Si usted es una persona con dificultades visuales, navegue el sitio desde aquí
Sábado 13 de abril de 2013 | Publicado en edición impresa
Por Gustavo Noriega | Para LA NACION
Hace unos años, antes de la caída del Muro, el intelectual francés Jean-François Revel escribía sobre el rol de la prensa en el prestigio de la Unión Soviética: «Si […] tan sólo la prensa comunista oficial hubiese contribuido a disimular el horror totalitario, el mito no hubiese sobrevivido a las numerosas revelaciones que se iban acumulando para destruirlo. Ha perdurado en las mentes gracias al trabajo de la prensa y de intelectuales que pertenecían a la izquierda no comunista. Esta izquierda pretendía luchar por un socialismo liberado de la dictadura y del engaño, pero, al examinar su producción, nos damos cuenta de que no ha dejado de utilizar el engaño para ocultar la dictadura, y lo ha hecho con más habilidad, y por lo tanto con mucha más eficacia, que la misma prensa comunista, cuya evidente torpeza ha tenido a menudo efectos negativos en el campo de la propaganda».
Si se reemplazan los términos históricos correspondientes, vamos a encontrar en la Argentina de hoy una situación semejante: la supervivencia del kirchnerismo durante tantos años, su resiliencia ante los golpes de la realidad, no hubiera sido posible sólo gracias a la versión de los hechos publicada en los medios oficiales. A poca gente le importa lo que sale en esos diarios amparados por la pauta o en los programas destinados a zaherir opositores: sus lectores y espectadores son tan escasos como previamente convencidos. Apenas utilizan esos medios para unificar discurso, identificar el enemigo del día y socializar jerga. Para el resto de los ciudadanos, esos productos son inocuos o provocan rechazo.
Es el discurso del «kirchnerismo sin kirchnerismo» el que ha sido mucho más eficaz para sostener -aunque de manera cada vez más dificultosa- esta calamidad cuyas consecuencias comienzan a contarse en centenares de muertes. Es pensar que es obligatorio «reconocer que se han hecho cosas buenas» antes de esbozar una crítica, como si hubiera algún gobierno elegido en democracia que no pueda ostentar algún logro. Es la teoría de los dos bandos, que acusa a la descuajeringada oposición o a algún tuitero suelto de estar a la par en el campeonato de la intolerancia con un aparato estatal que gasta millones y millones de pesos en la peor propaganda. Es la resignada y falsa frase que dice que lo mejor del kirchnerismo son sus enemigos. Es la idea extendida de que sólo el peronismo puede gobernar porque tiene lo que hace falta para hacerlo.
Es así como aparece en una nota de Jorge Fernández Díaz en LA NACION el 5 del actual («Esa turbia pero imprescindible pasión por el poder»), en donde se le reclama a la oposición que se parezca al kirchnerismo, como si la salida a la enfermedad fuera contraer una desgracia parecida pero bajo otro nombre. En la nota, su autor afirma: «Sólo el kirchnerismo, con su monstruosa voluntad de poder, dio un paso al frente y produjo hechos políticos de gran contundencia» o «Eso es lo que más rescato de la fuerza gobernante: su pasión por prevalecer», para culminar en: «No veo esa turbia pero imprescindible pasión en nadie más». Al mismo tiempo que celebra la relación territorial del peronismo con la pobreza, la nota menciona que existen, después de diez años de kirchnerismo, veinte millones de pobres.
Esa más que turbia pasión no vino sola. No es sino una forma de hacer política que ha tenido que ver con el ejercicio autoritario del poder, con el desmantelamiento de toda forma de control externo, con la mentira y con una gestión catastrófica. No tenemos manera de separar la «pasión» kirchnerista de todas sus consecuencias nefastas: nos damos cuenta de que tienen voluntad de poder justamente porque no han dudado en mentir, castigar y perseguir a tal efecto. No es en el ejemplo de la rápida admisión de debilidad ante el Papa, como sugiere Fernández Díaz, que se va a encontrar el modus operandi oficialista, más plagado de huidas hacia adelante que de retrocesos. El «fuego sagrado» kirchnerista consiste en falsear estadísticas, boicotear medios no alineados, usar a la agencia impositiva como disciplinador social y la voz presidencial como un relámpago furioso que señala justos y réprobos.
La ilusión de que copiando sus métodos vamos a liberarnos de éstos hace agua en el mismo enunciado de la frase. Y deja en evidencia la inutilidad de ese empeño: ¿para qué cambiar si los que saben cómo se ejerce el poder son quienes lo están ejerciendo ya mismo? De hecho, es imposible imaginar a quienes hoy son oficialismo actuar de una manera efectiva sin gozar de los beneficios de los recursos del Estado. El kirchnerismo, como en su momento el menemismo, no existe si no es en el poder. Es con la caja pública y apropiándose de los instrumentos públicos que se hicieron fuertes. Deberemos intentar romper el círculo vicioso que indica que en política sólo pueden ser influyentes quienes ejercen el control estatal, pero debemos hacerlo sin contar con sus recursos. Quizá no sea posible y este país no tenga un futuro razonable. Mientras tanto, celebrar esa pasión es celebrar una política que nos está llenando las calles de muertos.
© LA NACION.
últimas notas de Opinión
Llegó el rating que mide sentimientos
Democratizar todo, a los golpes
Inundación: una traición a la utopía de modernidad
Quién da más
Los argentinos prefieren dar alimentos y ropa o ceder su tiempo a donar efectivo a una ONG o una fundación. Los principales motivos: la desconfianza y la falta de información
El tránsito entre el pesimismo y el optimismo
La Argentina tiene un enorme potencial humano y material que requiere ser liberado de una opresión que nos está desviando de la democracia republicana
NOTAS MÁS LEÍDAS
REDES SOCIALES
TEMAS DE HOY Avance sobre la JusticiaCacerolazo 18AElecciones en VenezuelaIndependiente, en crisis
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento sera eliminado e inhabilitado para volver a comentar.Enviar un comentario implica la aceptacion del Reglamento
Copyright 2013 SA LA NACION | Todos los derechos reservados. Miembro de GDA. Grupo de Diarios América
Sábado 13 de abril de 2013 | Publicado en edición impresa
Por Gustavo Noriega | Para LA NACION
Hace unos años, antes de la caída del Muro, el intelectual francés Jean-François Revel escribía sobre el rol de la prensa en el prestigio de la Unión Soviética: «Si […] tan sólo la prensa comunista oficial hubiese contribuido a disimular el horror totalitario, el mito no hubiese sobrevivido a las numerosas revelaciones que se iban acumulando para destruirlo. Ha perdurado en las mentes gracias al trabajo de la prensa y de intelectuales que pertenecían a la izquierda no comunista. Esta izquierda pretendía luchar por un socialismo liberado de la dictadura y del engaño, pero, al examinar su producción, nos damos cuenta de que no ha dejado de utilizar el engaño para ocultar la dictadura, y lo ha hecho con más habilidad, y por lo tanto con mucha más eficacia, que la misma prensa comunista, cuya evidente torpeza ha tenido a menudo efectos negativos en el campo de la propaganda».
Si se reemplazan los términos históricos correspondientes, vamos a encontrar en la Argentina de hoy una situación semejante: la supervivencia del kirchnerismo durante tantos años, su resiliencia ante los golpes de la realidad, no hubiera sido posible sólo gracias a la versión de los hechos publicada en los medios oficiales. A poca gente le importa lo que sale en esos diarios amparados por la pauta o en los programas destinados a zaherir opositores: sus lectores y espectadores son tan escasos como previamente convencidos. Apenas utilizan esos medios para unificar discurso, identificar el enemigo del día y socializar jerga. Para el resto de los ciudadanos, esos productos son inocuos o provocan rechazo.
Es el discurso del «kirchnerismo sin kirchnerismo» el que ha sido mucho más eficaz para sostener -aunque de manera cada vez más dificultosa- esta calamidad cuyas consecuencias comienzan a contarse en centenares de muertes. Es pensar que es obligatorio «reconocer que se han hecho cosas buenas» antes de esbozar una crítica, como si hubiera algún gobierno elegido en democracia que no pueda ostentar algún logro. Es la teoría de los dos bandos, que acusa a la descuajeringada oposición o a algún tuitero suelto de estar a la par en el campeonato de la intolerancia con un aparato estatal que gasta millones y millones de pesos en la peor propaganda. Es la resignada y falsa frase que dice que lo mejor del kirchnerismo son sus enemigos. Es la idea extendida de que sólo el peronismo puede gobernar porque tiene lo que hace falta para hacerlo.
Es así como aparece en una nota de Jorge Fernández Díaz en LA NACION el 5 del actual («Esa turbia pero imprescindible pasión por el poder»), en donde se le reclama a la oposición que se parezca al kirchnerismo, como si la salida a la enfermedad fuera contraer una desgracia parecida pero bajo otro nombre. En la nota, su autor afirma: «Sólo el kirchnerismo, con su monstruosa voluntad de poder, dio un paso al frente y produjo hechos políticos de gran contundencia» o «Eso es lo que más rescato de la fuerza gobernante: su pasión por prevalecer», para culminar en: «No veo esa turbia pero imprescindible pasión en nadie más». Al mismo tiempo que celebra la relación territorial del peronismo con la pobreza, la nota menciona que existen, después de diez años de kirchnerismo, veinte millones de pobres.
Esa más que turbia pasión no vino sola. No es sino una forma de hacer política que ha tenido que ver con el ejercicio autoritario del poder, con el desmantelamiento de toda forma de control externo, con la mentira y con una gestión catastrófica. No tenemos manera de separar la «pasión» kirchnerista de todas sus consecuencias nefastas: nos damos cuenta de que tienen voluntad de poder justamente porque no han dudado en mentir, castigar y perseguir a tal efecto. No es en el ejemplo de la rápida admisión de debilidad ante el Papa, como sugiere Fernández Díaz, que se va a encontrar el modus operandi oficialista, más plagado de huidas hacia adelante que de retrocesos. El «fuego sagrado» kirchnerista consiste en falsear estadísticas, boicotear medios no alineados, usar a la agencia impositiva como disciplinador social y la voz presidencial como un relámpago furioso que señala justos y réprobos.
La ilusión de que copiando sus métodos vamos a liberarnos de éstos hace agua en el mismo enunciado de la frase. Y deja en evidencia la inutilidad de ese empeño: ¿para qué cambiar si los que saben cómo se ejerce el poder son quienes lo están ejerciendo ya mismo? De hecho, es imposible imaginar a quienes hoy son oficialismo actuar de una manera efectiva sin gozar de los beneficios de los recursos del Estado. El kirchnerismo, como en su momento el menemismo, no existe si no es en el poder. Es con la caja pública y apropiándose de los instrumentos públicos que se hicieron fuertes. Deberemos intentar romper el círculo vicioso que indica que en política sólo pueden ser influyentes quienes ejercen el control estatal, pero debemos hacerlo sin contar con sus recursos. Quizá no sea posible y este país no tenga un futuro razonable. Mientras tanto, celebrar esa pasión es celebrar una política que nos está llenando las calles de muertos.
© LA NACION.
últimas notas de Opinión
Llegó el rating que mide sentimientos
Democratizar todo, a los golpes
Inundación: una traición a la utopía de modernidad
Quién da más
Los argentinos prefieren dar alimentos y ropa o ceder su tiempo a donar efectivo a una ONG o una fundación. Los principales motivos: la desconfianza y la falta de información
El tránsito entre el pesimismo y el optimismo
La Argentina tiene un enorme potencial humano y material que requiere ser liberado de una opresión que nos está desviando de la democracia republicana
NOTAS MÁS LEÍDAS
REDES SOCIALES
TEMAS DE HOY Avance sobre la JusticiaCacerolazo 18AElecciones en VenezuelaIndependiente, en crisis
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento sera eliminado e inhabilitado para volver a comentar.Enviar un comentario implica la aceptacion del Reglamento
Copyright 2013 SA LA NACION | Todos los derechos reservados. Miembro de GDA. Grupo de Diarios América
Solamente un boludo, munido de bastante mala fe,puede apelar al recuerdo de la URSS para describir la situación argentina. En un país que sufrió 8 años de una dictadura sangrienta y destructiva cuyos efectos todavía no han sido disueltos. Como contrapartida de ese deliberado olvido, el del gobierno militar,el autor impugna el uso de los recursos del Estado por parte del kirchnerismo. Parece que como tantos otros bobos de las redes sociales que amenazan vociferar su odio en alguna plaza, ignora este nabo que la democracia es así:el que gana las elecciones gobierna, manejando recursos e instituciones del estado.Hasta que haya elecciones de nuevo…y la oposición vuelva a perder.
La nota comienza con un tono grave de historiador y concluye con el estilo del Gordo Muñoz( por algo será):»la ruta está sembrada de cadáveres»,¿ se acuerdan?.
Pregunta: ¿este tipo va a dirigir la revolución cacerola?