El ex sindicalista me explicó, en lenguaje sencillo, lo que los consultores intentan decodificar, con las planillas en la mano: cada vez más argentinos comprenden que, mientras no se vote una reforma constitucional, Cristina Fernández no podrá ser re-reelecta y, por lo tanto, empiezan a mirar con otros ojos a los dirigentes que sí pueden, como Scioli o como Macri. Aunque en otro contexto, la de la Presidenta es una situación parecida a la que vivió Néstor Kirchner durante sus primeros dos años de gobierno. Había ganado con el 22 por ciento de los votos. El ex presidente Eduardo Duhalde seguía siendo bien valorado por una buena parte de la sociedad que lo consideraba un piloto de tormentas y corresponsable de la incipiente recuperación. Elisa Carrió empezaba a transformarse en la principal figura de la oposición, con su caracterización de la realidad y sus primeras denuncias contra el poder de turno. Entonces el presidente tomó el toro por las astas y les «cortó las alas», antes de que empezaran a crecer. Ante Duhalde, usó su poder de fuego para colgarle el cartelito de El Padrino. Lo mismo hizo con la líder de la Coalición Cívica, a quien Aníbal Fernández empezó a poner en el lugar de «loca» y desequilibrada, repitiendo una frase que aparece en su anibaladas, y que dice: «La señora Carrió no tiene todos los patitos en fila». Tan «exitoso» fue el ex jefe de Gabinete en su trabajo sucio de demolición que Cristina Fernández lo volvió a utilizar para hacer lo mismo con Macri, a quien el dirigente de Quilmes le dijo varias veces «vago» e «inservible».
En el Gobierno aceptan que a Macri todavía no lo pueden terminar de «voltear», porque tiene un «núcleo duro» en la ciudad de Buenos Aires y en el primer cordón del conurbano que le sigue siendo fiel, a pesar de los ataques. Su última victoria electoral les hizo comprender que muchos de los votantes de Cristina también votaron por Mauricio, y saben que el haber sido presidente de Boca todavía le juega muy a favor en el resto del país. El problema con Scioli, en cambio, es que todavía no saben por dónde entrarle. Mariotto creyó que lo impactarían sus referencias a «las valijas que van y vienen», pero desde la Presidencia le sugirieron que no era bueno agitar el fantasma de la corrupción cuando todos los días se conocen nuevas revelaciones sobre el vicepresidente Amado Boudou, la ex Ciccone y las sospechas sobre su patrimonio personal. Aníbal Fernández insistió en revisar el destino de la publicidad que el gobierno de la provincia distribuye a los medios no kirchneristas, pero desde el gabinete de Scioli le advirtieron que ellos pedirían, a la vez, una rendición de cuentas sobre la publicidad oficial del gobierno nacional a los medios oficiales, y la amenaza quedó en un empate sin goles. Las municiones de Horacio Verbitsky sobre la política de seguridad y el sistema carcelario tampoco parecen hacer mella, todavía, en el gobernador, cuyos hombres siguen difundiendo los operativos antidrogas y el «reviente» de desarmaderos con el mismo efecto de una publicidad electoral en épocas de campaña. La amenaza de hacer jugar a la ministra Alicia Kirchner y a Máximo Kirchner en la provincia de Buenos Aires, más que un gesto de fortaleza, parece un acto de debilidad. Ninguno de los dos está suficientemente instalado en la sociedad como para hacerle sombra al «aparato naranja» que Scioli viene desplegando desde hace ya muchos años. «Si Daniel dijo que apoyará a Cristina en caso de que vaya por un nuevo mandato, será cuestión de impulsar ese nuevo mandato ya, antes de que el gobernador se arrepienta», me dijo el mismo dirigente social que lee las encuestas mejor que cualquier analista.
Mientras tanto, el objetivo, más que detener la caída de Ella, es evitar que sigan creciendo sus posibles futuros adversarios. Es decir: abrir el paraguas antes de que llueva.
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