Ya se ha transformado casi en un lugar común aquello que algunos vienen sospechando desde que la agitación malvinera de los últimos meses comenzara: que se trata de una cortina de humo empleada por el Gobierno para evitar que la atención pública se concentre en asuntos que lo incomodan más y en los que se siente vulnerable.
No niego que algo de esta conocida práctica manipulante pueda haber, pero me parece que este aspecto de la cuestión es el que menos nos explica el comportamiento gubernamental . Que los gobiernos procuren desviar la atención pública de aquello que no les gusta a través del expediente de la distracción es una práctica frecuente y en el caso del actual gobierno argentino, muy probable. Pero con Malvinas no encajan bien los hechos, a saber: primero, las indiscutibles credenciales malvineras del kirchnerismo (como recordó la propia Cristina, su esposo le decía siempre que era una presidenta malvinera y no hay en ello la menor exageración) y, segundo, el giro significativo expresado en el discurso presidencial del 2 de abril , porque si la escalada reciente no se tratara más que de una cortina de humo, no se entiende la relativa moderación de ese discurso (que contrastó vivamente con el malvinerismo duro de, por ejemplo, la gobernadora de Tierra del Fuego).
Me temo que detrás de la agitación malvinera de las últimas semanas se escondan motivos más dignos que la mera manipulación pero mucho más peligrosos al mismo tiempo. Creo que Cristina y su elenco están actuando en arreglo a genuinas convicciones que se desprenden de su abrazo a la causa Malvinas, que reza que la recuperación de las islas es un mandato de la tierra y la sangre, anhelo de la nación que hasta tanto no las recupere permanece mutilada, y objetivo permanente y obligatorio de todos los argentinos. Pero la agitación malvinera, sobre todo, expresa la forma en que se conjugan la adhesión a la causa Malvinas con la concepción providencialista del paso de los K por la presidencia y con la autopercepción salvacionista que los anima desde un comienzo. Esto es, los K han protagonizado – según ellos y sus epígonos – un giro radical en la historia argentina, han encarnado con espíritu misional la exaltación de la dignidad nacional y la construcción de la política al servicio del pueblo. Si es así, si pueden atribuirse a sí mismos, gracias al triunfo de la voluntad, la recuperación de la nación, ¿qué obstáculo insalvable podría haber para la recuperación de las Malvinas? Si desde 2003 la Argentina se ha puesto de pie, ¿cómo puede caber en la cabeza de un kirchnerista que se respete que no tenga lugar el consiguiente avance en el camino hacia la soberanía en Malvinas? Quizás no todavía la recuperación plena de las islas, pero sí algún resultado palpable, como una cierta disposición británica o la regionalización de la causa – y así de hecho es interpretada la (¡reticente!) aquiescencia de los países sudamericanos a acompañar la ofensiva diplomática argentina.
Me temo que de estas elevadas expectativas se siga una frustración no menor. Pero, ¿por qué afirmo que es esto más peligroso que la manipulación y las cortinas de humo? Es que la política de los K ha estado más lejos de la manipulación que del fanatismo.
No niego que algo de esta conocida práctica manipulante pueda haber, pero me parece que este aspecto de la cuestión es el que menos nos explica el comportamiento gubernamental . Que los gobiernos procuren desviar la atención pública de aquello que no les gusta a través del expediente de la distracción es una práctica frecuente y en el caso del actual gobierno argentino, muy probable. Pero con Malvinas no encajan bien los hechos, a saber: primero, las indiscutibles credenciales malvineras del kirchnerismo (como recordó la propia Cristina, su esposo le decía siempre que era una presidenta malvinera y no hay en ello la menor exageración) y, segundo, el giro significativo expresado en el discurso presidencial del 2 de abril , porque si la escalada reciente no se tratara más que de una cortina de humo, no se entiende la relativa moderación de ese discurso (que contrastó vivamente con el malvinerismo duro de, por ejemplo, la gobernadora de Tierra del Fuego).
Me temo que detrás de la agitación malvinera de las últimas semanas se escondan motivos más dignos que la mera manipulación pero mucho más peligrosos al mismo tiempo. Creo que Cristina y su elenco están actuando en arreglo a genuinas convicciones que se desprenden de su abrazo a la causa Malvinas, que reza que la recuperación de las islas es un mandato de la tierra y la sangre, anhelo de la nación que hasta tanto no las recupere permanece mutilada, y objetivo permanente y obligatorio de todos los argentinos. Pero la agitación malvinera, sobre todo, expresa la forma en que se conjugan la adhesión a la causa Malvinas con la concepción providencialista del paso de los K por la presidencia y con la autopercepción salvacionista que los anima desde un comienzo. Esto es, los K han protagonizado – según ellos y sus epígonos – un giro radical en la historia argentina, han encarnado con espíritu misional la exaltación de la dignidad nacional y la construcción de la política al servicio del pueblo. Si es así, si pueden atribuirse a sí mismos, gracias al triunfo de la voluntad, la recuperación de la nación, ¿qué obstáculo insalvable podría haber para la recuperación de las Malvinas? Si desde 2003 la Argentina se ha puesto de pie, ¿cómo puede caber en la cabeza de un kirchnerista que se respete que no tenga lugar el consiguiente avance en el camino hacia la soberanía en Malvinas? Quizás no todavía la recuperación plena de las islas, pero sí algún resultado palpable, como una cierta disposición británica o la regionalización de la causa – y así de hecho es interpretada la (¡reticente!) aquiescencia de los países sudamericanos a acompañar la ofensiva diplomática argentina.
Me temo que de estas elevadas expectativas se siga una frustración no menor. Pero, ¿por qué afirmo que es esto más peligroso que la manipulación y las cortinas de humo? Es que la política de los K ha estado más lejos de la manipulación que del fanatismo.
O sea, los K son sinceros en la cuestión Malvinas, pero tan fanáticos que pueden terminar haciendo alguna locura. Por cierto, no hay que pasar por alto su alusión nada inocente al «triunfo de la voluntad» kirchnerista.