Valga, ojalá, el verbo del título en esta sección seria de un diario serio, porque está tomado de esa pregunta que se formulaba Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral : «¿Cuándo se jodió el Perú?» ¿Es apropiada una pregunta análoga para una economía que, con luces y sombras, creció de manera respetable en los años kirchneristas? Después de todo, la Argentina logró sumarse al crecimiento de los países emergentes e incluso recuperar el terreno perdido frente a sus vecinos en los años de crisis.
Sin embargo, las sombras se van haciendo más largas ahora que la luz del alto crecimiento se esconde en el poniente: la inflación; la pérdida gradual de competitividad; la tasa de interés inflada por ese default en la prosperidad que fue la manipulación de las cifras del Indec con que se actualizan los bonos indexados; las regulaciones e impuestos al comercio exterior, no empardados en el mundo capitalista; los controles cambiarios comparables a los que rigen en Venezuela e Irán.
Con el segundo mandato de Cristina, la política económica parece estar delineando una nueva fase del modelo: la DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones (DISI). Caricatura de su antecesora de mediados del siglo pasado -la recordada ISI, Industrialización por Sustitución de Importaciones-, la DISI comparte con aquélla el instrumento de los permisos previos de importación, pero es recesiva por anacrónica: en una industria que se adaptó durante 20 años a la globalización, son muchos más los sectores perjudicados por el control masivo a las importaciones de sus insumos que los beneficiados por la desaparición de la competencia importada en el mercado de sus productos.
¿Cómo llegamos a un esquema que parece asegurar el final del ciclo económico K tal como lo conocimos? Económicamente, la segunda presidencia de Cristina se inició en los últimos días hábiles previos a la elección de octubre, cuando finalmente llegó ese horizonte tan temido contenido en la frase: «Hasta las elecciones no van a devaluar». La mera posibilidad de una devaluación para corregir el incesante deterioro de la competitividad generó la corrida de octubre y desembocó en los controles cambiarios de noviembre. La escasez de dólares, incluso en el mercado cambiario oficial, dio lugar a la consagración final de Moreno como cancerbero de la economía argentina.
En última instancia, pues, llegamos a la DISI y los controles cambiarios por un problema previo que viene desde hace tiempo: la convivencia imposible entre precios que suben por el ascensor y dólar que va por la escalera. El atraso cambiario resultante es diferente de otros (por ejemplo, el de Brasil) porque es más costoso corregirlo con una devaluación, que en un contexto inflacionario implicaría, menos tarde que temprano, un aumento proporcional de los precios.
La entrada al laberinto en que se encuentra hoy la economía K debe buscarse, entonces, en un momento no tan reciente: en la fecha en que la política económica eligió el camino de inflación alta con atraso cambiario. En el origen del problema está la adopción de la doctrina del Tipo de Cambio Real Alto y Estable (Tcrae). Ese credo postulaba que era conveniente para el país tener niveles de salarios en dólares comparables a los de la India o China, y que eso era posible manteniendo el dólar en niveles muy altos en comparación con los precios vigentes en el país. El dólar de 3 o 4 pesos de 2003 o 2004 que defendían los teóricos del Tcrae generaba un nivel de precios en dólares similar al que hoy se obtendría con un dólar de entre 10 y 14 pesos (según la fecha de que se trate), o la competitividad que hoy se obtendría (dados los movimientos internacionales de precios) con un dólar de entre 7 y 10 pesos. Créalo: en aquella época discutíamos si un dólar cerca de $ 10, a valor hoy, era o no un dólar alto e inflacionario. Claro que lo era.
¿Padecimos una gran confusión colectiva al adoptar el Tcrae como política oficial? No completamente colectiva. Había entonces una alternativa, y es posible establecer una fecha exacta en la que se decidió no adoptarla. La administración Prat-Gay del Banco Central tenía programada la adopción explícita del sistema de metas de inflación -como el de Brasil, Chile, Australia, entre otros- a partir de 2005, que habría implicado una flexibilidad cambiaria en ambas direcciones, no sólo ascendente. Pero por ese motivo fue reemplazado el 24 de septiembre de 2004 por una conducción más manejable para el dúo Kirchner-Lavagna. De aquel intento de Prat-Gay de adoptar un esquema monetario menos telúrico que el Tcrae sólo quedaron los Informes de Inflación, una publicación trimestral del BCRA que al poco tiempo se transformó en uno de los testimonios más tristes de la manipulación de las estadísticas en la Argentina.
¿De qué sirve esta historia contrafáctica? ¿Para qué imaginar hoy lo que pudimos haber sido y no somos: un país emergente de crecimiento alto, inflación baja y sin cepos asociados al temor a devaluar? Sirve para recordar, la próxima vez, una de las lecciones de Robert McNamara en ese delicioso documental llamado The Fog of War : cuando no estamos seguros como país si estamos haciendo lo correcto, miremos qué hace el resto del mundo. Si estamos haciendo algo muy diferente, sospechemos un poco de nosotros mismos.
El autor es profesor de Economía de la Universidad Torcuato Di Tella .
Sin embargo, las sombras se van haciendo más largas ahora que la luz del alto crecimiento se esconde en el poniente: la inflación; la pérdida gradual de competitividad; la tasa de interés inflada por ese default en la prosperidad que fue la manipulación de las cifras del Indec con que se actualizan los bonos indexados; las regulaciones e impuestos al comercio exterior, no empardados en el mundo capitalista; los controles cambiarios comparables a los que rigen en Venezuela e Irán.
Con el segundo mandato de Cristina, la política económica parece estar delineando una nueva fase del modelo: la DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones (DISI). Caricatura de su antecesora de mediados del siglo pasado -la recordada ISI, Industrialización por Sustitución de Importaciones-, la DISI comparte con aquélla el instrumento de los permisos previos de importación, pero es recesiva por anacrónica: en una industria que se adaptó durante 20 años a la globalización, son muchos más los sectores perjudicados por el control masivo a las importaciones de sus insumos que los beneficiados por la desaparición de la competencia importada en el mercado de sus productos.
¿Cómo llegamos a un esquema que parece asegurar el final del ciclo económico K tal como lo conocimos? Económicamente, la segunda presidencia de Cristina se inició en los últimos días hábiles previos a la elección de octubre, cuando finalmente llegó ese horizonte tan temido contenido en la frase: «Hasta las elecciones no van a devaluar». La mera posibilidad de una devaluación para corregir el incesante deterioro de la competitividad generó la corrida de octubre y desembocó en los controles cambiarios de noviembre. La escasez de dólares, incluso en el mercado cambiario oficial, dio lugar a la consagración final de Moreno como cancerbero de la economía argentina.
En última instancia, pues, llegamos a la DISI y los controles cambiarios por un problema previo que viene desde hace tiempo: la convivencia imposible entre precios que suben por el ascensor y dólar que va por la escalera. El atraso cambiario resultante es diferente de otros (por ejemplo, el de Brasil) porque es más costoso corregirlo con una devaluación, que en un contexto inflacionario implicaría, menos tarde que temprano, un aumento proporcional de los precios.
La entrada al laberinto en que se encuentra hoy la economía K debe buscarse, entonces, en un momento no tan reciente: en la fecha en que la política económica eligió el camino de inflación alta con atraso cambiario. En el origen del problema está la adopción de la doctrina del Tipo de Cambio Real Alto y Estable (Tcrae). Ese credo postulaba que era conveniente para el país tener niveles de salarios en dólares comparables a los de la India o China, y que eso era posible manteniendo el dólar en niveles muy altos en comparación con los precios vigentes en el país. El dólar de 3 o 4 pesos de 2003 o 2004 que defendían los teóricos del Tcrae generaba un nivel de precios en dólares similar al que hoy se obtendría con un dólar de entre 10 y 14 pesos (según la fecha de que se trate), o la competitividad que hoy se obtendría (dados los movimientos internacionales de precios) con un dólar de entre 7 y 10 pesos. Créalo: en aquella época discutíamos si un dólar cerca de $ 10, a valor hoy, era o no un dólar alto e inflacionario. Claro que lo era.
¿Padecimos una gran confusión colectiva al adoptar el Tcrae como política oficial? No completamente colectiva. Había entonces una alternativa, y es posible establecer una fecha exacta en la que se decidió no adoptarla. La administración Prat-Gay del Banco Central tenía programada la adopción explícita del sistema de metas de inflación -como el de Brasil, Chile, Australia, entre otros- a partir de 2005, que habría implicado una flexibilidad cambiaria en ambas direcciones, no sólo ascendente. Pero por ese motivo fue reemplazado el 24 de septiembre de 2004 por una conducción más manejable para el dúo Kirchner-Lavagna. De aquel intento de Prat-Gay de adoptar un esquema monetario menos telúrico que el Tcrae sólo quedaron los Informes de Inflación, una publicación trimestral del BCRA que al poco tiempo se transformó en uno de los testimonios más tristes de la manipulación de las estadísticas en la Argentina.
¿De qué sirve esta historia contrafáctica? ¿Para qué imaginar hoy lo que pudimos haber sido y no somos: un país emergente de crecimiento alto, inflación baja y sin cepos asociados al temor a devaluar? Sirve para recordar, la próxima vez, una de las lecciones de Robert McNamara en ese delicioso documental llamado The Fog of War : cuando no estamos seguros como país si estamos haciendo lo correcto, miremos qué hace el resto del mundo. Si estamos haciendo algo muy diferente, sospechemos un poco de nosotros mismos.
El autor es profesor de Economía de la Universidad Torcuato Di Tella .
no se mucho de economia,pero el apellido lo asocio con»el pasado me condena»en el sentido de que lo ubica en el grupo de defensores de intereses que no son los mios.Ademas,su reiteracion de mirar(ante la duda)a otros paises,se me ocurre delirante,por el»ejemplo»que vemos en Europa.
No difiere mucho lo que estamos haciendo de lo que hacen otros países hermanos en la región, y tan mal no nos va. No me queda muy claro a quien quiere que miremos don Lucas.
Pero de lo que no cabe duda es que nuestra economía se jodió, y bien jodida cuando nos pusimos a seguir las directivas del Banco Mundial, el FMI, el Consenso de Washington y sus amigos.
«En una industria que se adaptó durante 20 años a la globalización, son muchos más los sectores perjudicados por el control masivo a las importaciones»…
Qué industria? si durante los gloriosos años 90s de la globalización, no quedó nada!!
«La entrada al laberinto en que se encuentra hoy la economía K debe buscarse, entonces, en un momento no tan reciente: en la fecha en que la política económica eligió el camino de inflación alta con atraso cambiario.»
Que maravilla!! Sabe cuál es la causa de la inflación en Argentina, los expertos todavía están debatiendo como hacer para crecer sin inflación en nuestro país y no se ponen de acuerdo, y para él hubiera sido todo tan simple, adoptar el sistema que proponía Prat Gay!
Directamente dejémoslo a Lucas Llach que se encargue del rumbo económico, porque las sabe todas…
las boludeces que publican algunos…