Cristina, atrapada entre las urgencias electorales y las lealtades en duda

Daniel, ¿no te habrá llegado la hora de aceptar que sos oficialista? Tendrás tus diferencias, tus matices. Pero no tenés otro destino.» Hace una semana, Daniel Scioli escuchó esa invitación existencial de un grupo de ultrakirchneristas bonaerenses, de los pocos que mantienen con él un trato respetuoso. Lo felicitaron por haber visitado a Martín Insaurralde, de quien todavía hay que aclarar que es el intendente de Lomas de Zamora y primer candidato a diputado nacional por el Frente para la Victoria. Con un «ya sé, ya sé» un poco resignado, Scioli admitió lo que le estaban proponiendo: incorporarse a la campaña del Gobierno en la provincia de Buenos Aires.
Para la estrategia electoral de Cristina Kirchner, Scioli ha pasado a ser una pieza clave. El gobernador conserva un nivel de popularidad ante el cual la Presidenta debió, otra vez, rendirse. Ella, que hace un mes en Lomas de Zamora se negó a saludarlo y evitó llamarlo por su nombre, el sábado pasado hasta le dio un beso. Para Scioli parece ser más importante que un lugar en una lista.
Como pudo verificar el papa Bergoglio, la Presidenta, una mujer intransigente en tantos aspectos, es capaz de doblarse como un junco frente a lo que mandan las encuestas. Esa flexibilidad explica por qué Scioli, que en Lomas fue condenado por no defender al Gobierno, ahora es alabado por sus matices diferenciales, que demuestran el pluralismo oficial.
Sergio Massa se atribuye esos milagros. Él propone una versión conciliadora y amigable del kirchnerismo frente a la cual la señora de Kirchner ha salido a defenderse. El sábado pasado alertó que, frente a las versiones apócrifas de su producto que comenzaron a circular en el mercado, «este proyecto es el único que garantiza los logros de la década ganada». Más tarde resolvió exhibir una «mercadería» similar a Massa: si alguien anda en busca de un oficialismo ambivalente, capaz de tolerar al adversario, la góndola de Olivos también ofrece a Scioli.
Juan Manuel Abal Medina lo recibió en su despacho. Amado Boudou lo invitó al Congreso. Julio De Vido le cedió el micrófono en una de sus rutinarias entregas de subsidios. Que la radicalización kirchnerista se esté trepando a la lancha de Scioli revela que la dichosa batalla cultural está lejos de definirse a favor del Gobierno. Al contrario: parece haber rumores de un naufragio. La urgencia electoral consiguió lo que no pudo la prudencia. La Presidenta ha registrado la disconformidad que una amplia clase media intentó hacerle notar con tres movilizaciones impactantes. Scioli es su respuesta rudimentaria y tardía a los cacerolazos.
Abal Medina explicó al gobernador que, para atender esa demanda, deberá internarse en tierra de infieles: la primera sección electoral, es decir, el norte del conurbano, sobre todo Vicente López, San Isidro, San Fernando, Tigre. Scioli se moverá en ese cordón náutico como si fuera candidato. Se consuela con dos fantasías: que la Presidenta le quite a Massa del camino o que Massa le quite del camino a la Presidenta. La ambigüedad es lo último que se pierde.
De la tercera sección, el sur del conurbano, se encargará la señora de Kirchner. Ella pretende que Insaurralde funcione como un espejo de Massa. Intendente joven, emprendedor, sonriente, con el 66,22% de los votos en Lomas de Zamora.
Si bien no cuenta con el currículum de su rival, Insaurralde es otro fruto del PJ bonaerense. Fue iniciado por su primer suegro, Hugo Toledo, el célebre Nabucodonosor, sucesor de Eduardo Duhalde en la intendencia de Lomas. La separación matrimonial incluyó la política. Insaurralde se asoció a un enemigo de los Toledo, Jorge Rossi, de quien fue secretario privado en el municipio. Con él aprendió un arte imprescindible para cualquier dirigente bonaerense: el aprovechamiento político del negocio del juego. Rossi fue director de Lotería con Duhalde, cargo desde el cual concedió en 2002 las primeras 150 tragamonedas de Palermo a Cristóbal López. En los últimos años Insaurralde reemplazó el padrinazgo de Rossi por el de Boudou y Diego Bossio.
El sur del Gran Buenos Aires es el mayor desafío para Massa. Además de Insaurralde, la Presidenta ha disfrutado hasta ahora de la lealtad del intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez, quien saltó a la fama cuando definió a Scioli como «una cáscara» o «un vegetal»; de Francisco Gutiérrez, de Quilmes; de Jorge Ferraresi, de Avellaneda, y, sobre todo, de Fernando Espinoza, de La Matanza.
Para dar batalla en esa arena Massa apuesta a la candidatura a diputado de Darío Giustozzi, el intendente de Almirante Brown. Como Massa e Insaurralde, Giustozzi también es hijo del duhaldismo. Su discurso renovador no consigue ocultar que comenzó su carrera como secretario de Cultura de Oscar Rodríguez, el esposo de Mabel Müller, en Presidente Perón. Desde allí inició su metamorfosis kirchnerista, subordinándose a Florencio Randazzo. Giustozzi ganó su comuna por el 71,88% de los votos. De él se espera que infiltre las localidades vecinas. Sus adversarios lo reconocen inteligente, aunque un poco pagado de sí mismo. Se burlan de que jamás se desprenda de su asesor de vestuario. Nimiedades.
El pase de Giustozzi costó caro: además de reconocerlo con cargos en las listas, Massa debió prometerle que, si todo sale bien, será candidato a la sucesión de Scioli. El intendente de Tigre se propone saltar, sin escalas, a la Presidencia. «Los gordos» de la CGT lo saben desde hace tiempo. Cuando Carlos West Ocampo lo recibió en un almuerzo con un «bienvenido, gobernador», él contestó: «¿Qué pasó, Carlín, ya me bajaste el precio?».
El otro factor al que apuesta Massa para crecer en el sur del conurbano son las rivalidades que corroen al propio kirchnerismo. Para no cometer el error de Néstor Kirchner en 2009, la Presidenta debe cuidarse del corte de boleta que promuevan en su contra. Muchos intendentes que le juran fidelidad temen ser arrastrados por la caída de su imagen. Según los propios encuestadores del Gobierno, la popularidad de la señora de Kirchner se parece más a la de su esposo en aquel año que a la de ella misma en 2011.
Scioli no alcanza para compensar esa pérdida de encanto. La Presidenta también apostará a un control más minucioso. Varios aliados de Massa subrayan la promoción del experto en Inteligencia César Milani al frente del Ejército y de otro general con esa especialidad, Luis Carena, al Estado Mayor Conjunto. La hipótesis de esos dirigentes es que Cristina Kirchner espera que Milani refuerce la vigilancia que proveía la Secretaría de Inteligencia cuando todavía no se le había insubordinado.
El territorio donde el kirchnerismo más enfrenta el riesgo de sorpresas es La Matanza. El intendente Espinoza quería el lugar destacado que le dieron a Insaurralde para, después, tras los pasos de Alberto Balestrini, presidir la Cámara de Diputados. La Presidenta, con la vista en 2015, promovió como primera candidata local a Verónica Magario, titular del Concejo Deliberante. Es la hija de Raúl Magario, antiguo secretario de finanzas de Montoneros, quien según testigos de la época se hacía pasar por «Doctor Peñaloza» para lograr que Lidia Papaleo, la viuda de David Graiver, devolviera el botín del secuestro de los Born, que administraba su marido. Espinoza echó a papá Magario de su Secretaría de Medio Ambiente, olvidó la diputación y se colocó como candidato testimonial al frente de la lista de concejales. Lo secunda la esposa de Balestrini. Cristina Kirchner retiró a Magario y la incluyó como candidata a diputada. Pero Espinosa está advertido: la Casa Rosada quiere reemplazarlo. Ahora, con su nombre en la boleta municipal, fantasea con sacar más votos que la Presidenta. Es difícil que trabaje para Insaurralde.
Otro alcalde que intenta protegerse de la aparente declinación de la Presidenta es Alejandro Granados, concejal testimonial de Ezeiza. Y Gutiérrez, en Quilmes, a quien Massa desafía con su antecesor, el controvertido Sergio Villordo, álter ego de Aníbal Fernández durante años. ¿Aun ahora? Nunca se sabe.
En José C. Paz las lealtades también se han vuelto dudosas. El ex intendente Mario Ishii, que fue devoto ferviente del Gobierno, quedó ofendido porque quisieron degradarlo. Cuando se enteró de que lo llevarían como cuarto candidato a la Legislatura provincial comenzó a negociar con Massa. Entonces Cristina Kirchner lo ascendió dos lugares. Pero Ishii ya no es el de antes.
¿Qué capacidad tendrá Massa para estimular en su favor estos resentimientos y rivalidades? Depende de cómo evolucione en las encuestas. Si su lista comienza a amenazar las de sus colegas kirchneristas en los Concejos Deliberantes, es posible que se inicien conversaciones subterráneas. Massa eligió a un profesional para esas transacciones. Su jefe de campaña será el ex ministro de Seguridad Juan José Álvarez, quien, además de conocer el conurbano como nadie, se define a sí mismo con sarcasmo: «Soy el peor de todos».

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