Si se apartan del trajín electoral de estos días sus partículas insignificantes, sobresalen dos constataciones. Una viene del Gobierno: es mejor para los oficialistas perder en la provincia de Buenos Aires frente a Cristina Kirchner que frente a cualquier otro candidato. La segunda le corresponde al peronismo: es preferible para los dirigentes alejados del kirchnerismo que pierda Cristina antes de que pierda Macri. Ni el Gobierno quiere perder nada ni el peronismo en su versión democrática aspira a fortalecer al Presidente. Los dos, a pesar de todo, aceptan el peso electoral objetivo de la ex presidenta en el crucial distrito bonaerense, pero ambos saben, también, que ella carece de futuro presidencial. Esta es una buena novedad para el Gobierno y una pésima noticia para el peronismo que sueña con recuperar el poder.
Un macrista que suele merodear las decisiones políticas lo explicó sin dar muchas vueltas: «Si hay que perder, es preferible perder peleando contra Cristina». Puede parecer una herejía según el decálogo macrista, pero no lo es. La competición con ella significa también la posibilidad de derrotarla. Si esto sucediera, Macri se convertiría en un imbatible líder político para los próximos años. Pero si fuera ella la que ganara en la homérica provincia, la renovación peronista se postergaría por muchos años. Cristina no puede ser presidenta de nuevo porque sencillamente la rechaza casi el 60 por ciento de la sociedad. El camino de la eventual reelección de Macri en 2019, en cualquier caso, se despejaría notablemente.
No se trata, por tanto, de que el Gobierno esté duranbarbeando, según el neologismo acuñado por Julio Bárbaro, con la polarización; es pragmatismo puro y duro. Si los que triunfaran fueran, en cambio, Sergio Massa o Florencio Randazzo, la administración tendría que enfrentarse en el futuro con dos líderes sin tantos prontuarios como Cristina. El diagnóstico del Gobierno coincide en este punto con el del peronismo (aunque por razones distintas) que aspira a dejar atrás, muy atrás, al cristinismo. Ese peronismo está expresado sobre todo por gobernadores y senadores peronistas.
Pero, ¿será Cristina candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires? Es probable que ni ella lo sepa hasta ahora. Que se prepare para ser candidata no quiere decir nada. Es lo que tiene que hacer cuando faltan 20 días para cerrar las listas de candidatos. Todo indica que venía con la intención de ser candidata cuando habló ante tres periodistas que perdieron el alma profesional. Fijó entonces las condiciones de su candidatura: debe haber lista de unidad y no debe haber elecciones internas. Ella no está dispuesta a competir con nadie por el liderazgo del peronismo bonaerense, mucho menos con quien fue «mi ministro», como dijo en alusión a Randazzo. Una picardía celebrada por gran parte de la dirigencia política, menos por Randazzo. Éste sintió que lo había empujado hacia un camino sin retorno.
La novedad es que Randazzo aceptó el reto. Será candidato en una interna que la desafiará a ella, precisamente. La apuesta del ex ministro es inteligente. Si le ganara a Cristina, él se convertiría en un líder peronista de enorme envergadura. Pero si perdiera, lo más probable según las encuestas de ahora, podrá decir en el futuro, cuando el cristinismo haya demostrado su inviabilidad electoral y su rancio caudal intelectual, que fue el único que combatió cuerpo a cuerpo contra Cristina. Con otras palabras: ganaría si ganara y ganaría si perdiera.
El último rumor que le llegó a Cristina es desalentador. Algunos encuestadores empiezan a pedir prudencia con los pronósticos de esa interna. Gran parte del antikirchnerismo podría volcarse en masa a votar por Randazzo. Faltan las peguntas definitorias: ¿está dispuesta Cristina a cambiar sus condiciones sólo porque Randazzo la presionó? ¿Ella, que habla como si fuera aún presidenta, bajaría a discutir con un ex ministro suyo porque a éste se le antojó? Dejaría de ser ella. Pero, en el fondo, Randazzo la preocupó: Daniel Scioli y Máximo Kirchner anduvieron repartiendo mensajes de unidad de parte de ella. Les entregaron a delegados de Randazzo un documento elaborado por Cristina con 12 puntos de compromiso político para la lista de unidad. Esos puntos no podían discutirse. Eran como las Tablas de Moisés. Randazzo le dijo otra vez que no.
A Cristina la mantendría vigente sólo un triunfo en las elecciones bonaerenses. Todos los demás son escenarios resbaladizos, casi deleznables. Una derrota sería su sepultura definitiva. El triunfo de otro peronista, si ella no participara, construiría también una tumba. La victoria del Gobierno sobre cualquier otro peronista le dejaría la excusa de que no fue ella la que perdió. Pobre excusa. Es difícil para ella, de todos modos, apartarse de las buenas encuestas que tiene en territorio bonaerense, sobre todo en el conurbano o, si se encoje más el haz de luz, en la imponente tercera sección electoral, donde viven más de 4 millones de personas. En Lanús tiene el 30 por ciento de simpatía popular; el 35, en Esteban Echeverría; el 40, en Lomas de Zamora, y el 45, en La Matanza. Los encuestadores suponen que el piso de su intención de voto es de entre el 27 y el 30 por ciento.
Suponen, porque nadie midió el interior de la provincia, que es otro mundo. Como configuran otro universo los centros urbanos del país o las zonas de grandes producciones agropecuarias. A Cristina la sigue gran parte de los sectores medios bajos y bajos. Los que no llegan a fin de mes. El voto ético pertenece a los que tienen aseguradas dos comidas calientes todos los días. Macri hizo una revolución cuando decidió darles certificado de domicilio a más de dos millones de personas que viven en villas de emergencia o en barrios pobres. Pero Cristina logró, por ahora, instalarse como la defensora de los pobres y éstos siguen viendo a Macri como un hombre rico que no puede comprenderlos. Cristina es más rica que Macri, pero eso lo saben sólo algunos jueces, fiscales y periodistas.
El otro riesgo de Cristina (y de Macri) es que crezca la fórmula de Massa y Margarita Stolbizer, la figura más popular del país, después de María Eugenia Vidal y Elisa Carrió. El peligro, en síntesis, es que la polarización sea un fenómeno atenuado o directamente desaparezca. Ningún encuestador le pronostica a Massa menos del 20 por ciento de los votos. A Massa quisieron unirlo con Randazzo en una interna dentro o fuera del peronismo. Randazzo jamás aceptó ir por fuera del partido. Massa rechazó las dos alternativas. Prefirió su alianza con Stolbizer; la eligió a ella cuando estaba seguro de que Cristina y Carrió serían candidatas en la provincia. Stolbizer era su escudo moral y político frente a ellas. Carrió se fue a la Capital y de Cristina nadie sabe nada. Massa ya no puede retroceder.
El mejor escenario del Gobierno (Cristina candidata) empieza el domingo de las elecciones y luego salta hasta 2019. El día después, si ganara Cristina, verá cómo cambia la propuesta de un acuerdo de gobernabilidad, que ahora le hacen gobernadores y senadores peronistas, por una oposición que llevará el helicóptero destituyente hasta el recinto del Senado. El día después será un problema para después. Por ahora, la política argentina no hace más que correr al lado de la tendencia mundial que polariza la oferta electoral. Ejemplos: Estados Unidos, Francia, España, Gran Bretaña en estos días. La polarización no es un invento de Durán Barba: es una construcción instintiva de la gente común que se mece en el mundo entre la sensatez y la insatisfacción.
Un macrista que suele merodear las decisiones políticas lo explicó sin dar muchas vueltas: «Si hay que perder, es preferible perder peleando contra Cristina». Puede parecer una herejía según el decálogo macrista, pero no lo es. La competición con ella significa también la posibilidad de derrotarla. Si esto sucediera, Macri se convertiría en un imbatible líder político para los próximos años. Pero si fuera ella la que ganara en la homérica provincia, la renovación peronista se postergaría por muchos años. Cristina no puede ser presidenta de nuevo porque sencillamente la rechaza casi el 60 por ciento de la sociedad. El camino de la eventual reelección de Macri en 2019, en cualquier caso, se despejaría notablemente.
No se trata, por tanto, de que el Gobierno esté duranbarbeando, según el neologismo acuñado por Julio Bárbaro, con la polarización; es pragmatismo puro y duro. Si los que triunfaran fueran, en cambio, Sergio Massa o Florencio Randazzo, la administración tendría que enfrentarse en el futuro con dos líderes sin tantos prontuarios como Cristina. El diagnóstico del Gobierno coincide en este punto con el del peronismo (aunque por razones distintas) que aspira a dejar atrás, muy atrás, al cristinismo. Ese peronismo está expresado sobre todo por gobernadores y senadores peronistas.
Pero, ¿será Cristina candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires? Es probable que ni ella lo sepa hasta ahora. Que se prepare para ser candidata no quiere decir nada. Es lo que tiene que hacer cuando faltan 20 días para cerrar las listas de candidatos. Todo indica que venía con la intención de ser candidata cuando habló ante tres periodistas que perdieron el alma profesional. Fijó entonces las condiciones de su candidatura: debe haber lista de unidad y no debe haber elecciones internas. Ella no está dispuesta a competir con nadie por el liderazgo del peronismo bonaerense, mucho menos con quien fue «mi ministro», como dijo en alusión a Randazzo. Una picardía celebrada por gran parte de la dirigencia política, menos por Randazzo. Éste sintió que lo había empujado hacia un camino sin retorno.
La novedad es que Randazzo aceptó el reto. Será candidato en una interna que la desafiará a ella, precisamente. La apuesta del ex ministro es inteligente. Si le ganara a Cristina, él se convertiría en un líder peronista de enorme envergadura. Pero si perdiera, lo más probable según las encuestas de ahora, podrá decir en el futuro, cuando el cristinismo haya demostrado su inviabilidad electoral y su rancio caudal intelectual, que fue el único que combatió cuerpo a cuerpo contra Cristina. Con otras palabras: ganaría si ganara y ganaría si perdiera.
El último rumor que le llegó a Cristina es desalentador. Algunos encuestadores empiezan a pedir prudencia con los pronósticos de esa interna. Gran parte del antikirchnerismo podría volcarse en masa a votar por Randazzo. Faltan las peguntas definitorias: ¿está dispuesta Cristina a cambiar sus condiciones sólo porque Randazzo la presionó? ¿Ella, que habla como si fuera aún presidenta, bajaría a discutir con un ex ministro suyo porque a éste se le antojó? Dejaría de ser ella. Pero, en el fondo, Randazzo la preocupó: Daniel Scioli y Máximo Kirchner anduvieron repartiendo mensajes de unidad de parte de ella. Les entregaron a delegados de Randazzo un documento elaborado por Cristina con 12 puntos de compromiso político para la lista de unidad. Esos puntos no podían discutirse. Eran como las Tablas de Moisés. Randazzo le dijo otra vez que no.
A Cristina la mantendría vigente sólo un triunfo en las elecciones bonaerenses. Todos los demás son escenarios resbaladizos, casi deleznables. Una derrota sería su sepultura definitiva. El triunfo de otro peronista, si ella no participara, construiría también una tumba. La victoria del Gobierno sobre cualquier otro peronista le dejaría la excusa de que no fue ella la que perdió. Pobre excusa. Es difícil para ella, de todos modos, apartarse de las buenas encuestas que tiene en territorio bonaerense, sobre todo en el conurbano o, si se encoje más el haz de luz, en la imponente tercera sección electoral, donde viven más de 4 millones de personas. En Lanús tiene el 30 por ciento de simpatía popular; el 35, en Esteban Echeverría; el 40, en Lomas de Zamora, y el 45, en La Matanza. Los encuestadores suponen que el piso de su intención de voto es de entre el 27 y el 30 por ciento.
Suponen, porque nadie midió el interior de la provincia, que es otro mundo. Como configuran otro universo los centros urbanos del país o las zonas de grandes producciones agropecuarias. A Cristina la sigue gran parte de los sectores medios bajos y bajos. Los que no llegan a fin de mes. El voto ético pertenece a los que tienen aseguradas dos comidas calientes todos los días. Macri hizo una revolución cuando decidió darles certificado de domicilio a más de dos millones de personas que viven en villas de emergencia o en barrios pobres. Pero Cristina logró, por ahora, instalarse como la defensora de los pobres y éstos siguen viendo a Macri como un hombre rico que no puede comprenderlos. Cristina es más rica que Macri, pero eso lo saben sólo algunos jueces, fiscales y periodistas.
El otro riesgo de Cristina (y de Macri) es que crezca la fórmula de Massa y Margarita Stolbizer, la figura más popular del país, después de María Eugenia Vidal y Elisa Carrió. El peligro, en síntesis, es que la polarización sea un fenómeno atenuado o directamente desaparezca. Ningún encuestador le pronostica a Massa menos del 20 por ciento de los votos. A Massa quisieron unirlo con Randazzo en una interna dentro o fuera del peronismo. Randazzo jamás aceptó ir por fuera del partido. Massa rechazó las dos alternativas. Prefirió su alianza con Stolbizer; la eligió a ella cuando estaba seguro de que Cristina y Carrió serían candidatas en la provincia. Stolbizer era su escudo moral y político frente a ellas. Carrió se fue a la Capital y de Cristina nadie sabe nada. Massa ya no puede retroceder.
El mejor escenario del Gobierno (Cristina candidata) empieza el domingo de las elecciones y luego salta hasta 2019. El día después, si ganara Cristina, verá cómo cambia la propuesta de un acuerdo de gobernabilidad, que ahora le hacen gobernadores y senadores peronistas, por una oposición que llevará el helicóptero destituyente hasta el recinto del Senado. El día después será un problema para después. Por ahora, la política argentina no hace más que correr al lado de la tendencia mundial que polariza la oferta electoral. Ejemplos: Estados Unidos, Francia, España, Gran Bretaña en estos días. La polarización no es un invento de Durán Barba: es una construcción instintiva de la gente común que se mece en el mundo entre la sensatez y la insatisfacción.