por Damián Selci
Los blogueros se subieron al caballo de la historia por izquierda –y pretenden bajarse por derecha. Surgieron hacia 2006 y explotaron en 2008, durante la crisis de la 125. Entonces era interesante leerlos. No por el desacartonamiento en la escritura, ni (como se creyó) por la novedad de la plataforma empleada (el 2.0). Era algo más pedestre: en el medio de un intento de destitución, cuando parecía que nuevamente se imponía la Argentina hipócrita, rebosante de moralina y con Santo Biasatti entristeciendo espeluznantemente a toda la población –en el medio de todo esto, los blogueros defendían al gobierno. Cumplían función básica de la política: para el joven protokirchnerista, que descubría como un fogonazo la contradicción insalvable entre Sociedad Rural y el peronismo, y comprendía que, contra todo pronóstico, Argentina podía ser un país interesante para aquellos que tuvieran 25 años, estas páginas representaban en sí mismas un espacio de contención. Hablaban de cosas que nadie hablaba: Kirchner y la vuelta de la política, los misterios del conurbano, los grises de la administración pública, las manipulaciones de Magnetto, el poder de la Sociedad Rural… Eran novedosos, hasta contraculturales, por la independencia de su agenda y la espontaneidad de su aparición. Leer Artepolítica, o a Martín Rodríguez, a Lucas Carrasco, a Ezequiel Meler, etc., resultaba entretenido, pedagógico y hasta esperanzador; esto quiere decir que sus textos permitían imaginar un ciudadano argentino sumamente diferente al que dejaban traslucir las entumecidas, mortuorias columnas de Morales Solá. Para un joven de clase media con un mínimo de sensibilidad, lo peor es la experiencia de su condición pequeñoburguesa; en el medio del revuelo político del 2008, estas páginas volvían inteligible el fenómeno mismo de la politización, y permitían imaginar otra vida, otra juventud.
Esta otra juventud llegó pronto, demasiado pronto, y trajo un nuevo problema. La contradicción político-social entre el kirchnerismo y el conservadurismo se trasladó a la conciencia individual, dando lugar a la cuestión de hasta dónde iba a llegar cada uno en la “toma de partido” por el kirchnerismo. Como es normal, algunos se encuadraron, y otros quedaron sueltos. Unos se fueron haciendo más y más kirchneristas; otros, menos y menos. En términos extremos, unos optaron por la militancia orgánica , otros por el análisis político . La militancia orgánica era la praxis: implicaba aceptar la lógica de la organización, los roles, es decir, hacer política de modo directo, coordinado, colectivo –operar directamente sobre la realidad, siguiendo voluntariamente las directivas de la conducción. El análisis político, en cambio, suponía la persistencia en la teoría: después de haber interpretado que el kirchnerismo era algo distinto de la Sociedad Rural… seguir interpretando; la lectura de la realidad política no se ponía al servicio de la militancia, sino de una carrera en el periodismo político.
Quedaban así delineadas dos figuras: el militante y el analista . Encarnaban respectivamente, y extrapolando un poco, la praxis y la teoría. Con la salvedad de que la praxis no seguía a la teoría, sino a la conducción nacional. Los militantes no actuaban de acuerdo al análisis político de los blogs, sino al de Cristina Kirchner. Ahí empezó la alienación: según todos los comentaristas, la militancia era lo que le faltaba al kirchnerismo –pero cuando la tuvo, era lo que le sobraba. Al principio, el problema era que Kirchner no enamoraba; después, que enceguecía hasta el embrutecimiento. Para el analista, el militante resultaba exageradamente idealista, ya no tenía, para analizar la realidad, ojos distintos a los de la conducción. Contra este fervor dicotómico el analista insistía en el “sentido común” de la reflexión política argentina, que consistía en señalar continuamente la presión de la realidad por sobre las ansias de refundación o transformación: para ser claros, persistía en el hecho de que el peronismo “cambia de color según la ocasión”, y que el momento kirchnerista no era más que eso, un momento (hoy kirchnerista, ayer menemista, mañana sciolista, massista, etc). Pensar lo contrario significaba, por supuesto, caer en la ingenuidad o en el quijotismo. El peronismo es una máquina de conservar poder , tal sería el refrán básico de los analistas, enunciado madre de la realpolitik que le contraponen a la práctica concreta de los militantes kirchneristas. Sin embargo, se producía así una curiosa inversión dialéctica: la realpolitik quedaba del lado de los analistas y teóricos (quienes en principio no hacían política en ningún lugar concreto), y el “idealismo” del lado de los militantes, que estaban sumergidos en el fragor diario de la lucha política… Notemos el refinamiento hegeliano de esta paradoja; lo “lógico” sería que los analistas pidan cosas imposibles y los militantes le respondan remitiéndose a la cruda realidad, pero ocurre precisamente lo contrario: los militantes están convencidos en la necesidad y posibilidad de una transformación radical del país, mientras los analistas los reprenden escépticamente por incurrir en un voluntarismo que no magnifica la verdadera situación política argentina. Esta situación, como es obvio, presupone el lugar común del carácter a-ideológico y camaleónico del peronismo.
El peronismo como pura voluntad de poder que “huele sangre”, que “acompaña sólo hasta la puerta del cementerio”, etc., es un lugar común del análisis político. Hay obvios ejemplos en contrario (la resistencia, los desaparecidos), pero esto al parecer no importa. Lo dice Morales Solá, lo dice Sarlo y lo dice Martín Rodríguez. Conviene detenerse un poco sobre este último nombre. En efecto, Martín Rodríguez encarna el prototipo del bloguero que pasa del kirchnerismo originario a la realpolitik analítica precisamente por negarse a entrar en un esquema de militancia orgánica. Es una referencia central en el universo de los nuevos analistas políticos, y esto porque tiene algo que los demás no: una obra. En efecto, a diferencia de todos los otros nombres conocidos de los blogs, Rodríguez escribió libros. Poemas, particularmente, que fueron efectivamente leídos por jóvenes poetas argentinos y valorados como tales. Es más parecido a un intelectual clásico tal como lo podía describir Sartre: una persona que desarrolló una obra y luego opina sobre los asuntos públicos; en ese sentido, la obra funciona como un soporte permanente de legalidad para las opiniones variables de la coyuntura. Sarlo no se habilita de otra forma; pero sí Lucas Carrasco o Luciano Chiconi, quienes no tienen otro respaldo que sus propios blogs. Rodríguez es la menos evanescente de estas figuras y de algún modo marca la línea del resto. Primero, lo ya dicho, porque posee una obra; segundo y derivado, porque escribe mejor, rasgo para nada insignificante (la actual importancia de Carlos Pagni se basa en la distinción literaria de sus columnas, no en la certeza o novedad de sus reflexiones). En una palabra, Rodríguez tiene más espesor cultural. Es fácil minusvalorar la importancia del respaldo en una obra –fácil hasta que nos ponemos a examinar el funcionamiento concreto de la vida cultural.
Y bien: Rodríguez es también el caso modelo del adecentamiento del bloguero, y marcó el paso del adecentamiento general por la vía de la reapolitik (por ejemplo, insistiendo en sus críticas contra la militancia kirchnerista, entendida en bloque como un fatigante e impráctico “comisariado semiótico”, y divulgando como contrapartida la idea de un “país normal”, desideologizado, tranquilizado y sin novedades –conducido, claro está, por un peronismo socialdemócrata). Es sencillo ver la pregnancia de estas ideas en las redes sociales. Se trata de nociones conservadoras: hay que terminar con “el bussiness del país dividido” y olvidar la batalla cultural, hay que recostarse en el “peronismo ortodoxo”, arreglar con los bancos, con Clarín, no hay que molestar a la clase media, hay que promover una “salida pacífica” en la candidatura de Massa, etc. Este conservadurismo choca con la inicial adhesión de Rodríguez al kirchnerismo, y sería poco provechoso reconducirlo a cuestiones personales o psicológicas. En realidad, es la posición misma del analista la que incluye el elemento conservador : para decirlo claro, en este momento de la historia argentina, donde se abrió después cuarenta años y treinta mil desaparecidos la posibilidad de militar “idealistamente” en política, o lo que es lo mismo: con una conducción que no va a pactar ni va a traicionar –en este momento, todo aquel que pudiendo optar entre la militancia y el análisis, opte por el análisis, es… realmente algo para lamentar, y supone una postura difícil de sostener, cuyo corolario es la adopción de una postura de realpolitik para la lectura social. En efecto, ¿qué hace falta para que «estén dadas las condiciones» para una adhesión militante, activa, a un proyecto que ha dado sobradas pruebas de enfrentar a los poderes fácticos? Lo lamentable, por cierto, no estriba en el hecho de que ciertas personas escriban en lugar de actuar, sino de que escriban abandonando la posición militante y asumiendo una postura no-kirchnerista, que definitivamente no es por la que comenzaron a ser visibles, ni a volverse legibles. La gracia era que defendían al gobierno –y no su apuesta por conformar una nueva generación de analistas políticos «sensatos».
Elegir hoy la carrera de analista político es algo sumamente extraño; sobre todo, bastante anticuado. En los 90, sin dudas, no había otra opción. Los interesados en la política, o bien se plegaban cínicamente a la traición de los sectores populares, o bien se refugiaban en el progresismo, más exactamente en los diarios (o en las cátedras de ciencias sociales). La profesión del analista político, en términos históricos, tiene sentido como táctica de repliegue: cuando no se puede actuar directamente, y por ende no es posible asumir responsabilidades respecto de ningún colectivo, entonces se publican las opiniones personales a fin de, por lo menos, sentar una posición. Pero hoy, cuando como nunca están dadas las condiciones para la praxis directa (un proyecto claro, una conducción indiscutida, organizaciones con mística, garantías democráticas), contraer el rictus del análisis político y publicar cualquier cosa que se nos venga a la mente (autocríticas, matices, objeciones al microclima, al verticalismo militante, críticas a los «ultraideologizados», etc.) para “estimular el debate interno” (¿debate “interno” publicado en redes sociales?) se explica fundamentalmente por el miedo de ingresar en un colectivo respecto del cual uno deba responder. Por esa razón , la realpolitik es temor –básicamente, temor de que, cuando el kirchnerismo termine, los idealistas sean expulsados de la vida política y cultural, y de algún modo mueran.
Por todo lo anterior, no es raro que la figura de Massa encarne el nuevo objeto de pasión de muchos blogueros, devenidos analistas políticos de profesión. En efecto, Massa es el discurso del miedo: no en el sentido de que genere miedo, sino de que el enaltecimiento desideologizado de su candidatura palia el temor de comprometerse directamente y arriesgarse a ser considerado un “impresentable” en el porvenir –porvenir que avizoran negro. Pero con esto se pierden de hacer la experiencia histórica de su generación. Lo cual resulta difícil de entender, ya que con ello (y contra lo que parecen suponer) van perdiendo interés. Lucas Carrasco era un provocador cuando estaba en el kirchnerismo; afuera, parece un periodista más. Perdió la «locura» constitutiva del kirchnerismo. Ahora es sensato. Este moderantismo generalizado termina en funcionalidad directa con Clarín. Hoy, a diferencia de lo que ocurría hace un par de años, Luciano Chiconi puede ser citado como una referencia por Clarín (su post sobre el «municipalismo»). Es difícil ver el interés provocador, rejuvenecedor y refrescante de ser utilizado por los poderes fácticos. O sin ir tan lejos, el de hacer comentarios políticos a las doce de la noche en una FM cualquiera, y publicar textos en medios opositores. En otras palabras, se desprendieron de su aspecto novedoso, contracultural, y van camino a formar parte del elenco estable de la cultura conservadora argentina –aunque sin el peso de figuras como Ricardo Roa o Mariano Grondona: un análisis político no es interesante por la lectura que presenta sino por el poder real que representa; en otras palabras, el análisis político, o bien expresa la postura de la fuerza social en la que se apoya, o bien es un juego cansador de ocurrencias. Cuando los blogueros eran kirchneristas, expresaban algo concreto, la fuerza social popular. Ahora no expresan eso, y entonces expresan una versión descafeinada y confusa de la ideología dominante. Lo cual constituye una pérdida para todos… ahora tenemos que volver a leer a Morales Solá –dado que los analistas blogueros escriben lo mismo que él: el peronismo es camaleónico, al argentino le encanta el dólar, la izquierda peronista es peligrosa, se debe terminar con la inútil confrontación, no se puede vivir mirando el pasado, Clarín en realidad es un gran diario.
Los blogueros se subieron al caballo de la historia por izquierda –y pretenden bajarse por derecha. Surgieron hacia 2006 y explotaron en 2008, durante la crisis de la 125. Entonces era interesante leerlos. No por el desacartonamiento en la escritura, ni (como se creyó) por la novedad de la plataforma empleada (el 2.0). Era algo más pedestre: en el medio de un intento de destitución, cuando parecía que nuevamente se imponía la Argentina hipócrita, rebosante de moralina y con Santo Biasatti entristeciendo espeluznantemente a toda la población –en el medio de todo esto, los blogueros defendían al gobierno. Cumplían función básica de la política: para el joven protokirchnerista, que descubría como un fogonazo la contradicción insalvable entre Sociedad Rural y el peronismo, y comprendía que, contra todo pronóstico, Argentina podía ser un país interesante para aquellos que tuvieran 25 años, estas páginas representaban en sí mismas un espacio de contención. Hablaban de cosas que nadie hablaba: Kirchner y la vuelta de la política, los misterios del conurbano, los grises de la administración pública, las manipulaciones de Magnetto, el poder de la Sociedad Rural… Eran novedosos, hasta contraculturales, por la independencia de su agenda y la espontaneidad de su aparición. Leer Artepolítica, o a Martín Rodríguez, a Lucas Carrasco, a Ezequiel Meler, etc., resultaba entretenido, pedagógico y hasta esperanzador; esto quiere decir que sus textos permitían imaginar un ciudadano argentino sumamente diferente al que dejaban traslucir las entumecidas, mortuorias columnas de Morales Solá. Para un joven de clase media con un mínimo de sensibilidad, lo peor es la experiencia de su condición pequeñoburguesa; en el medio del revuelo político del 2008, estas páginas volvían inteligible el fenómeno mismo de la politización, y permitían imaginar otra vida, otra juventud.
Esta otra juventud llegó pronto, demasiado pronto, y trajo un nuevo problema. La contradicción político-social entre el kirchnerismo y el conservadurismo se trasladó a la conciencia individual, dando lugar a la cuestión de hasta dónde iba a llegar cada uno en la “toma de partido” por el kirchnerismo. Como es normal, algunos se encuadraron, y otros quedaron sueltos. Unos se fueron haciendo más y más kirchneristas; otros, menos y menos. En términos extremos, unos optaron por la militancia orgánica , otros por el análisis político . La militancia orgánica era la praxis: implicaba aceptar la lógica de la organización, los roles, es decir, hacer política de modo directo, coordinado, colectivo –operar directamente sobre la realidad, siguiendo voluntariamente las directivas de la conducción. El análisis político, en cambio, suponía la persistencia en la teoría: después de haber interpretado que el kirchnerismo era algo distinto de la Sociedad Rural… seguir interpretando; la lectura de la realidad política no se ponía al servicio de la militancia, sino de una carrera en el periodismo político.
Quedaban así delineadas dos figuras: el militante y el analista . Encarnaban respectivamente, y extrapolando un poco, la praxis y la teoría. Con la salvedad de que la praxis no seguía a la teoría, sino a la conducción nacional. Los militantes no actuaban de acuerdo al análisis político de los blogs, sino al de Cristina Kirchner. Ahí empezó la alienación: según todos los comentaristas, la militancia era lo que le faltaba al kirchnerismo –pero cuando la tuvo, era lo que le sobraba. Al principio, el problema era que Kirchner no enamoraba; después, que enceguecía hasta el embrutecimiento. Para el analista, el militante resultaba exageradamente idealista, ya no tenía, para analizar la realidad, ojos distintos a los de la conducción. Contra este fervor dicotómico el analista insistía en el “sentido común” de la reflexión política argentina, que consistía en señalar continuamente la presión de la realidad por sobre las ansias de refundación o transformación: para ser claros, persistía en el hecho de que el peronismo “cambia de color según la ocasión”, y que el momento kirchnerista no era más que eso, un momento (hoy kirchnerista, ayer menemista, mañana sciolista, massista, etc). Pensar lo contrario significaba, por supuesto, caer en la ingenuidad o en el quijotismo. El peronismo es una máquina de conservar poder , tal sería el refrán básico de los analistas, enunciado madre de la realpolitik que le contraponen a la práctica concreta de los militantes kirchneristas. Sin embargo, se producía así una curiosa inversión dialéctica: la realpolitik quedaba del lado de los analistas y teóricos (quienes en principio no hacían política en ningún lugar concreto), y el “idealismo” del lado de los militantes, que estaban sumergidos en el fragor diario de la lucha política… Notemos el refinamiento hegeliano de esta paradoja; lo “lógico” sería que los analistas pidan cosas imposibles y los militantes le respondan remitiéndose a la cruda realidad, pero ocurre precisamente lo contrario: los militantes están convencidos en la necesidad y posibilidad de una transformación radical del país, mientras los analistas los reprenden escépticamente por incurrir en un voluntarismo que no magnifica la verdadera situación política argentina. Esta situación, como es obvio, presupone el lugar común del carácter a-ideológico y camaleónico del peronismo.
El peronismo como pura voluntad de poder que “huele sangre”, que “acompaña sólo hasta la puerta del cementerio”, etc., es un lugar común del análisis político. Hay obvios ejemplos en contrario (la resistencia, los desaparecidos), pero esto al parecer no importa. Lo dice Morales Solá, lo dice Sarlo y lo dice Martín Rodríguez. Conviene detenerse un poco sobre este último nombre. En efecto, Martín Rodríguez encarna el prototipo del bloguero que pasa del kirchnerismo originario a la realpolitik analítica precisamente por negarse a entrar en un esquema de militancia orgánica. Es una referencia central en el universo de los nuevos analistas políticos, y esto porque tiene algo que los demás no: una obra. En efecto, a diferencia de todos los otros nombres conocidos de los blogs, Rodríguez escribió libros. Poemas, particularmente, que fueron efectivamente leídos por jóvenes poetas argentinos y valorados como tales. Es más parecido a un intelectual clásico tal como lo podía describir Sartre: una persona que desarrolló una obra y luego opina sobre los asuntos públicos; en ese sentido, la obra funciona como un soporte permanente de legalidad para las opiniones variables de la coyuntura. Sarlo no se habilita de otra forma; pero sí Lucas Carrasco o Luciano Chiconi, quienes no tienen otro respaldo que sus propios blogs. Rodríguez es la menos evanescente de estas figuras y de algún modo marca la línea del resto. Primero, lo ya dicho, porque posee una obra; segundo y derivado, porque escribe mejor, rasgo para nada insignificante (la actual importancia de Carlos Pagni se basa en la distinción literaria de sus columnas, no en la certeza o novedad de sus reflexiones). En una palabra, Rodríguez tiene más espesor cultural. Es fácil minusvalorar la importancia del respaldo en una obra –fácil hasta que nos ponemos a examinar el funcionamiento concreto de la vida cultural.
Y bien: Rodríguez es también el caso modelo del adecentamiento del bloguero, y marcó el paso del adecentamiento general por la vía de la reapolitik (por ejemplo, insistiendo en sus críticas contra la militancia kirchnerista, entendida en bloque como un fatigante e impráctico “comisariado semiótico”, y divulgando como contrapartida la idea de un “país normal”, desideologizado, tranquilizado y sin novedades –conducido, claro está, por un peronismo socialdemócrata). Es sencillo ver la pregnancia de estas ideas en las redes sociales. Se trata de nociones conservadoras: hay que terminar con “el bussiness del país dividido” y olvidar la batalla cultural, hay que recostarse en el “peronismo ortodoxo”, arreglar con los bancos, con Clarín, no hay que molestar a la clase media, hay que promover una “salida pacífica” en la candidatura de Massa, etc. Este conservadurismo choca con la inicial adhesión de Rodríguez al kirchnerismo, y sería poco provechoso reconducirlo a cuestiones personales o psicológicas. En realidad, es la posición misma del analista la que incluye el elemento conservador : para decirlo claro, en este momento de la historia argentina, donde se abrió después cuarenta años y treinta mil desaparecidos la posibilidad de militar “idealistamente” en política, o lo que es lo mismo: con una conducción que no va a pactar ni va a traicionar –en este momento, todo aquel que pudiendo optar entre la militancia y el análisis, opte por el análisis, es… realmente algo para lamentar, y supone una postura difícil de sostener, cuyo corolario es la adopción de una postura de realpolitik para la lectura social. En efecto, ¿qué hace falta para que «estén dadas las condiciones» para una adhesión militante, activa, a un proyecto que ha dado sobradas pruebas de enfrentar a los poderes fácticos? Lo lamentable, por cierto, no estriba en el hecho de que ciertas personas escriban en lugar de actuar, sino de que escriban abandonando la posición militante y asumiendo una postura no-kirchnerista, que definitivamente no es por la que comenzaron a ser visibles, ni a volverse legibles. La gracia era que defendían al gobierno –y no su apuesta por conformar una nueva generación de analistas políticos «sensatos».
Elegir hoy la carrera de analista político es algo sumamente extraño; sobre todo, bastante anticuado. En los 90, sin dudas, no había otra opción. Los interesados en la política, o bien se plegaban cínicamente a la traición de los sectores populares, o bien se refugiaban en el progresismo, más exactamente en los diarios (o en las cátedras de ciencias sociales). La profesión del analista político, en términos históricos, tiene sentido como táctica de repliegue: cuando no se puede actuar directamente, y por ende no es posible asumir responsabilidades respecto de ningún colectivo, entonces se publican las opiniones personales a fin de, por lo menos, sentar una posición. Pero hoy, cuando como nunca están dadas las condiciones para la praxis directa (un proyecto claro, una conducción indiscutida, organizaciones con mística, garantías democráticas), contraer el rictus del análisis político y publicar cualquier cosa que se nos venga a la mente (autocríticas, matices, objeciones al microclima, al verticalismo militante, críticas a los «ultraideologizados», etc.) para “estimular el debate interno” (¿debate “interno” publicado en redes sociales?) se explica fundamentalmente por el miedo de ingresar en un colectivo respecto del cual uno deba responder. Por esa razón , la realpolitik es temor –básicamente, temor de que, cuando el kirchnerismo termine, los idealistas sean expulsados de la vida política y cultural, y de algún modo mueran.
Por todo lo anterior, no es raro que la figura de Massa encarne el nuevo objeto de pasión de muchos blogueros, devenidos analistas políticos de profesión. En efecto, Massa es el discurso del miedo: no en el sentido de que genere miedo, sino de que el enaltecimiento desideologizado de su candidatura palia el temor de comprometerse directamente y arriesgarse a ser considerado un “impresentable” en el porvenir –porvenir que avizoran negro. Pero con esto se pierden de hacer la experiencia histórica de su generación. Lo cual resulta difícil de entender, ya que con ello (y contra lo que parecen suponer) van perdiendo interés. Lucas Carrasco era un provocador cuando estaba en el kirchnerismo; afuera, parece un periodista más. Perdió la «locura» constitutiva del kirchnerismo. Ahora es sensato. Este moderantismo generalizado termina en funcionalidad directa con Clarín. Hoy, a diferencia de lo que ocurría hace un par de años, Luciano Chiconi puede ser citado como una referencia por Clarín (su post sobre el «municipalismo»). Es difícil ver el interés provocador, rejuvenecedor y refrescante de ser utilizado por los poderes fácticos. O sin ir tan lejos, el de hacer comentarios políticos a las doce de la noche en una FM cualquiera, y publicar textos en medios opositores. En otras palabras, se desprendieron de su aspecto novedoso, contracultural, y van camino a formar parte del elenco estable de la cultura conservadora argentina –aunque sin el peso de figuras como Ricardo Roa o Mariano Grondona: un análisis político no es interesante por la lectura que presenta sino por el poder real que representa; en otras palabras, el análisis político, o bien expresa la postura de la fuerza social en la que se apoya, o bien es un juego cansador de ocurrencias. Cuando los blogueros eran kirchneristas, expresaban algo concreto, la fuerza social popular. Ahora no expresan eso, y entonces expresan una versión descafeinada y confusa de la ideología dominante. Lo cual constituye una pérdida para todos… ahora tenemos que volver a leer a Morales Solá –dado que los analistas blogueros escriben lo mismo que él: el peronismo es camaleónico, al argentino le encanta el dólar, la izquierda peronista es peligrosa, se debe terminar con la inútil confrontación, no se puede vivir mirando el pasado, Clarín en realidad es un gran diario.
Muy bueno;no sólo por que significa una enorme bocanada de aire fresco, sino por su innegable acierto
LA TEORIA Y EL ANALISIS PUEDEN SER EL PRIMER PASO EN UNA MILITANCIA POLITICA.Claro que esta requiere seguir caminando…Con respecto al kirchnerismo podemos preguntarnos si su ontologia no radica en una praxis que ha ido mostrando un proyecto en la accion,sin que conozcamos una teoria ni un analisis previos.
Una respuesta, la mía, al análisis crítico de los analistas críticos, je:
http://loshuevosylasideas.blogspot.com.ar/2013/08/los-blogueros-militantes-y-los.html
Saludos.
Ja ja…
Me parece que no le gusto el artículo o ¿me parece a mi?
Saludos
Encantador artículo el de Selci. Como dice alguien más arriba una auténtica bocanada de aire fresco en el ya bastante neblinoso y aburrido microcosmos de los blogs de análisis político, manualidades, corte y confección y vanidades varias…..
mas alla de la necesidad de que actuen teoricos-criticos y militantes en todo movimiento politico seria interesante profundizar en el concepto del caracter»desideologico y camaleonico del peronismo».Una prueba de esto es lo que hoy percibimos con la emergencia de Scioli y de Massa..¿o sera que asi como los poderes imperiales usaron a los milicos y al peronismo segun les interesara lo que Portanteiro y otros llamaron periodos de acumulacion y de extranjerizacion de la economia,corresponde ahora volver a ser el granero del mundo y entregar los recursos naturales al par que importar lo que afuera produce la industria?