Daron Acemoglu es un joven economista considerado entre los más brillantes e influyentes de su generación. Nacido en Estambul de origen armenio y naturalizado norteamericano, Acemoglu, de 44 años, es profesor de Economía en el Massachusetts Institute of Techonology (MIT). En 2005 recibió la prestigiosa medalla John Bates Clark, que se otorga anualmente a un economista de menos de 40 años que haya contribuido significativamente al avance de la ciencia económica. Es un autor prolífico y está ranqueado entre los diez economistas más citados por sus colegas. Acaba de publicar junto con James Robinson, «Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty», un libro que combina la teoría económica y la ciencia política para explicar la prosperidad y el atraso de las naciones.
Emilio Ocampo: En los últimos años ha habido una avalancha de libros sobre las causas del auge y la decadencia económica de las naciones. ¿Qué aporta de nuevo «Why Nations Fail?»? ¿Qué ideas los influyeron al escribirlo?
Daron Acemoglu: Sí es cierto, construimos sobre los hombros de gigantes, en particular Douglass North (Premio Nobel de Economía en 1993), cuyo trabajo fue fuente de inspiración. Pero hemos ido más lejos que North. Él mostró por qué las instituciones eran útiles para pensar sobre historia económica, pero hay muy poco en sus escritos, incluso en su último y maravilloso libro (realizado con John Wallis y Barry Weingast), sobre cómo y dónde emergen las instituciones que alientan el crecimiento económico. Ésta fue la cuestión en la que nos enfocamos nosotros. Al ser mucho más específicos sobre sus mecanismos hemos tratado de hacer las explicaciones institucionales más aplicables y útiles, utilizando tanto la teoría como la evidencia para desarrollar un marco de análisis que permita clarificar qué factores determinan si ciertas instituciones serán incluyentes o extractivas (según nuestra definición), y en donde se desarrollarán las instituciones incluyentes. Este esfuerzo nos llevó a la política. North no habla sobre factores políticos, pero los factores políticos subyacen a su enfoque en las instituciones económicas. Una vez que uno empieza a pensar por qué ciertas sociedades tienen instituciones incluyentes y otras no, los aspectos políticos de estas instituciones, quiénes detentan el poder y cómo lo ejercen se convierten en una cuestión central. Por eso nuestro análisis pone mucho más énfasis en las bases políticas de distintos marcos institucionales. Esto es uno de los factores que más distingue a nuestro libro (junto con nuestro intento de demostrar que esta perspectiva explica muchas de las tendencias más importantes de la historia del mundo). Aunque esta perspectiva institucional tiene un largo pedigree intelectual, es interesante notar que la mayor parte de lo escrito en medios periodísticos y académicos enfatiza otros factores, como la geografía, la cultura o los liderazgos ilustrados (cuán inteligentes son los líderes y buenos los asesores económicos para el éxito económico). Quisimos demostrar que estas perspectivas no eran muy efectivas a la hora de explicar las diferencias entre distintas naciones a lo largo de la historia y por qué algunos países aún siguen estancados en la pobreza.
E.O.: Su colega de MIT, Simon Johnson, sostiene que en Estados Unidos existe una elite (los banqueros) que están menos sujetos a restricciones por parte del Gobierno y ejercen poder de manera abusiva. ¿Cree usted que ésta es una descripción acertada de la realidad y que la sociedad norteamericana se está moviendo hacia un marco institucional menos incluyente?
D.A.: Sí, creo que Estados Unidos se está moviendo hacia instituciones económicas y políticas menos incluyentes. No se trata sólo del sector financiero, pero Simon tiene razón cuando dice que este sector está al frente de este movimiento. Mi propia conclusión es que la amenaza más seria a la supervivencia de instituciones incluyentes en Estados Unidos es la desigualdad política. Estados Unidos se ha convertido en una sociedad menos igualitaria políticamente, donde se escucha mucho más a los ricos (entre ellos los banqueros) y menos al ciudadano promedio. Esto a mi juicio presagia problemas. Donde no estoy de acuerdo con Simon es que él piensa que este proceso es irreversible. Yo creo que no lo es y todavía soy optimista que las instituciones norteamericanas tendrán la solidez necesaria para revertir esta tendencia. A lo largo de su historia, Estados Unidos logró impedir con éxito que las elites se apoderaran de instituciones políticas, por ejemplo durante la «era dorada» (nota del traductor: el período posterior a la guerra civil en el que surgieron los grandes magnates de la industria y los ferrocarriles y aumentó la desigualdad del ingreso). Esto no significa que debamos ser complacientes y que todo volverá a la normalidad, pero me hace sentir algo más optimista que aún no hemos llegado a un punto de no retorno.
E.O.: ¿Cree usted que la crisis actual refleja un problema fundamental con las instituciones en el mundo desarrollado?
D.A.: Sí, creo que refleja varios problemas institucionales subyacentes. En Estados Unidos, creo que esto está profundamente relacionado con la degradación de la política, especialmente con la erosión de la igualdad política. Como ya lo he mencionado, Estados Unidos se ha convertido en una sociedad menos equitativa políticamente, en la que los ricos tienen una voz política más fuerte. Esto en parte es consecuencia del rol cada vez más importante que el dinero juega en la política, tanto las contribuciones a las campañas de los candidatos como el lobbying, pero desde un punto de vista más amplio también es consecuencia de una mayor desigualdad económica. Creo que la crisis actual y sus secuelas habrían sido muy diferentes si la industria financiera no hubiera tenido tanto poder, por ejemplo, lo cual está íntimamente ligado a una mayor desigualdad política y mayor concentración de poder en las manos de los ricos y de ciertos grupos. La situación en Europa es diferente, pero también tiene raíces institucionales. La integración europea fue un proyecto político exitoso. Sin este marco internacional y probablemente sin este tipo de integración, el rápido crecimiento europeo de la posguerra no habría sido posible. Pero esto no significa que todos sus detalles fueron manejados de la manera correcta. Porque fue un proyecto político, no contempló los detalles económicos. La débil integración fiscal que caracteriza a Europa crea un sistema muy inestable. Estados Unidos intentó lo mismo con los artículos de la Confederación y no funcionó. Luego vino la Constitución norteamericana que trajo más centralización fiscal lo que también fue una decisión política. Europa no está lista para esto ni política ni económicamente. Esto significa que el sistema actual no puede durar mucho más en su formato actual y la (persistencia) de la crisis europea es consecuencia de ello. O la eurozona colapsa o uno o más países de la periferia abandonan el euro o habrá una mayor integración fiscal.
E.O.: En «Why Nations Fail?» se menciona varias veces a nuestro país. Ustedes ya habían estudiado el caso argentino en otro libro («Economic Origins of Dictatorship and Democracy»). Gracias a una Constitución «incluyente» la Argentina se convirtió en una de las naciones más ricas del planeta, pero luego entró en un largo período de decadencia. ¿Cómo encaja la experiencia argentina dentro de su teoría?
D.A.: Por supuesto usted y sus lectores saben más sobre la Argentina que yo. Pero mi interpretación es diferente. Lo que está escrito en una Constitución no necesariamente «hace» buenas instituciones y no estoy seguro de que la Argentina alguna vez haya tenido instituciones fuertes. En nuestro libro, por ejemplo, señalamos cómo Perón reemplazó a los jueces de la Corte Suprema cuando le convino políticamente. Esto obviamente iba en contra de la Constitución, pero no fue una sorpresa dada la manera en que las instituciones funcionaban en ese momento y cómo funcionan desde entonces. Es cierto que la Argentina se convirtió en un país muy rico, pero lo hizo basándose en la exportación de productos agrícolas. No fue un desarrollo equilibrado (que incluyera otros sectores de la economía). De hecho, esa riqueza aumentó el conflicto social en la Argentina, que está detrás de los problemas que el país ha experimentado a lo largo del siglo veinte, porque estaba ocurriendo en el contexto de una sociedad muy inequitativa (por lo menos hasta principios del siglo XX), tanto desde el punto de vista económico como político.
E.O.: En la Argentina tenemos un sistema de votación de «lista sábana» por el cual los diputados al Congreso nacional responden más a los líderes de su partido que a los votantes. ¿Cree usted que este sistema de votación hace que las instituciones políticas sean menos incluyentes?
D.A.: Sí absolutamente. Los problemas argentinos tienen raíces profundas. Pero reformar el sistema político sería un gran paso en la dirección correcta. Creo que el sistema electoral es una parte importante del problema. Y el sistema de partidos políticos también es un problema. El Ejecutivo es tan fuerte tanto como consecuencia del sistema electoral como de la falta de democracia interna en los partidos, especialmente en el partido peronista que es sólo una enorme maquina clientelista.
E.O.: El Gobierno argentino ha adoptado políticas fuertemente intervencionistas en los principales sectores de la economía. ¿Cree usted que instituciones económicas «extractivas» inevitablemente nos llevarán a instituciones políticas más «extractivas»?
D.A.: Sí y Sí. Mirando desde afuera no veo a la Argentina en la senda correcta. Creo que está encerrada en un círculo vicioso en el que sus instituciones se están haciendo más extractivas y está fomentando medidas que coartan las libertades individuales. Veo dos escenarios posibles. El primero es pesimista: este círculo vicioso continúa y los argentinos no se rebelan porque el boom de los recursos naturales les permite ignorar los problemas de fondo de la economía. Luego cuando este boom termine todo se desplomará y será mucho más difícil y costoso encarar reformas y recuperar el tiempo perdido. En el segundo escenario, más alentador, los argentinos siguen el ejemplo de la «primavera árabe» (como lo hizo en Estados Unidos el movimiento «Occupy Wall Street») y se movilizan para echar a esta corrupta clase política que le ha chupado la sangre al país.
E.O.: ¿Cómo puede una sociedad democrática implementar un cambio sin recurrir a una revolución violenta?
D.A.: El cambio fundamental no ocurre sin conflicto. Llega cuando la gente que ha sido desplazada y marginada exige un cambio. Pero esto no requiere derrocar violentamente al Gobierno. En muchos casos si estas demandas son razonables y bien organizadas y formuladas de la manera correcta, fuerzan a la elite gobernante a hacer concesiones. Cuando hablo de la primavera árabe no me refiero a una revolución violenta. Desafortunadamente en algunas sociedades como Libia y Siria, las elites gobernantes no se irán pacíficamente y entonces la alternativa es vivir bajo un régimen represivo y violento o embarcarse en una lucha potencialmente desestabilizadora y costosa en contra de la represión. No es una buena opción, pero a veces es una opción que el pueblo se ve forzado a tomar.
E.O.: En su libro sostiene que el modelo de colonización español explica gran parte de los problemas institucionales que enfrenta hoy América Latina. ¿Cómo pudo España evitar estos problemas?
D.A.: España no evitó completamente estos problemas. Fue un país muy subdesarrollado en los siglos XVIII y XIX y sufrió una guerra civil devastadora en el siglo veinte. Pero sí es cierto que España se benefició de su ubicación geográfica y de su capacidad para importar tecnología y que su democracia se fortaleció como consecuencia de sus esfuerzos para integrarse a la Unión Europea. Pero las fisuras dentro de España quizás nunca fueron tan profundas como en América Latina. El hecho de que la mayor parte de las sociedades de esta región se edificara sobre la base de la explotación de las poblaciones nativas hizo que fuera más probable que perduraran en ellas los regímenes de tipo extractivo.
E.O.: ¿Qué economistas contemporáneos (además de usted) considera que tienen las ideas más claras respecto de cómo resolver la crisis actual?
D.A.: No estoy seguro de tener ideas muy claras sobre la crisis. Una vez que uno comienza a pensar sobre economía política y sobre instituciones políticas, comienza a desconfiar de las soluciones simplistas. Pero creo que hay economistas que están desarrollando buenas ideas. Simon Johnson, por ejemplo, ha articulado ideas muy sensatas enfatizando la reforma fiscal y la reestructuración del sistema financiero tanto para Estados Unidos como para Europa. Siempre aprendo algo leyendo a Kenneth Rogoff, quien también tiene muy buenas ideas (aunque distintas) sobre las mismas cuestiones. Anant Adamati y sus colaboradores han propuesto reformas para el sector financiero que buscan desincentivar el apalancamiento excesivo a través de la eliminación de los enormes subsidios (impositivos) que recibe el endeudamiento financiero. En Estados Unidos, la Comisión Simpson-Bowles también planteó excelentes propuestas para una reforma fiscal. El problema con muchas de estas ideas es que no tienen apoyo en el Congreso porque nuestros políticos responden cada vez más a los intereses de una elite.
Emilio Ocampo: En los últimos años ha habido una avalancha de libros sobre las causas del auge y la decadencia económica de las naciones. ¿Qué aporta de nuevo «Why Nations Fail?»? ¿Qué ideas los influyeron al escribirlo?
Daron Acemoglu: Sí es cierto, construimos sobre los hombros de gigantes, en particular Douglass North (Premio Nobel de Economía en 1993), cuyo trabajo fue fuente de inspiración. Pero hemos ido más lejos que North. Él mostró por qué las instituciones eran útiles para pensar sobre historia económica, pero hay muy poco en sus escritos, incluso en su último y maravilloso libro (realizado con John Wallis y Barry Weingast), sobre cómo y dónde emergen las instituciones que alientan el crecimiento económico. Ésta fue la cuestión en la que nos enfocamos nosotros. Al ser mucho más específicos sobre sus mecanismos hemos tratado de hacer las explicaciones institucionales más aplicables y útiles, utilizando tanto la teoría como la evidencia para desarrollar un marco de análisis que permita clarificar qué factores determinan si ciertas instituciones serán incluyentes o extractivas (según nuestra definición), y en donde se desarrollarán las instituciones incluyentes. Este esfuerzo nos llevó a la política. North no habla sobre factores políticos, pero los factores políticos subyacen a su enfoque en las instituciones económicas. Una vez que uno empieza a pensar por qué ciertas sociedades tienen instituciones incluyentes y otras no, los aspectos políticos de estas instituciones, quiénes detentan el poder y cómo lo ejercen se convierten en una cuestión central. Por eso nuestro análisis pone mucho más énfasis en las bases políticas de distintos marcos institucionales. Esto es uno de los factores que más distingue a nuestro libro (junto con nuestro intento de demostrar que esta perspectiva explica muchas de las tendencias más importantes de la historia del mundo). Aunque esta perspectiva institucional tiene un largo pedigree intelectual, es interesante notar que la mayor parte de lo escrito en medios periodísticos y académicos enfatiza otros factores, como la geografía, la cultura o los liderazgos ilustrados (cuán inteligentes son los líderes y buenos los asesores económicos para el éxito económico). Quisimos demostrar que estas perspectivas no eran muy efectivas a la hora de explicar las diferencias entre distintas naciones a lo largo de la historia y por qué algunos países aún siguen estancados en la pobreza.
E.O.: Su colega de MIT, Simon Johnson, sostiene que en Estados Unidos existe una elite (los banqueros) que están menos sujetos a restricciones por parte del Gobierno y ejercen poder de manera abusiva. ¿Cree usted que ésta es una descripción acertada de la realidad y que la sociedad norteamericana se está moviendo hacia un marco institucional menos incluyente?
D.A.: Sí, creo que Estados Unidos se está moviendo hacia instituciones económicas y políticas menos incluyentes. No se trata sólo del sector financiero, pero Simon tiene razón cuando dice que este sector está al frente de este movimiento. Mi propia conclusión es que la amenaza más seria a la supervivencia de instituciones incluyentes en Estados Unidos es la desigualdad política. Estados Unidos se ha convertido en una sociedad menos igualitaria políticamente, donde se escucha mucho más a los ricos (entre ellos los banqueros) y menos al ciudadano promedio. Esto a mi juicio presagia problemas. Donde no estoy de acuerdo con Simon es que él piensa que este proceso es irreversible. Yo creo que no lo es y todavía soy optimista que las instituciones norteamericanas tendrán la solidez necesaria para revertir esta tendencia. A lo largo de su historia, Estados Unidos logró impedir con éxito que las elites se apoderaran de instituciones políticas, por ejemplo durante la «era dorada» (nota del traductor: el período posterior a la guerra civil en el que surgieron los grandes magnates de la industria y los ferrocarriles y aumentó la desigualdad del ingreso). Esto no significa que debamos ser complacientes y que todo volverá a la normalidad, pero me hace sentir algo más optimista que aún no hemos llegado a un punto de no retorno.
E.O.: ¿Cree usted que la crisis actual refleja un problema fundamental con las instituciones en el mundo desarrollado?
D.A.: Sí, creo que refleja varios problemas institucionales subyacentes. En Estados Unidos, creo que esto está profundamente relacionado con la degradación de la política, especialmente con la erosión de la igualdad política. Como ya lo he mencionado, Estados Unidos se ha convertido en una sociedad menos equitativa políticamente, en la que los ricos tienen una voz política más fuerte. Esto en parte es consecuencia del rol cada vez más importante que el dinero juega en la política, tanto las contribuciones a las campañas de los candidatos como el lobbying, pero desde un punto de vista más amplio también es consecuencia de una mayor desigualdad económica. Creo que la crisis actual y sus secuelas habrían sido muy diferentes si la industria financiera no hubiera tenido tanto poder, por ejemplo, lo cual está íntimamente ligado a una mayor desigualdad política y mayor concentración de poder en las manos de los ricos y de ciertos grupos. La situación en Europa es diferente, pero también tiene raíces institucionales. La integración europea fue un proyecto político exitoso. Sin este marco internacional y probablemente sin este tipo de integración, el rápido crecimiento europeo de la posguerra no habría sido posible. Pero esto no significa que todos sus detalles fueron manejados de la manera correcta. Porque fue un proyecto político, no contempló los detalles económicos. La débil integración fiscal que caracteriza a Europa crea un sistema muy inestable. Estados Unidos intentó lo mismo con los artículos de la Confederación y no funcionó. Luego vino la Constitución norteamericana que trajo más centralización fiscal lo que también fue una decisión política. Europa no está lista para esto ni política ni económicamente. Esto significa que el sistema actual no puede durar mucho más en su formato actual y la (persistencia) de la crisis europea es consecuencia de ello. O la eurozona colapsa o uno o más países de la periferia abandonan el euro o habrá una mayor integración fiscal.
E.O.: En «Why Nations Fail?» se menciona varias veces a nuestro país. Ustedes ya habían estudiado el caso argentino en otro libro («Economic Origins of Dictatorship and Democracy»). Gracias a una Constitución «incluyente» la Argentina se convirtió en una de las naciones más ricas del planeta, pero luego entró en un largo período de decadencia. ¿Cómo encaja la experiencia argentina dentro de su teoría?
D.A.: Por supuesto usted y sus lectores saben más sobre la Argentina que yo. Pero mi interpretación es diferente. Lo que está escrito en una Constitución no necesariamente «hace» buenas instituciones y no estoy seguro de que la Argentina alguna vez haya tenido instituciones fuertes. En nuestro libro, por ejemplo, señalamos cómo Perón reemplazó a los jueces de la Corte Suprema cuando le convino políticamente. Esto obviamente iba en contra de la Constitución, pero no fue una sorpresa dada la manera en que las instituciones funcionaban en ese momento y cómo funcionan desde entonces. Es cierto que la Argentina se convirtió en un país muy rico, pero lo hizo basándose en la exportación de productos agrícolas. No fue un desarrollo equilibrado (que incluyera otros sectores de la economía). De hecho, esa riqueza aumentó el conflicto social en la Argentina, que está detrás de los problemas que el país ha experimentado a lo largo del siglo veinte, porque estaba ocurriendo en el contexto de una sociedad muy inequitativa (por lo menos hasta principios del siglo XX), tanto desde el punto de vista económico como político.
E.O.: En la Argentina tenemos un sistema de votación de «lista sábana» por el cual los diputados al Congreso nacional responden más a los líderes de su partido que a los votantes. ¿Cree usted que este sistema de votación hace que las instituciones políticas sean menos incluyentes?
D.A.: Sí absolutamente. Los problemas argentinos tienen raíces profundas. Pero reformar el sistema político sería un gran paso en la dirección correcta. Creo que el sistema electoral es una parte importante del problema. Y el sistema de partidos políticos también es un problema. El Ejecutivo es tan fuerte tanto como consecuencia del sistema electoral como de la falta de democracia interna en los partidos, especialmente en el partido peronista que es sólo una enorme maquina clientelista.
E.O.: El Gobierno argentino ha adoptado políticas fuertemente intervencionistas en los principales sectores de la economía. ¿Cree usted que instituciones económicas «extractivas» inevitablemente nos llevarán a instituciones políticas más «extractivas»?
D.A.: Sí y Sí. Mirando desde afuera no veo a la Argentina en la senda correcta. Creo que está encerrada en un círculo vicioso en el que sus instituciones se están haciendo más extractivas y está fomentando medidas que coartan las libertades individuales. Veo dos escenarios posibles. El primero es pesimista: este círculo vicioso continúa y los argentinos no se rebelan porque el boom de los recursos naturales les permite ignorar los problemas de fondo de la economía. Luego cuando este boom termine todo se desplomará y será mucho más difícil y costoso encarar reformas y recuperar el tiempo perdido. En el segundo escenario, más alentador, los argentinos siguen el ejemplo de la «primavera árabe» (como lo hizo en Estados Unidos el movimiento «Occupy Wall Street») y se movilizan para echar a esta corrupta clase política que le ha chupado la sangre al país.
E.O.: ¿Cómo puede una sociedad democrática implementar un cambio sin recurrir a una revolución violenta?
D.A.: El cambio fundamental no ocurre sin conflicto. Llega cuando la gente que ha sido desplazada y marginada exige un cambio. Pero esto no requiere derrocar violentamente al Gobierno. En muchos casos si estas demandas son razonables y bien organizadas y formuladas de la manera correcta, fuerzan a la elite gobernante a hacer concesiones. Cuando hablo de la primavera árabe no me refiero a una revolución violenta. Desafortunadamente en algunas sociedades como Libia y Siria, las elites gobernantes no se irán pacíficamente y entonces la alternativa es vivir bajo un régimen represivo y violento o embarcarse en una lucha potencialmente desestabilizadora y costosa en contra de la represión. No es una buena opción, pero a veces es una opción que el pueblo se ve forzado a tomar.
E.O.: En su libro sostiene que el modelo de colonización español explica gran parte de los problemas institucionales que enfrenta hoy América Latina. ¿Cómo pudo España evitar estos problemas?
D.A.: España no evitó completamente estos problemas. Fue un país muy subdesarrollado en los siglos XVIII y XIX y sufrió una guerra civil devastadora en el siglo veinte. Pero sí es cierto que España se benefició de su ubicación geográfica y de su capacidad para importar tecnología y que su democracia se fortaleció como consecuencia de sus esfuerzos para integrarse a la Unión Europea. Pero las fisuras dentro de España quizás nunca fueron tan profundas como en América Latina. El hecho de que la mayor parte de las sociedades de esta región se edificara sobre la base de la explotación de las poblaciones nativas hizo que fuera más probable que perduraran en ellas los regímenes de tipo extractivo.
E.O.: ¿Qué economistas contemporáneos (además de usted) considera que tienen las ideas más claras respecto de cómo resolver la crisis actual?
D.A.: No estoy seguro de tener ideas muy claras sobre la crisis. Una vez que uno comienza a pensar sobre economía política y sobre instituciones políticas, comienza a desconfiar de las soluciones simplistas. Pero creo que hay economistas que están desarrollando buenas ideas. Simon Johnson, por ejemplo, ha articulado ideas muy sensatas enfatizando la reforma fiscal y la reestructuración del sistema financiero tanto para Estados Unidos como para Europa. Siempre aprendo algo leyendo a Kenneth Rogoff, quien también tiene muy buenas ideas (aunque distintas) sobre las mismas cuestiones. Anant Adamati y sus colaboradores han propuesto reformas para el sector financiero que buscan desincentivar el apalancamiento excesivo a través de la eliminación de los enormes subsidios (impositivos) que recibe el endeudamiento financiero. En Estados Unidos, la Comisión Simpson-Bowles también planteó excelentes propuestas para una reforma fiscal. El problema con muchas de estas ideas es que no tienen apoyo en el Congreso porque nuestros políticos responden cada vez más a los intereses de una elite.
¡A la pelotuá…! ¿En serio, che?