De intendente a concejal, Luis Juez perdió 226 mil votos

Entre aquel arrollador debut de Luis Juez como intendente de Córdoba en 2003, dejando su huella como el dirigente más votado para ese cargo desde el regreso de la democracia (56 por ciento de los votos), a este fracaso rotundo en el intento por volver al Palacio 6 de Julio (logró apenas 15,8 por ciento de los sufragios), pasaron 12 años. Y se le perdieron cientos de miles de votos en el camino.
Los números a uno y otro extremo son elocuentes: 337.585 vecinos lo hicieron intendente en 2003; 110.951 lo pusieron ahora en una banca de concejal, tras configurar su cosecha electoral más pobre, por lejos.
Una cruel paradoja: esos 226.634 votos resignados, son casi idénticos, en volumen, a los 226.258 que obtuvo el domingo el radical Ramón Mestre y que le permiten repetir como máxima autoridad de la ciudad.
La película juecista también deja ver al hoy senador en el inicio de su gestión municipal, en 2003, con perfil progresista e ilusionado con la “transversalidad” que entonces promovía el presidente Néstor Kirchner.
Hoy, Juez comparte espacio nacional con Mauricio Macri (PRO) y a nivel local experimentó una fallida alianza con Olga Riutort, una de sus viejas rivales en la pelea doméstica.
Así de cambiante fue el escenario que depositó a Juez en el cuarto lugar de las preferencias electorales de los capitalinos, luego de Ramón Mestre (Juntos por Córdoba), Tomás Méndez (Movimiento ADN), y Esteban Dómina (Unión por Córdoba).
El pasado domingo cayeron dos mitos del imaginario juecista. El primero y mayor: que con el nombre de su jefe estampado en la boleta, ese espacio no perdía ninguna elección en la Capital. La concesión de una derrota sólo era posible, en el credo juecista, cuando asumían candidaturas otros dirigentes del partido, pero no su líder.
Y el segundo postulado, desmentido por la realidad, es que el olfato político de Juez “nunca falla”, y que por eso estaba habilitado a decidir a solas el destino del espacio que conduce, sin riesgo a equivocarse.
Consumada su derrota, el domingo Juez reconoció con hidalguía el triunfo de Mestre y pidió que no lo “jubilen” apresuradamente de la política. En rigor, nadie hizo tal cosa.
Atribulado por el revés electoral, no formuló en ese momento caliente una autocrítica, ni tampoco salió a hablar ayer.
Y el mismo domingo, cuando esbozó un primer análisis, se mantuvo en su idea de siempre: reivindicó como acertada la alianza con Riutort, aun cuando el escrutinio marca que, juntos, ambos perdieron volumen electoral respecto de las expectativas que tenían antes individualmente; también defendió su propuesta como “la mejor”, sólo que –según dijo– no tuvo recursos suficientes para comunicarla por los medios, para llegar mejor a los votantes.
Con varias campañas sobre sus espaldas, Juez sabe de sobra que sin despliegue publicitario es mucho más difícil ganar. Salvo, claro está, aquella ola imparable e irrepetible que lo depositó en la Intendencia en 2003.
Mientras Juez y Riutort reivindicaban su “mística militante” y la posibilidad estar cara a cara con vecinos de las barriadas más pobres, parece que otra gruesa porción del electorado tomaba decisiones bajo el influjo de otros mensajes, mucho más mediatizados.

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