El trastorno en la salud de Cristina Fernández ha servido para desnudar una novedad y un viejo vicio de la democracia argentina. La novedad podría ser la dependencia exclusiva de todo el sistema político en una persona.
Mucho más que una tradición presidencialista . El vicio resulta conocido: las instituciones y los partidos –oficialismo y oposición– como actores de reparto, mendigando la participación que sólo podría concederle aquel que acapara el poder.
Ese fenómeno tiene sus inevitables consecuencias. Cuanto más personalista es un liderazgo mayor parece el desamparo social frente a cualquier contratiempo. Mayor también asomaría la sensación de vacío de poder. Ocurrió cuando en los 90 Carlos Menem sufrió su percance en la carótida. Sucedió siempre con los distintos problema de salud de Néstor Kirchner mientras fue presidente. Pasa ahora también con el imprevisto de Cristina, aunque su cáncer de tiroides tenga, a priori, el mejor de los pronósticos y parezca una enfermedad menos comprometedora, desde ya, que las que padecieron su marido y el propio Menem.
La Presidenta pareciera estar prolongando la inagotable novela histórica del peronismo atravesada muchas veces por las enfermedades, el drama y los vacíos de poder. También, por los hombres y las mujeres supuestamente providenciales . Sucedió con Evita: Perón no resignó poder pero extravió un puente imprescindible con un sector trascendente de su proyecto y de la sociedad. El mismo Perón cuando murió dejó a Isabel a la intemperie por no haber podido –o querido– edificar una sucesión más enraizada y previsible. La repentina muerte de Kirchner también cortó el aliento. Aunque habría que reconocer que Cristina, con entereza y astucia, supo disipar la incertidumbre.
Lo hizo, en buena medida, exacerbando aquella tendencia peronista de la providencialidad y la concentración del poder. Esa podría ser, como suele ser siempre, un arma de doble filo.
Cristina permanece hoy absolutamente sola en el Olimpo . Es seguro que tras su operación y convalescencia –si, como se espera, todo sale bien– crezca en sus índices de popularidad y establezca una distancia sideral con el resto. Pero esos estados de gracia nunca son eternos , menos en política: cuando empiezan a escasear hacen falta los puntales y el sistema.
Las debilidades de la democracia argentina son también las de muchas naciones de América latina. Cristina fantaseó esta semana, carente de buen gusto, acerca de qué habría podido suceder si la enfermedad la sorprendía un tiempo antes, con Julio Cobos como vicepresidente. Tal vez la respuesta podría rastrearse más allá de las fronteras. Fernando Lugo, en Paraguay, sobrellevó un cáncer más severo sin delegar el poder en su vicepresidente. Con ese funcionario se enemistó no bien llegó al Palacio López. El liberal Federico Franco –de él se trata– es precandidato presidencial para el 2013. Hugo Chávez hizo lo mismo en Venezuela. Ramón Carrizalez, su vice, había renunciado antes de conocerse la enfermedad. Incluso el caudillo se sometió a tratamientos de quimioterapia en La Habana sin ceder el mando ni pedir permiso para salir del país. A Cristina le agrada siempre la empatía con Chávez.
Ahora está Amado Boudou. Pero el vicepresidente, antes que representar una fortaleza del sistema, sería un producto de su propia distorsión.
Llegó a ese sillón sólo como un delegado de Cristina . La Presidenta se lo hizo notar delante de los gobernadores peronistas y de la legión de leales que convocó para hablar sobre su nueva situación personal y política. Boudou no es un engranaje de la maquinaria kirchnerista; es un capricho presidencial espoleado por su contracción a la obediencia.
Boudou supo tener una alianza con Hugo Moyano que ya no es tal. El líder camionero es el peor adversario de Cristina. Tampoco logró granjearse simpatías en el peronismo.
En un puñado de semanas le han tirado zancadillas en el Senado . Algunos se las atribuyen a Aníbal Fernández. El vicepresidente ensayó incursiones en Buenos Aires, pero allí se topó con intendentes reacios, con el propio Daniel Scioli y hasta con Florencio Randazzo, el ministro del Interior, oriundo de Chivilcoy. Su acercamiento con La Cámpora reconoció un tiempo fructífero pero a raíz de su conducta durante la corrida del dólar –cuando se despegó de las decisiones de Mercedes Marcó del Pont, Guillermo Moreno y Ricardo Echegaray– terminó sembrando desconfianza. En especial de parte de Máximo, el hijo de la Presidenta.
Boudou tendrá, de todas formas, un breve interinato. En circunstancias, además, donde no se avizorarían grandes amenazas . Recién despunta el tiempo estival y ninguna de aquellas enemistades internas ganadas por el vicepresidente podrían tener expresión en el poder. El sindicalismo arriaría sus demandas hasta conocer cómo se recupera la Presidenta. La oposición, desde hace mucho, no representa un peligro.
Un interrogante que sólo el tiempo develará consiste en saber cómo reaccionará Cristina después del trance. Ha superado el dilema de tomar decisiones en soledad que le planteó la muerte de Kirchner. Pero su fuerza de ánimo parece estar siendo desafiada ahora por su propio cuerpo. Algo deslizó la semana pasada cuando reclamó a Mauricio Macri que se haga cargo cuanto antes de la administración del subte. Aunque su apunte sobre que tantas responsabilidades terminan repercutiendo, sonó más a chicana que a una toma de conciencia sobre el alerta en su salud.
¿Explorará Cristina caminos diferentes a los de ahora? ¿Repondrá la imagen más abierta que vendió en la campaña electoral? Sus últimas palabras no dejaron ni una pista en ese sentido. Por el contrario: daría la impresión de que está dispuesta –si no surgen imprevistos– a no virar el rumbo.
El mayor problema sería que sus palabras entrarían en cualquier momento en colisión con la realidad. La Presidenta sigue enarbolando un discurso virtuoso sobre el modelo económico aunque ese modelo cruje . Posee margen para hacerlo por dos razones: el silencio clamoroso que impera en el oficialismo; el tiriteo de la oposición frente a su figura. Las críticas y advertencias sólo fluyen de los medios de comunicación no adictos. Pero Cristina los tomó como enemigos excluyentes y los persigue con el poder político de todo el Estado y la Justicia.
Cristina le reclama a Macri por los subtes porque, en verdad, no tiene más dinero para administrarlos . Nunca se los hubiera cedido si no fuera así. La Policía Federal es un cabal ejemplo. Cuestiona a cualquiera que atisbe un enfriamiento de la economía, que alerte sobre el déficit fiscal o machaque con la inflación. Pero ella misma persigue de hecho esas metas. ¿Qué significa, si no, el recorte de los subsidios? ¿Qué buscaría con el techo salarial a las discusiones paritarias? ¿Para qué dejó establecer –amén de equilibrar la balanza comercial– el control policial sobre el dólar? Los subsidios constituyen todavía un problema irresuelto.
La poda ha sido mínima en comparación con las necesidades económicas. Y la instrumentación sobre las tarifas está repleta de dificultades. Tantas, que el Ministerio de Planificación no ha podido confeccionar aún el formulario para que los ciudadanos soliciten o no el mantenimiento del subsidio. Es muy probable que la guillotina caiga sobre muchísimas cabezas más de las que se prometió.
En ese contexto se inscribe la pelea con Moyano. Que parece una pelea más extendida en el universo gremial. Pueden existir cuitas políticas y personales con el secretario de la CGT, pero hay –sobre todo– una urgencia económica: que el líder camionero no dispare la discusión salarial . Detrás de él correrán los demás. Cristina quedó impactada luego de una conversación con Ignacio De Mendiguren. El titular de la UIA la convenció que un incremento mayor al 18% haría incontrolables los costos de producción. Y que el golpe sobre los precios sería ineludible. Cristina entendió el mensaje como lo hubiera hecho, tal vez, un economista ortodoxo.
También la política de ajuste deberá pasar por los salarios.
Santa Cruz inició como pionera ese tránsito. Cristina debió disminuir la asistencia financiera a su provincia, que todos los meses ronda los $500 millones. El gobernador Daniel Peralta, entonces, apeló a un ajuste, sobre todo en el Estado, que nada tendría que envidiarle al practicado por Mariano Rajoy para enfrentar la crisis en España. Estalló una protesta social en Río Gallegos y empezó a fracturarse la coalición kirchnerista. Dos ministros de La Cámpora renunciaron. Uno, de Julio De Vido, también.
Santa Cruz tenía 11 mil empleados del Estado cuando terminó la dictadura. Creció a 22 mil en las épocas de Kirchner. Hace cuatro, cuando Cristina se coronó Presidenta, congregaba a 40 mil.
En la actualidad hay 60 mil santacruceños que dependen de los salarios del Estado . La provincia no llega a los 200 mil habitantes. Esa sociedad se acostumbró, como gran parte del país, al cobijo estatal y a las ayudas nacionales. Fue posible mientras hubo dinero, pero ahora ese dinero ha empezado a escasear. Hubo otras cosas, en el confín, que también ayudaron a cambiar el humor: el enriquecimiento abrupto de funcionarios y sus familias. Se señala a dirigentes de La Cámpora.
Cristina debió suspender un día el viaje a Santa Cruz.
En ese lapso, hasta conjeturó una intervención . Prefirió retirarse al reposo obligado sin dejarle esa pesada carga a Boudou. Pero sabe que a su regreso requerirá de una política eximia para amortiguar el precio del sinceramiento económico que inexorablemente llega.
Copyright Clarín 2011
Mucho más que una tradición presidencialista . El vicio resulta conocido: las instituciones y los partidos –oficialismo y oposición– como actores de reparto, mendigando la participación que sólo podría concederle aquel que acapara el poder.
Ese fenómeno tiene sus inevitables consecuencias. Cuanto más personalista es un liderazgo mayor parece el desamparo social frente a cualquier contratiempo. Mayor también asomaría la sensación de vacío de poder. Ocurrió cuando en los 90 Carlos Menem sufrió su percance en la carótida. Sucedió siempre con los distintos problema de salud de Néstor Kirchner mientras fue presidente. Pasa ahora también con el imprevisto de Cristina, aunque su cáncer de tiroides tenga, a priori, el mejor de los pronósticos y parezca una enfermedad menos comprometedora, desde ya, que las que padecieron su marido y el propio Menem.
La Presidenta pareciera estar prolongando la inagotable novela histórica del peronismo atravesada muchas veces por las enfermedades, el drama y los vacíos de poder. También, por los hombres y las mujeres supuestamente providenciales . Sucedió con Evita: Perón no resignó poder pero extravió un puente imprescindible con un sector trascendente de su proyecto y de la sociedad. El mismo Perón cuando murió dejó a Isabel a la intemperie por no haber podido –o querido– edificar una sucesión más enraizada y previsible. La repentina muerte de Kirchner también cortó el aliento. Aunque habría que reconocer que Cristina, con entereza y astucia, supo disipar la incertidumbre.
Lo hizo, en buena medida, exacerbando aquella tendencia peronista de la providencialidad y la concentración del poder. Esa podría ser, como suele ser siempre, un arma de doble filo.
Cristina permanece hoy absolutamente sola en el Olimpo . Es seguro que tras su operación y convalescencia –si, como se espera, todo sale bien– crezca en sus índices de popularidad y establezca una distancia sideral con el resto. Pero esos estados de gracia nunca son eternos , menos en política: cuando empiezan a escasear hacen falta los puntales y el sistema.
Las debilidades de la democracia argentina son también las de muchas naciones de América latina. Cristina fantaseó esta semana, carente de buen gusto, acerca de qué habría podido suceder si la enfermedad la sorprendía un tiempo antes, con Julio Cobos como vicepresidente. Tal vez la respuesta podría rastrearse más allá de las fronteras. Fernando Lugo, en Paraguay, sobrellevó un cáncer más severo sin delegar el poder en su vicepresidente. Con ese funcionario se enemistó no bien llegó al Palacio López. El liberal Federico Franco –de él se trata– es precandidato presidencial para el 2013. Hugo Chávez hizo lo mismo en Venezuela. Ramón Carrizalez, su vice, había renunciado antes de conocerse la enfermedad. Incluso el caudillo se sometió a tratamientos de quimioterapia en La Habana sin ceder el mando ni pedir permiso para salir del país. A Cristina le agrada siempre la empatía con Chávez.
Ahora está Amado Boudou. Pero el vicepresidente, antes que representar una fortaleza del sistema, sería un producto de su propia distorsión.
Llegó a ese sillón sólo como un delegado de Cristina . La Presidenta se lo hizo notar delante de los gobernadores peronistas y de la legión de leales que convocó para hablar sobre su nueva situación personal y política. Boudou no es un engranaje de la maquinaria kirchnerista; es un capricho presidencial espoleado por su contracción a la obediencia.
Boudou supo tener una alianza con Hugo Moyano que ya no es tal. El líder camionero es el peor adversario de Cristina. Tampoco logró granjearse simpatías en el peronismo.
En un puñado de semanas le han tirado zancadillas en el Senado . Algunos se las atribuyen a Aníbal Fernández. El vicepresidente ensayó incursiones en Buenos Aires, pero allí se topó con intendentes reacios, con el propio Daniel Scioli y hasta con Florencio Randazzo, el ministro del Interior, oriundo de Chivilcoy. Su acercamiento con La Cámpora reconoció un tiempo fructífero pero a raíz de su conducta durante la corrida del dólar –cuando se despegó de las decisiones de Mercedes Marcó del Pont, Guillermo Moreno y Ricardo Echegaray– terminó sembrando desconfianza. En especial de parte de Máximo, el hijo de la Presidenta.
Boudou tendrá, de todas formas, un breve interinato. En circunstancias, además, donde no se avizorarían grandes amenazas . Recién despunta el tiempo estival y ninguna de aquellas enemistades internas ganadas por el vicepresidente podrían tener expresión en el poder. El sindicalismo arriaría sus demandas hasta conocer cómo se recupera la Presidenta. La oposición, desde hace mucho, no representa un peligro.
Un interrogante que sólo el tiempo develará consiste en saber cómo reaccionará Cristina después del trance. Ha superado el dilema de tomar decisiones en soledad que le planteó la muerte de Kirchner. Pero su fuerza de ánimo parece estar siendo desafiada ahora por su propio cuerpo. Algo deslizó la semana pasada cuando reclamó a Mauricio Macri que se haga cargo cuanto antes de la administración del subte. Aunque su apunte sobre que tantas responsabilidades terminan repercutiendo, sonó más a chicana que a una toma de conciencia sobre el alerta en su salud.
¿Explorará Cristina caminos diferentes a los de ahora? ¿Repondrá la imagen más abierta que vendió en la campaña electoral? Sus últimas palabras no dejaron ni una pista en ese sentido. Por el contrario: daría la impresión de que está dispuesta –si no surgen imprevistos– a no virar el rumbo.
El mayor problema sería que sus palabras entrarían en cualquier momento en colisión con la realidad. La Presidenta sigue enarbolando un discurso virtuoso sobre el modelo económico aunque ese modelo cruje . Posee margen para hacerlo por dos razones: el silencio clamoroso que impera en el oficialismo; el tiriteo de la oposición frente a su figura. Las críticas y advertencias sólo fluyen de los medios de comunicación no adictos. Pero Cristina los tomó como enemigos excluyentes y los persigue con el poder político de todo el Estado y la Justicia.
Cristina le reclama a Macri por los subtes porque, en verdad, no tiene más dinero para administrarlos . Nunca se los hubiera cedido si no fuera así. La Policía Federal es un cabal ejemplo. Cuestiona a cualquiera que atisbe un enfriamiento de la economía, que alerte sobre el déficit fiscal o machaque con la inflación. Pero ella misma persigue de hecho esas metas. ¿Qué significa, si no, el recorte de los subsidios? ¿Qué buscaría con el techo salarial a las discusiones paritarias? ¿Para qué dejó establecer –amén de equilibrar la balanza comercial– el control policial sobre el dólar? Los subsidios constituyen todavía un problema irresuelto.
La poda ha sido mínima en comparación con las necesidades económicas. Y la instrumentación sobre las tarifas está repleta de dificultades. Tantas, que el Ministerio de Planificación no ha podido confeccionar aún el formulario para que los ciudadanos soliciten o no el mantenimiento del subsidio. Es muy probable que la guillotina caiga sobre muchísimas cabezas más de las que se prometió.
En ese contexto se inscribe la pelea con Moyano. Que parece una pelea más extendida en el universo gremial. Pueden existir cuitas políticas y personales con el secretario de la CGT, pero hay –sobre todo– una urgencia económica: que el líder camionero no dispare la discusión salarial . Detrás de él correrán los demás. Cristina quedó impactada luego de una conversación con Ignacio De Mendiguren. El titular de la UIA la convenció que un incremento mayor al 18% haría incontrolables los costos de producción. Y que el golpe sobre los precios sería ineludible. Cristina entendió el mensaje como lo hubiera hecho, tal vez, un economista ortodoxo.
También la política de ajuste deberá pasar por los salarios.
Santa Cruz inició como pionera ese tránsito. Cristina debió disminuir la asistencia financiera a su provincia, que todos los meses ronda los $500 millones. El gobernador Daniel Peralta, entonces, apeló a un ajuste, sobre todo en el Estado, que nada tendría que envidiarle al practicado por Mariano Rajoy para enfrentar la crisis en España. Estalló una protesta social en Río Gallegos y empezó a fracturarse la coalición kirchnerista. Dos ministros de La Cámpora renunciaron. Uno, de Julio De Vido, también.
Santa Cruz tenía 11 mil empleados del Estado cuando terminó la dictadura. Creció a 22 mil en las épocas de Kirchner. Hace cuatro, cuando Cristina se coronó Presidenta, congregaba a 40 mil.
En la actualidad hay 60 mil santacruceños que dependen de los salarios del Estado . La provincia no llega a los 200 mil habitantes. Esa sociedad se acostumbró, como gran parte del país, al cobijo estatal y a las ayudas nacionales. Fue posible mientras hubo dinero, pero ahora ese dinero ha empezado a escasear. Hubo otras cosas, en el confín, que también ayudaron a cambiar el humor: el enriquecimiento abrupto de funcionarios y sus familias. Se señala a dirigentes de La Cámpora.
Cristina debió suspender un día el viaje a Santa Cruz.
En ese lapso, hasta conjeturó una intervención . Prefirió retirarse al reposo obligado sin dejarle esa pesada carga a Boudou. Pero sabe que a su regreso requerirá de una política eximia para amortiguar el precio del sinceramiento económico que inexorablemente llega.
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